Primera versión en Rebelión el 9 de mayo de 2014
El asturmexicano Paco Ignacio Taibo II ha cultivado la historiografía y la literatura de creación, pero tampoco se ha resistido a mezclar dosis de una y otra en libros mestizos que tratan de explorar, más allá de los hechos probados, la trama de momentos cruciales. Arcángeles. Doce historias de revolucionarios herejes del siglo XX (Traficantes de sueños, 1998), con su sólida base historiográfica, pertenece al primer grupo y sólo pocas veces echa a volar la imaginación buscando respuestas para alguno de los enigmas que plantean los datos. Se trata de una colección de biografías anudadas por el afán de mostrar que ese siglo XX que tan mal nos ha dejado tenía potencial humano, por debajo de los oropeles de la gran historia oficial, para mucho más de lo que fue. Los elegidos, como vamos a ver, son todos revolucionarios que a pesar de profesar ideologías diversas, tienen un aire de familia. Este tal vez proceda de que todos ellos, en un momento clave, hicieron caso más a su corazón que a los centros y estructuras de poder y, fieles a su intuición, con la “maravillosa terquedad” que el autor del libro les señala, nos muestran el camino más prometedor para una transformación radical de este triste planeta. Todos ellos, sin embargo, aunque unos más que otros, han sido condenados a un olvido que nos oculta lo más valioso de la tradición emancipadora.
Juan Ranulfo Escudero era hijo de un comerciante gachupín de posición acomodada y nació en Acapulco en 1890. Con diecisiete años va a estudiar a Oakland en California, de donde vuelve con unas ideas anarquizantes que lo hacen fundar en 1913 un sindicato y luchar activamente por los derechos de los obreros. En 1915 es expulsado de Acapulco y tras residir en diversos lugares recala en Tehuantepec, y allí trabaja de secretario de juzgado. Mantiene estos años relaciones con Ricardo Flores Magón y otros anarquistas mexicanos y en 1918 regresa a Acapulco.
Taibo nos describe la situación en este puerto, sometido a la tiranía comercial y política de tres familias españolas con los métodos más brutales. Escudero aprovecha funciones cinematográficas para arengar a las masas y en poco tiempo echa a andar el POA (Partido Obrero de Acapulco), que cuenta con una amplia base social y edita el periódico semanal Regeneración, denunciador incansable de todos los atropellos. Así se organizan huelgas y se predica sin tregua un programa reformista que sintoniza con el que desarrolla por aquel entonces el presidente Obregón, un hombre que sin embargo se mostrará demasiado tibio en muchos casos en la defensa de sus “correligionarios”.
En las elecciones de 1920, Escudero gana el cargo de Presidente Municipal y aunque hay resistencias de todo tipo, toma posesión de él, aplicando políticas de progreso que hacen que el POA gane al año siguiente las votaciones para el congreso local. No obstante, los caciques movilizan todos sus recursos, hostigan, calumnian y acaban poniendo un precio de dieciocho mil pesos a la cabeza de Escudero. Es así como algunos ex colaboradores suyos que él había denunciado por corrupción se unen a los militares y asaltan el ayuntamiento. Aquí va a producirse la “primera muerte” de Escudero, cuando vencida la resistencia que opone con sus fieles, el mayor Flores le propina lo que entonces creyó que era el tiro de gracia.
Dado por muerto por sus enemigos, Juan es recogido por los suyos y operado, y logra sobrevivir, aunque con graves secuelas, con el brazo derecho amputado y paralizado del lado izquierdo, e imposibilitado de hablar correctamente o escribir. Ocurre esto en marzo de 1922. Los meses siguientes, el POA se organiza mientras los sables siguen en alto. El apoyo popular le permite ganar elecciones, pero los gachupines conspiran y amenazan de continuo. En diciembre de 1923, los militares, untados con oro español, se sublevan y detienen a Juan y dos de sus hermanos, que son fusilados el día 20 de ese mes. En su lenta agonía, Juan Ranulfo Escudero repetía una frase a sus camaradas: “Sigan adelante, que nuestra muerte no haya sido en vano.”
