Primera versión en Rebelión el 24 de octubre de 2012
Aleksandr Kuprín forma parte de ese amplio grupo de escritores rusos cuya gran calidad literaria no resulta suficiente en apariencia para abrirles un lugar en el mundo hispanohablante. Muy conocido en Rusia, incluso hoy día, con adaptaciones cinematográficas de varios de sus libros y hasta un asteroide nombrado en su honor, ha sido sin embargo escasamente traducido al castellano. Es de esperar que la edición reciente de dos de sus obras más importantes, El duelo y Sulamita, por parte de Nevsky Prospects, pueda servir para abrir brecha y aumentar entre nosotros la popularidad de un autor fundamental entre los de una época literariamente tan gloriosa como lo fue en Rusia la de transición entre los siglos XIX y XX.
Aleksandr Kuprín nació en Narovchat, una pequeña ciudad de la Rusia central en 1870, hijo de un funcionario que murió cuando él tenía un año y una princesa tártara. Recibió educación en escuelas militares y llegó a graduarse como teniente, pero abandonó el servicio en 1894 para dedicarse a muy diversos oficios, desde periodista, actor o artista de circo hasta dentista y cazador, pudiendo afirmarse que todas estas experiencias contribuyeron a enriquecer una obra literaria que comenzó a desarrollar con intensidad por aquellos años. La publicación de El duelo en 1905 le trajo la fama y los elogios de la elite intelectual rusa del momento, de Lev Tolstói a Gorki, pasando por Chéjov y Andréiev. Tras la revolución, en desacuerdo con los bolcheviques, Kuprín emigra a Francia en 1919, y allí continúa su actividad literaria, perjudicada por etapas de alcoholismo. En 1937, gravemente enfermo, regresa a su patria, muriendo el año siguiente en Leningrado. La obra de Kuprín se alimenta tanto de su amor por la naturaleza como de su capacidad de observación, que unida a su rica trayectoria vital y su penetración psicológica, le hizo crear piezas maestras del realismo. Su predilección por personajes neuróticos y vulnerables y la excelencia de su prosa marcan también una producción extraordinariamente variada y siempre de una gran profundidad humana. Muestra de esta variedad la tenemos en las dos obras que Nevsky Prospects acaba de añadir a su catálogo, con traducción ambas de Gonzalo Guillén Monje.
El duelo, que se publica además con una introducción de James Womack, es probablemente la novela más importante de Kuprín y nos presenta un retrato crítico y fidedigno, en el que se adivina la carga autobiográfica, del ejército zarista en sus últimos tiempos, cuando su existencia enquistada en rutinas odiosas estaba a punto de derrumbarse. El libro es capaz de transmitirnos toda la monótona e insatisfactoria vida que su autor conoció como joven militar, plena de ejercicios de instrucción repetidos hasta el infinito, borracheras despiadadas y aburridas tertulias. La que se nos muestra es ciertamente una triste vida y en ella el soldado es la víctima propiciatoria. La violencia que contra él era norma queda mostrada en muchas páginas magistrales. El protagonista de la obra, el subteniente Georgui Romáshov, se integra en esa tradición de “hombres superfluos” tan cara a la literatura rusa, seres capaces sólo de soñar y absolutamente inhábiles para todo lo demás. La existencia de Romáshov sigue carriles marcados y de las bien fundadas críticas con que consigo mismo se entretiene no surgirá nada. Bailes en el casino, tediosa rutina cuartelera y un amor adulterino que trae la catástrofe serán la única realidad que alcance el soñador. Se trata de penetrar con inteligencia la vacuidad de un mundo a la deriva y Kuprín es un maestro en ese arte. Lo más deslumbrante del libro es la habilidad del protagonista para desnudar sin paliativos toda esta miseria, y hay un momento incluso en que pergeña en su mente el relato genial que tenemos entre las manos, una crónica exacta y demoledora de la vida militar durante el zarismo.
Sulamita, presentada en esta edición con ilustraciones de Alfonso Rodríguez Barrera, está en el otro extremo de la producción de Kuprín. La radiografía certera deja paso aquí a un lirismo barroco y ensoñador para reescribir la leyenda de El Cantar de los Cantares y narrar los amores del poderoso rey Salomón con una joven campesina llamada Sulamita. Es un experimento de preciosismo literario con minuciosas descripciones de los lujos y lujurias de la corte y una historia muy clásica de idilio frustrado por los celos y la envidia, en este caso de la odiosa y lúbrica reina Astis. El relato incorpora en su narración gran cantidad de fragmentos del texto bíblico.
Dos libros muy diversos, en fin, para admirar el talento multiforme de un autor que llevó el realismo a una de sus más altas cotas dentro de las letras rusas