Primera versión en Rebelión el 14 de junio de 2007
A finales de octubre se cumplirán cincuenta años del fallecimiento en Freiburg (Alemania) de Nikos Kazantzakis, autor cuya obra es conocida hoy día por el gran público casi exclusivamente a través de algunas películas basadas en novelas suyas, como Zorba el griego o La última tentación de Cristo. Es curioso que la extraordinaria calidad de su producción literaria y el hecho de que sea considerado habitualmente el intelectual griego más influyente del siglo XX no resulten razones suficientes para que sus obras más importantes sean ofrecidas en el mercado editorial en castellano en estos momentos.
Nacido en 1883 en una isla de Creta todavía bajo dominio turco, Kazantzakis realizó estudios de Derecho en Atenas y de Filosofía en París, donde fue alumno de Henry Bergson. Viajero tenaz toda su vida, fijó su residencia sucesivamente en diversos países y fue testigo directo de algunas de las grandes convulsiones de la época que le tocó vivir. Su compromiso político le llevó a ocupar cargos en el gobierno de su país y a trabajar también en otra época para la UNESCO. Nacionalista griego en su juventud, evolucionó posteriormente hacia una ideología muy personal que logra conciliar influencias tan diversas como el cristianismo, el comunismo, el budismo o el pensamiento de Friedrich Nietzsche. Su obra, extraordinariamente variada, abarca desde la poesía hasta el teatro y los relatos de viajes, aunque probablemente lo central de ella sean sus novelas, en algunas de las cuales nos detendremos brevemente aquí, tratando principalmente de ver cómo ayudan a conformar un pensamiento original y vigoroso que logra una difícil síntesis de las influencias que señalábamos. En 1957, el año de su muerte, perdió por un voto el premio Nóbel de literatura ante Albert Camus. Éste declaró después que Nikos Kazantzakis merecía el premio “cien veces más que él”.
En una novela escrita en francés en 1936, a raíz de un viaje a China y Japón, El jardín de las rocas, Kazantzakis desarrolla ampliamente su ideario. El joven protagonista emprende el viaje en un momento crítico de su vida, buscando llenar sus ojos “con todas las sonrisas budistas que embrujan y matan las grandes esperanzas sobre la tierra…” Es la época en que los japoneses preparan la invasión de China y la obra nos lleva por ambos países, entre significados personajes de uno y otro bando. Los templos y las imágenes de Buda, los amores con la bella Siu-lan y los sombríos augurios de lo que se viene encima resultan decisivos en la resolución de la crisis que ha llevado al protagonista hasta Oriente. Al fin, el choque cultural resuelve los dilemas en una visión fulgurante: “En un abrir y cerrar de ojos he sentido a la belleza –sea de una civilización entera o de una frágil mujer– surgir de la tierra, desenrollarse en el aire y volver a caer en la tierra.” Entre personajes condenados a un ominoso destino, el desasosiego de la existencia, el mal y el sufrimiento acaban convirtiéndose en protagonistas de un relato remansado muchas veces en reflexiones llenas de lirismo.
La novela que fue llevada al cine como Zorba el griego (Mijalis Cacoyannis, 1964) y cuyo título original es Vida y hechos de Alexis Zorba (1946) representa para muchos la obra más perfecta de Kazantzakis. El argumento es ciertamente simple y arranca cuando el joven narrador, que no deja de ser el mismo de la novela anterior y podemos identificar con el propio autor, se encuentra en El Pireo, de nuevo en plena crisis y dispuesto a convertirse en un hombre de acción explotando una mina de lignito en Creta. En ese momento aparece allí Zorba, minero y músico en paro, dispuesto a ser contratado. Convertido en capataz de la mina, Zorba tiene diversas aventuras en la isla junto a su joven patrono, estableciéndose entre ellos una profunda amistad. Frente al carácter del narrador, un atormentado escritor enfrascado en ese momento en un libro sobre Buda, cauteloso siempre ante cualquier acción, y capaz por ejemplo de desdeñar los favores de la joven viuda que todos los hombres del pueblo se disputan, Zorba pone el contrapunto perfecto de un filósofo pagano que ha captado el gozo más profundo de la vida y se rinde a todas sus alegrías, un adorador del bello sexo que “en una lágrima de mujer se ahogaba sin remedio”. En las discusiones y peripecias de los dos hombres asistimos al enfrentamiento entre la búsqueda obsesiva del sentido, que corre el peligro de huir de la realidad y despeñarse en una hueca palabrería, y una filosofía vital sólidamente asentada. Cuando la aventura de la mina llega a su fin, los destinos de los dos protagonistas se separan. Zorba termina sus días en los Balcanes, propietario de una mina de cobre y felizmente casado con una mujer más joven que él. De allí le llegan a su antiguo patrono noticias de sus últimos momentos, cuando alguien le cuenta que moribundo “nos apartó violentamente, saltó del lecho y llegó a la ventana. Allí, prendido al marco, contempló a lo lejos las montañas, abrió desmesuradamente los ojos, lanzó una carcajada y luego relinchó como un potro. De tal modo, en pie, con las uñas hundidas en el marco de la ventana le sorprendió la muerte.” El valor principal de esta gran novela es su carácter de fábula pagana con un personaje principal que es la encarnación del más noble impulso vital, un hombre que a las abstrusas y remontadas reflexiones de su joven jefe es capaz de responder: “¡Ah, patrón, si pudieras bailar todo eso que dices para que yo entendiera!”
