Primera versión en Rebelión el 23 de noviembre de 2006
Hasta hace muy poco no existía en castellano ninguna edición de las obras completas de Joseph Conrad, con lo que algunos de sus relatos no eran fáciles de encontrar y tampoco lo era, por ello, hacerse una idea de conjunto sobre una producción caracterizada al mismo tiempo por su extensión y su variedad y riqueza. Este vacío se ha visto cubierto recientemente por la aparición de cinco volúmenes de RBA que agrupan versiones ya publicadas por diferentes editoriales, acompañadas de un estudio preliminar de C. B. Cox. La obra de Conrad se despliega poderosa a través de estos tomos, y a muchos que teníamos sólo vislumbres de ella, nos han servido para integrar y relacionar, y para poder tener por fin una visión global sobre una producción que constituye sin duda una de las aportaciones más relevantes a la literatura en el final del siglo XIX y el comienzo del XX.
Josef Teodor Konrad Korzeniowski nació en 1857 en Berdichev, una localidad polaca que por entonces formaba parte del imperio ruso. Su padre era un poeta y patriota polaco que hubo de partir al destierro con su familia en 1862. Tras su fallecimiento en 1869, nuestro autor quedó bajo la custodia de su tío Tadeusz Bobrowski, un abogado que desde entonces se convirtió en su ángel tutelar. Estudiante en Cracovia, siente Josef muy joven la atracción del mar y en 1874 viaja a Marsella, desde donde realiza diversos viajes, primero como pasajero y después como aprendiz y camarero. Algunas de sus actividades estos años no están del todo claras, pero se sabe que traficó con armas destinadas a los carlistas españoles y la publicación de una carta de Tadeusz en 1957 permitió conocer también que todas estas aventuras culminaron en un intento de suicidio. Continúa después Conrad su vida marinera y en 1878 desembarca por primera vez en las costas de Inglaterra con 20 años cumplidos. El que pasaría a la historia como un brillante escritor en la lengua de Shakespeare hablaba por entonces sólo unas palabras del que sería su tercer idioma, después del polaco y el francés.
Durante los dieciséis años siguientes, Conrad sirvió en la marina mercante inglesa, aprobando los exámenes de primer oficial en 1884 y los de capitán en 1886, año en que obtuvo también la nacionalidad de su país de adopción. Las experiencias de estos viajes, en los que recorrió todo el mundo, servirían de base para su obra literaria posterior. El que realiza al Congo en 1890 es especialmente importante, porque le aporta las duras vivencias que tratará luego de plasmar en su obra maestra El corazón de las tinieblas, y también porque con ellas provoca un agravamiento en la neurosis que le había llevado a intentar suicidarse y que no le abandonaría en toda su vida.
1895 es el año de su matrimonio con Jessie George, y supone también el nacimiento para la literatura de Conrad con la publicación de La locura de Almayer, un relato en el que llevaba trabajando varios años. Termina en este momento su vida marinera, y comienza una existencia como escritor marcada siempre por su pobre salud y su difícil temperamento, en la que sólo conseguiría una cierta estabilidad financiera a partir de 1910. Las fechas esenciales de la vida de Conrad son a partir de entonces las de la publicación de sus libros y, aunque realiza algunos viajes, reside principalmente en Inglaterra, donde fallece en 1924.
Las dos primeras novelas de Conrad son la ya citada La locura de Almayer (Almayer’s Folly, 1895) y Un vagabundo de las Islas (An Outcast of the Islands, 1896), que comparten un marco geográfico, personajes comunes e incluso una cierta atmósfera psicológica. La acción transcurre en una aldea con un embarcadero a la orilla de un río y en ella, enmarcados por la pródiga naturaleza de las Indias Occidentales, unos europeos viven su triste existencia, prisioneros de pasiones elementales que los acaban destruyendo. Son novelas llenas de pasajes sobrecargados y en ellas la acción se desliza penosa hacia un desenlace previsible, adivinándose al fondo de todo ello lo que quiere ser una visión simbólica del destino humano.
