Primera versión en Rebelión el 29 de agosto de 2018
El bengalí Amartya Sen, nacido en 1933 y galardonado con el premio Nobel de Economía en 1998, ha desarrollado una intensa carrera docente e investigadora en universidades de la India, Inglaterra y Estados Unidos, con contribuciones marcadas por un énfasis humanista en considerar las posibilidades reales de elección de los ciudadanos y la justicia social como ejes que deben guiar las políticas de los gobiernos. Sus trabajos en esta línea, conducente a potenciar un desarrollo económico que merezca tal nombre, son innumerables y muchos de ellos han sido traducidos al castellano. Su obra más valorada sin embargo, de la que sorprendentemente no hay versión en nuestra lengua, es Poverty and Famines: An Essay on Entitlement and Deprivation (Clarendon Press, Oxford, 1981), correspondiente a otra de sus líneas de investigación, que incorpora elementos de análisis historiográfico. En este artículo me gustaría presentar una síntesis de los contenidos de este libro imprescindible, que revolucionó nuestra percepción sobre el significado de algunos de los episodios más dolorosos y execrables de la historia.
Sen comienza la obra analizando las dificultades para alcanzar una definición precisa de pobreza y los diversos enfoques que se han utilizado hasta el momento con ese fin, y concluye reconociendo, como casos extremos de ella, la inanición (starvation) y los eventos en que ésta ocurre masivamente o hambrunas (famines). Contra el criterio simplista, pero muy arraigado, de que una hambruna debe tener su origen necesariamente en la ausencia de alimentos, nos muestra que ésta es sólo una de las causas posibles y que otra puede ser la incapacidad de acceder a éstos por parte de determinados segmentos de la población, debido a algún cambio en el mercado que les priva de su derecho (entitlement) a ellos. Este enfoque se aplica después a varios ejemplos concretos.
La gran hambruna de Bengala de 1943
En este territorio, por entonces bajo mandato británico, las estimaciones más recientes indican tres millones de muertes durante este episodio y sus secuelas epidémicas posteriores. La causa señalada en los informes oficiales es una caída brusca en la disponibilidad de alimento en esta época, pero un análisis de las cosechas e importaciones de ese año, que tiene en cuenta los cambios demográficos y las reservas existentes, permite concluir que ésa no fue la razón. La realidad es que la hambruna fue un fenómeno rural que afectó sobre todo a los trabajadores agrícolas, pescadores y pequeños artesanos, y se relacionó con un incremento de los precios en ese año, que al sobrepasar el de los ingresos de estas clases desfavorecidas desencadenó el desastre. Las causas del encarecimiento deben buscarse en la presión inflacionaria de una economía de guerra, agravada por el caos administrativo y una legislación que prohibía la importación de arroz de otros estados. Podemos decir, en resumen, que comida había, pero determinados grupos sociales perdieron la capacidad económica de acceder a ella. El gobierno británico, presidido por Winston Churchill rechazó implementar medidas que hubieran podido aliviar a los damnificados.
Las hambrunas de Etiopía de 1972-74
En este caso, el cómputo de víctimas es de entre 50 000 y 200 000 para una población de 27 millones de personas. La sequía que asoló el país en 1972 y 1973 ha sido mencionada como origen del problema, pero un repaso de la producción de alimentos en ese último año revela que el descenso no es muy marcado para el conjunto de él, aunque sí en las dos provincias más afectadas. Descartado que hubiera dificultades para transportar comida a éstas, o que se dieran aumentos significativos en los precios, la explicación que emerge para el caso de algunas de las poblaciones más vulneradas, tales como empleados de granjas, arrendatarios y pequeños propietarios, es que éstas fueron llevadas a la pobreza extrema por la sequía y carecían de recursos para comprar un alimento que existía en el país. Esto era así porque los pocos bienes que podían vender disminuían progresivamente su precio por las leyes del mercado. Para otro de los sectores inmolados, los pastores nómadas, el origen de su tragedia estuvo también en la sequía, y se vio agravado por la caída en los precios del ganado y porque los pastos que podrían haber aliviado su situación en ese momento acababan de ser reemplazados por monocultivos propiedad de empresas extranjeras.