Friedrich Adler, físico, periodista y líder de la socialdemocracia austriaca, es de los pocos de su partido que en 1914 se oponen frontalmente a la guerra. Desatada la carnicería, lucha contra ella desde Viena con sus escasos medios. En 1916, desesperado, recurre a un acto de violencia y ejecuta de tres disparos en un restaurante al conde Stürghk, ideólogo del absolutismo austriaco. En el juicio, Adler renuncia a la línea de defensa propuesta por sus abogados de alegar locura y reivindica su acción como una forma de lucha contra el criminal disparate de la guerra. Está dispuesto a morir y se sorprende enormemente cuando la pena capital es conmutada a cadena perpetua para evitar un estallido social. Corría el revolucionario año 1917. En 1918, al desmoronarse el imperio, Adler es liberado y retoma su compromiso político con el partido socialdemócrata, coordinando más tarde la ayuda a la república española durante la guerra civil. En 1918 escribió: “Vivir serio y morir alegre es todo lo que un hombre puede desear”.
Al sindicato de pintores mexicano se dedica el siguiente capítulo. Nacido en 1922, es resultado de la militancia de algunos de los autores de la iniciativa, como Diego Rivera, que ese mismo año ingresa en el Partido Comunista Mexicano (PCM). Estos artistas trabajaban en estos momentos intensamente en proyectos financiados por el estado y lo seguirán haciendo en los meses siguientes, produciéndose un desarrollo asombroso del arte mural mexicano. Este va ligado a un fuerte compromiso político y encuentra resistencias en el gobierno, la prensa y los medios sociales más conservadores. La estética innovadora tampoco fue comprendida por muchos. A finales de 1923 y en 1924, el sindicato toma partido activamente con el PCM contra la revuelta de generales delahuertistas y en defensa acrítica de un gobierno escasamente defendible. En 1924 nace también el periódico El machete, que sirve de portavoz del grupo y es dirigido colectivamente por Rivera, Siqueiros y Guerrero. Los estudiantes de la Escuela Nacional Preparatoria, donde se ejecutaban bastantes trabajos, eran eternos enemigos de los artistas y se lanzaron en esta época a la destrucción de los murales. Poco después, los pintores son despedidos y el sindicato se disuelve tras 32 meses de existencia.
Hija de un profesor socialdemócrata, Larisa Reisner (1895-1926) es una intelectual y escritora rusa que vive con veintidós años la revolución de octubre y encuentra en ella la luz que iluminará su vida. Esposa del líder bolchevique Fiódor Raskólnikov, lo acompaña y participa en las luchas de la guerra civil y luego realiza misiones diplomáticas en Afganistán. Tras romper con Raskólnikov, Larisa trabaja en Alemania para la internacional comunista y vive en pareja con Karl Rádek. En Berlín y Hamburgo acaricia el sueño de la revolución y muere a finales de 1926 de tifus con 30 años, cuando se producía el ascenso imparable de Stalin; cuatro de los seis hombres que llevaban su féretro caerán en las purgas. Su vida fue la cristalización de una pasión que nos alcanza en las páginas de sus libros: escenarios de la guerra civil rusa, Afganistán y la república de Weimar, momentos y lugares decisivos de la historia.
La información que Taibo ha conseguido reunir sobre su siguiente protagonista, Sebastián San Vicente, cabe en unas pocas cuartillas. Vasco de Guernica, lleva la vida errante de un revolucionario y en 1922 asiste al congreso que dará origen a la CGT, el sindicato anarquista mexicano, del que es elegido subsecretario. Se sabe también que anduvo por Estados Unidos, Cuba y Guatemala, y su rastro se pierde tras su expulsión de México en 1923, aunque se sabe que llegó sin novedad a La Coruña y se rumorea que murió en los alrededores de Bilbao en 1938 mientas luchaba en un batallón de las milicias de la CNT. Sebastián San Vicente es un obrero revolucionario como tantos que llamaban con sus manos callosas a las puertas de la utopía en los comienzos del siglo XX. Taibo le dedicó una novela publicada en 1986, De paso.
El siguiente capítulo presenta un guion para un programa de televisión que nunca fue realizado sobre la muerte de Adolf Abrámovich Joffe. Alternan planos en que éste nos cuenta su vida y otros con escenas tras su suicidio en noviembre de 1927, cuando Stalin toma firmemente en sus manos las riendas del poder soviético y comienzan las expulsiones en los altos órganos. Trotski, Serge, Rakovski y otros bolcheviques, entierran el cadáver en un ambiente crispado. Es el Thermidor de la Revolución rusa que tuvo en Joffe a uno de sus protagonistas. Enfermo y espectador impotente de lo que se precipitaba, pone fin a sus días al percibir que pierden todo su sentido. Alguna vez había dicho que la vida sólo lo tiene cuando es posible emplearla en algo infinito y en ese momento el infinito que había sido la revolución se desmoronaba en torno a él.