Aunque notables como relatos primerizos de un autor cuya lengua materna no era el inglés, estas novelas palidecen al ser comparadas con la primera obra maestra de Conrad, El negro del “Narcissus” (The Nigger of the “Narcissus”, 1897), que fue también su primer éxito comercial. Ésta describe una desventurada travesía entre Bombay y la costa inglesa, complicada por una tormenta que casi acaba con el barco y sus ocupantes. Algunos de estos resultan inolvidables como el viejo Singleton, imagen cumplida del marino viejo y experto, capaz de salvar el barco con su pericia y no darle demasiada importancia, o James Wait, el complejo personaje que da nombre al libro, un enfermo terminal de tuberculosis que trata de creer que sólo finge estarlo. Donkin es un paródico “revolucionario” que predica el descontento y la subversión entre sus compañeros, sin que estos le hagan demasiado caso. La novela destaca también por la riqueza de su lenguaje poético y su retrato sugestivo y minucioso de la vida a bordo de un gran velero.
Conrad vuelve a publicar obras en las que los barcos y el mar son los principales protagonistas en varias ocasiones. Primero con Juventud (Youth, 1902), relato bastante humorístico sobre un navío gafado que al final sufre un incendio y tiene que ser abandonado. Aquí aparece por primera vez Charles Marlow, que será personaje principal y narrador en algunas de las obras más importantes de Conrad. Tifón (Typhoon, 1902) es otro relato de desventuras a bordo, en este caso perfectamente enfrentadas por un imperturbable capitán. Esta obra, sutilmente jocosa a pesar del tema que trata, muestra al Conrad más risueño, el que a veces creía al hombre capaz de vencer al destino hostil. La Bestia (The Brute, 1906) es un magistral relato corto sobre la indomeñable perversidad de un barco. La línea de sombra (The Shadow line, 1917) nos cuenta la historia de otro barco gafado, en este caso por el supuesto fantasma del anterior capitán, muerto a bordo, que ha de ser combatido por un joven sucesor que accede por primera vez a las responsabilidades del mando.
En El espejo del mar (The Mirror of the Sea, 1906) Conrad reúne y ordena recuerdos personales para presentar un a modo de tratado sobre las liturgias y misterios del mar, que no excluye poéticas disquisiciones sobre aspectos técnicos de los barcos o sobre la meteorología que gobernaba las grandes travesías. No es un libro extenso, pero transmite la emoción de toda una vida de marino, y desvela muchos arcanos de la vieja navegación a vela, como una biografía de aquellos grandes navíos, inteligentes y hermosos, que recorrían orgullosos el océano arrastrados por el viento. Para muchos es la obra más perfecta de Conrad.
Otro grupo importante que se suele distinguir en la obra de nuestro autor es el de aquellas narraciones que tienen el mar como protagonista algo más secundario, al tiempo que desarrollan como trama principal conflictos propiamente humanos. Este grupo se inaugura con Lord Jim (1900). La historia que aquí se nos cuenta tiene un interés extraordinario. Jim es un joven oficial enrolado en el Patna, que parte de las Indias Occidentales con destino a La Meca cargado de peregrinos. Un accidente durante la travesía pone al barco al borde del naufragio y el capitán y los tripulantes deciden abandonarlo condenando a los pasajeros a una muerte segura, que por otra parte parecía difícilmente evitable. Jim salta al bote en el último momento, en una decisión cuya sombra le acompañará toda la vida. Pero el Patna se salva al fin del naufragio, es descubierto en alta mar y remolcado hasta Adén, con lo que Jim debe enfrentar un juicio por abandono de sus obligaciones, en el que se le retira la licencia de piloto. A partir de entonces, su vida es un calvario en el que continuamente se siente obligado a huir de todas partes en cuanto su historia es descubierta. Después consigue rehacer su existencia en el remoto Patusán, donde acaba muriendo de una forma heroica, en lo que supone de algún modo una tardía redención de su falta. Presentado de forma un tanto caótica y dispersa, sobre todo en su segunda parte, y con frecuentes saltos temporales y cambios de narrador, el relato nos atrapa sin embargo por el interés que despierta su protagonista principal, víctima de una innoble celada del destino, y por lo que tiene de dilatada y aguda investigación sobre el sentido y los límites de la responsabilidad y el deber.