La novela de 1953, Ο Καπετάν Μιχάλης ha sido traducida en castellano con el título de Libertad o muerte y nos relata con prosa llena de vigor una sublevación contra el dominio turco en la Creta que Kazantzakis conoció en su niñez. El personaje principal del relato, el capitán Miguel, está basado en el propio padre del novelista y es un carácter atormentado dispuesto a inmolarse en la lucha por la libertad. Su fin trágico nos hace plantearnos el sentido de una existencia que obliga a escoger entre el sometimiento a una tiranía odiosa y el sacrificio de la propia vida.
Cristo nuevamente crucificado es una novela de 1954 que fue llevada al cine por Jules Dassin con el título Celui qui doit mourir (1957) y sirvió también de argumento para la ópera La pasión griega de Bohuslav Martinů. La historia comienza como una risueña crónica rural. En un pequeño pueblo griego bajo dominio turco, se plantea la celebración al año siguiente de una representación de la pasión de Cristo y para ello el pope reparte entre los vecinos los distintos personajes del drama. No obstante, con la llegada al pueblo de los habitantes de una aldea que ha sido destruida por los turcos y que vagan harapientos y hambrientos en busca de ayuda, descubrimos que la acción se encamina irremediablemente hacia una tragedia. Manolios, el joven escogido para encarnar a Cristo, encabeza a los que piden que los vecinos ayuden a los desheredados, pero los notables del lugar consiguen presentar esta ayuda como una subversión de todo el orden social, y mediante calumnias movilizan a la mayor parte del pueblo contra el muchacho. Kazantzakis maneja aquí un gran número de personajes que componen un fresco lleno de color y dramatismo. Al final, Manolios es sacrificado en unas terribles escenas finales de tortura y asesinato. En esta novela magistral, la descripción de la vida rural y los retratos de los protagonistas sirven de base para desarrollar un conflicto simbólico que transparenta la lucha universal por la justicia.
La última tentación de Cristo (1955), que fue llevada al cine por Martin Scorsese con el mismo título en 1988, es un intento de explorar el ser humano que, más allá de su leyenda, pudo ser Jesús de Nazaret. Éste es presentado como un hombre bueno atrapado en un dilema entre los gozos y dolores de una vida normal y el sacrificio por sus semejantes. El camino de compromiso que escoge le lleva a ser reivindicado por sus seguidores como un dios, cuando esa no había sido nunca su intención. La obra fue galardonada con la inclusión en el Índice de libros prohibidos de la Iglesia Católica.
El pobrecillo de Dios (1956) es una biografía de uno de los personajes favoritos de Kazantzakis, San Francisco de Asís, narrada por el hermano León, su infatigable compañero, al que se presenta como un Sancho Panza que marca el contrapunto de su quijotismo. La novela resulta inolvidable por el retrato que dibuja del loco en Cristo, el mismo despreciador del mundo que encontramos en otras de las novelas de Kazantzakis, pero aquí con los rasgos particulares del santo: su pasión por la pobreza, su simpatía y su amor por todos los seres vivos. Como en tantos personajes de nuestro autor, en Francisco se rebela una pasión irreducible. En este caso, estamos ante un hombre para el que el enigma del dolor universal resulta un revulsivo tan extraordinario que lo lleva, en el límite de la locura, a una idealización del propio sufrimiento, a una renuncia extrema y a la autodestrucción. La referencia a un personaje histórico concreto sirve en realidad a Kazantzakis para describirnos a un hombre que cuestiona su propia naturaleza humana. Sin posibilidad de que este mensaje tenga ninguna repercusión social, pues la propia orden que Francisco crea se aparta rápidamente del ascetismo que él proponía, la historia tiene la fuerza de un grito descarnado contra el destino inevitable de todos los seres vivos.
Hay que decir aquí que esta imagen del grito se ajusta perfectamente a la violencia y la pasión extrema que afloran en toda la producción de Kazantzakis. En 1949 éste escribió: “Soy el hombre más sencillo que existe, pero cuando siento un ‘grito’ en mí, no acepto transformarlo en una ‘vocecilla’ para complacer a los mudos y a los tartamudos. Pues yo no deseo agradar a nadie, ni tener discípulo ni ser discípulo. He venido a este mundo por algunos instantes y quiero lanzar un grito y partir. Nada más”. Su obra, centrada en la exploración de la naturaleza humana, representa en realidad una búsqueda del individuo libre que sabrá construir un mundo distinto. Por eso, el compromiso con la transformación de la sociedad es fundamental en todos sus escritos. En una entrevista radiofónica de 1955 afirmó: “Un verdadero novelista no puede más que vivir la realidad de su propio tiempo y ser consciente de sus responsabilidades. Esto le llevará a colaborar con sus contemporáneos para afrontar y resolver los apremiantes problemas de su época en la medida de sus posibilidades. (…) En otros tiempos, la belleza podría ser suficiente para realizar el ideal de un autor, pero un escritor actual, si de veras está vivo, necesariamente se aflige y se preocupa ante la realidad y esto le lleva a cooperar con las fuerzas que luchan por mejorar el destino de los que sufren. El escritor actual, si es consciente de su misión, es un luchador.” La obra de Nikos Kazantzakis plantea una lucha continua por el objetivo más ambicioso que podemos imaginar, una profunda y rigurosa investigación del ser humano en busca de los impulsos capaces de iluminar y transformar la atormentada existencia que el poder nos impone.