Primera versión en Rebelión el 12 de octubre de 2019
Francisco Ascaso vivió los mismos años que Mozart (35) y es otro buen ejemplo de cómo una vida corta puede estar llena de tensión creativa, de lucha y de logros, y un lapso que apenas da para aterrizar en la conciencia puede asombrar de madurez y claridad de visión. Militante del grupo “Los solidarios” (rebautizado “Nosotros” en 1931), Paco Ascaso fue el primero de sus integrantes en caer en los combates de 1936, aunque Buenaventura Durruti habría de seguirlo a los pocos meses. Algunos solidarios que sobrevivieron a los años de plomo, como Joan García Oliver o Ricardo Sanz, nos dejaron sus memorias, y si a esto unimos que otros, como el propio Durruti, Antonio Ortiz o Aurelio Fernández han sido objeto de estudios biográficos recientes, resulta evidente el interés de La bala y la palabra, el documentado y minucioso volumen que Luis Antonio Palacio Pilacés y Kike García Francés acaban de publicar (La Malatesta, 2017). Éste tiene la virtud de poner al fin el foco sobre uno de los miembros más destacados del grupo, que hasta el momento sólo aparecía en la penumbra de trabajos con otros protagonistas principales.
Primeros años en Aragón (1901-1922)
Francisco Ascaso Abadía nació el 1 de abril de 1901 en Almudévar (Huesca) en una familia que poseía algunas tierras y un horno de pan, y pudo darle cierta instrucción. Sus hermanos, Domingo y Alejandro, 6 y 3 años mayores que él, serán compañeros en muchas luchas de su vida. Cuando la temprana muerte de su padre en 1912 los deja casi sin ingresos, todos, con su madre y su hermana pequeña María, han de instalarse al año siguiente en Zaragoza. Allí Francisco comienza a trabajar, y pronto lo hace en el oficio de panadero, que conoce bien.
La Gran Guerra dispara los beneficios de empresarios e intermediarios, y también los precios, pero no los salarios, con lo que la conflictividad social aumenta. En esta situación crítica, los Ascaso son en seguida seducidos por las ideas libertarias. La huelga general revolucionaria de agosto de 1917 se salda con ochenta muertos por todo el país y un rotundo fracaso, pero marca un camino de unidad y lucha, mientras la CNT, más batalladora ve crecer su influencia a expensas de la UGT. En enero de 1918, con una encarnizada huelga de panaderos en marcha, Francisco es detenido por primera vez. Identificado como elemento combativo, se ve obligado tras su liberación a cambiar de oficio y desde entonces trabajará sobre todo como camarero.
Los años siguientes, la lucha de los obreros por sus derechos da lugar a una represión salvaje y la violencia se dispara, con bombas y tiroteos a la orden del día. El epicentro de esto es Barcelona, donde el brutal Severiano Martínez Anido es gobernador civil desde noviembre de 1920 hasta su destitución dos años después. No obstante, Zaragoza no le va a la zaga; aquí, en diciembre de 1920, Francisco es detenido acusado de haber intervenido en un atentado, y permanece encarcelado dos años en espera de un juicio del que sale absuelto.
Inicios de Los solidarios (1923)
Una vez liberado, nuestro altoaragonés se integra plenamente en el grupo anarquista Los solidarios, que acaba de constituirse con algunos de los militantes más combativos del anarquismo español. Con Buenaventura Durruti sintoniza desde el principio, pues ambos coinciden en un aspecto esencial: en el proceso revolucionario inminente, el protagonismo ha de estar siempre en las masas, y es su deber renunciar a dirigirlas desde cualquier “burocracia revolucionaria”. Sus diferencias físicas y de carácter, con el leonés más alto y corpulento, derrochando carisma, pasión y simpatía, y el aragonés enjuto, reflexivo e introvertido, no van a ser óbice, sino todo lo contrario, para la profunda amistad que surge entre ellos y hará que formen un equipo formidable.
