Primera versión en Rebelión el 29 de julio de 2020
Marc Badal (1976) dejó su Cataluña natal para vivir la relación con la tierra que más le atrae, desarrollando proyectos agroecológicos en el Pirineo navarro, y esta labor le ha servido para profundizar en la reflexión teórica y la búsqueda de alternativas a los modelos de explotación dominantes. Su principal trabajo hasta el momento: Vidas a la intemperie, vio la luz en 2014 y a través de sucesivas reediciones se ha convertido en este breve tiempo en un clásico de la reivindicación de la cultura rural. Esta obra nos sorprende con una erudita y lírica investigación de la historia, naturaleza, ritos y contradicciones del campesinado, clase social sacrificada al progreso capitalista en un etnocidio de rostro amable, en el mejor de los casos. El pequeño volumen que reseñamos ha sido publicado por Cuadernos de Contrahistoria y reúne tres artículos aparecidos en revistas especializadas, precedidos de un prólogo del editor.
Ciencia agroecológica contra el mito del progreso
El primer trabajo incluido: “Viejas herramientas para nuevas agriculturas” es de 2009 y analiza los problemas de la imposición de la agricultura industrial en la era del capitalismo neoliberal. La inviabilidad de los nuevos sistemas de producción resulta evidente en muchos casos a través del agotamiento de recursos hídricos, el empobrecimiento del suelo y la biodiversidad o la dependencia del petróleo y sus derivados. Sin embargo, la vuelta atrás tropieza con enormes dificultades, pues la vieja vida campesina se ha ido de forma irreversible y su ciencia se pierde con el fallecimiento de los que la atesoraban.
En estas condiciones, se hace necesaria una teoría alternativa, y así surge la Agroecología, una corriente que, según Miguel Ángel Altieri, el más popular de sus divulgadores, analiza los diversos modos de cultivo, atenta a su productividad, pero también a la reproducción de los ecosistemas y las comunidades ligadas a ellos, y preocupándose de definir “las bases ecológicas de una agricultura sostenible”. Con este planteamiento, el cuestionamiento de la agricultura industrial es en realidad una defensa de los valores de la más tradicional y es fácil rebatir el dogma de la “inevitable extinción del campesinado”. Aunque acecha el peligro de una Agroecología domesticada, reducida al ámbito académico y ayuna de cualquier crítica al caos imperante, es cierto que el concepto puede servir para fundamentar las luchas de movimientos sociales amplios y poderosos, como los que despiertan por toda Latinoamérica.
El artículo sintetiza después los métodos, desafíos y contradicciones que hallamos en la práctica cotidiana de los colectivos que tratan de cultivar la tierra y vivir de sus frutos por diversos rincones de nuestra península y en un medio muchas veces desestructurado y dejado a su suerte. La experiencia demuestra que hay un hondo depósito de sabiduría en las gentes más longevas del lugar, aunque el acceso a él no es fácil ni está exento de peligros, y que las herramientas y técnicas que fueron útiles durante siglos pueden seguir siéndolo, al margen de su belleza o atractivo “turístico”. Las dinámicas de colaboración entre grupos aportan también un gran potencial, y se dan de ello algunos ejemplos interesantes.
Para terminar se repasan los intentos de caracterizar la vida y cultura del campesinado, oscilantes entre la idealización de los que los consideran “anarquistas naturales” y el énfasis en su inmovilismo y conservadurismo de otros. En cualquier caso, en el desquiciado momento que vivimos, el acercamiento a los conocimientos y prácticas rurales se ofrece como un instrumento valioso para diseñar los escenarios alternativos que resultan imprescindibles.
La agitación rural frente a sus límites
“Fe de erratas”, de 2012, tantea las dificultades más comunes entre los que buscan en el regreso a la tierra una vida al margen del sistema. Es la inconsciencia de personas que creen salir de una ciudad que llevan dentro, y huyen de ella sin saber que el territorio de promisión al que viajan ya no existe. De esta forma, las experiencias de los que “regresan al campo” enfrentan retos endógenos y exógenos de ardua superación, de los que no es el menor la competencia del “capitalismo verde”, docto en urdir estrategias de máxima rentabilidad. El autor nos pone de bruces frente a una realidad incómoda en un texto que destila amargas lecciones en carne propia y un caudal de ilusiones y desencantos.
Por último, “Sasé. Octubre quebrado” es una crónica de las luchas por la ocupación del pueblo de este nombre en el Pirineo, con los detalles del desalojo por la Guardia civil, obedeciendo órdenes del gobierno “socialista” aragonés en octubre de 1997. Cuatro años después, muchos de los que sufrieron aquello se dieron cita en una plaza del casco antiguo de Huesca, frente a la audiencia provincial donde se juzgaba a nueve personas enfrentadas a duras penas de cárcel: “El juicio se convirtió en un alegato político en defensa de la okupación rural que sirvió para recordarnos a nosotros mismos (…) cuáles son los motivos que nos empujan a seguir adelante con nuestros proyectos. Con estos pequeños mundos que vamos creando a contracorriente, tan llenos de carencias y contradicciones como de ilusiones y pequeñas alegrías.” Hay que decir que a día de hoy las experiencias de okupación rural siguen con éxito por todo el alto Aragón.