Primera versión en Rebelión el 18 de marzo de 2015
Luis Martín Cabrera (Cáceres, 1972) estudió filología en Salamanca y trabajó luego en universidades norteamericanas como Yale o Michigan, donde leyó su tesis doctoral en 2005. En la actualidad reside en Chile, y allí coordina uno de los programas de educación en el extranjero de la Universidad de California. Su labor teórica trata de integrar las perspectivas de marxismo y psicoanálisis en obras como Radical Justice: Spain and the Souther Cone beyond market and state (Associated University Presses, 2011), y es además responsable del Spanish Civil War Memory Project, archivo digital dedicado a recoger testimonios de la violencia fascista en el Estado Español. Involucrado en un intenso activismo sindical y en defensa de los derechos humanos en todos los lugares que ha recorrido, Martín Cabrera se declara sensible a los problemas y dilemas que plantea la articulación de teoría y praxis, y de esta reflexión nace uno de los argumentos esenciales del libro que nos ocupa.
En Insurgencias invisibles, que acaba de editar La oveja roja, su autor se propone “dar a conocer la heterogeneidad y multiplicidad de luchas subterráneas que acontecen en Estados Unidos sin que se sepa nada o se sepa muy poco dentro y fuera de sus fronteras.” El empeño viene marcado por un intento de “escribir desde el interior mismo de estas luchas, (…) sin ceder a las tentaciones antropológicas de quienes pretenden saber más que los propios oprimidos”. Se trata de estar atento a los análisis y métodos que los movimientos de resistencia son capaces de generar en el fragor de sus luchas, porque él cree que la teorización es necesaria, pero vendrá después, tras un duro baño de realidad. Contra lo que tendemos a pensar, hablar de los problemas del mundo no es lo mismo que solucionarlos.
Las discusiones académicas son una elegante esgrima intelectual, pero la realidad del sufrimiento y la explotación exigen un compromiso profundo con la lucha contra el sufrimiento y la explotación. No puede ser de otra manera. Por eso, la mirada y la sensibilidad deben ser educadas para percibir lo que no quieren que veamos ni sintamos. Martín Cabrera reflexiona sobre cómo el activismo político y sindical es tolerado en general en las universidades americanas mientras no atente contra sus bases materiales o económicas. Esto da a personas como él la posibilidad de contribuir, con restricciones sólo moderadas, a las luchas emancipadoras que se producen en estos momentos en el país. En Insurgencias invisibles nos transmite sus experiencias sobre tres de estas rebeliones silenciadas, dedicando tres crónicas a cada una de ellas.
“Racismo y lucha de clases” nos lleva a la segregación racial en Estados Unidos, su historia y su realidad actual. Un primer apartado nos presenta al autor durante su época de profesor en Atlanta (Georgia). Allí conoció los guetos negros y vio la humillación cotidiana de los explotados y empobrecidos a los que se roba además cualquier posibilidad de resistencia con un relato cultural basado en mitos como los que impregnan la película Lo que el viento se llevó.
Sigue una entrevista con Roberta Alexander, profesora de City College y agitadora social. Hija de un matrimonio mixto (padre negro y madre judía), rememora su infancia, marcada por las ausencias de su padre, militante comunista forzado a la clandestinidad. En los años 60 estudia en Berkeley y después en España, donde es detenida y deportada por organizar una protesta contra la guerra de Vietnam. En 1969 decide afiliarse a los Panteras Negras, con los que colabora en los programas de desayunos para niños y luego en el periódico y dando discursos y clases de educación política. Crítica con el nacionalismo estrecho del partido, lo abandona años después, aunque valora muy positivamente su contribución al despertar de la gente negra.
La última crónica de esta parte nos acerca a un episodio de la historia de la UCSD, un espacio de resistencia donde profesaron Herbert Marcuse o Angela Davis, pero enquistado en la comunidad de La Jolla, una de las más ricas y blancas de la región. En este campus las provocaciones racistas son habituales y en 2010 se produjo un movimiento de protesta, con ocupaciones y demandas que fueron escasamente atendidas. Martín Cabrera, que fue protagonista de aquellos hechos, nos transmite lo difícil de despertar conciencias y aunar voces contra la injusticia, pero también el placer inolvidable de la lucha.
“Fronteras y militancias migrantes” está dedicado a la infame frontera del sur y arranca con una crónica sobre San Diego/Tijuana, megaurbe de casi cinco millones de habitantes atravesada por la línea maldita, un lugar donde el vampiro y su presa conviven a un golpe de vista. Martín Cabrera conversa en Tijuana con el poeta Omar Pimienta, que cruza la raya todos los días para ir a estudiar y trabajar al norte. La historia de su familia es un rosario de exilios y humillaciones que él trata de reflejar en sus poemas.
