Primera versión en Rebelión el 24 de enero de 2008
Ya existía una edición de Vida y destino en castellano, preparada a partir de una versión francesa (Seix-Barral, 1985; traducción de Rosa M. Bassols), pero ha sido en 2007 con la publicación de una soberbia traducción directa del ruso debida a Marta Rebón (Galaxia Gutenberg) cuando la obra parece haber despertado al fin en el mundo de habla hispana el interés que merece. Esta novela, la mayor y más importante de Vasili Grossman, fue concluida en 1960 y no pudo ser publicada en la Unión Soviética. De hecho, hay que decir que los intentos de conseguirlo por parte de su autor dieron lugar al final a una visita de agentes del KGB que requisaron el manuscrito e incluso las cintas de la máquina de escribir utilizadas para producirlo. Ocurría esto en 1961, en pleno deshielo jruschoviano, y Mijaíl Suslov, ideólogo del régimen, comunicó a Grossman más tarde que la novela no podría ver la luz hasta pasados doscientos o trescientos años, lo que, aparte de un intolerable atentado a la libertad, suponía también sin duda un juicio favorable sobre la calidad y perdurabilidad de la obra. Afortunadamente, Grossman había preparado otros originales, uno de los cuales fue guardado por su amigo Semión Lipkin. Posteriormente, este texto fue microfilmado por Andréi Sajárov, y pudo ser enviado a Suiza, donde vio la luz la primera edición rusa del libro en 1980, dieciséis años después de la muerte de su autor. La monumental obra (más de mil cien páginas en la versión que ahora se publica) describe extensamente las condiciones de la sociedad rusa en la época de la batalla de Stalingrado y retrata de modo fiel la brutal agresión fascista y al pueblo que heroicamente le hizo frente.
Vasili Semiónovich Grossman (nacido Iósif Solomónovich) vino al mundo en 1905 en Berdíchev (Ucrania) en una familia judía acomodada. Tras realizar estudios de ciencias en Moscú, simultaneó sus inquietudes de escritor con diversos trabajos como técnico y profesor hasta que en los años treinta decidió dedicarse por entero a la literatura. Corresponsal durante la Gran Guerra Patria, vivió las batallas más importantes de ésta, desde el asedio de Moscú hasta Stalingrado, la liberación de Ucrania y Berlín, y fue de los primeros en dar a conocer los horrores de los campos de exterminio (El infierno de Treblinka, 1944). Su producción hasta la muerte de Stalin comprende novelas y colecciones de relatos, algunas de ellas dedicadas a la guerra, como Stalingrado (1943) y Por una causa justa (1953), que tuvo problemas con la censura. El conjunto de estas obras le valió una sólida reputación literaria en la Unión Soviética.
Tras la desaparición de Stalin, Grossman emprende una nueva etapa en su trabajo, truncada por su fallecimiento en 1964, en la que con Vida y destino y la novela inconclusa Todo fluye desarrolla un intento de mostrar en toda su complejidad la sociedad rusa de su tiempo y proveer argumentos para la rectificación del estalinismo que tantas esperanzas despertaba en la URSS en aquellos momentos. No obstante, más allá de esto, estas obras estaban destinadas a permanecer como una reivindicación de la dignidad del ser humano enfrentado a las condiciones más duras. Hay que decir también que la acerada crítica que presentan de los aspectos más brutales del estalinismo, unida a la rocambolesca historia de su publicación, no podían dejar de propiciar una utilización propagandística por parte de los sectores especializados en el estudio de las “atrocidades del comunismo”. Puede señalarse en este sentido el congreso celebrado en 2005 en un centro católico de Turín para conmemorar el centenario de nuestro autor.
Vida y destino toma como modelo Guerra y paz de Tolstói, y esto ya desde el guiño en el propio título. No en vano reconocía Grossman que durante los días de Stalingrado éste era el único libro cuya lectura le resultaba soportable. Una competencia tan directa con tamaño rival no puede dejar de arrojar al final matices desfavorables, pero el minucioso y vasto fresco de la sociedad rusa que aporta Vida y destino admite la comparación sin duda, en amplitud e intensidad, con la gran epopeya de la invasión napoleónica. Para conseguir esto la novela multiplica sus escenarios y recurre a una galería de personajes que superan con creces el centenar (en esta edición aparecen censados en un apéndice que facilita enormemente la lectura de la obra). En este caos, la familia Sháposnikov, dispersa a consecuencia de la guerra, proporciona de alguna manera un hilo conductor a toda la narración.
Un primer escenario nos muestra, entre Moscú y Kazán, a un grupo de físicos de la Academia de Ciencias y sus familias. Víktor Pávlovich Shtrum, que sin duda presenta rasgos autobiográficos y en el que se han querido ver también otros del gran físico Lev Landáu, es aquí el protagonista principal. Narrando la vida y el trabajo de estos hombres, Grossman logra una convincente recreación del ambiente intelectual de la URSS en aquel tiempo. Conocemos en estos episodios los privilegios que los científicos siempre tuvieron allí y asistimos a sus conversaciones, donde se mezclan comentarios sobre economía y sobre historia, sobre Chéjov y Dostoievski y también sobre la realidad de cada día. La vida es dura también para ellos, y cuando el autoritarismo hace estragos, vemos diferenciarse los grupos de los críticos y los sumisos frente al poder, con sus fronteras difusas y atormentadas, y conocemos lo difícil y peligroso que resultaba hablar en aquel ambiente enrarecido. La compleja personalidad de Víktor se debate en una historia con muchos momentos inolvidables y que narra la pugna de un ser humano por el raro privilegio de expresar sus opiniones en libertad.