En este mismo grupo de relatos con conflictos humanos y el mar como escenario pueden ser incluidas un gran número de obras posteriores de Conrad, como la novela corta Con la soga al cuello (The end of the Tether, 1902), sobre un capitán mercante que trata de disimular su pérdida de visión. Falk (1903) es su contrapunto perfecto, la historia de un idilio muy disputado, a ratos misterioso y a ratos descacharrante, con un final entrañable. Nostromo (1904), novela ambientada en Sudamérica, cuenta la historia de una mina de plata y de la inevitable corrupción del incorruptible protagonista, en un ambiente de luchas y revoluciones. El piloto negro (The Black Mate, 1908) es una deliciosa historia sobre las tribulaciones de un viejo marino. Freya, la de las siete islas (Freya of the Seven Islands, 1912) narra el desventurado idilio de una bella muchacha y un capitán de barco, frustrado por los celos de un sombrío personaje. Mi otro yo (The Secret Sharer, 1912) contiene una misteriosa historia sobre un marino perseguido que busca refugio en un barco y es protegido en secreto por su capitán.
Algunas de las últimas novelas de Conrad pueden ser incluidas también en este grupo. Azar (Chance, 1913) fue un éxito de ventas en su momento, pero hoy se nos desdibuja un tanto con su premiosa y dispersa crónica de las desventuras de Flora de Barral. Victoria (Victory, 1915) sin embargo ha visto aumentar su prestigio. El protagonista principal, Axel Heyst, es un hombre de una profunda filosofía que ha renunciado a las vanidades del mundo y sin embargo es obligado a tomar otra vez un papel activo al enamorarse de la joven y desgraciada Lena. La muerte final de los dos protagonistas se convierte en una trágica confirmación de su amor y justifica así el título de la obra. Un relato corto de esta época, La posada de las dos brujas (The Inn of the Two Witches, 1915) tiene el interés añadido para nosotros de situar su acción en el litoral cantábrico durante la guerra de la Independencia, y presenta una trama terrorífica digna del mejor Poe. El socio (The Partner, 1915) es otro relato corto muy bien trabado sobre un misterioso naufragio. En La flecha de oro (The Arrow of gold, 1919), Conrad utiliza experiencias de su vida como contrabandista para narrar los infortunios de un marino que ayuda a los carlistas españoles. Esta obra no es recogida en las supuestas “Obras completas” de RBA. Salvamento (The Rescue, 1920) forma en realidad una trilogía con las dos primeras novelas ya citadas, cuya acción precede en el tiempo, y narra de nuevo amores y desventuras enmarcadas por la pródiga naturaleza del trópico. Por último puede citarse aquí El pirata (The Rover, 1923), ambientada en la Francia post-revolucionaria.
Otro grupo que puede distinguirse en las obras de Conrad es el de aquellas narraciones que plantean conflictos personales sin el escenario marino que caracterizaba a las anteriores y sin que aparezca tampoco el opresivo ambiente urbano o los activistas revolucionarios que marcarán el último grupo. Son obras como Gaspar Ruiz, de 1906, y El conde o El duelo, ambas de 1908. Esta última es una de las obras más amenas de Conrad, y nos cuenta el desafío siempre prorrogado entre dos oficiales franceses, resuelto en un memorable final. El escenario de las guerras napoleónicas vuelve a ser recuperado en El alma del guerrero (The Warrior’s Soul, 1917).
