Primera versión en Rebelión el 17 de octubre de 2014
El asturiano Eleuterio Quintanilla, sindicalista y educador, discípulo de Ricardo Mella y de Francesc Ferrer, es uno de los oradores y pensadores más brillantes del movimiento libertario español en los comienzos del siglo XX. Durante las convulsiones de los años 30, sin embargo, aunque sigue residiendo en Asturias, su imagen se difumina y desaparece del primer plano de la vida pública. Hay un cierto misterio en esto, que queda desvelado en la biografía que su discípulo Ramón Álvarez Palomo le dedicó en 1973: Eleuterio Quintanilla (Vida y obra del maestro), publicada por Editores Mexicanos Unidos. Este libro recoge además una gran cantidad de artículos periodísticos y otros textos de Quintanilla y permite con ello una aproximación ajustada a su pensamiento.
Eleuterio Quintanilla Prieto nace el 24 de octubre de 1886 en Gijón en una familia obrera, primogénito de tres hermanos y cinco hermanas. Acude a la escuela y progresa en la instrucción, pero con trece años debe empezar a trabajar para contribuir al sustento de la familia y lo hace en la fábrica de chocolates de Herminio Fernández, notable liberal que lo apoyó siempre y facilitó que hiciera compatible su oficio con la continuación de los estudios. Pronto frecuenta el Ateneo Obrero de Gijón, en el que ya en 1908 es director de la biblioteca y en 1918 consigue por concurso una plaza de profesor de francés y aritmética.
Es hacia 1904 o 1905 cuando Eleuterio Quintanilla se incorpora a las luchas obreras, participando en mítines en los que defiende con vigor y elocuencia la Idea libertaria y publicando sus primeros artículos en la prensa asturiana de esta tendencia, que tuvo por aquellos años cabeceras como Tiempos Nuevos, Tribuna Libre, Solidaridad Obrera de Gijón, El libertario o Acción Libertaria (una lista completa con abundante información la proporciona Ramón Álvarez en el libro citado). A Ricardo Mella lo había conocido Quintanilla en 1903 en una conferencia que Ricardo, que por entonces se encontraba trabajando en Asturias, impartió en el instituto Jovellanos de Gijón. En 1909 Eleuterio se casa con Consuelo Sotura, con la que tuvo cinco hijas y un hijo. El año 1909 está marcado además por los sucesos de la Semana Trágica barcelonesa, que provocan protestas de solidaridad en Asturias. Como consecuencia de ellas, Quintanilla y otros compañeros, anarquistas y socialistas, inauguran la cárcel modelo del Coto de San Nicolás, de Gijón, recién construida. La ejecución de Ferrer origina también mítines y manifiestos de repulsa.
En los años siguientes, el progreso del sindicalismo revolucionario en Gijón desencadena una reacción desaforada del capital, con lock-outs y contratación de esquiroles a la orden del día. La lucha social se ha tensado al máximo y se producen agresiones contra dirigentes de la patronal, en un caso con resultado de muerte. Se trataba de atentados individuales, fruto de la desesperación por el hambre y la miseria imperantes, pero la respuesta policial y judicial es extrema en los primeros momentos, con detención y apaleamiento de los elementos sindicales más destacados. Sin embargo, el extraordinario talento del abogado Eduardo Barriobero, defensor de los libertarios, hace que al final casi todas las víctimas de la oleada represiva sean absueltas. En el otoño de 1910, Pedro Sierra viaja a Barcelona para representar a los obreros asturianos en el congreso fundacional de la CNT. En 1911 se materializa un hondo deseo de los librepensadores gijoneses cuando comienza a funcionar una Escuela Neutra Graduada, cuya inauguración se celebra con un discurso de Rosario de Acuña. En 1914 Quintanilla abandona la profesión de chocolatero y se une a la plantilla de profesores de esta escuela, que en breve pasa a dirigir. Es este el mismo año en que ingresa en la masonería, de la que se irá distanciando progresivamente hasta ser dado de baja en 1933.
1912 y 1913 son años de intensa actividad para Quintanilla, que participa en mítines por toda Asturias y publica numerosos artículos en El libertario. Contienen éstos llamamientos a la auto organización del proletariado y la acción directa, y denuncias de las injerencias del Partido Socialista, que maniobraba en defensa de sus propios intereses. Esto lo lleva a polemizar con socialistas como Teodomiro Menéndez. Quintanilla tuvo un papel muy destacado en la campaña que se desarrolló a nivel nacional pidiendo la liberación de los compañeros encarcelados por “delitos político-sociales”. Esta movilización por los derechos individuales de opinión y expresión consiguió arrancar una amnistía parcial al gobierno del conde de Romanones a principios de 1913, aunque fue aplicada de forma tan restrictiva que las protestas continuaron.