Establecido desde febrero de 1923 en Barcelona, Francisco vive allí el mes siguiente el asesinato del Noi del Sucre por pistoleros de la patronal, que le muestra a las claras el salvajismo del poder y la imposibilidad de cualquier acuerdo con él. La respuesta sólo puede ser violenta y ha de estar a la altura. En la primavera de sangre que sigue, el de Almudévar es uno de los elementos más activos, y el 4 de junio, con Rafael Torres Escartín, acaba con la vida del cardenal de Zaragoza Juan Soldevila, preboste de la reacción española; unos días después, reconocido en el lugar de los hechos por una testigo, es detenido en el domicilio familiar y encarcelado.
Los rumores que llegan de un posible golpe militar hacen necesario acopiar fondos para comprar armas y el objetivo escogido es el Banco de España de Gijón, que es asaltado por los solidarios disponibles el 1 de septiembre. Se consigue un botín de 850 000 pesetas, pero resultan muertos el director de la sucursal y, ocho días después, también Eusebio Brau, uno de los asaltantes, en un tiroteo tras el cual otro de ellos, Rafael Torres Escartín, es detenido. Pronto un chivatazo alerta a la policía de la participación de éste en la muerte del cardenal. Aunque conseguirá fugarse, detenido otra vez, será condenado a la pena capital y la sentencia acabará ejecutándose en 1939.
Las armas se compran en Éibar y son enviadas por barco a Barcelona, pero el alzamiento de Primo de Rivera el 13 de septiembre hará que no puedan ser recogidas por los libertarios. La CNT es duramente reprimida por el general golpista y sus militantes más destacados se ven obligados a exiliarse. Por otra parte, el 8 de noviembre de 1923, Francisco Ascaso, junto a otros compañeros, consigue escapar, huyendo a través de los tejados, de la destartalada cárcel zaragozana de Predicadores. La situación política y la suya personal hacen inevitable que se una a los que abandonan el país.
Primer exilio en Francia (1924)
Ascaso y Durruti llegan a París en los primeros días de 1924. Llevan consigo una parte importante del dinero de Gijón, que será utilizado para establecer un comité, dotado de imprenta y editorial, capaz de coordinar y asistir a los revolucionarios de todo el mundo que buscan refugio en la capital de Francia. Pronto se fragua además un ambicioso y bastante descabellado plan para un levantamiento en Barcelona, combinado con una doble invasión del territorio español por Vera de Bidasoa y Figueras. Estos movimientos esperan contar con apoyos en el ejército y fían su éxito al “contagio revolucionario”, pero su puesta en marcha en noviembre se salda con sangrientos fracasos en los dos primeros puntos, a la vista de lo cual, en el tercero, donde se hallaba nuestro protagonista, el plan al fin es cancelado.
La aventura americana (1925-1926)
Enrarecidas con los hechos referidos las relaciones con las autoridades francesas, los solidarios refugiados en París acogen con optimismo la sugerencia que les hace el comité barcelonés de que algunos de ellos viajen a América a fin de “recaudar fondos” para las actividades revolucionarias. Sobre Francisco pesaba además la amenaza de una extradición por lo del cardenal, así que el 24 de diciembre de 1924, en compañía de Buenaventura Durruti y otro compañero cuya identidad es disputada, toma un barco en El Havre que, tras una escala en Nueva York, lo lleva a Cuba. Aquí, los tres van a permanecer varios meses. Trabajan de estibadores y en la zafra, tratan de organizar la resistencia sindical y cuando en un ingenio un conato de huelga es respondido con una paliza brutal a tres peones, el patrón responsable aparece muerto a cuchilladas a la mañana siguiente. Los españoles desaparecen dejando una nota en la que puede leerse: “La justicia de Los Errantes”. Se les busca con ahínco y en marzo, en cuanto tienen ocasión, abandonan la Perla del Caribe con destino a tierras mexicanas.
