Primera versión en Rebelión el 23 de septiembre de 2019
De origen judío, lituana, estadounidense y ciudadana del mundo, Emma Goldman (1869-1940) dedicó su existencia a combatir, desde la organización y el debate de las ideas, el inhumano sistema de explotación que nos rige, movida siempre por una profunda empatía con sus víctimas. Viviendo mi vida, la autobiografía que escribe ya sexagenaria en su exilio francés, nos permite atisbar universos extintos, como la Prusia Oriental y el Imperio ruso por los que anduvo sus primeros pasos, o la Unión Soviética en la que residió en los años cruciales de 1920 y 1921, pero el extenso relato sirve sobre todo como un documento extraordinario de las luchas obreras y el activismo anticapitalista durante las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX en los Estados Unidos. La obra fue publicada allí en dos volúmenes (1931 y 1934), y Capitán Swing y la Fundación Anselmo Lorenzo han tenido la gran idea de editarlos en castellano (2014 y 2019) con traducción de Ana Useros.
El primer volumen describe los ambientes de la región de Kaunas, y luego de Königsberg y San Petersburgo, en los que transcurren la infancia y juventud de la joven judía, y su emigración en 1886 a los Estados Unidos. Allí es seducida por las ideas libertarias tras la ejecución de los mártires de Chicago, y esto da paso a una época en la que compatibiliza trabajos como costurera y enfermera con un activismo que la absorbe progresivamente. Hitos importantes de este periodo son la persecución sufrida a raíz de su pretendida relación con el atentado de 1901 contra el presidente de los Estados Unidos McKinley, y la fundación en 1906 de la revista Mother Earth, que se convierte en seguida en una referencia esencial del anarquismo norteamericano. Este primer volumen de Viviendo mi vida llega hasta el año 1912.
Activismo y cárcel en los Estados Unidos (1912-1919)
Las condiciones que impone el capital en campos, minas y fábricas por todo el país dan lugar a salvajes episodios represivos, y los anarquistas asumen el deber de informar de ellos a la opinión pública y exigir la liberación de los compañeros perseguidos con montajes judiciales, así como la implementación de medidas legislativas que amparen a los trabajadores. El segundo volumen de Viviendo mi vida arranca con su protagonista absorbida por estas luchas y luciendo su fogosa oratoria en mítines, que a veces han de enfrentar intentos de agresión por parte de hordas conservadoras fanatizadas, como ocurre en 1913 en San Diego. Reside por entonces en Nueva York, donde la publicación de Mother Earth, en colaboración con Sasha Berkman, se lleva buena parte de su tiempo. A nivel personal ésta es una época marcada por los encuentros y desencuentro con su adorado Ben Reitman.
El estallido de la Gran Guerra en el verano de 1914 añade otro motivo, poderoso y urgente, a las luchas en curso, y la contundencia y entrega de los anarquistas a la causa pacifista hace que crezca su influencia por todos los ambientes del país que no aceptan lo inevitable de la carnicería. De esta forma, cuando se confirman los rumores de que Piotr Kropotkin apoya a los aliados, esta postura del venerado patriarca se percibe como “una puñalada al movimiento”. 1917 viene marcado por la incorporación a la guerra de los Estados Unidos y por la condena de Tom Mooney y Warren Billings, acusados con un montaje judicial de un atentado con bomba y que permanecerán encarcelados hasta 1939. Sin embargo, ése es el año también en que comienzan a llegar noticias esperanzadoras de Rusia, y muchos revolucionarios se aprestan a regresar a su patria. Entre ellos está Lev Trotsky, que celebra un mitin de despedida en Nueva York, tras el cual Emma Goldman y Sasha Berkman le saludan amistosamente.
Las protestas de los anarquistas contra el reclutamiento forzoso, bovinamente aceptado por el grueso de supuestos pacifistas y antimilitaristas, son duramente reprimidas, y las veinte mil copias del número de junio de Mother Earth aparecen con portada negra y una inscripción: “En recuerdo de la democracia americana”. La revista no tardará en ser prohibida, y además el día 15 de ese mismo mes, Emma y Sasha son detenidos. En el juicio subsiguiente, a pesar de su brillante defensa, se les condena a dos años de cárcel y una multa de diez mil dólares. Consiguen salir bajo fianza, pero en febrero de 1918 vuelven a prisión para cumplir sus penas. Las terribles condiciones que Berkman sufre en Georgia van a minar su salud. En el otoño de 1919 son liberados y se decreta su expulsión de los Estados Unidos a la nueva Rusia que construyen los bolcheviques.
