Primera versión en Rebelión el 28 de octubre de 2014
Las técnicas para la extracción de hidrocarburos por fracturación hidráulica del terreno (fracking) han sido empleadas en los últimos años con gran éxito, sobre todo en Estados Unidos, donde han provocado un vuelco en las políticas energéticas, junto a enormes discusiones a todos los niveles, centradas en las perspectivas reales de estos métodos y sus problemas ambientales. Fracking: el bálsamo milagroso del experto en temas energéticos Richard Heinberg (Icaria Antrazyt, 2014, trad. de Manuel Peinado Lorca) aborda con claridad y rigor estos asuntos para llegar a conclusiones que distan bastante del discurso oficial defendido por la industria del petróleo.
La introducción del libro plantea sus objetivos. Entre los que analizan el futuro del mercado de los hidrocarburos se dan dos opiniones enfrentadas. Están por un lado los que pronostican una producción creciente con precios estables (llamados aquí cornucopianos, por la cornucopia, el cuerno de la abundancia) y por otro los que hablan del “pico del petróleo” (piquistas) y profetizan un descenso de la producción en un futuro próximo con aumento de los precios. La producción mundial de petróleo se estancó en 2005, con una subida de los precios que tuvo su papel en la crisis de 2008, y esto parecía dar la razón a los piquistas. Sin embargo, a partir de 2007, el comienzo de la explotación del gas de lutitas en Estados Unidos, por técnicas de hidrofractura, provocó un derrumbe de los precios del gas natural, y la aplicación de estas técnicas luego a la obtención de petróleo de rocas de baja porosidad, como lutitas, consiguió aumentar notablemente la producción en los EEUU. Los hechos anteriores han servido para que los cornucopianos den la disputa por zanjada y propongan la tesis de que los métodos de hidrofractura son la panacea para las necesidades energéticas de la humanidad en los próximos decenios, y que estas deberían aplicarse extensivamente. El objetivo del libro es realizar un análisis crítico de esta propuesta, basado en un estudio de las perspectivas reales de estos hidrocarburos no convencionales, mucho más pobres que las que se indican y sus elevados costes ecológicos y ambientales. Se explican además las razones especulativas que han inflado la “burbuja del fracking”.
El primer capítulo se dedica al pico del petróleo. La producción de un pozo, un campo o una región petrolífera siguen siempre una curva en forma de campana. La cuestión que se plantea es: si consideramos el conjunto de los recursos petrolíferos del planeta, ¿en qué momento se llegará al máximo de la curva? Es un problema complejo e incierto, pero con la información y los métodos disponibles, muchos analistas piensan que el mundo entró en la zona del pico en torno a 2005, cuando la producción global dibujó una meseta con valores que creen que ya no se volverán a alcanzar. El ciclo de crecimiento económico basado en el petróleo barato que la humanidad ha vivido en los últimos decenios parece tocar a su fin. ¿Será el fracking la solución para esta situación?
El segundo capítulo está dedicado a las técnicas de fracturación hidráulica, que son presentadas por los cornucopianos como el remedio que asegura un siglo de gas y petróleo baratos en los EEUU. Se describe en detalle la tecnología utilizada y el método de trabajo. Muy resumidamente, se trata de acceder mediante sondeos a zonas del subsuelo donde existe gas o petróleo en rocas poco porosas, como lutitas por ejemplo, e inyectar en ellas fluidos con agentes químicos que en parte se mantienen en secreto. Estos fluidos provocan la fracturación de las rocas y liberan los hidrocarburos, siendo estos extraídos a través del mismo tubo de sondeo. Se recorren después los lugares donde se concentra la producción de gas por fracking, repartidos por EEUU, aunque se sabe de importantes recursos en China, América del Sur, Europa, África y Australia. El petróleo se obtiene por fracking sobre todo en EEUU y algo en Canadá, y existen grandes reservas en Medio Oriente, Siberia, Australia y México.
El tercer capítulo entra en la realidad de los resultados del fracking tras los titulares propagandísticos. Se repasan las publicaciones de geólogos como Arthur E. Berman y David Hughes que, tras estudios exhaustivos de los datos disponibles sobre regiones donde se ha realizado fracking, han encontrado que aparte de unos pocos pozos situados en áreas muy específicas dentro de los grandes campos, la mayor parte se caracterizan por “entrar en declive muy rápidamente”. Si a esto se une que en los EEUU los principales recursos ya se han explotado y no se esperan descubrimientos importantes, lo más probable es que las promesas queden defraudadas. Los datos que se presentan, correspondientes a los campos Bakken (Dakota del Norte) y Eagle Ford (sur de Texas), joyas de la corona del fracking, ponen de manifiesto lo razonable de estos recelos.
