Primera versión en Rebelión el 6 de octubre de 2006
Aunque cualquier manual de literatura reconoce que Vladímir Korolenko es uno de los autores rusos esenciales en el final del siglo XIX y el comienzo del XX, por lo que respecta al mundo de habla hispana y a juzgar por la escasa difusión de sus obras, puede decirse que en este momento es un escritor prácticamente ignorado. Hace tiempo que no se comercializan las traducciones que existen ni se hacen otras nuevas, y la realidad es que hay que acudir a las librerías de lance para ver a la venta algunos ejemplares escasos de ediciones descatalogadas. La razón de este olvido se nos escapa, pero es evidente que hurta a los lectores muchas páginas magistrales, imprescindibles para comprender la Rusia de aquellos lejanos años.
Nacido en Zhitómir, en la provincia de Volinia, en 1853, un año después de la muerte del también ucraniano Gógol, Vladímir Galaktiónovich Korolenko, hijo de un magistrado, cursó estudios en Petersburgo y Moscú y desde muy joven se comprometió en las luchas sociales que se desarrollaban en Rusia, lo que le llevó con 24 años a comenzar una larga etapa de encarcelamientos y destierros en los que conocería las más remotas provincias del Imperio. Estos viajes “a expensas del estado”, según su propia expresión, le proporcionaron experiencias que serían después materia prima de sus mejores relatos. Sólo en 1885 es autorizado a regresar a la Rusia europea donde se establece en un principio en Nizhni-Nóvgorod, comenzando una existencia bien diversa en un plácido entorno familiar que se prolongaría hasta su fallecimiento en 1921. En esta época de su vida, acompañado de la estimación de personajes como Lev Tolstói o Maksim Gorki, que le consideraba su maestro, se vio convertido en uno de los referentes esenciales de la literatura rusa del momento.
La obra literaria de Korolenko, según explica Luis Abollado en el estudio introductorio a las “Obras escogidas” traducidas por él para Aguilar en 1959, corresponde a esa etapa del realismo ruso, posterior a Gógol, en la que los escritores no se conforman ya con diagnosticar los males de la sociedad que describen, sino que se esfuerzan por encontrar vías que puedan mejorarla. En el caso de Korolenko, podemos decir que toda su literatura transparenta un sincero anhelo de perfeccionamiento del ser humano, una búsqueda de serena felicidad para todos que en La luz, un texto suyo de 1900, se expresa con una imagen bellísima. Una luz que surge de improviso anima a unos viajeros perdidos que reman en un río siberiano en medio de la noche. La luz, demasiado lejana, es apenas algo real, pero es también el estímulo que necesitan en su desesperación. Es esa lejana luz la que ilumina muchas veces las páginas desoladas y trágicas de los relatos de Korolenko.
Aparte de una intensa actividad de crónicas y artículos periodísticos, la obra más propiamente literaria de Korolenko comprende un gran número de cuentos y novelas, así como una obra de caracter autobiográfico: Historia de un contemporáneo, cuya redacción quedó interrumpida por su muerte cuando comenzaba a describir su regreso del destierro. De la misma forma que Tolstói destaca en sus descripciones de los ambientes aristocráticos, o Chéjov en los de la pequeña burguesía, Korolenko alcanza su cumbre en sus retratos de las gentes de la lejana Siberia. Un tropel de deportados, campesinos y postillones, presidiarios, funcionarios y contrabandistas, e incluso señores feudales de provincias extensas como países, entran en la gran literatura a través de su pluma, enmarcados siempre por una naturaleza asombrosa y terrible de grandes ríos helados y bosques infinitos. Relatos como El homicida, Los postillones del Zar, El sueño de Makar, La tentación, Señores feudales, Una muchacha extraña, El frío, Yashka o El circasiano son algunos de los más destacados en este sentido. Resplandece en todos ellos una profunda solidaridad con el sufrimiento humano y una visión pictórica y poética de la naturaleza de aquellos parajes.
Es éste el mismo espíritu de algunas geniales novelas cortas como El músico ciego, que cuenta como Piotr, un muchacho ciego de nacimiento, es capaz de superar la tristeza y frustración de su existencia a través de la música. Malas compañías narra el acercamiento por parte del pequeño Vasia, hijo de un juez, a los mendigos que habitan un castillo abandonado cerca de la ciudad. Lo que empieza como una travesura acaba forjando una hermosa amistad y marcando el despertar a la vida del pequeño protagonista, que descubre allí la miseria y el dolor. Sin lengua es el relato de la vida y desventuras de un inmigrante ucraniano en los Estados Unidos, y es resultado de un viaje a América realizado en 1893.
Puede decirse que el leitmotiv de la vasta producción de Korolenko es un intento de construir esperanza en medio de la desolación. Hay una honda ternura en todos esos seres que luchan con su destino, y siempre se atisban en el fondo del ser humano destellos de consuelo. La belleza de la prosa y la pintura de una naturaleza pletórica tratan también por su parte de arrancar una promesa de luz a la bruma del destierro. Y tal vez nadie expresa mejor esa búsqueda y ese hallazgo que Piotr, el pequeño músico ciego, que sólo a través de la pura armonía de los sonidos es capaz de alcanzar su liberación.
Es realmente triste que las versiones castellanas de los relatos de Korolenko se hayan convertido casi en curiosidades bibliográficas. Sus historias se leen con placer, y dibujan un retrato ajustado y preciso de la Rusia anterior a la revolución, que resulta insustituible cuando describe el paisaje y las gentes de Siberia. Y hay que decir, sobre todo, que no es fácil encontrar, incluso entre los grandes de la literatura rusa, una capacidad tan honda para emocionarnos y para desnudar con sencillez y destreza las claves ocultas del corazón humano.