Primera versión en Rebelión el 27 de diciembre de 2016
Los textos de Gustav Landauer recogidos en esta edición de Enclave de libros (2016, trad. de Pedro Scaron y Giuseppe Maio) vienen precedidos de un prólogo de José Ardillo y una introducción de Gianfranco Ragona y Nino Muzzi, que tratan todos ellos más que nada de sintetizar el pensamiento original y fascinante de este anarquista heterodoxo, y coinciden en señalar su crítica del determinismo social de los marxistas y la confianza que estos tienen en una evolución autodestructiva del capitalismo, y su adhesión a las ideas de apoyo mutuo y federalistas de Proudhon, Bakunin y Kropotkin. Otro aspecto importante es su interés por las experiencias comunitarias que emergen del análisis histórico.
Gustav Landauer nació en 1870 en Karlsruhe en una familia judía de clase media y tras estudiar en Heidelberg y Berlín, organizó en esta última ciudad un grupo libertario que editó una revista Der Sozialist, excesivamente “intelectual” para algunos de sus miembros, pero que logró resistir desde 1891 hasta 1899. La estrategia revolucionaria que esta defendía, influida por el anarquismo y también por el pacifismo de Lev Tolstói, se basaba en el desarrollo de comunas y cooperativas autogestionadas que pudieran hacer frente al Estado con tácticas de resistencia pasiva. En 1908 Landauer fundó una Alianza socialista (Sozialistischer Bund), que integró activistas de distintas ciudades europeas y sacó de nuevo a la luz Der Sozialist entre 1909 y 1915. Con el estallido de la Gran Guerra, Landauer se ganó la enemistad de la mayor parte de sus compatriotas al culpar a su país de la agresión. En 1918, tras la revolución alemana, y constituida la República de los Consejos de Baviera, es convocado por el presidente, su amigo Kurt Eisner, y colabora con el proyecto, tratando de que este no cayera en vicios autoritarios. El 2 de mayo, Gustav Landauer fue masacrado por las tropas enviadas por el gobierno de Berlín para aplastar aquel experimento socialista.
“La revolución” (1907), primer texto de Landauer recogido en el libro, es una de sus obras más extensas, y trata de definir un concepto novedoso de la modernidad y de la revolución. Se parte para ello, con una visión netamente romántica, de una idealización de la Edad Media, o Edad Cristiana como Landauer prefiere llamarla, paradigma para él de relaciones sociales libremente vinculadas, sin poder central, y cuyo espíritu cristaliza en un arte vigoroso y original, nacido de la propia sociedad y no de individualidades. El motor de esta organización era la fuerza mística del cristianismo, que con el tiempo hubo de verse ahogada por escolásticas e inquisiciones, y que no se ha de olvidar tampoco que coexistía con las instituciones feudales. Landauer elige concentrarse en los aspectos positivos para construir con ello un modelo posible de estructura social basado en la libre colaboración. Romántico y místico, él cree en el mito, potencia vivificadora y explicadora que da sentido al mundo y que al manejar sentimientos no está sometida al imperio de la razón.
Para Landauer, en torno al año 1500 hay un punto de ruptura que nos lleva hacia otra era de individualismo y masas atomizadas, de desarraigo y angustia, y por ello también de desesperadas tentativas de cambiarlo todo, la era de la revolución, que aún no se ha consumado. El estado es la forma política de este “naufragio del espíritu” y personajes como Martín Lutero son sus mayores promotores, mientras que Peter Chelcicky o Thomas Müntzer lideran los primeros intentos de resistencia al nuevo esquema, que representa en definitiva el capitalismo. Paradójicamente, la ciencia que se desarrolla prodigiosamente a partir de esta época estará al servicio de lo más oscuro del ser humano, su codicia y violencia.
Landauer analiza la evolución política en Europa desde el siglo XVI, marcada por la crisis del poder absoluto de los reyes y el difícil progreso de las libertades, y reivindica a Étienne de la Boétie como descubridor de las claves de la transformación necesaria en su Discurso de la servidumbre voluntaria: la revolución como lucidez y coraje. Los levantamientos que se suceden dispersos fracasan según Landauer por su incapacidad de sustituir la dinámica de los estados, instrumentos de la dominación entre clases sociales, por otra cimentada en un espíritu de igualdad y fraternidad, del que halla el símbolo más puro en la novena sinfonía de Beethoven. Termina concluyendo que el único camino posible de liberación será la revolución interior que nos permita crear estructuras solidarias para desafiar y derrotar al estado.
En los otros escritos reunidos en el libro encontramos discusiones sobre la organización social que proponen los anarquistas (comunistas o colectivistas), y consideraciones sobre la violencia que algunos de ellos practicaban por entonces, rechazada aunque se comprendieran sus causas. Se insiste en que la revolución arranca de un proceso interior, una crisis mística en la que reconocemos nuestra identidad profunda con todo lo vivo, y también en la necesidad de que esta intuición se despliegue luego en una infinita labor creativa. No faltan tampoco lúcidas críticas a la socialdemocracia alemana, desenmascarada proféticamente como autoritaria y militarista, además de volcada en una estrategia parlamentaria sin sentido revolucionario. Un artículo de 1911 nos muestra a Landauer tratando de oponerse a la espiral fatal de la violencia imperialista y su argumentario chauvinista, y defendiendo la huelga general como recurso de los trabajadores para evitar la matanza que se avecinaba.
Se dice en un momento del libro: “Tal y como son los hombres, es raro hallar en un mismo individuo una racionalidad iluminada y un temperamento impetuoso, una luz serena y un fuego devorador.” Sin duda es así, pero se ha de reconocer también que estamos aquí ante uno de esos escasos individuos que logran una compenetración casi perfecta de acción y pensamiento. Gustav Landauer, anarquista y místico, sabio y revolucionario, tal vez estuviera ofuscado en ocasiones por la seducción de un cristianismo idealizado, por las brumas de la Edad Media o por el espíritu de la nacionalidad, pero erudito y visionario siempre, despliega en sus escritos la energía poderosa del que ha comprendido misterios profundos del alma humana y es por ello capaz de iluminar las vías del progreso social.