Primera versión en Rebelión el 1 de enero de 2020

Una característica notable de las novelas gráficas del asturiano Alfonso Zapico (Blimea, 1981), que lo han colocado entre los autores más prestigiosos del género, es su capacidad para acercarnos a los seres atrapados en momentos decisivos de la historia, y sondear su humanidad al límite, muchas veces capaz de enseñanzas sorprendentes. Así, en Café Budapest (2008), nos lleva a la Jerusalén de la época de la proclamación del estado de Israel, en La guerra del profesor Bertenev (2009), a la guerra de Crimea o en Los puentes de Moscú (2018), al conflicto del País Vasco, a través de un diálogo entre dos de sus protagonistas. En los tres volúmenes de La balada del norte (Astiberri, 2015, 2017 y 2019), cobra vida un elenco de personajes que retrata admirablemente un escenario tan fascinante y complejo como fue la Revolución asturiana de 1934.

Volumen I. Caminos de la revolución social

Tres páginas sirven para traducir en viñetas los turbulentos comienzos del siglo XX en España, cuando miseria, explotación y luchas sociales traen una república que no resuelve nada. Así llegamos a las navidades de 1933, y conocemos a Tristán, “el marquesito”, que desde Madrid regresa a Asturias con su tuberculosis “porque cualquier lugar es bueno para morir” (los dibujos se recrean en el cambio de los paisajes y nos descubren la tierra que va a ser protagonista de la historia). Conocemos también a su padre, Amadeo Valdivia, marqués de Montocorvo, propietario de medio país, a Javier Bueno (personaje real), amigo socialista de Tristán y director de periódico, y también y sobre todo al personaje principal de aquello: el minero asturiano, raza de aluvión y maltratada, en cuyo corazón ha incubado la idea de otro mundo.

Los mineros horadan las montañas y extraen carbón, pero al tiempo hacen acopio de armamento y dinamita. Apolonio, vigilante en la mina Santa Aurelia, hombre desbordante de humanidad y respetado por todos, trata al principio de mantenerse al margen de la que se está liando, pero, tras darle muchas vueltas, sensible a la justicia del empeño decide colaborar y entrega las llaves del polvorín. Hay tiempo también para que Tristán conozca a la hija de Apolonio, Isolina, sirvienta en su casa y se enamoren los dos. Él es testigo de la reunión de casa Manfredo, el chigre de Gijón donde socialistas y anarquistas sellan la Alianza Obrera. La revolución está servida. -“Si tanto se odian entre sí, ¿por qué han firmado?”, se pregunta Tristán. Ordóñez, el amigo periodista que lo ha llevado allí responde: -“Por miedo a perder la esperanza”.

Al fin Teodomiro Menéndez viaja a Asturias con la orden de comenzar la insurrección el día 5 de octubre a las 2 de la madrugada en la cinta de su sombrero, y así ocurre puntualmente. El primer objetivo son los cuarteles de la guardia civil en las cuencas mineras, algunos de los cuales caen esa misma noche. UHP es la consigna que todos corean. Apolonio es pronto un líder de la revuelta y sólo cuando ve a Tristán que huye con el marqués en su coche se da cuenta de quién es en realidad aquel chico flacucho que cortejaba a su hija. Los deja escapar y con ello concluye la primera entrega de la historia.

Volumen II. Combate

Escenarios de los primeros días de lucha: coraje, balas y dinamita contra el cuartel de Sama, que cae sin que se hagan prisioneros. Se organizan columnas para tomar Oviedo, donde se han refugiado los Valdivia, y la capital es pronto un campo de batalla. Allí llega Apolonio, abrumado ya por la muerte que reina a cada paso: “En la mina se muere, pero no se mata”, y también Isolina, que su padre no ha podido evitar que se una a la milicia. La revolución social se ha cruzado en el camino de nuestros tórtolos. Mientras alzamientos dispersos fracasan por toda España, en Oviedo cae la fábrica de armas de La Vega, y algunos militares profesionales se unen a los insurrectos. La guerra fragua en un rincón abrupto y áspero del norte.

