Primera versión en Rebelión el 29 de julio de 2009
En enero de 1988, en plena Perestroika, Vitali Shentalinski, periodista y escritor siberiano nacido en 1939, dirige una carta a la Unión de Escritores de Moscú pidiendo la constitución de una comisión que trate de rescatar lo que pudiera quedar en los archivos de la Lubianka, sede de la policía política, de los documentos incautados a autores detenidos y represaliados en la URSS. Tras una lenta deliberación en las alturas y mucha resistencia, Shentalinski se convierte al fin en “el primer escritor que entra por su voluntad en el temido caserón moscovita”, y al poco tiempo comienza a publicar en Ogoniok (Llamita), una revista que en ese momento apoyaba a Gorbachov, los artículos de una serie que toma por título la propia rúbrica que tutelaba los manuscritos hallados: “Conservar a perpetuidad”. Estos textos dieron lugar después a tres libros de los que existe versión castellana (I: Esclavos de la libertad, 2005; II: Denuncia contra Sócrates, 2006 y III: Crimen sin castigo, 2007; Galaxia Gutenberg, traducción de Marta Rebón). La trilogía contiene abundante documentación inédita y resulta imprescindible para reconstruir la historia de la literatura rusa en los años de la Unión Soviética.
En los libros se aportan nuevos datos, fragmentos de obras y sobre todo material valiosísimo de escritos incautados, declaraciones y procesos. El primer autor estudiado es Isaak Bábel. Estremece leer las líneas en que este fino humorista y enorme poeta, sometido a la más extrema presión, denigra lo mejor de su propia obra en una prosa inconfundiblemente suya: “Caballería roja me sirvió de pretexto para manifestar mi horrible estado de ánimo, que no tenía nada que ver con lo que estaba sucediendo en la URSS. De ahí todas las descripciones exageradas sobre la crueldad y lo absurdo de la Guerra civil, la introducción artificial de elementos eróticos, la sucesión de episodios escandalosos y chocantes, así como el olvido total del papel del Partido en la organización de esa gran unidad del Ejército Rojo que era el Primer ejército de Caballería (…). En lo que respecta a mis Cuentos de Odessa, éstos reflejaban sin duda el mismo deseo de alejarme de la realidad soviética, de contraponer a la cotidiana labor de edificación, el pintoresco mundo casi mítico, de los bandidos de Odessa, cuya descripción romántica incitaba involuntariamente a la juventud soviética a imitarlos…” Al final de sus notas, resume así su trayectoria: “Soldado del frente literario, empecé mi trabajo con el apoyo y la atención del lector soviético y trabajé bajo la dirección de Gorki, el escritor más grande de nuestra época. Pero deserté: abrí el frente de la literatura soviética a los estados de ánimo decadentes y derrotistas, turbando y desorientando así al lector (…). Unas cuantas frases no sirven para medir mi trabajo de destrucción, pero ahora percibo sus verdaderas dimensiones con claridad insoportable, con dolor y arrepentimiento.” El poeta enjaulado, que ama la vida y sólo acierta a desear ver otra vez el rostro de su hija, es capaz de “comprender” el castigo al que es sometido, trata de “racionalizar” a sus verdugos para que su “arrepentimiento” pueda crear una chispa de luz al final del túnel. Sólo así comprendemos que contemple su obra incomparable “con dolor y arrepentimiento”.
Al final se descubre la trivial explicación de todo. Nikolái Yezhov, el enano sangriento de la Lubianka, arrastra en su caída en 1938 a algunos enemigos personales a los que atribuye en su confesión actividades de espionaje. Son su exmujer, Yevguenia (Gladún) Yezhova, y el que había sido hacía años amante de ésta, el escritor Isaak Bábel. En el verano de 1939, éste dirige una carta a Lavrenti Beria, nuevo responsable del NKVD en un intento desesperado de salvar la vida. En enero de 1940 se celebra la vista del juicio, en la que Bábel se declara inocente de los cargos de traición y espionaje pero es condenado a muerte. Será fusilado el 27 de enero de 1940. El 2 de febrero le toca a Meyerhold y a Koltsov, el 4 a Yezhov… Tras la muerte de Stalin, su viuda comienza la lucha por la rehabilitación y el 18 de diciembre de 1954 la corte militar del tribunal supremo determina “anular la sentencia a I. E. Bábel como resultado de los nuevos hechos descubiertos y poner fin a toda la instrucción.”