El profesor universitario y activista Enrique Dávalos nos habla después de sus estudios en la UNAM y su militancia política, que se diluye con la caída de la URSS y regresa con fuerza en 1994 cuando los zapatistas inician su lucha y el pensamiento radical evoluciona del marxismo dogmático al indigenismo y modelos más libertarios. Da clases luego en la universidad pública de Tijuana y en City College en San Diego, y comienza a involucrarse contra las maquiladoras, empresas que explotan un ejército de mujeres semi-esclavizadas procedentes de diferentes regiones de México. Colabora con asociaciones que tratan de despertar su dignidad y enseñarles mecanismos de defensa legal y al mismo tiempo de combatir el machismo familiar del que son víctimas. Nos relata también la violencia con la que los activistas son reprimidos a la primera de cambio, las pugnas entre distintas estrategias, los desencuentros entre los de un lado y otro de la frontera y el papel esencial de los chicanos para soldar los dos cabos de la lucha.
La colección de vidas que cierra este apartado revela un patrón común. La miseria del sur obliga al desarraigo y los peligros de un viaje que con suerte culmina en otra miseria diferente, de explotación y marginalidad. Conocemos a Yesenia, la muchacha mexicana voluntariosa e inteligente que vence mil obstáculos y consigue una beca para estudiar en la universidad. En ella y muchas como ella despierta la conciencia del expolio y la voluntad de lucha. El autor desgrana sus experiencias en California, Connecticut y Michigan, con los latinos siempre como mano de obra barata, amordazada con el chantaje de la expulsión, y reflexiona también sobre lo necesario de una escritura capaz de superar cualquier empeño individual y ser sólo la voz de los que no tienen voz.
“El imperialismo y sus enemigos internos” comienza con un tributo al Discurso sobre el colonialismo de Aimé Césaire. De su mano se analiza la falsa excepcionalidad de Hitler y el holocausto judío, y la omnipresencia del espíritu y los métodos de estos en la historia del colonialismo. De Vietnam a Irak, esa es la realidad, exacerbada tras el 11 de septiembre, que sirve para arrastrar a la sociedad usamericana a una psicología de guerra. En la primera crónica de esta sección, Martín Cabrera nos relata cómo se une, durante su estancia en Yale, a los que tratan de organizar un sindicato para luchar contra la precarización del trabajo en la universidad. Esto lo lleva a una confrontación con amigos y compañeros, ultraizquierdistas teóricos reacios en realidad a un compromiso que puede ponerlos en riesgo. Algunos pastores protestantes le enseñaron allí cómo la religión no es un instrumento de alienación en todos los casos. La espléndida organización del movimiento, que buscaba la solidaridad de todos los actores sociales perjudicados por las políticas explotadoras de la universidad, acaba obteniendo resultados prometedores, pero tras los atentados del 11S el sindicato fue incapaz de reaccionar con una oposición tajante a la invasión de Afganistán.
La siguiente sección es una entrevista a tres miembros de Unión del Barrio, activistas por los derechos de los latinos. Este movimiento nace en 1981 en un momento de declive de las organizaciones chicanas, minadas por el caudillismo, y se plantea el reto de constituir un partido político, que llega a participar en elecciones. Optan por una estructura jerárquica, basada en el centralismo democrático, que defienden cómo más operativa y eficaz.
En el último fragmento encontramos al autor recluido en Oakland y concentrado en la escritura de su libro anterior. Vive en una calle habitada sobre todo por afroamericanos, donde las reyertas y las operaciones policiales son frecuentes. Allí le llega la noticia del asesinato por parte de un policía de Oscar Grant, un joven de color, en el barrio latino de Oakland. Participa después en las movilizaciones de protesta que se organizan por un acto que nos pone salvajemente frente a la realidad de la represión cotidiana que viven los negros en Estados Unidos.
Con mucho de relato autobiográfico, Insurgencias invisibles nos presenta una sucesión de crónicas que muestran cómo los Estados Unidos son un territorio de explotación económica y segregación racial, pero también de abundantes y variadas formas de resistencia. Participar en ellas, ayudar lo que humanamente sea posible y aprender de sus aciertos y sus errores se convierte para Martín Cabrera en el objetivo esencial de su vocación de activista, más allá de una elucubración teórica a la que parece que estamos condenados por nuestra racionalidad, pero también por nuestra comodidad y nuestro miedo. Es por esto que tras la lectura del libro, tenemos la impresión de que su autor se ha desnudado delante de nosotros. El erudito profesor universitario se declara convencido de la inanidad de su propio pensamiento en cuanto no aporta nada tangible a los problemas reales de los explotados. Es esta una autoinmolación que obliga a replantearlo todo, y la construcción desde abajo y en horizontal se revela al fin la estrategia más prometedora de las luchas sociales.
Son estas ideas viejas en realidad. Ya decían Marx y Engels en el Manifiesto comunista que la liberación del proletariado será obra del propio proletariado o no será. Desde entonces ha llovido mucho, pero el argumento ha sido recordado siempre por lo más valioso de los movimientos emancipadores. Para Rosa Luxemburg, “cada momento histórico exige las formas adecuadas de movimiento popular y crea por sí mismo formas nuevas, improvisa medios de lucha anteriormente desconocidos, acumula y enriquece el arsenal del pueblo, sin preocuparse de las prescripciones del partido”. Luis Martín Cabrera nos deja su personal visión de cómo se pueden aplicar estas ideas en las luchas que se realizan actualmente en los Estados Unidos y que el poder se esfuerza denodadamente en hacer invisibles.