En las cuencas comienza la nueva vida sin patronos, y se blindan vehículos que parten para Oviedo, pero en Madrid se pone en marcha una campaña militar que involucrará unidades africanas y ha de servir de base para una represión feroz. Con el ejército acosando desde todos los puntos cardinales, el aplastamiento del sueño se va a consumar en quince días. Las viñetas ponen de manifiesto con dolor la eterna división de los revolucionarios, estigma de todas sus derrotas. En Oviedo, Apolonio y su hija se preparan para volver a casa: “Sólo una cosa es segura. Esto acabará mal”, mientras en el despacho del gobernador el marqués celebra la victoria. Tristán desesperado por lo que se avecina, monta a caballo y parte al galope para unir su destino al de los vencidos. Su padre, que trata de hacerle regresar, se interna en la línea de fuego y cae con la cabeza reventada.

Volumen III. Represión

Prevista inicialmente en dos volúmenes, la obra se alargó en éste para seguir la trayectoria de los personajes principales. En esta entrega presenciamos cómo son los mercenarios rifeños los que hacen el trabajo sucio a la burguesía y arrebatan Oviedo a los mineros, y asistimos a la reunión en Oviedo entre el general López Ochoa y Belarmino Tomás para pactar la rendición, así como a la histórica arenga de éste desde el balcón del ayuntamiento de Sama que puso fin a la revuelta. La represión que se desata entonces es bestial en violaciones y torturas, y sobre ella nos ilustra Zapico con rigor.

Éste es el escenario en el que han de desenvolverse nuestros protagonistas. Isolina es encerrada pronto en la cárcel de Oviedo, mientras Apolonio y Tristán, que logran escapar juntos, huyen al monte y han de enfrentar delaciones y persecuciones. Al final descubrimos que será necesario otro volumen para cerrar el hilo narrativo por lo que a ellos respecta, aunque con este tercero queda completo el retrato de la insurrección de Asturias en sus tres etapas.

El reto de dibujar la historia

Los cuatro años que van de la primera a la última viñeta son mucho tiempo, y a través de él vemos el cambio en el arte de Alfonso Zapico, que, dentro del realismo que lo domina, se hace más estilizado y expresionista. Un marco de dulces paisajes asturianos contrapunta en el comienzo la negrura y el horror mecánico de la mina, y la violencia y destrucción que se desencadenan enseguida vienen asimismo contrapuntados por el humor que aflora hasta en los lances más terribles, y también y sobre todo por la ternura del idilio de Tristán e Isolina. Este juego sinfónico nos muestra la omnipresencia de la violencia y da sentido a la historia, porque no empieza ésta cuando los mineros se sublevan, sino en el momento en que el capital comenzó a destrozar sus vidas.

Los personajes de la obra reflejan bien los diversos ambientes sociales implicados, pero hay que decir que uno de ellos adquiere un significado especial. Apolonio sirve a su creador para expresarnos, empática y brillantemente, su propia visión de lo que ocurrió en Asturias en aquellas semanas. Él, un vigilante, un ser relativamente privilegiado, contempla cada día de su vida un infame paisaje de explotación y miseria a su alrededor, y con su sano intelecto es capaz de percibir que éstas no caen de los cielos, sino que son la simple consecuencia de un orden social injusto. Así, su decisión de unirse a la revuelta la vemos como un intento legítimo de superar de un estado de cosas insoportable que no podía ser atajado por otras vías.

Apolonio es también el impulso ético que guía la lucha después, y que trata de mantener la violencia en el mínimo imprescindible. Tras la derrota, su gesto es firme al juzgar el horror vivido como un noble intento de liberar a los oprimidos de sus cadenas. A pesar de esto, el error estratégico que todo ello supuso resulta evidente, como también lo es la causa de la debacle: la división de los explotados y su necio liderazgo. La narración va aderezada con extractos de poesía rusa, que aportan claves para discernir el combate por la libertad que se vivió en Asturias. Isolina al conocer de labios de Tristán la historia de la sublevación y martirio de Pugachov nos hace conscientes del triunfo de éste a pesar de todo, inmortalizado en la mejor literatura. Aquí se desnuda también el sentido de la obra.

Las baterías mediáticas del pensamiento único nos acribillan cada día con su visión sesgada y perversa de lo que ocurrió en Asturias en octubre de 1934. Como alternativa a este relato tejido desde el poder, el trabajo de Alfonso Zapico nos ayuda a comprender la palpitante humanidad y las razones de los que optaron por ser protagonistas de la revuelta. Apolonio, Isolina, Tristán y tantos otros quedan con nosotros tras la lectura, y su aliento mantiene vivo el de muchos que vivieron aquello y fueron olvidados.