Primera versión en Rebelión el 9 de mayo de 2017
La vida de Borís Víktorovich Sávinkov (1879-1925) recorre extremos del debate ideológico y la violencia de la época por la que le tocó transcurrir. Nacido en Járkov en una familia acomodada, se une a la lucha revolucionaria mientras estudia en Petersburgo, y en 1901 lo encontramos ya exiliado en Vólogda, donde traba amistad con Nikolái Berdiáyev y Anatoli Lunacharski. De nuevo en la capital tras escaparse, es cuando decide unirse a los que practican el terror, lo que lo llevará a tener un papel destacado en algunos de los atentados más sonados de la primera década del siglo XX contra la cúpula zarista. Memorias de un terrorista es un relato de su vida en estos años y un minucioso memorándum de estas actividades. El libro fue publicado en 1917 a instancias del Partido Socialista Revolucionario (PSR) y reaparece un siglo después en castellano (Dirección única + La cotali) recuperando la traducción de Andreu Nin (Cénit, 1931).
Tras una nota del documentalista y editor Falconetti Peña, en la que repasa la historia de la obra y trata de ahondar en la psicología de su autor, el libro arranca con los recuerdos de Sávinkov sobre su conversión en 1903 a la estrategia terrorista del PSR y su incorporación a la Organización de Combate de éste, dirigida por Yevno Azef (1869-1918). El año siguiente Sávinkov participa en la ejecución en Petersburgo de Viacheslav von Pleve, ministro del Interior y responsable de la represión del régimen. El libro aporta una relación meticulosa de las idas y venidas de los revolucionarios por toda Europa y su laboriosa preparación del ataque, transmutados en cocheros y vendedores ambulantes y siempre hostigados por la policía. Tras dos intentos fallidos, el todopoderoso verdugo fue eliminado el 15 de julio de 1904.
A consecuencia del atentado, el gobierno vacila y la opinión pública comienza a hablar con más audacia, mientras la Organización de Combate consolida su estructura en Ginebra, reforzando su independencia respecto al propio partido, como muestran los estatutos elaborados en esa época, que se recogen en la obra. En París se instala una fábrica de dinamita y en noviembre Sávinkov y otros compañeros parten para Moscú con el objetivo de atentar contra el gran duque Serguéi, gobernador de la ciudad. Tras el trabajoso acopio de información, el 2 de febrero de 1905 se organiza ya un intento, pero Iván Kaliáyev (1877-1905), el primer terrorista encargado de la ejecución, renuncia a arrojar su bomba cuando ve que esta mataría también a la mujer y los sobrinos del gran duque. Dos días después, él mismo acaba con la vida de éste en el Kremlin. Detenido y condenado a muerte, es ahorcado en la madrugada del 10 de mayo en Schlüsselburg. Esta historia sirvió a Albert Camus de argumento para su pieza teatral Los justos (1950).
Tras el atentado, Sávinkov huye del país y en Ginebra conoce al padre Gueorgui Gapón (1870-1906), organizador de las protestas obreras que culminaron el 9 de enero de 1905 en el histórico domingo sangriento, y que sería ejecutado poco después por un revolucionario, acusado de colaborar con la policía. Comienza por entonces el declive de la Organización de Combate, debido a la muerte accidental de Mark Schweitzer, que dirigía la sección de Petersburgo, mientras manipulaba una bomba, y a numerosas detenciones por la infiltración de confidentes. Estos dificultan la lenta reorganización, descrita en detalle, hasta que uno de ellos es descubierto y eliminado. Las promesas constitucionales de octubre de 1905 llevan al PSR, contra las protestas de Sávinkov, a abandonar la lucha terrorista. En noviembre y diciembre, éste hace labor revolucionaria con los marinos y soldados de Petersburgo, ciudad donde los soviets acababan de nacer.
