Primera versión en Rebelión el 22 de marzo de 2014
Jean Ziegler, profesor emérito de sociología de la Universidad de Ginebra, conoce bien el funcionamiento del capitalismo depredador que nos gobierna tras su responsabilidad entre 2000 y 2008 como relator especial de la ONU para el Derecho a la Alimentación. Su interés por sacar a la luz aspectos ignorados o mal comprendidos de este desastroso régimen económico ha quedado plasmada en una serie de libros imprescindibles, algunos de los cuales han sido reseñados en Rebelión: El imperio de la vergüenza (2006), El odio a Occidente (2010) y Destrucción masiva: Geopolítica del hambre (2012). Los nuevos amos del mundo fue publicado por destino en 2002 en traducción de Eduardo Gonzalo Navarro y ha sido reeditado en 2013.
Un prólogo introduce la nueva edición con la constatación de que en el tiempo transcurrido desde la aparición del libro, las condiciones de vida de los ciudadanos europeos han empeorado hasta el punto de que el hambre amenaza a un alto porcentaje de niños en numerosos países. El paro y los empleos precarios han traído esta lacra. Parece que los estragos que se van a describir en la obra empiezan a extenderse a territorios otrora privilegiados. El prefacio presenta las cifras aterradoras del hambre en el mundo. Aproximadamente uno de cada seis de sus habitantes padecen una desnutrición crónica y mutiladora, cuando la realidad es que el planeta podría producir alimentos para el doble del número de personas que lo pueblan. Se expone luego el plan del libro, consistente en mostrar cómo se ha llegado a este genocidio silencioso y asumido, quiénes son sus culpables y quiénes luchan por detenerlo.
La primera parte de la obra “Mundialización, historia y conceptos” comienza con una radiografía de la economía global. Tras siglos de esclavitud que permitieron el desarrollo de Occidente, los avances tecnológicos han marcado el rumbo que ha seguido el desastre para conformar un mundo donde la explotación está globalizada y élites minúsculas saquean recursos, fijan precios a su conveniencia, arruinan países y condenan a muerte a millones de personas. Ninguna consideración humana es tolerada en esta economía enloquecida en la que la codicia rige todo de acuerdo con sus leyes.
Se analiza después el significado de 1991, año fundamental en la historia de la humanidad en el que la implosión de la URSS lleva a los EEUU a asumir un dominio imperial sin cortapisas, rechazando cualquier forma democrática basada en el diálogo y el consenso para la gestión de los asuntos entre estados. Rápidamente, el imperio demuestra hasta qué punto desprecia el derecho internacional. Ziegler multiplica ejemplos clarísimos de esto. Tras el 11S, el gasto militar de los EEUU se dispara, y los terroristas, definidos como cualquier persona u organización que sea designada como tal, son el argumento utilizado para que el Imperio haga realmente lo que le viene en gana. Todo se justifica en la lucha contra el “terrorismo”.
El régimen brutal impuesto al mundo tiene un nombre anodino: “Consenso de Washington”. Sus principios concretos son una orgía de privatizaciones y desregulaciones, impuestos y recortes para los pobres y privilegios para los ricos. Su lema podría ser “Todo el poder para la banca”. Su estrategia genial es camuflarse en una ciega fatalidad de “camino sin alternativas” y mostrarse siempre como cristalización inevitable de la “libertad económica”. Y ante esta ideología global triunfante, el ser humano, sin coordenadas, se refugia en el abismo identitario: raza, patria, religión excluyente…
La aberrante desigualdad en la distribución de la riqueza que se observa en el mundo muestra a las claras la mentira del dogma neoliberal: que la globalización beneficia a todos y garantiza la paz. Se aportan datos contundentes de que esto es falso. Lo más sorprendente, sin embargo, es que en muchos casos los culpables de estos crímenes están convencidos de la bondad de sus argumentos. Para ellos, el régimen de rapiña neoliberal impuesto al planeta es el único camino y la única solución posible a todos los problemas planteados.
