Primera versión en Rebelión el 3 de abril de 2020
Un amigo me manda el enlace a un artículo reciente, publicado en un medio de gran difusión. Viene a decir el articulista que vaya número estamos montando (parar la economía), por una enfermedad que no pasa de ser poco más que la gripe de todos los años. Respondo a mi amigo lo difícil que es minimizar las imágenes de caravanas de camiones militares trasportando féretros en Italia o las que se han producido en muchas residencias de ancianos en nuestro país. Traspasado el umbral que el sistema sanitario puede asumir, éste colapsa y tenemos escenarios dantescos, pero no parecen conmover al autor del texto.
Me quedo pensando que el ofuscado articulista no está solo en sus apreciaciones. Boris Johnson afirmaba hace poco que la solución era desarrollar una “inmunidad colectiva” frente al virus. Esta expresión tan inocente significa en realidad renunciar a tomar medidas contundentes contra él, y con ello “dejar morir” a una gran cantidad de seres humanos, o lo que es lo mismo, ser responsable, por omisión, de una masacre. Cuando los políticos provocan masacres (por acción u omisión) usan siempre palabras hermosas para camuflarlas: los nazis hablaban de “política racial”, que suena francamente bien, y Boris Johnson tiene su “inmunidad colectiva”. Afortunadamente, fue sólo una ocurrencia y pronto le hicieron bajarse de la burra, pero también es cierto que con esos rifirrafes se perdió un tiempo precioso.
Cualquiera atento a la copiosa literatura vírica que se publica estos días podría citar opiniones de este jaez. El extremo más suave del espectro serían esos empresarios que se echan las manos a la cabeza por el futuro de sus negocios, y se oponen a la hibernación decretada por el gobierno español. Al final, el noble empeño de todas estas personas es concienciarnos de que en una situación como la que estamos viviendo no deberíamos dejarnos cegar por obsoletos principios humanistas cuando está en juego algo mucho más importante, cuando se halla comprometida nada más y nada menos que la sacrosanta economía. ¿Qué nos recuerda esto?
Mandar a la gente a morir en las guerras es una constante en la historia, y para conseguirlo sin mayores dificultades se dispone del concepto de patria, que sirve estupendamente para éste y otros muchos fines. En la situación actual, tal parece que la patria inmortal en peligro que exige sacrificios humanos es el entramado económico en el que estamos inmersos. Los profesionales de la manipulación ideológica han logrado que el susodicho entramado se nos antoje el único posible y tan natural como el aire que respiramos, pero en realidad no es otra cosa que un régimen basado en la explotación y la acumulación de capital, un sistema demente que ha alcanzado en nuestro tiempo un record insólito y obsceno: el 1% de los más ricos concentra el 82% de la riqueza del planeta. Sabido esto, no es una exageración hablar de los dueños del mundo como una categoría real y tangible.
Los dueños del mundo, que tontos desde luego no son, están muy atentos a lo que ocurre, y no dejan estos días de hacer llover monedas sobre la plebe mientras el coro mediático canta sus loores. Devuelven con ello una parte mínima de lo que se han apropiado y confunden a los incautos, pero hay que decir que éste es uno de esos raros momentos en que la realidad se impone sobre todos los relatos tramposos a que el poder nos tiene acostumbrados. Ante el panorama brutal que nos rodea, es fácil darse cuenta de que ese capitalismo tan publicitado nos conduce directamente al desastre. Por unas semanas, las sociedades opulentas del norte tenemos la oportunidad de vivir en carne propia una pequeña dosis del paisaje de muerte que el sistema arrastra consigo y hace realidad cotidiana de miseria, hambre, guerra y degradación ambiental en el sur.
¿Qué va a ocurrir después? Creo que es importante que todos los que apostamos por otra economía, socializada, al servicio del ser humano y nunca dispuesta a hacer de éste su víctima propiciatoria, nos concentremos en aprovechar la ventana de oportunidad que nos ofrecen las desgracias del virus. El minúsculo enemigo ha desnudado los embelecos del poder, y nos pone ante el reto, arduo pero inaplazable, de expropiar a los dueños del mundo y construir otro con democracia económica, única que merece tal nombre. Para ello debemos sumar todos los esfuerzos, porque bien claro vemos que nos va la vida en ello.
Cuando todo esto acabe, no pretenderán que lo olvidemos, porque es imposible, pero sí tranquilizarnos con una explicación falaz y edulcorada. Quiero pensar que van a tener difícil que les creamos. Tras decenios de privatizaciones y una kermés dorada de capital desbocado que se ha apropiado de casi todo, los muertos inocentes de la imprevisión, los recortes y la sumisión a los dictados económicos gritarán demasiado fuerte como para que nos olvidemos de ellos.