Primera versión en Rebelión el 2 de enero de 2018
Dani Capmany (1976), periodista e historiador, es autor de cuadernos educativos y varios artículos en Instinto Social, dos de los cuales han sido reunidos para conformar este su primer libro, recién publicado por la editorial jiennense Piedra y papel. Se trata de una aproximación a la figura de Manuel Escorza del Val, militante libertario que asumió en julio de 1936 un alto cargo policial en la revolución en marcha. En su introducción, Capmany recopila las opiniones vertidas sobre su biografiado por Joan García Oliver, Federica Montseny, Manuel Benavides, Pasionaria y muchos otros, que perfilan la imagen contradictoria del responsable de una cruel represión a quien sin embargo se reconoce como honesto e incorruptible. El carácter discordante de estas impresiones es tan evidente que invita a rebuscar entre los testimonios disponibles para lograr un retrato lo más ajustado posible del personaje, y en eso ha consistido su trabajo.
Manuel Escorza nació en 1915 en una familia obrera de la que heredó los ideales libertarios. Muchacho inteligente, cuando la poliomielitis lo deja tullido, se concentra en el estudio y la escritura, publicando artículos en Tierra y libertad y novelas cortas en la editorial de Federico Urales. En los años 30 es una figura bien conocida en el movimiento libertario y uno de sus mejores oradores. Formaba parte del grupo de acción Seis dedos de la FAI y parece ser que también estaba afiliado a la masonería. Tras las jornadas revolucionarias de julio, Escorza defendió una postura intermedia entre el “ir a por el todo” de García Oliver y el abierto colaboracionismo de Federica Montseny y Abad de Santillán. Se trataba, según él, de cooperar con las otras fuerzas antifascistas, pero obligando al gobierno a consolidar los logros revolucionarios, y manteniendo al mismo tiempo unas estructuras de poder autónomas capaces de asumir el control en cuanto la situación fuera más favorable.
Muy pronto se crea la Comisión Regional de Investigación de la CNT/FAI para encargarse de las labores de espionaje y contraespionaje necesarias con el fin de desbaratar a los elementos fascistas que existían entre la población. La dirección de la misma se encomienda a Escorza, que se rodea para esta misión, entre otros, de sus viejos compañeros del grupo Seis dedos: su cuñado Liberto Minué, que coordinará las actividades en Francia, José Irizalde, Manuel Gallego y Avelino Estrada. Dispondrán de patrullas propias y colaborarán estrechamente en un principio con los libertarios alemanes e italianos refugiados en Cataluña en la represión de nazis y fascistas, aunque en unos meses, la ofensiva estalinista y la progresiva pérdida de influencia de la CNT acabarán distanciándolos. Por otro lado, las relaciones con los encargados de la seguridad dentro del Comité Central de Milicias Antifascistas, bajo la dirección de Aurelio Fernández, son bastante confusas, en una época además en la que todos los partidos organizaron sus patrullas y checas para la represión de la quinta columna.
Resulta interesante el repaso que se hace de los importantes medios desplegados por parte del gobierno de Burgos, a través de personajes como Francesc Cambó, para combatir la revolución en Cataluña. Lo exiguo de sus resultados da idea de la eficacia del trabajo de Escorza en los primeros meses de guerra. Sobre los excesos cometidos, la confusión de los datos existentes permite que se carguen más o menos las tintas, en función sobre todo del sesgo ideológico de cada historiador. No cabe duda de que la represión dirigida por él fue intensa, y afectó a derechistas principalmente, pero también a militantes libertarios, algunos destacados, sorprendidos realizando saqueos y pillajes, lo que provocó las iras de otros sectores anarquistas. Esta es la razón, por ejemplo, por la que García Oliver ataca ferozmente a Escorza en El eco de los pasos. Se describen casos de sacerdotes no comprometidos políticamente que fueron detenidos y luego puestos en libertad.
La segunda parte del libro presenta una evolución cronológica de los acontecimientos entre julio de 1936 y mayo de 1937. Septiembre marca un punto de inflexión con la entrada de los libertarios en la Generalitat, aunque esto no parece afectar a nuestro hombre, que sigue con sus labores, ahora bajo el paraguas gubernamental. Así, en noviembre, las informaciones de sus infiltrados sirven para desbaratar una intentona de los catalanistas que pretendían desalojar a los anarquistas del poder y proclamar la independencia de Cataluña con el apoyo de las potencias fascistas. Estos planes van a continuar en los meses siguientes, al tiempo que crece la influencia soviética y se erosiona la de la CNT con medidas que causan la desesperación de las bases libertarias que habían aplastado al fascismo en las calles y ahora son derrotadas sibilinamente por los politicastros. El golpe de gracia vendrá con la provocación, probablemente orquestada por los soviéticos, que condujo a los Hechos de mayo, y la consiguiente marginación definitiva de la CNT y quiebra de los logros revolucionarios alcanzados. A partir de ese momento, en lo que respecta a la dinámica de la represión de quintacolumnistas, se pasa a una nueva fase, caracterizada por el régimen férreamente organizado de terror psicológico y tecnológico de los estalinistas. Manuel Escorza se exilió en Chile tras la guerra civil y allí falleció en 1968.
El eco de las muletas es un hermoso ejemplo de historiografía rigurosa empeñada en escudriñar las fuentes disponibles y discutirlas detalladamente, tratando siempre de clarificar asuntos que resultan ser harto enmarañados y contradictorios, y en los cuales es frecuente ver que prima en los textos comentados el amor a las propias siglas sobre el que debemos tener a la verdad desnuda. Es de agradecer que se haya hecho un esfuerzo así para desentrañar la realidad detrás de la leyenda tejida en torno a Manuel Escorza del Val. La imagen que emerge es la de un personaje que asumió sobre sus hombros un trabajo tan duro como imprescindible para la revolución en marcha, y lo desempeñó con eficacia, colaborando con los demás grupos que tenían esas misiones encomendadas, y con una honradez que no es habitual en circunstancias similares. Además de esto, comprobamos que fue una persona enormemente respetada e influyente dentro del movimiento libertario y que marcó el desarrollo de los acontecimientos.
La obra concluye planteando una serie de preguntas que resultan en este momento claves para un progreso en la investigación sobre Manuel Escorza del Val, aspectos como su papel, probablemente decisivo, pero aún no conocido en detalle, en las negociaciones para formar gobierno en la Generalitat en abril de 1937 y en los subsiguientes Hechos de mayo. Tras la publicación reciente de la biografía de Aurelio Fernández debida a Manel Aisa, puede decirse que comienza a salir a la luz una nueva visión sobre los responsables policiales de la Revolución española. Esto es importante, en cuanto nos permite contemplar los hechos de aquellos meses cruciales sin el sesgo manipulador e interesado que tantas veces caracteriza a la historiografía del pensamiento único.