Después Taibo nos narra los primeros episodios de las andanzas americanas de Buenaventura Durruti y Francisco Ascaso, cuando abandonan la península prófugos de la dictadura de Primo de Rivera. Llegan a Cuba en 1924 y pronto se dan a conocer ejecutando al propietario de una hacienda cañera famoso por las torturas y palizas que propinaba a sus trabajadores. Pasan luego a Yucatán y en abril de 1924, ya en el D. F. se llevan 4000 pesos de la fábrica textil La Carolina, en un atraco en el que un empleado de la empresa resulta muerto. Los fondos son destinados a financiar una escuela racionalista que la CGT estaba promoviendo. Durruti y Paco Ascaso, a los que se habían unido en marzo Alejandro Ascaso y Gregorio Jover, que participaron ya en lo de La Carolina, al no encontrar entre los libertarios mexicanos, poco dados al ilegalismo en aquel momento, un grupo de apoyo para sus actividades, deciden dejar México a finales de mayo y continuar su periplo americano por tierras chilenas y argentinas. Taibo alterna el relato objetivo de estos hechos con crónicas periodísticas que muestran sobre todo el despiste de la policía que los investigaba.
El siguiente protagonista es el anarquista mexicano Librado Rivera, detenido en 1918 en su exilio en los EEUU junto a Ricardo Flores Magón, que muere en prisión en 1922, asesinado muy probablemente. Arrecian desde México las campañas por la libertad de Librado y este es al fin puesto en la frontera en octubre de 1923. Tiene 59 años, pero conserva toda la energía de la juventud. Se establece en la casa familiar de San Luis Potosí y retoma la vieja lucha, la eterna lucha. Analiza la situación con calma. México es por entonces un país en el que gobiernan viejos revolucionarios en su propio provecho, y donde demasiados clanes pretenden defender el cambio social sin que un ojo avisado vea en ellos más que engaño y ansia de poder.
Se le ofrecen una cátedra y un sillón en el senado, pero el viejo revolucionario rechaza esa claudicación. Al fin decide colaborar con la CGT y parte para Tampico, baluarte de la organización y lugar de intensa conflictividad social. Entre los grupos obreros del puerto, Librado se suma a los Hermanos Rojos, centrados sobre todo en labores de propaganda con su periódico Sagitario y en poco tiempo consigue que asuman una nueva línea más comprometida con las luchas del momento. Siguen meses febriles de huelgas que Librado apoya desde Sagitario y otros papeles anarquistas, mientras se gana la vida vendiendo libros ambulantemente. Tampoco olvida a los que continúan presos en Texas y participa en las campañas por la libertad de Sacco y Vanzetti.
En 1925, con Plutarco Elías Calles en la presidencia, la represión de los anarquistas se incrementa y en 1927, tras denuncias en Sagitario de los crímenes del gobierno contra los indios yaquis, Librado es detenido y encarcelado. Cuando es liberado en noviembre, el periódico ha muerto, pero otro, Avante, toma el relevo. En julio de 1928, nueva detención, y otra en febrero de 1930, al recrudecerse la represión con Pascual Ortiz Rubio en la presidencia. Después, Librado sobrevive a duras penas en el DF y en mayo de 1931 saca Paso!, un nuevo papel que retoma la lucha de la memoria y la justicia. En enero de 1932 es prohibido. En febrero, cuando maduraba más proyectos periodísticos, Librado Rivera es atropellado por un coche y fallece de tétanos al mes siguiente. Taibo culmina el esbozo biográfico con un comentario al que no podemos sino asentir plenamente: “Ya no se fabrican hombres así”.
Max Hölz nace en 1889 en una familia campesina de Silesia y lleva una vida errante de obrero hasta que es arrastrado a la gran carnicería del capitalismo imperialista que estalla en 1914. Allí, un objetor de conciencia socialista le resuelve el enigma de su existencia: alienación y explotación. En el 18 es herido y enviado a su tierra, donde vive los meses febriles de la revolución. Esta es ya lo único que da sentido a su vida. En 1919, Max funda en su pueblo, Fankelstein, una sección del KPD (Partido Comunista de Alemania), pero los problemas candentes (pobreza, hambre, paro…) lo empujan a la acción directa. El Consejo de trabajadores desempleados que crea ocupa el ayuntamiento y exige carbón y comida. En los meses que siguen hay un forcejeo entre el Consejo y el ejército. Cuando este se retira, los obreros confiscan y reparten, cuando se presenta hay lucha. Al fin Max se ve obligado a huir y peregrina por Alemania. El perseguido no se resiste a hablar en los mítines y tratar de organizar. Traicionado varias veces por militantes del SPD, se las arregla siempre para escapar. En los largos ocios de la clandestinidad, Max Hölz estudia a los teóricos de la revolución.