El corazón de las tinieblas (Heart of Darkness, 1899) es la obra más simbólica de Conrad y sin duda su exploración más audaz de los abismos del corazón humano. Ambientada en el Congo que él mismo conoció y narrada por su alter ego Marlow, la historia se estructura como un viaje iniciático que comienza con la ceremonia del contrato en Bruselas, “una ciudad que siempre me hace pensar en un sepulcro blanqueado”, y continúa en la interminable navegación por el río hacia Kurtz, el blanco que reina en la selva y extrae de ella ingentes cantidades de marfil. Obsesionado por la leyenda que rodea a este personaje, en su lento viaje a través de una naturaleza que le impresiona, Marlow siente que hallará río arriba alguna explicación terrible del significado de la existencia: “remontar aquel río era como volver a los inicios de la creación, cuando la vegetación era tumultuosa sobre la tierra y los árboles eran los reyes. Una corriente vacía, un gran silencio, una selva impenetrable.” Llega en realidad a tiempo sólo de presenciar los últimos instantes de Kurtz, que ha sembrado el terror entre los nativos y reina desde una cabaña rodeada de postes coronados por cabezas humanas. Sus últimas palabras: “¡El horror! ¡El horror!” son tal vez una síntesis de su vida. El regreso “a la ciudad sepulcral” y la visita a la que fue novia de Kurtz desvelan a Marlow una parte del enigma. Kurtz era un “buen muchacho” de escasa fortuna que fue sólo a África para hacer dinero y poder así desposar a la mujer que amaba, una encantadora joven que idolatra su memoria. Conrad, que nunca fue un revolucionario conoció en el Congo el espanto de la explotación colonial y eso dejó una impronta en su frágil ánimo que dio origen a esta obra. El corazón de las tinieblas es un viaje ritual al infierno que nuestra civilización esconde tras su rutilante fachada, y una acerada crítica de su culto obsesivo al éxito y el poder.
El último grupo que se puede distinguir en la narrativa de Conrad está formado por aquellas obras que presentan conflictos con una importante participación de elementos y grupos revolucionarios y muchas veces en ambientes urbanos. Cronológicamente, la primera del grupo es El agente secreto (The Secret Agent, 1907) que es también la más sombría de todas ellas. La novela describe la gestación y ejecución de un atentado anarquista que trata de volar el observatorio de Greenwich. Un embajador extranjero es el cerebro del ataque, y este es organizado por un espía infiltrado entre los revolucionarios, el misterioso señor Verloc, el agente secreto. El joven cuñado de este, un joven retrasado, muere en la explosión, y su hermana, que lo idolatraba y había dedicado toda su vida a protegerlo, mata a su marido antes de suicidarse. Es ella, Winnie Verloc la auténtica heroína del relato, y su papel marginal e indefenso es tal vez lo que más influye en la lobreguez extrema de éste. No obstante, como Conrad reconoce en una Nota del autor añadida a la novela en 1920, el protagonista de ésta resulta ser en realidad la gran urbe, descrita por él en este texto como “ciudad monstruosa, (…) cruel devoradora de la luz del mundo. Ahí hay (…) oscuridad suficiente para enterrar cinco millones de vidas.”
Una novela posterior que se acerca también a este mundo de espías y revolucionarios es Bajo la mirada de Occidente (Under Western Eyes, 1911), obra que en un ambiente bien distinto recupera algunos de los rasgos que veíamos en Lord Jim. Razumov, el protagonista, es un muchacho de oscuro origen que espera abrirse camino en la vida gracias a su talento. Estos planes se van al garete, sin embargo, cuando su amigo Víctor Handin, que milita en un grupo revolucionario, busca refugio en su casa después de cometer un atentado. Al principio Razumov trata de ayudarle, pero preocupado después por el compromiso que esto supone para él, lo denuncia a la policía. Convertido en espía, conoce luego Razumov en Suiza a la hermana de Víctor, Natalia, y enamorado de ella y obsesionado por su culpa, procede a denunciarse ante los revolucionarios, en un acto que desencadena un final trágico pero lo libra de su carga insoportable. A pesar de su historia terrible, el ambiente de esta obra es mucho menos opresivo que el de El agente secreto, y en ella Conrad acierta por primera vez a dibujar, en la persona de Víctor Handin, los rasgos de un revolucionario que no es una sombría caricatura.
Obras más breves que tratan el mismo tema son El delator (The Informer, 1906), con una trama policíaca muy bien construida sobre una investigación para descubrir al espía infiltrado en un grupo anarquista, y Un anarquista (An Anarchist, 1906) sobre las desventuras de un revolucionario malgré lui que vive deportado en Cayena.
