Primera versión en Rebelión el 22 de abril de 2020
Los hermanos Edmond y Jules de Goncourt, nacidos respectivamente en 1822 y 1830 en la familia de un rentista, antiguo oficial del ejército napoleónico, trabajaron en colaboración en numerosos volúmenes de historia, crítica literaria y artística, y cinco novelas adscritas a la escuela naturalista. Además de estas obras, publicaron también tres entregas de un Diario en el que presentan un retrato agudo y entrometido de la vida intelectual de su tiempo. Hay que decir que son estas páginas de su producción conjunta, debidas sobre todo a Jules, las que han tenido una pervivencia mayor en el interés de los lectores. De ellas Renacimiento ha puesto hace poco en circulación una versión en castellano (2017, edición y traducción de José Havel)
Tras la temprana muerte de Jules en 1870, Edmond prosiguió los trabajos literarios hasta su fallecimiento en 1896, y el cuarto volumen del Diario (primero en solitario) arranca, así, en la época convulsa de la guerra franco-prusiana, el sitio de París y la comuna subsiguiente. Este cuarto tomo lo acaba de traducir José Havel completo para Renacimiento, mientras que, por su parte, Julio Monteverde ha preparado para Pepitas de calabaza una edición que prescinde de las entradas finales, posteriores a las perturbaciones de la Comuna. Los dos libros vienen con estudios liminares de sus traductores e índices onomásticos, y el de Renacimiento trae además profusas y provechosas notas a pie de página
Prusia contra París
Las anotaciones comienzan el 26 de junio de 1870, sólo seis días después de la muerte de Jules, y transmiten un duelo desgarrado por la desaparición del hermano menor, amigo y compañero entrañable, que representaba el polo amable y sensible en la compenetrada pareja. El 6 de agosto llegan a París rumores de una gran victoria francesa que resultan ser falsos, y para fin de mes la capital se apresta a la batalla y el Louvre es evacuado a Bretaña. “Vivir rodeado de esta extrañeza amplia y aterradora, que nos envuelve y abraza, no es vivir”, escribe Edmond el 3 de septiembre, al conocer la noticia de la captura del emperador. Ese mismo día se proclama una República que él recibe con agrado, pero también con la desconfianza de un propietario que teme excesos de la chusma.
El 19 de septiembre truena el cañón toda la mañana y después arriban a la ciudad tropas en retirada. El 23 Edmond anota: “Y siguen abiertas las puertas de los cafés, por las que brota el ruido de las conversaciones divertidas; y sigue la vida despreocupada de la capital, que subsiste junto con todo el horror de la guerra a nuestro alrededor.” Los días siguientes, sin embargo, se instala ya la escasez: “Ayer comimos las últimas ostras, y no hay más pescado que anguilas y gobio”. Los guisos de los ricos llevan carne de caballo y somos testigos de la ira contra los acaparadores que se lucran con la penuria. Compartimos ruidos y olores del París popular y burgués a punto de convertirse en campo de batalla, que el autor describe con amoroso detalle. El día 30, “en los cabarets no se bebe y casi no se conversa.”
La belleza del otoño se despliega indiferente a los rituales bélicos. Ya en octubre, los izquierdistas apuestan en animadas reuniones por declarar la Comuna en la capital sitiada. Las semanas que siguen no traen grandes cambios, aunque la comida, casi reducida a patatas y queso, escasea cada vez más. En enero de 1871 arrecian los bombardeos y explotan obuses cerca de la casa de Edmond en Auteuil. El 20 de enero se consuma la derrota. Los soldados regresan y son insultados por los guardias nacionales en las calles. Es la hora de la capitulación.
