Primera versión en Rebelión el 15 de abril de 2017
Los escritores contra la Comuna del profesor de literatura Paul Lidsky (1941) se plantea como objetivo investigar la reacción de los escritores franceses ante los hechos revolucionarios de la Comuna de París, partiendo de la idea de que este es un momento privilegiado para poner de manifiesto, sin velos ni tapujos, su posicionamiento ante el conflicto que se desarrollaba por entonces en la sociedad francesa. Las conclusiones, como veremos, no pueden ser más reveladoras, y evidencian un papel de los intelectuales en la consolidación del orden social que aporta claves para rastrear su influencia en otros muchos momentos históricos. El libro acaba de aparecer en Dirección única (2016, trad. de Aurelio García del Camino y los editores) tras sucesivas reediciones (1999, 2010) de la primera versión francesa de 1970 y otra edición castellana (Los enemigos de Thiers, 2011).
Antecedentes
La obra comienza analizando la reacción de los literatos más conocidos durante la revolución de 1848, cuando excepto Gautier, casi todos: Lamartine, Vigny, Sand, Hugo, Leconte de Lisle, e incluso Baudelaire, se pusieron entusiastas al lado de unas masas populares que sin embargo pronto decepcionaron sus expectativas. De todos ellos, sólo Hugo se enfrenta valientemente poco después al golpe de estado de Luis Napoleón y ha de partir al exilio, mientras el resto, escépticos y recluidos en su torre de marfil, no pierden la oportunidad de congraciarse con el poder en los años del II Imperio. Ya valetudinarios les sorprenderá el estallido del París popular de 1871. Su pensamiento juvenil, que estigmatizó a la burguesía y su culto al dinero, ha terminado asumiendo por entonces que tal materialismo puede ser redimido por la alta cultura que ellos mismos representan.
La masa popular apenas aparece en la literatura de esos años, y cuando lo hace es remarcando su brutalidad. En ella percibe el intelectual un peligro inminente: “Los bárbaros están entre nosotros”, afirma Sue. La desigualdad social se defiende como algo natural y necesario para que unos pocos puedan conquistar las exquisiteces del arte que dan sentido a la vida. La cultura se convierte así en la ideología que consolida la segregación: la belleza es superior a los hombres.
Reacción personal y política
El levantamiento del 18 de marzo que da comienzo a la sublevación es percibido por los escritores conservadores como un motín de la canalla al que renuncian a dar cualquier significado político. Es simplemente una fatalidad monstruosa que se describe hablando de fieras o bandidos y cuyo móvil sólo puede ser la envidia. Los que llegan a atisbar una revuelta de la clase obrera no difieren en el juicio moral que les merece. Entre los republicanos, muchos, y entre ellos Sand o Anatole France, también la condenan, y sólo Mendès o Zola manifiestan alguna comprensión al principio que se irá diluyendo.
Para dotar de coherencia a sus argumentos, los talentos más preclaros de Francia se empeñan ferozmente en presentar a los dirigentes de la Comuna como envidiosos, arribistas e inmorales y al pueblo que les siguió como una horda de ignorantes y alcohólicos. La masacre final de los communards es contemplada con alivio, como vacuna que evitará futuras convulsiones, y sólo Victor Hugo desde su exilio clamará contra ella. Algunos como Flaubert proponen un remedio para atajar estas desgracias: la abolición de la instrucción gratuita y obligatoria y del sufragio universal.
Reacción literaria
Una primera característica de la literatura sobre la Comuna es su exigüidad, que según Lidsky puede deberse a lo difícil que es hallar heroísmo en la represión salvaje que la aplastó. Entre los tipos que aparecen en ella, uno esencial es el joven communard desclasado, sincero pero desequilibrado e inestable, al que la instrucción hace ambicioso y que ve una oportunidad de éxito personal en la Comuna; se adhiere a ella, pero después deplora sus crímenes y errores. El obrero borracho y agitador, retratado como cruel y cobarde, es otro tipo común, que se ilustra con personajes de Zola y Daudet. Completan el cuadro el granuja de oficio, feroz criminal, y la communarde histérica y sanguinaria. Frente a estos monstruos, el soldado versallés se dibuja como un contrapunto humano, y de esta forma, la lucha contra la Comuna puede presentarse como la del bien contra el mal.
Entre los temas recurrentes están las descripciones de los altos salones de gobierno trasmutados en antros de indecencia y depravación, con lo que la revuelta resulta ser la simple liberación de los instintos más bajos en una infecta orgía. Se profetiza el fin de la familia, presentada como fuente de la auténtica felicidad, frente a la política, que trae al obrero todos los males, y se remarca el papel disolvente de la instrucción en las clases populares. La destrucción formal de la argumentación communard se realiza poniéndola en labios de personajes despreciables y también mostrando que los insurgentes más razonables e inteligentes terminan reconociendo sus errores.
Los escritores ante la Comuna
La literatura se convierte aquí en un puñal filoso. A la terminología creada en aquellos meses para el retrato despectivo de la insurrección: “petrolera”, “vitriolera”, “communard”, “amnistiard”… se une el uso continuo de vocablos que expresan fealdad y sordidez o contienen un reproche moral, y todo esto, aderezado con analogías zoológicas e históricas ultrajantes, logra dibujar una fisonomía inapelable para los hechos de la Comuna. El análisis detallado que Paul Lidsky realiza muestra en acción la ideología de clase esculpiendo el idioma y cuajando en palabras el odio y la burla. El desprecio estalla en una lengua de combate sin matices, que usa todos los medios para forzar el juicio del lector.
Pasados veinte años, cuando nuevos miedos empiezan a inquietar al burgués, esta literatura desaparece de la historia. En este tiempo, los escritores más reconocidos de Francia, con la eximia excepción de Victor Hugo, han quedado retratados como estridentes perrillos falderos de la burguesía que los premia y agasaja. El futuro ha de complicar el panorama, deslindando nuevos campos, pero un repaso de las reacciones en la prensa conservadora a los sucesos de mayo de 1968 evidencia que muchos de los viejos esquemas están listos para ser reutilizados en cualquier momento.
La obra concluye con postfacios a las ediciones de 1999 y 2010 que revisan la literatura más reciente sobre la Comuna, aproximaciones abiertas y diversas que ponen de manifiesto la sugestión creciente de unos hechos difamados y ocultos vergonzosamente largo tiempo. La lucha de aquel mayo lejano se interpreta así con una perspectiva más ajustada, y termina aportando una pieza de pasado de un interés precioso para los que anhelan construir un futuro diferente.