Desilusión en Rusia (1920-1921)
Tras unas semanas en la isla de Ellis, nuestros dos revolucionarios embarcan junto a otros deportados el 21 de diciembre, y en duras condiciones se les trasporta a Hango (Finlandia), de donde viajan en tren a la Rusia soviética. Las experiencias de Emma Goldman y Alexander Berkman por aquellas tierras ya habían sido descritas en detalle en sendos libros: Mi desilusión en Rusia (1923 y 1924) y El mito bolchevique (1925), pero en Viviendo mi vida ella vuelve sobre los aspectos esenciales. Recibidos con celebraciones y agasajos, su primer destino es Petrogrado, donde contactan con Bill Shátov, un anarquista compañero de luchas en América que ahora colabora con los bolcheviques. Tanto él, como Víctor Serge, John Reed o Gorki sostienen, en las conversaciones que con ellos mantienen, que la férrea organización y la represión desencadenada se justifican por los ataques contrarrevolucionarios y el atraso secular del país.
En Moscú, las desigualdades que observan, y la miseria y burocracia imperantes desconciertan a nuestros dos protagonistas, pero entrevistas con Aleksandra Kolontái y el propio Lenin dejan clara la opinión de éstos de que sólo una mano de hierro puede manejar la difícil situación. Después, una visita a Piotr Kroptkin, muy crítico con la deriva autoritaria de los bolcheviques, les ofrece otra perspectiva. De regreso en Petrogrado, asumen la labor de organizar y facilitar la vida a los deportados que llegan de los Estados Unidos, pero pronto chocan con la desquiciada y parasitaria burocracia que rige todo. Lo mismo les ocurre con otros trabajos que emprenden y al fin optan por unirse a una expedición que se apresta a recorrer Rusia recogiendo material sobre la historia de la revolución para el museo que se ha instalado en el Palacio de Invierno, ocupación en la que ven una buena oportunidad de sondear la situación del país. Emma Goldman se lamenta de que la única tarea constructiva que ha realizado en la URSS hasta ese momento, ya a finales de mayo de 1920, sea una que nunca imaginó: interceder por compañeros anarquistas encarcelados.
La expedición parte el 30 de junio de Petrogrado. En Moscú, Emma conoce a Ángel Pestaña y luego a María Spiridónova, líder de los socialistas revolucionarios de izquierda, heroína de la lucha contra el zar y ahora perseguida por los bolcheviques. Ella le aporta datos fehacientes y terribles sobre la represión que sufren los campesinos. En Járkiv contacta con los compañeros del grupo Nabat, que alzan en Ucrania la bandera de los soviets libres y respaldan a Néstor Majnó. Ellos les piden a ella y a Berkman que se les unan, pero Emma se declara en situación de marasmo mental e incapaz de condenar a los bolcheviques mientras sean acosados por enemigos externos. En Poltava nuestros dos viajeros conocen a Vladímir Korolenko, intocable por su enorme prestigio y exasperado ante una revolución que ha traído tanta miseria y represión. El anciano escritor lúcidamente apunta: “El experimento bolchevique retrasará los cambios sociales en el extranjero por un largo período de tiempo”.
Ante su vagón desfilan muchedumbres depauperadas y hambrientas, y en Fastiv recogen testimonios estremecedores de los pogromos de los ejércitos de Denikin y Petliura. En Kíev reciben la visita de Galina Kuzmenko, esposa de Néstor Majnó, que les propone el plan, no aceptado por ellos, de que los majnovistas secuestren el tren para hacer posible una entrevista con su líder. Odesa, próxima a la zona de guerra, la encuentran en manos de una burocracia corrupta que sabotea cualquier progreso.
En octubre están de regreso en Petrogrado, pero pronto emprenden viaje a Arcángel en busca de material para el museo; en el lejano norte les alegra constatar que la represión no es tan violenta como en el resto del país. Sin embargo, a la vuelta les aguardan malas noticias: se planea poner el museo bajo la tutela directa del partido. Son días tristes, marcados por el fallecimiento de Piotr Kropotkin el 8 de febrero de 1921. Su funeral se convierte en una impresionante manifestación de duelo, pues todos son conscientes de que con el maestro muere también la esperanza. Cuando la comitiva pasa ante la Butyrka, sus banderas se inclinan para saludar a los anarquistas presos, que se agolpan en las ventanas. Emma y Sasha aceptan formar parte del comité del museo Kroptkin, con lo que a partir de ahora residirán en la capital.
Tras el duro invierno, la situación en Petrogrado es desesperada, pues con las torpes políticas de los bolcheviques el hambre impera en la ciudad. Las protestas sólo enconan la represión, y cuando los marineros de Kronstadt tratan de mediar, exigiendo autonomía para las organizaciones obreras, son acusados de contrarrevolucionarios. Su exterminio sin contemplaciones en el mes de marzo rompió el último hilo que unía a Emma Goldman y Alexander Berkman con los bolcheviques y a partir de ese momento rechazan cualquier colaboración con un régimen cuya vesania represiva piensan que supera a la de la autocracia zarista. Es entonces cuando toman la decisión de abandonar el país. Unos días después Lenin devuelve a Rusia al capitalismo con su Nueva Política Económica y los anarquistas son puestos fuera de la ley.