En la Ciudad de México, los prófugos colaboran con la CGT, sindicato ácrata que sigue una línea reformista, y pronto se les unen Alejandro Ascaso y otros compañeros, recién llegados de Europa. El grupo comienza la actividad expropiadora el 23 de abril de 1925, atracando una fábrica de tejidos de la capital, acción en la que un empleado resulta muerto. El exiguo botín se dedica a financiar proyectos educativos de la CGT. Cuando las pesquisas policiales, desatinadas al principio, llegan a inquietarlos, deciden abandonar el país y regresar a Cuba, y allí, en una breve estancia antes de partir para Chile, logran un cuantioso botín con el asalto a un banco. Hay que señalar también que en el mes de abril, Francisco Ascaso y Rafael Torres Escartín habían sido condenados en Zaragoza a la pena capital por la muerte del cardenal Juan Soldevila.
El 9 de junio de 1925, los errantes arriban a Valparaíso y en la cercana Santiago contactan con los compañeros de la agrupación Luz y Acción (integrada en los IWW) que, más proclives al ilegalismo que los mexicanos, aceptan darles apoyo y cobertura a cambio de un reparto de los beneficios. En Chile reinaba la paz social y el atraco que el 16 de julio se llevó un cuantioso botín del banco de Chile y costó la vida a uno de sus empleados produjo honda conmoción. Sin embargo, dos nuevos intentos en los días siguientes acabaron en sendos fiascos, y con el país patas arriba, los solidarios decidieron enviar a uno de los suyos con una parte importante del dinero a España y atravesar los Andes para probar fortuna en la Argentina.
Corre ya el mes de agosto cuando Alejandro y Francisco Ascaso, Buenaventura Durruti y Gregorio Jover son cálidamente acogidos en Buenos Aires en la redacción del semanario La Antorcha. Alejandro, no obstante, descontento del rumbo que están tomando sus vidas, decide separarse del grupo y viajar a Montevideo. Establecido luego en Costa Rica, dirigirá allí varios periódicos y llegará ser un personaje muy conocido, respetado por su compromiso con las clases populares y la defensa del medio ambiente. Falleció en su patria de adopción en 1982, tras realizar un viaje de incógnito a su tierra natal en los últimos años de la dictadura franquista.
La trayectoria reciente de Los solidarios estaba recibiendo duras críticas por parte de anarquistas tan conspicuos como Ángel Pestaña o Diego Abad de Santillán, éste por entonces en Argentina, que se enmarca en el abierto enfrentamiento que existía en ese momento en los medios ácratas entre partidarios y detractores del ilegalismo. Sendos atracos en octubre y noviembre no recaudan apenas nada, y en el segundo además un policía resulta muerto. Para colmo de males, la colaboración de los chilenos consigue que los fugitivos sean identificados y sus fotografías expuestas por todas partes. En un nuevo atraco, ya en enero de 1926, otra vez hay un muerto, aunque aquí sí que se logra un buen botín. Acosados, nuestros protagonistas optan por viajar a Uruguay y abandonar América lo antes posible.
Segundo exilio europeo (1926-1931)
El 30 de abril de 1926, los tres amigos desembarcan en Cherburgo, y en seguida se establecen en París, donde junto a otros solidarios, como Joan García Oliver y Aurelio Fernández, se embarcan en proyectos ambiciosos. Acabar con la vida de Benito Mussolini resulta ser el primero, y cuando se hace inviable, deciden poner en la diana a Alfonso XIII, aprovechando la visita que va a realizar a la ciudad. Avanzan con el plan pero, vigilados estrechamente por la policía, el 25 de junio, Francisco y Buenaventura son detenidos; ocho días después cae también Gregorio Jover, aunque a él no se le vincula con el intento de magnicidio. Con los tres a buen recaudo, muy pronto llegan peticiones de extradición desde Argentina y España.