Es bien sabido que el estallido de la Gran Guerra produjo una profunda división en el movimiento anarquista internacional. Quintanilla se mantiene en principio en el pacifismo, pero cuando el conflicto se manifiesta en toda su crudeza une su voz a los que apoyan al bando aliado contra los imperios centrales, entre los que se contaban conspicuos militantes como Piotr Kropotkin, Jean Grave o Ricardo Mella. Quintanilla expone estas ideas desde las páginas de Acción Libertaria, que volvía a salir por entonces en Gijón, produciéndose una agria polémica con Tierra y Libertad de Barcelona, que se mantenía en el antibelicismo tradicional de los anarquistas. En el año 1916 publica Quintanilla en Renovación, tribuna libertaria que sacó cuatro números en Gijón ese año, una respuesta bien argumentada a un artículo de Luis Araquistáin en la revista España, que él mismo dirigía. A la opinión del teórico de la socialdemocracia de que el sindicalismo es un mero instinto de protesta sin coherencia posible como doctrina y que debe estar subordinado a la acción de un partido, responde Quintanilla que es precisamente el sindicalismo, alejado por igual del anarquismo de tendencias individualistas y del socialismo supeditado al programa de un partido, quien puede articular un movimiento democrático de base y transformador capaz de organizar la nueva sociedad sin explotación.
Se trabajaba ya en esta época en intentos de acción unitaria con la UGT, en los que Quintanilla tuvo un papel destacado, y estos fructifican en el pacto firmado en marzo de 1917 que conduce a la huelga general de agosto de ese año. Esta alcanzó gran seguimiento en Asturias y enorme fue después la represión, desarrollándose protestas en los medios obreros pidiendo la liberación de los detenidos. Tras la revolución de Octubre en Rusia, Quintanilla la saluda al principio como un triunfo de la libertad humana, pero su opinión irá cambiando con la evolución de los acontecimientos.
En el congreso nacional de la CNT del teatro de la Comedia en diciembre de 1919, Quintanilla, en representación del anarquismo asturiano, es un adalid de la estrategia de fusión con la UGT, y propone a este efecto condiciones para la negociación que son desestimadas, al imponerse otras más maximalistas. En el importante asunto de la organización del sindicato, Quintanilla defiende con vigor y elocuencia la constitución de Federaciones Nacionales de Industria. Estas, que suponían dotar a la CNT de instrumentos para la regulación de la producción tras el triunfo de la revolución, son rechazadas, aunque serán aprobadas en el congreso del Conservatorio, en 1931. Respecto al debate sobre la Revolución rusa, la intervención de Quintanilla refleja admiración y solidaridad, pero también crítica, al no ver en ella la acción revolucionaria de trabajadores organizados democráticamente, sino de un partido que impone un gobierno y una dictadura no distintos de otros gobiernos y dictaduras en sus métodos. Esta reprobación fue decisiva para que la adhesión a la III internacional se hiciera de forma condicional. Las dudas se resolvieron con el envío de Pestaña a la URSS para informarse sobre el terreno. A su regreso, y tras su demoledor relato, la CNT se retiró de la internacional comunista por votación mayoritaria de la conferencia de Zaragoza de 1922. Historiadores del anarquismo como Manuel Buenacasa y Josep Peirats señalan la de Quintanilla como la más lúcida de las voces que se oyeron en el congreso. No obstante, el rechazo de sus propuestas influiría toda su trayectoria posterior dentro del sindicalismo, marcada por un apartamiento de los puestos de mayor responsabilidad.
En los años siguientes, Quintanilla continúa plenamente activo en el sindicalismo asturiano, aunque en sus escritos de la época se ve claro que lamenta ciertos aspectos de la línea que sigue la CNT. Encontramos en ellos una gran insistencia en el carácter esencial de las labores educativa y organizativa, y de la búsqueda de objetivos bien definidos de progreso social en los que concentrar la lucha; porfía también en exponer el peligro de acciones desesperadas que traen más mal que bien. Cuando se produjo el intento de levantamiento de la noche de San Juan de 1926 contra la dictadura de Primo de Rivera, Quintanilla fue uno de los detenidos como responsables del complot; hemos de recordar que en aquel momento, el Comité nacional de la CNT, con Segundo Blanco como secretario general, estaba instalado en Gijón. Quintanilla fue de los que apostaron más decididamente dentro de la CNT por una estrategia de convergencia con otras fuerzas sociales para traer la república.