Así llega 1920, el año en que el KPD echa el freno a su estrategia insurreccional, pero eso no va con Max. En marzo se produce el putsch de Kapp, y él es capaz de organizar un pequeño ejército rojo que combate a los golpistas. Cuando estos son derrotados por una gran huelga general y pactan con el gobierno, Max sigue la lucha y es expulsado del partido. A mediados de abril, los mil hombres que continúan con él deciden dispersarse acosados por el ejército. Muchos son masacrados, pero él consigue huir a Checoslovaquia, donde es detenido y encarcelado. En unos meses, con la presión de una huelga de hambre, es liberado.
Tras una estancia en Austria, a finales de 1920, Max Hölz regresa con identidad falsa a una Alemania donde la izquierda se ha reorganizado en dos nuevos partidos: el KAPD (P. C. Obrero Alemán), que agrupa a algunos amigos de Hölz expulsados como él del KPD y el VKPD (P. C. Unificado) que reúne a los comunistas del KPD con los socialistas izquierdistas del USPD, seducidos por el hechizo de la III Internacional. Con ninguna de las directivas de estos partidos consigue entenderse Max, y forma su propio grupo revolucionario, que realiza expropiaciones para conseguir dinero. También desatan en poco tiempo una ola de atentados, que provocan mucho ruido y sangre pero escasos resultados.
Es curioso que en estos primeros meses de 1921, el VKPD desarrolla por su cuenta una estrategia insurreccional que estalla al fin en Sajonia y da lugar a una huelga general revolucionaria a la que Max se adhiere con entusiasmo pero sin renunciar a su independencia. Su pequeño ejército rojo combate con denuedo a los “sipos”, la policía armada que el gobierno ha enviado a Sajonia en una guerra basada en la movilidad y la sorpresa en la que cosecha éxitos, pero a primeros de abril ha sido derrotado, y Max es detenido aunque no lo reconocen y lo dejan en libertad. Huye a Berlín. El precio fijado a su cabeza son por entonces 185000 marcos.
En la capital se ha quedado sin amigos y al fin es traicionado y lo detienen. Abandonado por el VKPD y apoyado por al KAPD, convierte su juicio en un alegato en defensa de la violencia revolucionaria. Es condenado a cadena perpetua. Más tarde, el VKPD trata de apropiarse de su figura, que despierta una enorme simpatía en la izquierda. Hasta un comité de intelectuales con Thomas Mann a la cabeza pide la revisión del proceso. La cárcel destruye anímicamente a Max Hölz. Tras siete años en prisión es liberado por una amnistía para presos políticos en 1928.
En la calle, Max es aclamado por el nuevo partido estalinista, el KPD, pero la esperanza de la revolución ha quedado muy lejos. Escribe su autobiografía y se vuelve mujeriego e irascible. Viaja a Moscú donde tratan de convertirlo en un burócrata. Hitler llega al poder y Max pide que lo envíen a Alemania. Sin resultados; probablemente tienen miedo de su inteligencia y su espíritu independiente. Max vive la degeneración moral del estalinismo que hace de él un delator. En 1933 es torturado y ejecutado por la GPU. Estaba a punto de cumplir 44 años.
En el siguiente capítulo, Taibo nos presenta una autobiografía apócrifa de Peng Pai (1896-1929). Hijo de un terrateniente de la provincia de Kwantung, en el sur de China, Peng contempla de niño la miseria de los campesinos pobres y se propone luchar contra ella. Estudia en Japón economía política y cuando regresa tras su graduación se une al partido comunista chino, recién fundado. No obstante, oponiéndose a sus directrices de ese momento, decide predicar la revolución a los campesinos. Los comienzos son duros, pero consigue formar en torno a él en su región de Haifeng un grupo de jóvenes que comparten sus ideas y el progreso es luego espectacular. En los primeros meses de 1923 son ya casi cien mil los que militan a su lado. Se han creado escuelas y dispensarios y se lucha contra la corrupción, aunque no abiertamente aún contra los terratenientes exigiendo reducciones de las rentas abusivas que pagaban los campesinos. Los latifundistas contraatacan implacables en seguida con una asociación que defiende sus privilegios.