En el mes de julio, nuestros revolucionarios buscan el apoyo de los sindicalistas extranjeros que acuden a Moscú al I congreso de la Profintern para lograr la liberación de algunos presos anarquistas, entre ellos Volin y Grigori Maksímov, que se encuentran en huelga de hambre en la Taganka. Los que mejor responden son los delegados del sur de Europa, y al fin a los reclusos se les permite salir del país. La mala noticia es que Fanya Baron y Lev Chorny caen poco después en las garras de la Cheká y son asesinados. Invitados a un congreso anarquista en Berlín, Emma y Sasha se las arreglan para conseguir pasaportes y visados y el 1 de diciembre emprenden viaje. Es éste sin duda el momento más duro de un relato pródigo en represiones y horrores. Emma Goldman nos cuenta cómo en la partida “se aferra a la barra del helado cristal de la ventana y aprieta los dientes para contener el llanto”.
Europa occidental (1921-1930)
Nuestros revolucionarios permanecen unas semanas inmovilizados en Riga por las maniobras de los bolcheviques, hasta que el gobierno sueco accede a concederles un visado. El dilema que se plantea entonces es si aceptan el ofrecimiento de escribir sobre su experiencia rusa en la prensa burguesa, que es la que puede dar mayor difusión a sus opiniones. Esto provoca agrias discusiones entre ellos. Berkman no es partidario, pero Emma Goldman opta al fin por enviar desde Estocolmo siete artículos al World de Nueva York. Errico Malatesta, Max Nettlau y Rudolf Rocker se manifiestan a favor de su complicada decisión.
Su siguiente destino es Berlín, donde Emma firma con Harper’s el contrato de su libro sobre Rusia cuyo primer volumen ve la luz en 1923. En septiembre de 1924, tras una corta estancia en París, se instala en Inglaterra. Sus intentos de informar sobre la situación de Rusia hallan resistencia en los círculos liberales e izquierdistas dominados por el mito bolchevique, y en 1925 viaja al sur de Francia. Allí la encontramos al final del libro, tras una temporada en Canadá, absorta en la labor de comenzar a dar forma al relato de su asendereada existencia.
Viviendo mi vida, cuya primera edición en inglés aparece en dos volúmenes en 1931 y 1934, no alcanza a la movilización de nuestra protagonista durante la Revolución española de 1936, que supuso para ella un golpe de aire fresco y un renacimiento de la esperanza. Podemos conocer estas nuevas luchas a través de una antología reciente de escritos suyos, realizada por David Porter, de la que hay versión en castellano: Visión en llamas. Emma Goldman sobre la revolución española (El viejo topo, 2012). Marchita la ilusión que la infatigable anarquista había puesto en nuestra piel de toro, se instala en Toronto, donde fallece en 1940.
Obligados a nadar en aguas revueltas
Emma Goldman fue una activista de una pujanza formidable y una conferenciante entregada y brillante, capaz de exponer opiniones bien fundamentadas sobre temas tan diversos como la propia realidad de la vida: teatro, filosofía, historia, anarquismo, control de la natalidad, y muchos otros, sin excluir algunos tan conflictivos en aquellos tiempos como la homosexualidad. Odiada y admirada, hasta sus mayores detractores tuvieron que reconocer su honradez y la lógica poderosa de sus convicciones.
La obra escrita de la enemiga número uno del establishment norteamericano, desplegada en centenares de artículos y no pocos libros, refleja la inquietud proteica de su intelecto, y dentro de ella, Viviendo mi vida tiene un valor especial, al describirnos con lujo de detalles un momento decisivo de luchas sociales y permitirnos conocer a sus protagonistas. En este sentido, aporta una extraordinaria aproximación a la biografía de un revolucionario tan capaz y animoso como fue Alexander Berkman, que enriquece sus propios escritos autobiográficos.
Rebelde y lúcida siempre, nuestra revolucionaria rechazó con firmeza a lo largo de toda su vida cualquier forma de explotación y alienación. Como prueba de esto, el segundo volumen de su autobiografía nos la muestra enfrentada sucesivamente a dos rostros bien diferentes de la derrota de la dignidad humana: la plutocracia norteamericana y la dictadura soviética. Su relato minucioso y sagaz pone ante nosotros las deficiencias de los dos sistemas y al mismo tiempo tiene la virtud de mostrar que, a pesar de los pesares, la vía revolucionaria está abierta si libertad, consenso y equidad se convierten en premisas esenciales.
La detallada y por momentos absorbente autobiografía de Emma Goldman nos regala el retrato de una época crucial, y nos adentra sin cortapisas en el alma tempestuosa de una mujer que recorrió los tiempos difíciles tratando sólo de ser fiel a sí misma y de no traicionar el impulso solidario que percibió siempre como lo más hermoso y noble del ser humano.