La segunda parte del libro se dedica a presentarnos a los principales responsables de la situación actual, los ricos entre los ricos, depredadores que amasan grandes fortunas con la explotación despiadada de los trabajadores del tercer mundo. Una cruel vuelta de tuerca a esto es el caso de los banqueros especializados en quedarse con el dinero de los dictadores más sanguinarios que a su vez lo robaron a sus pueblos. Caídos los tiranos, estos pueblos no tienen apenas posibilidades de recuperar lo que en justicia les pertenece. La banca suiza domina este arte.
En el espacio que habitan estos privilegiados, la moralidad está prohibida. Muchos son especialistas en fusiones de empresas y ajustes de personal que condenan al paro a miles de trabajadores, y aunque su gestión sea desastrosa, contratos blindados les garantizan una fortuna al retirarse. Ajenos a cualquier ética, estos son los monstruos que manejan las grandes finanzas del mundo, con los gobiernos más poderosos como cómplices y los más débiles como juguetes en sus manos cuando toda soberanía se eclipsa ante el diktat económico. La globalización provoca implacables recortes de derechos y miseria sin límites, y la única alternativa parece un fortalecimiento del rostro más social del estado. Se volverá sobre esto.
La II Guerra Mundial fue un holocausto en el que murieron entre 50 y 55 millones de personas. Pues bien, el capitalismo, por medio de hambrunas, enfermedades y conflictos locales debidos a la miseria, mata cada año un número comparable de seres humanos. Estas muertes podían ser perfectamente evitadas y podemos hablar con toda propiedad de asesinatos. La explotación salvaje del tercer mundo permite la deslocalización de empresas y así el paro crece en el primer mundo mientras los derechos laborales caen por los suelos. La esclavitud ha regresado. Y del otro lado, brokers puestos de anfetaminas y ganando millones en operaciones ajustadas al segundo.
Se trata luego la devastación de la naturaleza como otra consecuencia del mercado globalizado. Aquí también los números son desoladores. Destrucción de bosques en la Amazonia o desertificación del Sahel son dos rostros del desastre. Los que son privados de sus formas de vida tradicionales se convierten en los más pobres entre los pobres, refugiados ecológicos en los suburbios sórdidos de las megaurbes.
Un papel esencial en la explotación del tercer mundo lo juegan los gobernantes corruptos que acumulan fortunas estratosféricas: los Marcos, Somoza, Mobutu o Duvalier, por ejemplo, verdugos de sus pueblos y a la vez niños mimados de sus poderosos cómplices de la banca internacional. Aunque se trata de tomar medidas contra la corrupción, en la práctica resulta imposible combatirla porque no deja de ser un instrumento más de enriquecimiento de las élites. Lo mismo ocurre con los paraísos fiscales, espacios diseñados por el capitalismo global que nos gobierna para que el dinero escape de la tributación. En ellos convergen ganancias de actividades legales e ilegales y todas son custodiadas opacamente con grave perjuicio de los sistemas fiscales de los estados.
En la tercera parte del libro, conocidos ya los depredadores, Ziegler nos acerca a sus mercenarios, las organizaciones a sueldo del poder mundial que hacen posible el desastre. La primera analizada es la OMC (Organización Mundial de Comercio), fundada en 1994 con el fin de fijar las reglas del comercio mundial. Se describe su funcionamiento, ciertamente complejo, pero que puede resumirse como una dictadura de los países ricos sobre los pobres, una dictadura sanguinaria disfrazada de consenso que no es tal porque el tercer mundo está a merced de las represalias del primero. El cinismo criminal de los que subvencionan sus productos agrícolas y se oponen a que otros lo hagan, o se niegan a crear normas para combatir enfermedades o el hambre resulta realmente nauseabundo.