Versalles contra París
En febrero “comienza a haber carne y otras cosas de comer. Pero los parisinos carecen completamente del carbón con que cocinarlas.” Los alemanes ocupan la capital por unos días, y tras su retirada, a mediados de marzo, la insurrección triunfante toma el control: “Los guardias nacionales se multiplican, y se levantan barricadas por todas partes coronadas por bravos chiquillos.” Cuando los militares Clément-Thomas y Lecomte, verdugos del pueblo, son fusilados, Edmond, abatido, clama por una existencia tranquila, entregado al arte, sin soportar la brutalidad de una “turba destructiva” que, armada y prepotente, le encorajina; en lo que ocurre ve los estragos del sufragio universal y la libertad de prensa. En seguida París es cañoneado de nuevo, y desde las mismas posiciones fortificadas de los prusianos, pero ahora por el gobierno provisional francés, presidido por Thiers y establecido en Versalles.
La visita a un hospital de campaña nos muestra el espanto de los cuerpos rotos, rédito de la guerra, y después asistimos a un desfile de féretros con banderas rojas. Edmond reconoce “una profunda tristeza por la suerte de estos brutos.” El 15 de abril los obuses causan estragos en torno a su casa, y ha de refugiarse en el sótano. Son jornadas en las que proliferan barricadas y desconcierto en las avenidas de una capital bajo el signo de la guerra. Ante el decreto que enrola a todos los varones entre diecinueve y cincuenta y cinco años para la lucha contra Versalles, nuestro rentista decide esconderse, pero los días que siguen no deja de vagabundear por París. El 25 de abril reflexiona que la Comuna encarna en realidad el patriotismo de las masas defraudadas por el tratado de capitulación, y rompiendo éste se habría hecho imposible el ataque de Versalles.
A finales de abril, Thiers rechaza cualquier conciliación y el 22 de mayo los versalleses entran en la capital. Es una jornada caótica en la que Edmond nos describe sus experiencias recorriendo plazas y avenidas. En breve caen las últimas posiciones de los federados, y mientras cadenas de prisioneros atados parten hacia Versalles, se empieza a oír el tableteo de los fusilamientos, coronado por detonaciones sueltas de tiros de gracia para los moribundos. Así, poco a poco, la ciudad de la luz vuelve a la normalidad. La última anotación recogida en la edición de Pepitas es la del 20 de junio, aniversario de la muerte de Jules: “Paso el día reuniendo los artículos necrológicos que se le han dedicado.”
Un documento extraordinario
La edición original se publicó en 1890, y fue recibida fríamente, llegándose a acusar a su autor de falta de patriotismo. Seguramente su descripción no fue considerada suficientemente aplicada en la bestialización de los insurrectos, tarea en la que enseguida se volcaron algunas de las mejores plumas del país. El retrato del natural, bien trazado y colorista, pero casi como de pasada, de un movimiento revolucionario de enorme trascendencia, es probablemente el mayor atractivo del relato. Por su parte, las anotaciones de los meses previos y el asedio prusiano nos ponen ante otro episodio decisivo de la historia de la ciudad, que además aporta las claves para comprender lo que ocurrió después.
El censo de grandes escritores que hacen cameos en las páginas del libro es realmente impactante. Ahí tenemos a Zola, que en una comida con Edmond le esboza su plan para los Rougon-Macquart. Renan aparece a menudo, y una vez lo vemos gesticular histérico defendiendo la superioridad intelectual de los alemanes sobre los franceses, causa en su opinión de todo lo que acontece. No faltan tampoco Verlaine, Gautier, Saint Victor, Flaubert, o el mismísimo “dios” Víctor Hugo, recién llegado de su exilio al París de Haussmann y sus grandes arterias, que declara preferir las viejas calles: “Este gobierno no hizo nada por la defensa contra los extranjeros, ¡todo fue hecho para la defensa contra el pueblo!” Él trata de infundir coraje a su amigo para superar el dolor: “Yo creo en la presencia de los muertos. Los llamo los invisibles.”
La pasión por el retrato fiel y minucioso de Edmond de Goncourt nos acerca a los rostros de un París insólito, con escenarios de guerra y revolución como nubes plomizas arrastrándose sobre la gran urbe. Los detalles de la vida cotidiana son un retablo palpitante y lleno de color que enriquece, con la mirada inquieta de un sensible y talentoso enemigo de clase, la historiografía más conocida sobre la primera sublevación proletaria.