La condena, a unos meses de reclusión, ya estaba cumplida, en el caso de Durruti y Jover, cuando se dicta sentencia en octubre, pero los dos revolucionarios siguen en prisión, a la espera de que se resuelva su extradición. Se desata entonces una intensa campaña internacional de solidaridad que se funde con la que lleva años exigiendo la libertad de Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, anarquistas condenados a muerte en los Estados Unidos en un juicio plagado de irregularidades. Al fin, tras presiones, altercados y vacilaciones del gobierno francés, el 9 de julio de 1927 los tres solidarios son liberados. Gregorio permanece en Francia con su familia, pero Francisco y Buenaventura, expulsados del país, viajan a Bélgica a fin de mes, en los días en los que en El Saler se constituye la Federación Anarquista Ibérica (FAI). No obstante, rechazados por los belgas, regresan de incógnito a Francia, donde son detenidos en Lyon el 5 de abril de 1928. Tras su liberación, residen en Bruselas y Berlín.
La dimisión de Primo de Rivera en enero de 1929 los sorprende en Bélgica. Entusiasmados, se prodigan en actividades propagandísticas y planes insurreccionales. La anarquista bielorrusa Ida Mett describe a Francisco en esta época como un joven a la vez irónico y discreto, tan suave de modales como enérgico de carácter, algo enfermizo y dotado de una espontánea simpatía, pero por encima de todo volcado en cuerpo y alma en la construcción de un mundo sin explotación y sin importarle demasiado lo que a él personalmente pudiera depararle esta lucha; su lema era: “Nadie tiene derecho a gobernar a otros”. Tras la proclamación de la Segunda república, a nuestros dos revolucionarios les falta tiempo para emprender viaje, y aunque son retenidos unas horas en la frontera, el 15 de abril están ya en Barcelona.
Primeros años republicanos (1931-1933)
El 1 de mayo, tras un mitin multitudinario de la CNT, casi cien mil personas acuden en manifestación al palacio de la Generalitat para entregar sus demandas. Tiroteadas por guardias y pistoleros, se logra repeler la agresión con la ayuda de un grupo de soldados de un cuartel cercano al mando de un capitán. Ese día queda demostrada la fuerza de los anarquistas en la calle, pero para capitalizar esta energía, compiten en el seno del movimiento dos tendencias que se van a revelar irreconciliables, la de los que, como Ángel Pestaña o Joan Peiró, proponen concentrarse en objetivos sindicales y dar una oportunidad a la república, y la de los radicales, dominantes en la FAI, que se plantean el asalto a los cielos como meta inmediata, vía gimnasia revolucionaria.
En agosto treinta dirigentes moderados publican un manifiesto rechazando el “aventurerismo”. Es un texto bien adobado de argumentos y con los pies en el suelo, pero aparece en un momento muy duro de persecución gubernamental a la CNT, con represión sangrienta y cotidiana y trato de favor descarado a la UGT, y esto hace que su crítica a los que resultan ser los líderes más comprometidos y hostigados no siente bien entre amplios sectores de afiliados. Así, en el pleno regional de octubre, los faístas se hacen con el control de Solidaridad Obrera, la Soli, el periódico libertario de mayor difusión, lo que es sólo un anuncio de la hegemonía total que van a lograr muy pronto en el sindicato.
1932 comienza con insurrecciones, como la de Figols, en el Alto Llobregat, que sin derramamiento de sangre consigue establecer el comunismo libertario en la localidad durante unos días, pero la represión que se desencadena después es contundente, y Francisco y Buenaventura son deportados en febrero a Guinea con otros compañeros. Acabarán casi todos en Villa Cisneros, con Durruti y unos pocos más en Fuerteventura. En agosto, tras el fracaso del intento de golpe de estado de Sanjurjo, que pone de manifiesto el peligro fascista que acecha, todos los anarquistas son reagrupados en Fuerteventura para hacer sitio en Villa Cisneros a los militares alzados. Al fin, en septiembre los revolucionarios son liberados y enviados por barco a Barcelona. Llegan a la península en un momento en que la CNT se encuentra ya escindida. Ángel Pestaña, duramente criticado por su pasividad ante las deportaciones, se ha visto forzado a dimitir como secretario del comité nacional, y algunos sindicatos locales que trataron de presionar a su favor están a punto de ser expulsados, como él mismo lo será también en breve.