Le toca luego el turno de ser diseccionado al Banco Mundial, último prestamista, usurario y mafioso, para los estados desvalidos del planeta. Entre 1968 y 1981 lo dirige Robert McNamara, que había sido secretario de Defensa de Kennedy y Johnson. El genocida de Vietnam se supera a sí mismo en el nuevo puesto. Si antes arrasaba aldeas, ahora hace lo propio con países enteros. De todas formas, hay que decir que la ideología profesada por el Banco Mundial ha ido cambiando con el tiempo en apariencia. Siguiendo las modas, han hablado de desarrollo sostenible, e incluso de desarrollo humano. Lo que no varía es su praxis: “estricta racionalidad bancaria, explotación sistemática de las poblaciones concernidas y apertura forzosa de los países a los depredadores del capital globalizado.” Su mentalidad criminal llega al extremo de “comprar” ONGs para hacerlas dóciles a sus fechorías.
El FMI se plantea fines loables, como la estabilidad monetaria y de los tipos de cambio, la financiación del desarrollo o la lucha contra la hipertrofia burocrática o la corrupción, pero sus métodos están profundamente equivocados. Los créditos imprescindibles para pagar la deuda se conceden sólo a cambio de la entrega de todo lo que es rentable en el país a empresas norteamericanas o europeas. Inevitablemente, el dinero de estas privatizaciones va a parar en gran parte a los bolsillos de políticos, militares y funcionarios deshonestos. Se repasan casos como los de Argentina y Brasil, donde las brutales políticas de ajuste impuestas llevaron a estos países al desastre. En Brasil, la miseria genera una proliferación de robos y asesinatos a los que el gobierno responde únicamente con represión.
Se recuerdan luego las contundentes críticas del premio Nobel de economía Joseph Stiglitz a las políticas del FMI y su ignorancia arrogante que provoca calamidades por todo el mundo. Hay que decir además que estos organismos tienen la caradura de proclamarse apolíticos, cuando sirven impúdicamente a los intereses imperiales. Sólo hay que ver para comprobar esto su condescendencia con los gobiernos cómplices de las políticas estadounidenses, como Pakistán o Uzbequistán.
El capítulo siguiente nos acerca a algunos de los países más pobres del planeta, los parias entre los parias, desangrados por los intereses de la deuda. Las ayudas de los países ricos a estos descendieron en torno al 45 % entre 1990 y 2000. Ninguna esperanza. Se analizan varios ejemplos: Níger y Guinea, donde el FMI ejerce de brutal colonizador y privatiza y esquilma todo lo esquilmable a sueldo del capital internacional. Estos son países ricos en ganado, pero el FMI ha forzado la desaparición de los servicios veterinarios del estado y con ello ha provocado la ruina de este sector. Los detalles de este proceso son escalofriantes. En Mauritania el FMI ha destruido la estructura agraria del país, y la propiedad de la tierra ha ido a parar a unos pocos financieros, con lo que el hambre y la miseria reinan. Muchos son los países que las políticas del FMI han llevado a la ruina. Es el saqueo en su estado más puro.
Después Ziegler nos presenta el perfil humano de los mercenarios del BM y el FMI, un asunto que confiesa que le intriga profundamente. No es para menos. Si los depredadores son típicos animales de presa dispuestos a enriquecerse sin ninguna frontera ética, el caso de estos empleados que podrían ganar mucho más dinero sirviendo directamente a los depredadores es muy distinto. Son seres inteligentes cegados por una doctrina inhumana (caso frecuente en la historia por otra parte). Viven en estrecho contacto con los altos funcionarios americanos y “el superego colectivo del imperio les impregna y absorbe sin que acierten a darse cuenta.” Hay que decir además que estos criminales visitan sólo oficinas ministeriales y hoteles de lujo de los países a los que destrozan y nunca miran a los ojos a sus víctimas.
La cuarta parte de la obra se dedica a identificar los lugares donde puede residir en estos momentos la esperanza para este mundo martirizado. Cuando los estados-nación pierden el control sobre su territorio y la jungla lo invade todo, algunos hablan de “soberanismo”: recuperar el poder de los estados, pero no parece que ese retorno sea ya posible. J. Habermas propone fortalecer la ONU y transformarla en la encarnación de la conciencia pública universal. Un vistazo a esta institución muestra aspectos muy positivos, con políticas reales de ayuda para tratar de solucionar los problemas, pero estas son insignificantes al lado de la destrucción provocada por los depredadores y sus mercenarios. Sólo la sociedad civil planetaria puede encarnar hoy día la esperanza.