El recrudecimiento de la represión tras una abortada insurrección en Moscú en el mes de diciembre provoca una reconstrucción de la Organización de Combate, que se realiza en Finlandia con el apoyo de la resistencia a la ocupación rusa. Los primeros objetivos son el gobernador de Moscú y el ministro del Interior, pero los efectivos escasos y los métodos ya obsoletos hacen que los planes fracasen. Sávinkov es detenido el 14 de mayo de 1906 junto a otros compañeros en Sebastopol, donde preparaba un atentado contra el almirante Grigori Chujnín, pero con la colaboración de uno de sus guardianes, el 16 de julio logra escapar de la fortaleza y el día 28 está ya en Rumanía. A partir de ese momento, se suceden intentos de impulsar y reorganizar la Organización de Combate, adaptándola a los nuevos tiempos, pero estos no progresan y Sávinkov toma en octubre de 1907 la decisión de dejar su labor de dirección en ella. Los meses finales de 1907 y 1908 al completo transcurren con una limitada actividad terrorista en la que Sávinkov apenas participa.
La obra se sumerge después en las que el autor considera sus páginas más tristes, que narran el descubrimiento de que su íntimo colaborador durante todos estos años y máximo responsable de la Organización de Combate, Yevno Azef, era un confidente de la policía, lo que significa un caso extremo de infiltración en toda la historia de los movimientos revolucionarios. Confirmada la culpabilidad, el PSR decide ejecutarlo, pero consigue darse a la fuga. La acción descrita en el libro concluye en agosto de 1909, cuando Sávinkov toma sobre sus hombros la reconstitución de la Organización de Combate y se prepara para una nueva campaña terrorista. Sabemos que pocos resultados surgieron de ésta. Exiliado en París, donde frecuenta a Picasso, Apollinaire, Diego Rivera y Modigliani, nuestro terrorista vuelca sus energías en la literatura, y ese mismo año de 1909 publica El caballo amarillo, su obra de ficción más conocida, que subtitula Memorias de un terrorista ruso, y en la que desmenuza unas confesiones vagamente autobiográficas, plenas de amoríos y desvaríos muy de la época.
Sávinkov participó en la Gran Guerra como voluntario del ejército francés y tras la revolución de febrero de 1917 regresó a Rusia, donde fue uno de los defensores más vehementes de la continuación de la lucha contra Alemania. Colaborador de Kérenski, en septiembre se une sin embargo al golpe de estado de Kornílov y a partir de entonces desempeña un papel importante en la lucha contra los bolcheviques, organizando levantamientos armados y atentados durante la Guerra Civil. Esta época violenta concluye con un nuevo exilio en París, que se prolonga hasta que es engañado por un agente doble y decide volver a Rusia. Allí es detenido y tras abjurar de su pasado y aceptar colaborar con el gobierno, se le condena a diez años de prisión. Su muerte en mayo de 1925 al precipitarse desde una ventana de la Lubianka no termina de creerse que fuera el suicidio que dictaminaron sus guardianes.
La psicología de Borís Sávinkov está velada en sus memorias por la imagen de probo funcionario del terror con que se autoretrata, y para enfocarla mejor debemos acudir a los recuerdos de los que lo conocieron. Iliá Ehrenburg lo describe en París en 1914 como un hombre enigmático, de pómulos mongólicos y ojos entre tristes y crueles, y diagnostica que el caso Azef lo había convertido en “un revolucionario que no cree ya en nada”. Sin embargo, cuando lo encuentra en Petrogrado tres años después, queda asombrado de la actividad que derrocha. Alguien que pasa en poco tiempo de ir codo con codo con los dirigentes del PSR a hacerlo con los generales blancos era bien capaz de cambiar de ideas y amaba las caretas sin duda. Sólo el culto a la violencia parece un eje inamovible en su carácter, aunque no le faltaran cualidades tampoco para darse a la buena vida o escribir una novela en los momentos de escasa acción.
Por las páginas de Memorias de un terrorista, que sirvieron de base a Albert Camus para un capítulo esencial de El hombre rebelde (1951), desfilan hombres y mujeres incapaces de soportar el yugo de la autocracia y la miseria del pueblo, y convencidos de que los atentados dirigidos a la cabeza del régimen eran la única vía para enardecer la conciencia de las masas. Recordando sus historias sorprende sobre todo la alegría y el orgullo con que se inmolaban en esta lucha. Detallada en extremo, la obra nos introduce en los entresijos del terror contra el zarismo, plenos de ruidosa dinamita, observaciones laboriosas y penosas delaciones. Muchos criticaron esta estrategia como inútil, pero, como señalaba certeramente Víctor Serge, debe reconocerse que sirvió para focalizar el interés de la policía sobre ella y, de esta forma, ayudar a los que se esforzaban aquellos mismos años por el despertar y la organización de las masas.