Primera versión en Rebelión el 19 de junio de 2018
André Léo fue el nom de plume de Victoire Léodile Béra, escritora y activista francesa que tuvo un papel destacado en la Comuna de París y sufrió destierro por su causa. En él compuso La guerra social, uno de sus textos de combate más conocidos, que contiene una reivindicación apasionada y cargada de argumentos de la primera revolución proletaria. Virus ha tenido la gran idea de recuperarlo y presentarlo junto con un estudio acerca de la vida y la obra de su autora de la filóloga e historiadora italiana Fernanda Gastaldello, a quien debemos una tesis doctoral y numerosos trabajos sobre ella. El volumen incorpora también dibujos de Alhama Molina que retratan a mujeres de la Comuna.
Nuestra protagonista nació en 1824 en Lusignan, una localidad del Poitou, en una familia burguesa de talante liberal. En 1851contrae matrimonio con el socialista Grégoire Champseix (1817-1863) y se establece con él en Lausana huyendo de la represión del Segundo Imperio. Ese mismo año emprende su carrera literaria con la aparición de una novela, Une vieille fille. Tras la amnistía de 1860 y con sus gemelos, nacidos en 1853, la pareja regresa a Francia, donde Léodile sigue publicando novelas y cuentos. Estas obras despliegan un canto al amor que vence los convencionalismos de clase social y edad, y a la sencillez de la vida rural, al tiempo que defienden la igualdad de las mujeres y la necesidad de una educación basada en la moral humana y no en los dogmas de la religión.
A partir de 1867, nuestra escritora comienza a desarrollar también una intensa actividad como periodista comprometida con la lucha contra las desigualdades sociales, aunque su propósito de colaborar en L’Égalité, el semanario de Bakunin y Guillaume, no llega a materializarse cuando expone sus ideas en una carta de presentación: “Para mí se trata mucho más de convencer que de odiar, de esclarecer que de vencer.” La relativa libertad de los años finales del Segundo Imperio le permitió abanderar una cruzada por alcanzar educación, igual salario y derechos civiles y políticos plenos para las mujeres. En enero y febrero de 1871 llama desde La République des Travailleurs, el periódico que funda con los hermanos Reclus, a la revuelta contra una oligarquía que ha llevado al país al desastre y a las masas populares a la miseria más extrema.
Durante los meses de la Comuna de París, Léodile se afana como periodista, oradora y miembro de diferentes comités. Su amor por los campesinos la hace indignarse cuando ve que apoyan a los versalleses, y escribe vibrantes artículos para mostrarles su error. Después, secunda sin titubeos la lucha inevitable, pero sin tolerar excesos ni atentados contra la libertad. Tras la derrota, sobrevive escondida en casa de una amiga hasta que en julio recibe la documentación falsa que le permite viajar a su segundo exilio en tierras helvéticas. En el mes de septiembre interviene en Lausana en el 5º Congreso de la Liga de la Paz y la Libertad con La guerra social, recogido en el volumen de Virus, un apasionado alegato que trata de desentrañar el significado de la Comuna.
El discurso es contundente a la hora de revelar la maraña tejida para hacer aparecer a las víctimas como verdugos. Contra las ideas emancipadoras que destellan en París, la reacción con su arsenal de mentiras fue capaz de levantar a Francia contra la capital, y al fin la resistencia heroica de ésta se vio ahogada en un baño de sangre. Para la oradora, sólo se evitarán en el futuro cruentas guerras sociales como ésta si el emergente proletariado logra unir sus fuerzas con las de la pequeña burguesía liberal que también sufre el yugo del capital, y juntos forman un frente común que defienda igualdad y libertad para todos. Estas ideas son rechazadas por un auditorio dominado por elementos burgueses y a la ponente no se le permite terminar su intervención.
Son éstos tiempos de división entre federalistas y autoritarios en el seno de la Internacional, y nuestra communarde toma firme partido por los primeros, convencida de que cualquier intento emancipador debe sustentarse en un respeto escrupuloso de la dignidad humana y los derechos individuales. No obstante, la alejan de Bakunin su idea de conservar un cierto papel del estado en la sociedad que propone y sus dudas ante el posible rol revolucionario de los campesinos. En estos años de exilio, André Léo sigue publicando ensayos sobre los temas que más le preocupan, como la educación, o la situación legal y laboral de la mujer en diversos países, y novelas y cuentos en los que denuncia las hipocresías y engaños de un mundo dominado por el dinero y oscurecido por la religión. En 1878 decide poner fin a su segundo matrimonio, contraído en una fecha que no se conoce a ciencia cierta (¿1872, 1874?), con el escritor Benoît Malon, diecisiete años más joven que ella. La amnistía de 1880 le permite regresar a Francia, donde continúa su carrera literaria y su colaboración con publicaciones de extrema izquierda hasta su fallecimiento en París en 1900.
El precioso volumen que Virus ha sacado a la luz nos sumerge de lleno en las conmociones de la segunda mitad del siglo XIX en Francia. En él presenciamos los primeros intentos de organizar al proletariado, con sus acres refriegas dialécticas, y las primeras batallas entabladas, saldadas con cruentos fracasos. André Léo, solitaria mujer en un mundo de hombres, hubo de hacer valer sus ideas en aquel laberinto y en él supo defender las más valiosas, capaces de ofrecer una esperanza: educación, respeto a la individualidad y libertad, y organización fraternal y solidaria para poner fin a la explotación económica. La confianza en el futuro venturoso que aguarda si se alcanzan estos objetivos es el eje de su pensamiento, que se trasparenta en todos sus escritos.
En una de sus últimas novelas, La justice des choses, André Léo reflexiona sobre el maltrato al que el destino nos somete y atisba una idea que sobrecoge porque desborda lo que elucubraron sobre este asunto los inventores de religiones, siempre atascados en el “problema del mal”. La justicia de las cosas está en uno mismo y llegan a vislumbrarla sólo los que son capaces de trasmutar el plomo del dolor que nos impone el apego en el oro de un conocimiento que tiene su expresión más perfecta en el amor. Éste encuentra sólo su plenitud cuando se compromete en la lucha por la denuncia y la supresión de todas las injusticias. André Léo, que nunca renunció al pensamiento ni a la acción, alcanzó estas alturas de perspectiva mientras atravesaba las brumas de un tiempo demasiado difícil.