Un segundo escenario principal gira en torno a la lucha en Stalingrado, que Grossman vivió personalmente. Unidades del Ejército Rojo que son presentadas en un principio en otras regiones acaban convergiendo para la gran batalla junto a las orillas del Volga. Piotr Pávlovich Nóvikov, un joven coronel de un cuerpo de tanques, militar pundonoroso y genial es aquí un elemento esencial. Se trata de alguien que es capaz en una ocasión de retrasar ocho minutos el comienzo de una ofensiva para que la artillería termine de batir sus objetivos, desafiando con ello las órdenes imperiosas de una cadena de mando que llegaba hasta el propio Stalin, y que consigue así penetrar en la brecha sin perder un solo tanque ni un solo hombre. Como ejemplo de la contradicción en que se mueven tantas veces los personajes del libro, Guétmanov, el comisario de la unidad, felicita en voz baja poco después a Nóvikov por esta proeza humana, pero no deja de denunciar puntualmente por la noche el retraso a sus superiores. Los movimientos estratégicos que culminaron en el cerco de Stalingrado se muestran en detalle a través del sudor y el esfuerzo de sus protagonistas, así como la vida en la ciudad durante la batalla, tanto en el lado ruso como en el alemán, una descripción plena de ese “pesado olor de morgue y herrería, típico de la primera línea”.
Otros escenarios nos traen la crónica de los privados de libertad en aquellos momentos, en un campo de trabajo ruso y en un campo de concentración alemán. En éste, un personaje al que sus compañeros llaman yuródivi (loco santo) es ejecutado al negarse a tomar parte en la construcción de un campo de exterminio. Un texto escrito por él presenta una reflexión desde el infierno que culmina con unas palabras esperanzadoras y enigmáticas: “Si ni siquiera ahora lo humano ha sido aniquilado en el hombre, entonces el mal nunca vencerá”. Otros presos intentan organizarse en una red de resistencia y son también liquidados al ser descubiertos. En otro escenario diferente encontramos a los prisioneros que son conducidos en tren al campo de exterminio. En él, Sofía Ósipovna Levinton, una médico militar, adopta al pequeño David que viaja sólo hacia la muerte y por seguir a su lado renuncia a salvarse cuando al llegar al campo separan a los doctores y otros profesionales de los condenados a la aniquilación. En la cámara de gas, se nos dice cómo “sintió el cuerpo del niño derrumbarse en sus brazos (…) sintió nauseas. Presionó a David contra sí, ahora un muñeco, y murió.” Estas páginas nos sumergen sin contemplaciones en aquel genocidio: en el funcionamiento del ciclón B y la arquitectura y la tecnología de las cámaras: todos los detalles del horror.
Otro personaje esencial del relato es Nikolái Grigórievich Krímov, protagonista, verdugo y víctima de la revolución, detenido cuando se descubre que había presumido en alguna ocasión de que Trotski después de leer un artículo suyo había comentado: “Es puro mármol”. Encarcelado en la Lubianka, Krímov sólo lamenta que Yevguenia Nikoláievna Sháposnikova, aliento de belleza y seducción que se desliza por las páginas del libro como la Lara de Doctor Zhivago, que fue su mujer y ahora es novia de Nóvikov, pueda haberle delatado, y su horizonte se ilumina, a pesar de su triste situación, cuando ella vuelve a su lado al enterarse de que ha sido detenido. En Stalingrado y la Lubianka podía el amor también alumbrar y endemoniar la vida.
Pleno de complejos caracteres humanos y situaciones trágicas e intensas, el relato mezcla y entrecruza sus hilos narrativos de una forma que incita a veces a adentrarse en el texto en busca del desenlace de algún episodio. En este sentido, este lector confiesa haber dado cuenta del libro siguiendo de corrido sus diversas historias mediante continuas incursiones y retrocesos. Como quiera que sea la lectura, las imágenes y las voces distantes se suman al final en nuestra memoria para componer un fresco donde aflora todo el dolor de aquel tiempo crucial. Hay que decir también que los cambios de escenario que se suceden crean a veces proximidades fascinantes. Así, la descripción del campo de exterminio donde unos seres humanos dan muerte masiva a otros en una cámara de gas es seguida inmediatamente por el relato de una anciana de una aldea ucraniana que recoge a un hombre abandonado para morir en un convoy de prisioneros y lo vuelve trabajosamente a la vida. Se desliza aquí también la sombra del yuródivi y su atisbo capaz de iluminar lo más terrible. El bien y el mal pueden caber en una misma página, y en un mismo corazón, a la espera siempre de una decisión que nos libere.
Vida y destino combina altura épica en la magnitud del empeño y la estructura, con intensidad lírica del detalle y la emoción humana, convirtiéndose al final en un estudio sobre el sufrimiento en el que ciertamente cabe demasiada poca esperanza. Este libro que la Unión Soviética no fue capaz de publicar debemos comprender que le era sin embargo absolutamente necesario, y podemos atrevernos a especular lo importante que hubiera sido para aquella sociedad reconocerse en la imagen de heroísmo y horror que reflejan sus páginas. Hoy día éstas siguen iluminando para nosotros el retablo de un momento decisivo en la historia de Europa, y nos hacen vivir la epopeya de un pueblo violentado y amordazado que lideró la más dura batalla por la dignidad del ser humano.