Primera versión en Literaturas.com (mayo de 2006)
Aunque casi nadie sepa hoy de aquellos hechos, si lo medimos por la magnitud de su cobertura mediática y la conmoción que llegó a producir entre la gente, la muerte del capitán Scott y sus compañeros en la Antártida fue uno de los acontecimientos más importantes ocurridos en 1912. Hubo momentos ese año en que todo el mundo que se llama a sí mismo civilizado discutía con pasión los pormenores de aquella desgraciada historia, y podría decirse que en aquel planeta que se preparaba para la I Guerra Mundial, el fallecimiento por congelación de cinco exploradores antárticos era uno de los hechos más importantes y dignos de comentario que se podían encontrar. La magnificación hasta lo legendario del triste suceso invita a una reflexión sobre cómo y por qué llegó a asumir estas dimensiones y a qué intereses servía en realidad todo ello. Este es uno de los objetivos principales con el que Max Jones, historiador de la Universidad de Manchester, se planteó la escritura de un libro tras diez años de investigación minuciosa. La obra original, publicada por Oxford University Press en 2003, es la que aparece ahora en castellano con traducción de Ana Pérez Galván.
Tras la llegada al polo norte del americano Robert Peary en 1909, uno de los últimos objetivos geográficos que quedaban por alcanzar en el planeta era el polo sur. Así fue como en 1911 dos expediciones partieron con esta meta. La primera, la del noruego Roald Amundsen, organizada casi en secreto por miedo a que otros se les adelantaran y formada por expertos esquiadores y conductores de trineos de perros, alcanzó su objetivo en diciembre de 1911 y regresó sin novedad. La otra expedición, auspiciada por la Royal Geographical Society (RGS), y comandada por el capitán de la Armada británica Robert Falcon Scott, había creado una gran expectación de conseguir para el Imperio Británico aquella conquista geográfica y llevaba también una serie de objetivos puramente científicos, que en gran parte se cubrieron. Peor preparada y formada por gentes menos expertas en condiciones de frío extremo, esta expedición alcanzó los 90º de latitud sur un mes más tarde que los noruegos, y en el viaje de regreso los cinco exploradores que habían hollado el polo murieron congelados cuando sólo les quedaban 18 kilómetros para alcanzar un depósito de provisiones.
El libro se centra en el análisis de las causas y las consecuencias sociológicas y la utilización ideológica de estos acontecimientos. Se estudia así la trayectoria de la RGS en aquellos años, y la curiosa forma como la Antártida pasó a situarse entre sus objetivos. El rechazó de la admisión de miembros femeninos en 1893 fue el detonante de cambios en la dirección de la sociedad y de un relanzamiento de programas como las expediciones antárticas, en detrimento de otros de tipo educativo. Se analiza también en detalle cómo estas exploraciones se convirtieron en una herramienta más para la expansión del imperio, y sus logros humanos y científicos eran aprovechados en este sentido. Ocurrida la tragedia, se pasa revista a su cobertura mediática y a la forma como se produjo una presentación desproporcionada y sesgada, que llegó a la manipulación de la realidad, destinada a crear un mito. Actos religiosos, como la impresionante ceremonia en San Pablo de Londres, con asistencia de Jorge V, mensajes radiofónicos como aquel que llegó a millón y medio de niños, y comenzaba: “Niños: vais a escuchar la verdadera historia de cinco de los mejores y más valientes hombres que han vivido nunca sobre la Tierra…”, narrado nada menos que por Arthur Machen, periódicos, libros, exposiciones y erección de monumentos se conjugaron perfectamente en este sentido. Otro hecho importante fue la supresión, cuando se publicaron los diarios de Scott, de las frases que no encajaban con la imagen de héroe-mártir que quería crearse, extraordinariamente útil en un país que se preparaba para la I Guerra Mundial.
Estamos en resumen ante un libro de investigación histórica de sumo interés, que nos habla de la visión del mundo que subyacía tras las últimas grandes exploraciones geográficas, y de cómo, a partir de lo que no fue más que una desgraciada aventura mal planificada, pudo elaborarse un paradigma de heroísmo y sacrificio que sirvió convenientemente a la ideología imperial británica.