Como no podía ser menos, también dedicó Conrad bastantes páginas a las reflexiones más o menos autobiográficas, el comentario de sucesos contemporáneos y la discusión de sus opiniones literarias. Son los textos recogidos en Crónica personal (A Personal Record, 1912), Notas de vida y letras (Notes of Life and Letters, 1921) y Últimos ensayos (Last Essays, 1926). El último de estos libros tampoco se encuentra en las “Obras completas” de RBA.
Hay que señalar por último que Joseph Conrad escribió varias novelas en colaboración con el inglés Ford Madox Ford. Son estas: Los herederos (The Inheritors, 1901), Romance (1903) y La naturaleza de un crimen (The Nature of a Crime, 1923).
Una mirada de conjunta a la extensa y variada obra de Joseph Conrad no puede dejar de resaltar primero su soberana maestría en el tratamiento de la vida y las luchas de las gentes mar. Es ésta la parte de su producción que más nos impresiona hoy, tal vez porque recoge toda la grandeza de un mundo que se perdió irremisiblemente con el desarrollo de la navegación a vapor. “Simples locomotoras” eran para él los barcos como el que le llevó a Estados Unidos en 1923. Fueron necesarias su larga vida de marino, su sensibilidad enfermiza y su férrea voluntad para crear una obra inmortal donde palpita siempre el misterio del mar y donde se dibuja ante nosotros con trazos indelebles la vida de aquellos hombres sometidos al poder de los vientos.
Pero la sensibilidad de aquel Conrad que recorría el mundo de la segunda mitad del XIX no podía dejar de ser impresionada por la terrible explotación colonial que se estaba produciendo. Las experiencias de su viaje al Congo quedan transmutadas en El corazón de las tinieblas en un símbolo universal de la capacidad del hombre para la destrucción de sus semejantes. Y este tal vez es el legado más terrible que el inmenso Conrad nos dejó.
Las obras de Conrad, en ambientes y circunstancias muy diversas, nos regalan siempre una genial penetración en los misterios del corazón humano. Los conflictos de la responsabilidad y el deber, de la madurez y la libertad están tratados extensamente en ellas, y hay un interés especial por investigar las situaciones extremas en las que el frágil equilibrio que mantiene las cosas en su sitio se rompe, desbaratándolo todo. La exploración de esta irrupción de lo sombrío en la vida es otra de las grandes aportaciones de Conrad.
No obstante, lo más oscuro de la obra de Conrad está sin duda en sus relatos urbanos y en sus descripciones de unas actividades revolucionarias que nunca llegó a comprender. La visión demasiado parcial que a veces marca esta parte de su producción se debe en parte al hecho de que, aposentado en tierra gran parte de su vida, siempre fue Conrad un hombre de mar y jamás consiguió sentirse cómodo en aquel mundo complejo y odioso de la gran urbe.
Conrad es un consumado poeta, y este es un rasgo esencial en la valoración de su obra, que enriquece todos los demás. Además, la precisión de sus descripciones acierta a crear muchas veces una poderosa sensación de realidad. Por otra parte, hay que señalar que su inglés suena extraño a pesar de ser técnicamente perfecto, y esto se debe sin duda a la influencia de sus otros idiomas, el polaco y el francés, que había aprendido primero.
Respecto a su ideología hay que señalar la influencia del budismo a través de Schopenhauer. De ahí le viene su visión lúcidamente pesimista de la condición humana, y la pasión al captar lo instantáneo que es característica de su arte. Es ésta una emoción que es capaz de expresarse en las más diferentes circunstancias, pero que aflora especialmente en sus recuerdos del mar y de los compañeros con los que compartió la vida por los océanos del mundo. Ellos protagonizan los momentos más felices de su larga obra y para ellos es la más conmovedora ternura que guardaba en el corazón. A ellos invoca en el portentoso final de El negro del “Narcissus”: “¡Adios, hermanos! Erais buenos marinos. Jamás mejores embridaron con gritos salvajes la ondulante tela de un pesado trinquete, ni, balanceados en la arboladura, perdidos en la noche, contestaron mejor alarido por alarido, al asalto de un temporal del Oeste.”