El marco ideológico del desastre es un pensamiento único que domina de forma pasmosa. No hay necesidad de alternativas. La utopía que iluminó a los pobres en el siglo XIX y parte del XX se ha esfumado. Para Ziegler esto es resultado de los errores del “bloque comunista” durante el siglo XX, que degeneró en regímenes totalitarios, y de la traición de la socialdemocracia, vendida al capitalismo. Es sólo sobre este amasijo de ruinas que los neoliberales pueden presentarse como paladines de la “libertad”, cuando la única que ofrece el capitalismo globalizado al ser humano es la de ser explotado a muerte sin ninguna defensa.
¿Dónde están los frentes para la necesaria protección ante estos crímenes? En una sociedad civil que se moviliza a marchas forzadas. Un ejemplo: en Porto Alegre estuvieron representados más de dos mil movimientos sociales de ochenta y ocho países. Se agrupan aquí: organizaciones obreras y sindicales; movimientos campesinos de países tan diversos como pueden serlo Francia y Ecuador, pero animados por un mismo espíritu; grupos que luchan por los derechos de las mujeres; comunidades indígenas y movimientos ecologistas.
Hay además asociaciones con un espectro más amplio: como ATTAC, empeñada en la globalización de los derechos humanos y democráticos, y con la tasa Tobin como frente de batalla más conocido, o Jubileo 2000, que reclama una anulación completa e inmediata de la deuda externa de los países del tercer mundo. Se citan más ejemplos. En muchas de ellas participan los especialistas y científicos más prestigiosos.
Un reto es que todos estos grupos tienen que coordinarse y conseguir sinergias de funcionamiento sin uniformización ni imposiciones, en un contexto de respeto mutuo. Un objetivo fundamental de todos ellos es concienciar de la realidad a los ciudadanos, deshaciendo la maraña de mentiras tejida por los dueños del mundo. Todos comparten tres convicciones: la necesidad de instaurar una democracia de base en el planeta, la negativa a aceptar las desigualdades sociales y la defensa del medio ambiente contra la depredación del capitalismo. Se recuerdan éxitos alcanzados ya, como la detención de la destrucción de la selva amazónica de Ecuador.
En el siguiente capítulo se repasan las armas de lucha. Tras los totalitarismos nazi y estalinista, la humanidad conoce hoy otro mucho más sutil, el TINA (There is no alternative), una doctrina letal basada en el silencio y la ignorancia, un demonio sin rostro. ¿Cómo defenderse contra él? Una primera vía es la dinámica creada de los foros alternativos. Cuando los criminales anuncian una de sus reuniones, allí se va una muchedumbre de personas a decirles a la cara su ignominia con debates de expertos, conferencias y mil formas de difusión de información, pero también con fiestas, música y teatro, con alegría compartida porque el cambio está ya vivo en la conciencia que nace. Se describen tácticas enormemente imaginativas en esta línea y también la brutalidad de la respuesta policial, que ha dejado a veces muertos sobre el asfalto. También se revisa el papel negativo de la violencia, manipulada o no por la policía, en estos eventos.
Otro método de lucha es la reapropiación del espacio público. Mucho se ha avanzado por este camino desde la primera edición del libro en 2002, pero entonces había ya grupos, como el británico Reclaim the streets, empeñados en recuperar para la gente lo que exhibe sólo muchas veces la dinámica loca del capitalismo: ruido, contaminación, incomunicación humana y destellos sólo para las mentiras de la publicidad. Otra estrategia de lucha son las grandes marchas, como las que organiza en Brasil el MST (Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra), una de las cuales fue masacrada por la policía en 1997 en el estado de Pará con decenas de muertos.