El 8 de enero 1933 se pone en marcha un importante intento insurreccional que afectará sobre todo a Cataluña, Valencia y Andalucía, con ecos por otras regiones. Los hechos más graves tienen lugar el día 11 en la localidad gaditana de Casas Viejas, con una matanza de campesinos cuyos espantosos detalles conmocionan a la opinión pública tras las investigaciones sobre el terreno de los periodistas libertarios Eduardo de Guzmán y Ramón J. Sender. El día 14 todo ha terminado, y aunque la CNT se ha desvinculado a través de la Soli de la intentona, la represión sobre el sindicato es durísima. Con esto, las posturas se enconan, y en una conferencia en marzo se consuma la expulsión de los pestañistas. No obstante, tampoco falta oposición al desbocado insurreccionalismo desde las filas de la FAI. Francisco y Buenaventura son detenidos a finales de marzo en Sevilla y enviados al penal del Puerto de Santa María; el riguroso contraste de fuentes por parte de los autores de La bala y la palabra señala un aspecto bastante sorprendente: el grupo Nosotros, conformado entre otros por ellos dos, no formaba parte por esas fechas de la FAI, y sólo se une a ella a finales de ese año de 1933, cuando todos sus miembros quedan en libertad. Según el testimonio de García Oliver, ni siquiera en ese momento el grupo se integra de la FAI.
Buenaventura y Francisco permanecen encarcelados hasta octubre y noviembre, respectivamente. El triunfo de las derechas en las elecciones que se producen entonces es respondido el 8 de diciembre en toda España por una nueva insurrección de intensidad mayor que la de enero. Sin embargo, tanta energía sólo es capaz de alumbrar otro fracaso, con 125 muertos entre los dos bandos. En las filas de la FAI se elevan numerosas y significadas voces (Santillán, Montseny y Peirats entre otros), críticas con el grupo Nosotros, al que se acusa de actuar en nombre de la organización sin aceptar su disciplina democrática, e imponer una dinámica que está resultando desastrosa. De todo esto, la FAI va a salir muy debilitada.
Bieno negro y combate final (1934-1936)
En una situación difícil, con el sindicato ilegalizado, nuestro altoaragonés continúa en 1934 su actividad organizativa y propagandista, participando en reuniones y mítines por toda España, y asume además ese año el cargo de secretario general de la CNT en Cataluña. Con los socialistas desalojados del poder, la UGT adopta por entonces una postura reivindicativa y, aunque los ácratas no olvidan su negativa a sumarse al movimiento de diciembre, pronto se comienza a plantear una posible unidad de acción. Al pleno nacional de junio, los asturianos llegan ya con una alianza firmada con los socialistas. Ésta no es bien vista por los demás, pero va a seguir adelante. En otros territorios, los libertarios quedan al margen de insurrecciones capitalizadas esta vez por socialistas y catalanistas.
En octubre, ante a la entrada de cuatro ministros cedistas en el gobierno, los socialistas se sublevan en Madrid y zonas del País Vasco, Aragón y Castilla. No obstante, los sucesos más graves se van a vivir en Asturias, donde se suman los anarquistas, y la lucha va a prolongarse un par de semanas. Mientras tanto, en Cataluña, la Generalitat, embarcada en una brutal represión de la CNT, cosecha un rotundo fracaso cuando pide a las masas que salgan a la calle a reivindicar la “República catalana”. A pesar de esto, entre los obreros no se comprende el llamamiento de la CNT a abandonar la huelga general que es radiado en los momentos finales de la insurrección. Esto costará a Francisco su puesto de secretario general. Tras el descalabro de la intentona, Lluis Companys y buena parte de su gobierno dan con sus huesos en el penal del Puerto de Santa María, y la autonomía de Cataluña es suspendida.