Se discuten después las posibilidades de que la tecnología del fracking acabe aplicándose extensivamente en otros lugares del mundo. Una serie de factores parecen influir en contra de esto: leyes ambientalistas en Europa, complejidades geológicas en China, ausencia de recursos hídricos suficientes en Arabia Saudí, y en general la falta de capitales dispuestos a asumir los riesgos implicados y la sofisticación inherente a las técnicas a aplicar.
El cuarto capítulo se dedica a los peligros ambientales del fracking. El hecho es que en muchas regiones donde se está aplicando esta técnica están surgiendo asociaciones críticas que denuncian sus agresiones al medio ambiente. Sin embargo, los voceros de la industria aseguran que el método es seguro cuando se realiza correctamente. ¿Cuál es la realidad? Lo primero a tener en cuenta es que esta tecnología consume una enorme cantidad de agua, lo que en zonas áridas ya es un problema en sí mismo, pero hay que decir además que el agua utilizada acaba regresando a la superficie enriquecida en una serie de compuestos químicos, algunos de ellos venenosos. Esta agua puede ser almacenada o tratada, pero la realidad muestra bastantes casos de contaminación de acuíferos y arroyos. Los gases que se escapan son también un peligro, aunque hasta hace poco eran presentados por la industria como problemas muy locales. Los estudios recientes que se citan describen niveles preocupantes de contaminación en el aire en zonas donde se aplican las técnicas. Se recuerdan después otros trabajos que evidencian cómo afecta negativamente el fracking al ganado y los animales salvajes. Los terremotos inducidos son en general de escasa magnitud, aunque ha habido alguno que destruyó viviendas y produjo heridos. El uso de gas en vez de carbón en las centrales térmicas reduce las emisiones de CO2, con lo que el gas obtenido por fracking podía tener un efecto positivo de cara al calentamiento global. Sin embargo, se ha argumentado posteriormente que la cantidad de metano (gas de fuerte efecto invernadero) que escapa a la atmósfera en las operaciones de fracking anula completamente esta ventaja. Sobre este asunto existe una amplia bibliografía que muestra sustanciales discrepancias entre diferentes estudios.
El quinto capítulo se dedica a los aspectos económicos del fracking y se repasan los beneficios que obtienen de estas técnicas los diversos sectores implicados. Respecto a las comunidades, hay efectos positivos (pagos a los propietarios de terrenos, puestos de trabajo, ingresos fiscales) y otros negativos (contaminación, pérdida de valor en propiedades) en una interacción compleja que puede dar saldos muy distintos en diferentes lugares. Los beneficios globales para la economía nacional publicitados por las empresas son básicamente correctos respecto al pasado reciente, pero realizan extrapolaciones hacia el futuro que en muchos casos son demasiado optimistas. La industria del petróleo y el gas indudablemente consigue ganancias, pero los datos indican que el agotamiento de yacimientos, las caídas de precios y las indemnizaciones por daños medioambientales hacen que no sea oro todo lo que reluce. Por último, se señala que la gran beneficiada no es otra que Wall Street, y lo vemos con claridad cuando se nos explican los complejos mecanismos por los que los bancos son los responsables de una presión a la baja de los precios que les permite forrarse mientras se crean problemas para las empresas productoras de gas y petróleo.
El sexto y último capítulo contiene una reflexión final sobre la política energética que deberíamos plantearnos. Los hidrocarburos no convencionales, como los hidratos de metano del fondo del mar, las pizarras y arenas bituminosas o el petróleo de aguas profundas suponen de hecho grandes cantidades de “recursos”, pero requieren tanta energía para su extracción que en muchos casos esta no es económicamente rentable. Los “recursos” son enormes, pero las “reservas” resultan ser en realidad bastante exiguas. La tecnología es cada vez más eficaz, pero los estudios disponibles ponen de manifiesto que las tasas de retorno energético son también cada vez más bajas y esto es un peligro, pues aunque la apuesta por las renovables es inevitable, la transición a ellas deberá hacerse sin remedio con base en el uso de combustibles fósiles durante un período de tiempo.
La conclusión del libro es que con todos los datos sobre la mesa, la única opción razonable para el futuro son las energías renovables. Seguir quemando combustibles fósiles nos conduce a una catástrofe climática, pero es cierto además, como acabamos de ver, que las reservas de estos no son tan abundantes como algunos quieren hacernos creer. La apuesta por las renovables no sólo es sensata, sino también inevitable. El libro termina con un llamamiento a huir del espejismo del petróleo eterno y afrontar de forma decidida el reto del siglo: el desarrollo de una política energética viable y respetuosa con el medio ambiente.