Se presenta después la historia de Mijaíl Bulgákov (1891-1940), un escritor crítico con el poder soviético que sin embargo llega a ser dramaturgo de éxito con Los días de los Turbín, obra atacada ferozmente por los sectores más duros del régimen y que es prohibida varias veces (fueron no obstante muy comentadas las carcajadas que salían del palco de Stalin durante una representación de la obra). El bigotudo del Kremlin toleraba una cierta disidencia en los que él consideraba “grandes escritores” y así se salvaron de la quema Pasternak (aparte de poeta y novelista, eximio traductor de poesía georgiana), Ehrenburg o Bulgákov, que lograban siempre enderezar su destino en misteriosas conversaciones telefónicas con el vozhd. Eran ocasiones en que el exseminarista aprovechaba para ganarse fama de gobernante sabio y justo. Shentalinski nos describe también como las entrañas de la Lubianka regurgitan el diario desaparecido de Bulgákov. Éste le había sido incautado en un registro en 1925 y cuando tras desesperadas peticiones le fue devuelto en 1929, Bulgákov lo quemó considerándolo comprometedor. La copia realizada por los chekistas fue hallada y publicada por Shentalinski, haciendo verdad la frase de Voland en El maestro y Margarita: “Los manuscritos no arden”.
Por el primer tomo desfilan otros personajes bien variados, como el sabio padre Pável Aleksándrovich Florenski, un padre Aller ruso, que unía a su condición de pope ortodoxo extraordinarias dotes de filósofo, físico, matemático e ingeniero. Había sido perseguido por la policía zarista por sus protestas contra las ejecuciones y bajo el poder soviético sufre destierro y en 1937 es fusilado. Deportado en el mar Blanco se entretenía diseñando un sistema para extraer el yodo de las algas marinas que en la guerra salvó miles de vidas. Las garantías de un proceso en aquellos años las expresó claramente Lavrenti Beria: “Denme a quien sea y en veinticuatro horas le obligaré a reconocer que es espía británico”.
El primer volumen, Esclavos de la libertad, se ocupa también de otros escritores más o menos conocidos y se aportan numerosos datos sobre su calvario: Nina Hagen-Thorn (1900-1986), que sobrevive gracias a la poesía en el blanco infierno de Kolymá. Gueorgui Demídov (1908-1986) resulta ser gracias a las investigaciones de Shentalinski, autor de Dubar, la novela que circuló como anónima por la URSS en los circuitos clandestinos del samizdat, crónica de la vida en los campos. Borís Pilniak (1894-1938) era un brillante prosista crítico con el régimen que en cierta ocasión comentó a Víctor Serge (así lo recuerda éste en sus Memorias de mundos desaparecidos): “En este país no hay un solo individuo capaz de reflexionar que no piense en la posibilidad de ser fusilado…” A finales de los años 20, la GPU le impuso un ayudante para pulir ideológicamente sus obras, nada menos que un joven Nikolái Yezhov en el comienzo de su carrera. Sus libros fueros confiscadas después de su detención en las bibliotecas y librerías. El simple hecho de conservarlos era considerado delito. Eran los tiempos en que en la URSS circulaba este chiste: “-¿Por qué estás en la cárcel? -Por pereza. -No es posible, por eso no encarcelan a nadie. -¡Sí! Una tarde estuve hablando de política con un amigo. Decidí ir a denunciarlo al día siguiente por la mañana. Pero el reaccionó más deprisa y acudió a los Órganos antes de irse a la cama…”
Se hace público también el expediente de Ósip Mandelshtam (1891-1938), genial poeta, autor de un epigrama sobre Stalin, “El montañés del Kremlin”, que valía una sentencia de muerte en aquel tiempo. Tras una primera detención en 1934 el golpe fue parado según Shentalinski por una conversación telefónica entre Stalin y Pasternak, que lo salvó al reconocerlo como “un maestro”. Esta versión contradice lo expresado por Nadiezhda Mandelshtam en sus memorias Contra toda esperanza. Tras un segundo arresto en 1938, Ósip es enviado al Gulag (su muerte es recordada en “Sherry-brandy”, uno de los Relatos de Kolymá de Varlam Shalámov). Los intentos de rehabilitar a Mandelshtam fueron infructuosos hasta 1987, durante la Perestroika. Otro autor estudiado es Maksim Gorki. Su expediente revela cómo su hijo Max fue alevosamente asesinado en 1934 por un Guénrij Yagoda en el ápice de su poder, pero ¡por amor! Tras su caída en 1937, las actas de su proceso descubren que estaba enamorado de la mujer de Max y trataba de eliminar así obstáculos a su pasión.