Con la II República proclamada, Quintanilla sigue en un voluntario ostracismo. Tras la división generada por el manifiesto de los Treinta, en el que destacados militantes de la CNT, como Pestaña o Peiró, protestan de la deriva putschista del sindicato y la influencia excesiva (a su juicio) de la FAI, el gijonés expresa en artículos e intervenciones su solidaridad con los disidentes, que acabarían en su mayor parte regresando a la CNT tras la reunificación del congreso de Zaragoza en mayo de 1936. En 1934, Quintanilla prologa el segundo volumen de las obras completas de Ricardo Mella (Ensayos y conferencias), editado en Gijón, y ese mismo año, alienta la Alianza Obrera de fuerzas socialistas, libertarias y comunistas que dará lugar al levantamiento de octubre, aunque desencadenado este su participación en los hechos no fue muy grande. Hemos de recordar que en Gijón los obreros apenas disponían de armamento y su resistencia fue rápidamente aplastada por las tropas desembarcadas.
Tras la sublevación militar de julio del 36, Eleuterio Quintanilla deja voluntariamente la dirección de la lucha y la organización del poder político en el que convergían los distintos sectores del antifascismo a la nueva generación de cenetistas más jóvenes, casi todos discípulos suyos, mientras él mismo se dedica a garantizar el suministro de bienes y alimentos a la población. A principios de 1937, publica varios artículos en CNT, diario recién fundado en Gijón, en los que encontramos una emocionada loa a Miguel de Unamuno tras su fallecimiento y una serie de análisis de la situación internacional que desarrolla a petición del periódico. En septiembre, Quintanilla es encargado por el Consejo Soberano de Asturias y León de la evacuación del tesoro artístico y con el colapso del frente norte se traslada a Barcelona, donde existen indicios de que rehusó una cartera ministerial. Colaboró luego con el ministerio de Instrucción Pública y Sanidad cuando estaba en manos del cenetista Segundo Blanco. En junio de 1938, representa a la CNT en la Conferencia Internacional del Trabajo, celebrada en Ginebra. En febrero del año siguiente, aplastada la República en Cataluña, sale de España con una colonia de ochenta y siete niños, muchos de ellos huérfanos de guerra.
A los pocos meses de la invasión alemana, Eleuterio Quintanilla y su hijo fueron reclutados por las autoridades francesas para la Compañía de Trabajadores Extranjeros, destacada en Roanne (Loira), donde permanecieron hasta abril de 1943, en que se les permitió regresar a Burdeos. Fue esta una época dura que dejó penosas secuelas en su cuerpo y su alma. En la capital de Aquitania sigue residiendo Quintanilla tras el fin de la guerra, voluntariamente apartado de las luchas enconadas que agitan en aquel momento las filas de la emigración anarquista. En un artículo publicado a finales de 1965, y titulado “Visitando al maestro”, Josep Peirats, nos lo describe, a punto de cumplir sus ochenta años, achacoso, pero con la felicidad del que conoce a sus biznietos, sumido en sus recuerdos y “pasando los días en silencio y las noches en cháchara con la almohada.”
Eleuterio Quintanilla falleció en Burdeos el 18 de enero de 1966 y allí fue enterrado. En los artículos que dedica a su memoria, Gaston Leval glosa la figura del obrero que llegó a adquirir una profunda formación y destacar como uno de los oradores más brillantes del anarquismo español; del pensador original que recogió el testigo de las manos del propio Ricardo Mella, su teórico más eminente; del hombre sin embargo que renunció muy joven al papel que sus cualidades podrían haberle hecho desempeñar en el anarquismo. Su discípulo Ramón Álvarez sintetiza su pensamiento con estas palabras: “Quería educar, instruir, forjar al hombre consciente sin el cual todos los edificios sociales están propensos al hundimiento y las tiranías todas al acecho como amenaza latente.”
Eleuterio Quintanilla acude con treinta y tres años recién cumplidos al congreso del teatro de la Comedia de la CNT en diciembre de 1919. Llega dispuesto a defender dos ideas que ha madurado con sosiego y que la historia demostrará después que eran esenciales para la estrategia del sindicalismo revolucionario: la unificación con el sindicato socialista, la UGT, y la constitución de Federaciones Nacionales de Industria que coordinaran las acciones de los sindicatos. Estas, aprobadas más tarde, en 1931, serían fundamentales para la organización de la España revolucionaria a partir de julio de 1936. Lamentablemente, las dos propuestas, brillantemente defendidas por Quintanilla, fueron rechazadas. Venció la miopía y la estrechez de miras, y Quintanilla nunca se recuperó de aquel golpe, renunciando desde entonces a cualquier puesto relevante en el movimiento libertario. Su retraimiento fue una lástima pues su trayectoria demuestra lo mucho que hubiera podido aportar en momentos decisivos.