Tras un tifón que arrasa el sur de china en 1923, los agricultores presentan peticiones muy razonables de disminución de las rentas, pero la codicia de los terratenientes hace el conflicto inevitable. Peng Pai se beneficia por entonces del apoyo parcial del señor de la guerra de la región, que muestra comprensión ante las demandas de los campesinos, pero en marzo de 1924 tiene que huir a Cantón, en manos de los comunistas respaldados por la URSS y aliados de los nacionalistas progresistas de Sun-Yatsen. Trabaja allí en la organización de los campesinos y en 1925 participa en las operaciones militares en las que se libera Haifeng. Muerto Sun-Yatsen, la situación política se ha complicado aún más, con el movimiento nacionalista dominado por derechistas como Chiang-Kaishek, que defienden a los terratenientes. Incluso el PC chino parece no comprender la importancia de los campesinos en el proceso revolucionario. No obstante, Peng Pai sigue infatigable luchando por los derechos de estos, ideas que comparte un joven colaborador suyo llamado Mao Zedong.
A finales de 1927, un levantamiento en la zona de Haifeng alcanza un éxito total y se socializa la tierra, pero una ofensiva nacionalista lo manda todo al garete y Peng Pai ha de huir a Shanghai, donde es detenido en agosto de 1929 y fusilado poco después. Un grupo especial enviado por Tzu-Enlai para rescatarlo llegó con unas horas de retraso.
La siguiente historia entremezcla detalles autobiográficos del autor del libro con el relato de la batalla de Guadalajara que le hace en 1965 en un hospital mexicano, Eusebio Carranza, un español exiliado en México tras la guerra civil. Con sus recuerdos de aquella gesta que paró en seco la ofensiva italiana y supuso un respiro para la república en marzo de 1937, Carranza le habla de un extraño individuo, un italiano del batallón Garibaldi, antiguo zapatero y locutor de radio, conocido como Malaboca por su abuso de las palabras malsonantes. Este hombre, con la información que sacaba a los prisioneros, componía arengas demoledoras que eran transmitidas con altoparlantes a las filas enemigas. En ellas detallaba todos los chismes, vicios y maldades de los soldados y los mandos fascistas. Taibo ha tratado luego, con escaso éxito, de conseguir más datos sobre este personaje, aunque hay que reconocer con él que “la historia es demasiado bella para ser mentira”.
El último capítulo se dedica al revolucionario cubano Raúl Díaz Argüelles, al que se nos presenta primero en las luchas estudiantiles contra la dictadura de Batista. Tras el desembarco del Granma, colabora con la guerrilla con atentados y trasportando armas desde los EEUU. Por aquellos días, saltando de un tercer piso en una huida, se fractura un tobillo, de lo que le quedará una cojera para toda la vida. Sube luego a la sierra de Escambray en manos del grupo de Ernesto Che Guevara y con él participa en la ofensiva que toma Santa Clara. Cuando cae la dictadura el 2 de enero de 1959, Raúl Díaz Argüelles acaba de estrenar el grado de capitán de las fuerzas revolucionarias. En la nueva Cuba trabaja en la organización de un cuerpo policial y después pasa el ejército.
En 1971, Díaz Argüelles, coronel ya por entonces, se incorpora en Guinea-Bissau a la guerrilla que combate al ejército portugués. Tras la independencia de Guinea, su nuevo destino en 1975 es Angola, donde tras la revolución de los claveles, la declaración de independencia se ha torcido a una guerra civil en la que los intereses coloniales portugueses y las dictaduras de Sudáfrica y Zaire luchan contra el MPLA de Agostinho Neto. Raúl Díaz Argüelles será conocido en esta misión como Domingos da Silva. En octubre de 1975 ya hay tropas de élite cubanas en Angola, dispuestas a instruir al ejército angoleño y también a combatir junto a él. Ese mismo mes, los sudafricanos desde el sur y los mercenarios de UNITA y el FLNA desde el norte atenazan la revolución congoleña cuyas tropas quedan cercadas en Luanda, la capital. No obstante, consiguen resistir y con la ayuda de los efectivos que llegan de Cuba, en noviembre y diciembre ponen en fuga a todos los asediantes. El día 11 de este último mes, la explosión de una mina hiere de gravedad a Raúl Díaz Argüelles, que muere desangrado unas horas después. Tenía 39 años.
En unas notas finales, el autor detalla la documentación utilizada para la confección de los distintos capítulos del libro y deja constancia de su gratitud a las personas que aportaron información inédita sobre los biografiados. Arcángeles, con su colección de vidas, tiene la virtud de rescatar de toda esa historia del siglo XX tan terrible y que tanto nos han contado, un espíritu que está vivo aquí y allá a través de ella y que nos permite mantener intacta la esperanza y el amor a eso tan absolutamente necesario que muchos nos empeñamos en seguir llamando revolución.