El segundo volumen, Denuncia contra Sócrates, arranca comentando los nuevos datos aparecidos sobre un curioso incidente ocurrido una fría noche moscovita de diciembre de 1918, cuando el coche en que viajaba el mismísimo padre de la revolución fue asaltado y retenido en la calle por unos delincuentes comunes que les robaron y les dejaron marchar, andando. Este es el relato obtenido de la declaración de testigos presenciales: “En un primer momento, el camarada Lenin pensó que era una patrulla revolucionaria y exigió: -¿Qué pasa? Soy Lenin. –Me importa un bledo que seas Levin (sic). Yo soy Koshelkov. ¡El amo de la ciudad cuando anochece!” La persecución posterior de Koshelkov es una trepidante novela policiaca que llegó a escribirse (por Martínov, un jefe de la Cheká, y en su reelaboración intervino el propio Bábel), pero no fue publicada. El manuscrito reaparece ahora.
Se analizan después las relaciones con el poder soviético de figuras literarias como Vladímir Korolenko, que en sus últimos años protestaba desde su residencia de Poltava (Ucrania) por el régimen de terror imperante y trataba de interceder por sus amigos detenidos. O Aleksandra, la hija de Lev Tolstói y responsable del archivo de Yásnaya Poliana, que llegó a ser arrestada con absurdas acusaciones de conspiración contra el poder. Borís Víktorovich Sávinkov merece un capítulo aparte. Miembro destacado del partido Socialista Revolucionario y líder del sector que optaba por la vía terrorista, participó en varios asesinatos en la época zarista, y conoció la cárcel y el exilio. En 1917 llegó a ocupar un ministerio en el Gobierno Kérenski, pero en el transcurso de ese mismo año se declara furiosamente contrarevolucionario y colabora en la revuelta de Kornílov. A partir de Octubre, se convierte en “enemigo número uno” de los bolcheviques y lucha sobre todo con su arma favorita, el terror. En 1924 es atraído engañado a Rusia y detenido. La promesa de colaborar con sus captores le permite sobrevivir con cierta comodidad varios meses e incluso soñar con la libertad, pero en mayo de 1925 salta desde el quinto piso de la Lubianka. Sávinkov había logrado fama, con el pseudónimo de Roshin, como autor de varias novelas notables, y los fragmentos de su diario desvelados ahora son el testimonio intenso de un hombre que repasa su vida y busca un sentido a lo inexplicable. Su trayectoria de verdugo y víctima ilustra como pocas la tragedia rusa del comienzo del siglo XX.
Denuncia contra Sócrates describe también las dificultades con el nuevo poder de los pensadores Berdiáev y Karsavin, expulsados del país en 1922 en el llamado “barco de los filósofos”, los poetas Andréi Bieli, Maksimilián Voloshin y Marina Tsvietáieva, los novelistas Andréi Platónov y Mijaíl Bulgákov (su trayectoria se retoma en este segundo volumen), el periodista Mijaíl Koltsov e incluso Nikolái Erdman y Vladímir Mass, guionistas de la primera y más famosa comedia musical del cine soviético, Los chicos felices (1934). Sobre todos ellos se descubre en el libro información inédita.