La hambruna del Sahel a principios de los 70
La sequía que se prolongó desde 1968 hasta 1973 en este cinturón semiárido africano al sur del Sáhara parece estar en el origen del problema. El número de víctimas en ese último año, que fue el de máxima incidencia, estuvo en torno a 100 000, y hubo intentos de intervención internacional para paliar el desastre, cuya eficacia ha sido muy debatida. Como en los casos anteriores, la causa de esta hambruna tampoco parece ser que fuera la inexistencia de alimentos, pues las cifras de productividad de éstos en cada uno de los países no variaron de forma significativa durante ese tiempo. Las clases afectadas fueron principalmente los pastores nómadas y los habitantes sedentarios del Sahel, cuya economía fue arruinada por la sequía.
La hambruna de Bangladesh de 1974
Ese año se disparó el precio del arroz, en parte debido a inundaciones, y varias decenas de miles de personas murieron, mientras la economía era golpeada además por el chantaje del gobierno norteamericano, que exigía una cancelación del comercio con Cuba para reanudar su ayuda. En este caso, las cifras aportadas de disponibilidad de alimento para los diferentes distritos del país tampoco indican una disminución apreciable que pudiera justificar el desastre. Las clases más damnificadas fueron los trabajadores y pequeños granjeros, cuya capacidad económica para acceder a la comida sí queda demostrado que se desplomó por entonces. Se presentan datos que muestran cómo en el período de la hambruna el aumento de la pobreza extrema que llevó a la muerte por inanición a algunos grupos sociales se produjo simultáneamente con un “esperanzador” panorama de descenso global de la pobreza.
La causa del hambre en la época estudiada no es la escasez de alimentos, es el mercado capitalista
El análisis realizado permite descartar una correlación general entre hambrunas y crisis en la disponibilidad de alimentos y pone de manifiesto que éstas se producen cuando los mecanismos del mercado llevan a determinados sectores sociales a unas condiciones económicas en las que los comestibles quedan fuera de su capacidad adquisitiva, y no necesariamente por una caída en las reservas de estos. Puede haber hambrunas que hayan ocurrido por esta última razón, pero incluso en ellos, el enfoque propuesto por Amartya Sen resulta imprescindible a la hora de saber las características concretas de la tragedia, es decir, quién murió, dónde y por qué. El nuevo modelo supone un giro copernicano en el estudio de algunos de los episodios más execrables de la historia, y nos pone de bruces ante la evidencia de que no podemos culpar al “aciago destino” de males tan espantosos como las hambrunas.
Los casos analizados permiten distinguir situaciones en las que los procesos que conducen a la hambruna se producen en un contexto general de depresión económica (slump conditions), pero también otros en los que éstos son resultado de una mejora de los indicadores globales (boom conditions). En el escenario de lucha en que nos han hecho vivir, no es extraño que un avance en las condiciones de vida de un grupo de la población vaya acompañado, o incluso se beneficie, de la ruina extrema de otros, tal vez minoritarios, pero designados de esta manera candidatos a sufrir muertes masivas por inanición. Se habla mucho del goteo y de que el mercado corrige los desequilibrios, pero la realidad que puede comprobarse con frecuencia es que las “leyes del mercado” promovían la exportación de alimentos desde regiones en las que se estaba desarrollando una hambruna.
Sabemos que mil millones de personas pasan hambre en el mundo, y que éste, eficientemente gestionado, tendría capacidad para dar de comer a todos ellos y muchísimos más. La conclusión sólo puede ser que no asesina la escasez de alimentos, sino el criminal mercado capitalista que gobierna el acceso a ellos.