Durante 1935, entre detenciones y torturas recurrentes, Francisco y Buenaventura vuelcan sus energías en preparar un enfrentamiento que se prevé decisivo. Están convencidos de que el éxito se logrará sólo con una poderosa organización de base, y se ven obligados a criticar los atracos y acciones individuales, que en este momento les parecen contraproducentes. En otoño, las crisis de los partidos de derechas está a punto de forzar un adelanto electoral, y catalanistas y socialistas se acercan a la CNT tratando de que no haga campaña por la abstención. Al fin las bases votarán por no hacerla. Los meses previos a las elecciones de febrero, la actividad mitinera de Francisco es frenética, llamando a la lucha y exigiendo la libertad de los presos. En el libro se recogen algunas de sus intervenciones, publicadas en la Soli.
Con el triunfo del Frente Popular, una amnistía libera a los miles de presos políticos hacinados en las cárceles, mientras la situación social se encona, con numerosos atentados falangistas. Pronto los campesinos del sur, sin aguardar leyes de expropiación, se lanzan a la ocupación de fincas. En mayo, un congreso de la CNT en Zaragoza aprueba la reincorporación de los sindicatos escindidos. En una de las sesiones finales, Francisco se defiende del llamamiento a dejar la huelga general en octubre del 34, y argumenta que en ese momento desconocía que la lucha continuaba en Asturias.
El conflicto se exacerba sin mediación posible y el 19 de julio, los comités de defensa de la CNT, que se han preparado minuciosamente, plantan cara al ejército sublevado en las calles y logran doblegarlo con ayuda de guardias de asalto y algunos guardias civiles. Hay que señalar que la Generalitat se negó a armar al pueblo hasta el último momento. Al día siguiente (20 de julio) poco después del mediodía, frente al cuartel de Atarazanas, postrer bastión de los militares sublevados, un disparo en la cabeza acaba con la vida de Francisco Ascaso, justo cuando el sueño de toda su existencia se encontraba al alcance de su mano. Sus más queridos compañeros, entregados a la apremiante actividad de organización de columnas de milicianos, no pudieron asistir a su entierro el día 22.
La lucha no había hecho más que empezar. Era el comienzo de la Revolución social española. Domingo Ascaso había de caer en sus momentos finales, en los combates de mayo del año siguiente en Barcelona.
Los tesoros de la memoria
Es de agradecer el enorme esfuerzo que han realizado Luis Antonio Palacio Pilacés y Kike García Francés para elaborar este volumen. El minucioso escudriñe de las fuentes es una labor interminable y tediosa, y rinde además muchas veces resultados contradictorios, que es necesario contrastar y evaluar para ofrecer una visión ajustada de lo que sucedió. Todo esto se ha hecho con rigor, y ha permitido construir un retrato cabal de uno de los luchadores más destacados en los años de oro del anarquismo español. La bala y la palabra es un paso importante en la recuperación de aquella historia irrenunciable.
En una época marcada por la confianza, encarnada en poderosas organizaciones, en la inminencia de la revolución, muchos como Francisco Ascaso decidieron apostarlo todo en aquella partida que habría de acabar de una vez con el envenenado juego de amos y esclavos del capitalismo. El reto implicaba poner en juego la propia vida y la de otros, como demuestran tantas biografías truncadas, e inevitablemente se produjo allí una discusión sobre el significado de la violencia en la lucha revolucionaria, que aparece recurrentemente a lo largo del relato y está llena de lecciones. Pacifistas y exaltados no han dejado nunca de afilar argumentos que batallan en cada uno de nosotros.
Desde las brumas del presente, abismados en las mentiras, crueldades y delirios tecnológicos del capitalismo terminal, apenas podemos entender aquel mundo en el que todo parecía ajustarse al sueño, perfectamente simple, de entregar las tierras y las fábricas a sus trabajadores y construir una sociedad federada y genuinamente democrática donde la esclavitud del capital fuera abolida. La derrota nos dejó en la estacada, y no se adivina forma alguna de que las eternas víctimas de la historia pasen a ser otra vez conscientes de su poder y comprendan que la apuesta por un mundo sin explotación es lo más seductor y sensato que es posible plantearse.