En el último volumen de la trilogía, Crimen sin castigo, les toca el turno a dos de los principales poetas rusos del siglo XX, Anna Ajmátova y Nikolái Gumiliov, unidos en matrimonio entre 1910 y 1918. Él es detenido en 1921 en relación con el caso Tagántsev, una oscura y anémica conspiración que sirvió a los bolcheviques para deshacerse de una muchedumbre de opositores. En agosto de ese año es fusilado. Años más tarde, Anna lucha para conseguir la liberación de su hijo Lev Gumiliov y su tercer marido, Nikolái Punin, historiador del arte, arrestados varias veces por actividades antisoviéticas que no pasaban de “terrorismo verbal”. Punin muere en el Gulag unos meses después que Stalin. Lev Gumiliov, etnógrafo e historiador, sobrevivió hasta 1992. Se penetra también en la confrontación de corrientes literarias vivida en la URSS: los “trotskistas” agrupados en torno a Aleksandr Voronski, fusilado en 1937, o los narradores de estirpe popular como Artiom Vesioli, fusilado en 1938. Un papel esencial en esta represión lo realiza Leopold Averbaj, presidente de la Asociación de Escritores Proletarios, pionero del realismo socialista y máximo censor de la literatura soviética. Íntimo de Guénrij Yagoda, cae con él y es fusilado en 1938.
Son años plenos de biografías truncadas. Leonid Kanneguísser era un prometedor poeta y militante del partido Socialista Popular de Kérenski que, conmovido por la ejecución de un amigo íntimo, asesinó en agosto de 1918 a Moiséi Uritski, presidente de la Cheká de Petrogrado, acelerando con ello la instauración del Terror Rojo. Es fusilado en septiembre con veintidós años de edad. Buceando en las historias a través de los escritos inéditos de sus protagonistas, sus declaraciones y los comentarios de los jueces, logramos una perspectiva privilegiada sobre la locura de aquellos tiempos. Intocable sin embargo fue el eminente fisiólogo Iván Pávlov, con inmenso prestigio internacional y primer ruso laureado con el premio Nobel. Fue uno de los pocos que pudo expresar sus opiniones críticas impunemente dentro de Rusia. En una ocasión afirmó: “Yo no sacrificaría ni el anca de una rana por este experimento social que llevan a cabo los bolcheviques”.
La trilogía describe en detalle la sangrienta represión de la creación literaria que se vivió en la Unión Soviética. La documentación aportada tiene un valor inapreciable y merece ser leída y meditada con sosiego. El proyecto quedaría completo si estos datos fueran acompañados de una valoración ajustada de su significado y enjundia dentro de la historia universal de la infamia. Sin embargo, en este sentido el autor se limita a resaltar el carácter extraordinario de los que no duda en calificar como “delitos sin parangón en la historia de la humanidad”. Éste es un asunto altamente polémico que nos retrotrae al famoso Libro negro del comunismo y al no menos famoso Libro negro del capitalismo que le respondió, y que por su transcendencia hubiera merecido un tratamiento más extenso y objetivo.
La represión del pensamiento disidente por parte del poder es algo universal y la diferencia está en las formas y grados de esta represión. La persecución de escritores en la época post-estalinista de la URSS analizada cuantitativamente mostraría probablemente índices no muy distintos de los que se dieron y dan en otros regímenes autoritarios. La de los años anteriores, en su intensidad excepcional refleja más que nada la magnitud del experimento social que se llevaba a cabo y la crueldad de un poder dictatorial que con el propósito de construir un mundo nuevo comenzó por actuar sin contemplaciones y acabó enloqueciendo. De todas formas, lo más peculiar de lo narrado no es su brutalidad, pues una en grado equivalente podemos verla en muchos escenarios de la historia, e incluso en nuestros días, sino el hecho de que ésta cayera sobre un grupo humano que suele salir mejor librado de las convulsiones sociales, una muchedumbre de inspirados poetas, narradores más o menos vanguardistas e inofensivos sabios.