Primera versión en Literaturas.com (julio de 2005)

Wade Davis nació en 1953 en la Columbia Británica, y tras una tesis doctoral en la Universidad de Harvard, ha realizado investigaciones etnobotánicas y antropológicas por todo el mundo. Fruto de este trabajo han sido libros que alcanzaron gran difusión, como The Serpent and the Rainbow (1985) y Passage of darkness (1988) sobre los ritos del vudú en Haití, Shadows in the sun (1992) o The clouded leopard (1998). Ha participado también en series de televisión y documentales, y en la actualidad es explorador residente de la National Geographic, lo que quiere decir que forma parte del selecto grupo de naturalistas y arqueólogos que asesoran y coordinan los grandes proyectos de esta sociedad. El río, publicada en inglés con el título de One river en 1996, es su peculiar tributo a dos de sus maestros, y un canto a la vida prodigiosa y multiforme de los grandes bosques pluviales de Sudamérica.

En las páginas de El río se entrecruzan dos relatos. Seis de sus capítulos presentan una biografía de Richard Evans Schultes (1915-2001), nacido en Boston, educado en Harvard, y el último de los grandes exploradores etnobotánicos, que en los años 40 y principios de los 50 recorrió incansable la selva amazónica estudiando las plantas y su uso tradicional por las poblaciones indígenas. Los ocho capítulos restantes, salteados con los anteriores, describen las experiencias personales del autor en las mismas regiones y en compañía de Tim Plowman, discipulo predilecto de Schultes y maestro del autor en sus andanzas amazónicas, que moriría prematuramente de sida en 1989.  Estos viajes tuvieron lugar durante 1974 y 1975. Los desplazamientos temporales que esta estructura origina en el libro no resultan enfadosos. El protagonista está presente de la primera a la última página, y no es otro que el inmenso bosque y los hombres misteriosos que lo habitan. Sus arcanos son desvelados lentamente, y los capítulos son relatos intercambiables que nos dejan ver momentos privilegiados de esa búsqueda y ese descubrimiento.

Schultes comenzó sus trabajos en la selva amazónica en 1941. Su objetivo inicial era estudiar las plantas que producen el curare, cuya aplicación como poderoso relajante muscular en cirugía se adivinaba fundamental. Sin embargo, a partir del comienzo de la II Guerra Mundial, sería reclutado por el gobierno americano para estudiar la posibilidad de explotaciones de caucho en el Amazonas, después de que el sudeste asiático, que se había convertido en el productor fundamental de esta sustancia, cayera en manos de los japoneses. Los trabajos de Schultes le permitieron recolectar miles de ejemplares de plantas, que dieron lugar a cientos de artículos científicos y varios libros, entre ellos, Las plantas de los dioses (1979), escrito en colaboración con Albert Hofmann, el químico que sintetizó el LSD. Entre estas aportaciones hay estudios fundamentales sobre la ayahuasca, la coca, el curare, los árboles del caucho y una enorme cantidad de especies vegetales. En todas estas labores, los grandes logros científicos de Schultes se basan siempre en sus cualidades de trabajador tenaz, su talento como botánico minucioso, y su capacidad para ganarse la confianza y asimilar las enseñanzas de los auténticos depositarios de la sabiduría sobre las plantas, los chamanes de las distintas tribus indias.

En 1953, y como resultado de la incomprensible suspensión por parte del gobierno americano del programa sobre el caucho amazónico, Schultes, que había pasado por agudas crisis de malaria y beri-beri, regresó a Harvard para seguir una carrera académica que le llevaría a convertirse en profesor de Biología y director del museo botánico de la universidad.

Las exploraciones de Tim Plowman y Wade Davis en los 70 se realizaron bajo la supervisión de Schultes, y les llevaron a recorrer amplias zonas de Colombia, Ecuador y Perú, y a estudiar tribus indias como los kogis, y su extraña cosmología, o los waoranis, que acababan de entrar en contacto por entonces con nuestra civilización. Investigaron también en detalle los rituales de la ayahuasca, y consiguieron resolver un problema que había quedado pendiente a su maestro: el árbol evolutivo de las diversas especies de la coca que se dan en los Andes. Todos estos aspectos son descritos ampliamente en el libro.

La lectura de El río nos instruye también sobre la atormentada historia de las tierras americanas, que es presentada con un realismo fiel y certero, nada fantástico. Los horrores de la conquista se dibujan con sus colores reales, y también las masacres más recientes debidas a la industria del caucho y las internacionales fruteras. El alma torturada y orgullosa del indio es estudiada con respeto, y el indio corresponde siempre compartiendo su profundo conocimiento de la selva y sus tesoros vegetales.

Estamos ante una obra, en suma, plena tanto de información rigurosa como de anhelo humanista, y noblemente empeñada en una reivindicación de las formas de vida tradicionales. En este sentido, es especialmente revelador el estudio de las propiedades vigorizantes, vitamínicas y alimenticias de las hojas de coca. Un atractivo adicional del libro es la magnífica traducción de Nicolás Suescún, que supera el difícil reto de un original lleno de referencias antropológicas y botánicas, y es capaz de expresarlo todo en un jugoso castellano lleno de color local andino.

Recorriendo esa larga lista de estudiosos de la selva amazónica que se remonta a Alexander von Humboldt y Richard Spruce, aprendemos en El río que, afortunadamente para la especie humana, también el amor al estudio y el afán de conocer otras tierras y otras gentes se transmiten a través de las generaciones en una cadena interminable. Escribiendo la biografía de dos de sus maestros, salda Wade Davis su particular deuda, y construye al mismo tiempo un libro hermoso y verdadero que pone a sus lectores ante todo el misterio de la selva ecuatorial.