El último capítulo repasa precisamente la historia y los métodos de lucha del MST. En un país de terratenientes y millones de campesinos pobres, estructura social heredada de la colonia, la estrategia impuesta por el FMI con la complicidad de los gobernantes de Brasil es la dedicación de grandes extensiones a cultivos intensivos para la exportación. Este sistema condena a millones de personas a la miseria y en respuesta a ello el MST promueve la ocupación de tierras improductivas por parte de los campesinos, lo cual es posible hasta cierto punto dentro de la legalidad.
En esta dinámica, las diferencias entre estados son cruciales, pues mientras en algunos, como Rio Grande do Sul, estas actividades son toleradas, en otros donde todo lo manejan los propietarios a través de gobiernos comprados, los ocupantes son dispersados a sangre y fuego. La lucha también se libra en los tribunales, y los éxitos conseguidos han permitido crear una federación de cooperativas con sede en São Paulo. 250000 familias viven ya en asentamientos legales, mientras 100000 siguen en campamentos al borde de la ilegalidad y 4 millones aguardan su turno de lograr una forma de vida digna.
El MST se enfrenta a las trampas judiciales de los terratenientes y sus cómplices, al asesinato de sus miembros por parte de mercenarios y a la difamación de los medios vendidos al poder, los de mayor difusión, pero lucha con denuedo, crece y supone hoy mismo una referencia sólida y pujante de movilización por los derechos de los desposeídos. En la estela de esta organización, además, nacen otras, como la de los trabajadores sin techo, dispuestas a denunciar los robos de tierras comunales, tan frecuentes en Brasil, y también a ocuparlas y resistir valientemente.
A modo de conclusión, Ziegler reflexiona sobre la pérdida de soberanía de los estados, sometidos a poderes económicos controlados por el capitalismo global. El retorno de la democracia es posible, pero su sujeto ha de ser necesariamente la sociedad civil planetaria. No puede decirse que no existan alternativas bien estudiadas, factibles y concretas. El segundo foro social mundial las planteó con claridad meridiana en Porto Alegre en 2002 y son un abanico de medidas sumamente razonables como la condonación de la deuda externa de los países pobres, la supresión de los paraísos fiscales o la aplicación de la tasa Tobin, entre otras. Los criminales globales nunca van a promoverlas y corresponde a la sociedad civil mundial movilizarse con todos sus recursos para exigirlas. No hay otro camino para salir del desastre.
Creía ilusamente Adam Smith que las riquezas generadas por la llamada “libertad económica”, que es en realidad sólo la libertad de los ricos para enriquecerse sin fronteras éticas, se redistribuirían a toda la sociedad por un beneficioso efecto de goteo. No sabía que la codicia humana no conoce límites. La historia del mundo desde su época hasta la nuestra, con colonialismo y luego capitalismo en pleno funcionamiento, ha sido una constatación del fracaso de esta idea con una exacerbación de las desigualdades hasta un extremo realmente insoportable. El mayor problema, sin embargo, es que vivimos esta catástrofe sin apenas darnos cuenta, narcotizados o percibiéndola como si no tuviera remedio y el crimen, en vez de ser resultado de la actuación de criminales, lo fuera más bien del despliegue de una ley natural sin alternativas posibles.
Los libros de Jean Ziegler son fundamentales porque él conoce como pocos la situación actual en los países más pobres del planeta y ha investigado sus causas con el rigor del científico. Son obras que aportan datos enormemente precisos, pero ofrecen además un acercamiento a todos los protagonistas de la historia, víctimas y verdugos, y multiplican experiencias plenas de vida que muestran a cada paso cómo detrás de las cifras frías lo que hay son desgarradoras tragedias humanas. Son gratos de leer a pesar de su temática porque nos despiertan de la modorra en que nos tiene sumidos el pensamiento único dominante. Es por eso que tengo la impresión de que la conciencia crítica que puede cambiar las cosas se expande con las obras de Jean Ziegler como con las de ningún otro escritor. La construcción de un mundo a la medida del ser humano sólo comenzará cuando una masa crítica de población sea capaz de ver la infame realidad en que vivimos inmersos y las causas que la provocan.