Primera versión en Rebelión el 8 de enero de 2008
Konstantín Mijáilovich Símonov (1915-1979), corresponsal de guerra, poeta, dramaturgo y novelista fue uno de los escritores más reputados de la Unión Soviética, con numerosos cargos y premios en su historial. De los vivos y los muertos, publicada en 1959, recoge experiencias del autor durante la Gran Guerra Patria (nombre que tienen en Rusia las operaciones del frente oriental durante la II Guerra Mundial), en la que participó primero como periodista y más tarde como oficial. La obra se presenta ahora en la colección “Militaria” de Planeta en una traducción de Emilio Donato Prunera realizada a partir de una versión alemana del texto. Señalemos de pasada que este hábito de algunas editoriales de traducir traducciones, que sin duda les reporta beneficios económicos, es también el camino más corto para conseguir resultados desastrosos. No es este el caso por el trabajo profesional de ambos traductores, pero la delicada transcripción de los nombres rusos se resiente demasiado del tortuoso itinerario seguido.
De los vivos y los muertos es ante todo un clásico de la literatura militar que nos narra experiencias de hombres que lucharon contra la invasión nazi de la Unión Soviética. Las vicisitudes de la Gran Guerra Patria habitualmente se asocian para nosotros solamente con unos pocos términos e imágenes: operación Barbarroja, 20 millones de muertos, cerco de Stalingrado, aldeas arrasadas… Es por esto que una obra que ofrece una crónica real de la vida de algunos de los seres humanos atrapados en aquellos acontecimientos decisivos tiene un gran atractivo. La novela comprende un periodo de tiempo que va desde el comienzo de la invasión hasta la contraofensiva rusa del invierno de 1941.
Iván Sintsov (Sinzov en esta versión castellana), protagonista principal del relato, es un corresponsal militar y miembro del partido que se encontraba de permiso en los primeros días de la guerra y se apresura a reintegrarse a su unidad en una localidad próxima a la frontera polaca. Ante la imposibilidad de hacerlo por la situación caótica del frente, Sintsov termina incorporándose como politruk (instructor político) a un batallón que resiste el avance alemán a las ordenes de Fiódor Serpilin, un comandante que tras cuatro años internado en el GULAG se ha reincorporado al ejército. El retrato de este heroico militar ejemplifica bien los caracteres de una pieza que abundan en el relato de Símonov: “Durante aquellos cuatro años no había reprochado ni una sola vez al poder soviético la injusticia que se había cometido con él; tuvo aquello por un monstruoso malentendido, por un error, por una estupidez. El comunismo seguía siendo para él sagrado y sin mácula.” Ahora en el frente, “con su ejemplo ansiaba demostrar que otros muchos que permanecían en el destierro habían sido objeto de la misma injusticia que él.” La unidad de Serpilin al fin es embolsada por los alemanes y tras un agónico retroceso, algunos de sus hombres consiguen llegar a las líneas rusas con el propio Serpilin herido gravemente. Resulta curioso que el escenario de estos primeros combates que se describen en el libro son las mismas orillas del Bereziná que tan esenciales fueron en noviembre de 1812 durante la retirada de la Grand Armée napoleónica.
Los restos de la unidad de Serpilin son destinados a la retaguardia y en el camino Sintsov observa los primeros indicios de una defensa organizada: “Arriba, por encima de sus cabezas, volaban en dirección oeste bombarderos rusos en escuadrillas de nueve unidades, protegidos por cazas. (…) El ejército estaba en pie y no retrocedería otra vez.” La columna donde va Sintsov es atacada, y tras vagar penosamente por el bosque es herido de gravedad. El soldado que le acompaña, creyéndole moribundo, le deja tras recoger su documentación. Sin embargo, las heridas de Sintsov no eran de tanta consideración y tras una larga odisea en la que es hecho prisionero y logra escaparse, alcanza las líneas propias. Allí, el hecho de no tener papeles le hace sospechoso de haberlos destruido y le acarrea todo tipo de problemas.
Al fin, Sintsov consigue trasladarse a Moscú, donde espera reintegrarse a la redacción de la publicación en la que estaba destinado antes de la guerra, que ha sido instalada allí. La ciudad bombardeada está sumida en el caos, y al enterarse de que la oficina ha sido llevada a la retaguardia, decide quedarse y colaborar en la defensa de la capital. Aceptado en una unidad del partido, Sintsov lucha heroicamente en la dura batalla a las puertas de Moscú, por lo que es condecorado. En las últimas páginas de la novela, en las que reaparece también Serpilin convertido en general, asistimos al comienzo de la ofensiva del Ejército Rojo y sus primeros éxitos.
Pródigo en duras escenas de guerra, el libro nos ofrece una crónica de los meses que siguieron a la invasión alemana de la Unión Soviética. La desorganización de los primeros días es mostrada en su cruda realidad y se llegan a discutir sus posibles causas y responsabilidades, aunque no es éste un asunto en el que parezca que el autor esté dispuesto a llegar hasta el fondo. En todo momento, la narración adquiere un aliento épico con un leitmotiv obsesivo que no puede ser otro que la defensa de la patria invadida. No es un atractivo menor del libro el reencuentro que nos regala con las peculiaridades de aquella maquina de guerra que fue el Ejército Rojo, con su armamento legendario que incluye unos recién estrenados T-34, sus cuadros de instructores políticos y su enorme heroísmo sobre todo, desplegados en una batalla que hace parecer secundarios todos los otros escenarios de la II Guerra Mundial.