Primera versión en Rebelión el 20 de octubre de 2020
Chris Ealham (1965) es autor de varios volúmenes sobre la historia del anarquismo español, el último de los cuales, Vivir la anarquía, vivir la utopía (Alianza editorial, 2016, trad. de Federico Zaragoza Alberich), está dedicado a la trayectoria vital y revolucionaria de José Peirats, militante libertario que llegó a ser secretario general de la CNT en un par de ocasiones, y cronista del movimiento en una serie de trabajos imprescindibles. La obra analiza las diferentes etapas del biografiado y va tejiendo con ello una ajustada crónica del tiempo que le tocó vivir, desde la Cataluña de los años 20 y 30 en la que se fraguaba la revolución, hasta el desencantado final de la centuria, pasando por la guerra civil, los campos de concentración franceses y las luchas del exilio.
Peirats logra convertirse en su juventud en un escritor vocacional y autodidacta, espoleado por la vergüenza que le produce la ignorancia impuesta por el estado y el capital. Con la fuerza del rebelde emprende la conquista de esos tesoros de conocimiento que darán sentido a su vida, dispuesto siempre a compensar con tesón y voluntad férreas las menguadas capacidades que su modestia le hace percibir en sí mismo. Alimentada por esa cultura, su existencia va a ser un empeño continuo tras un orden nuevo más allá de la explotación y la alienación. No lo veremos nunca torcer el rumbo, flaquear o claudicar en la persecución de ese objetivo a través de las luchas despiadadas que le tocó vivir.
Un obrero con conciencia en tiempos de revoluciones
José Peirats Valls nació el 15 de marzo de 1908 en La Vall d’Uixó (Castellón) en una familia pobre de la que sólo alcanzarán la vida adulta dos vástagos: él y su hermana Dolores. Con tres años emigra con los suyos a una Barcelona aún traumatizada por la Semana Trágica, y con seis pasa una grave enfermedad en una pierna, que le dejará dolores para toda la vida y una leve cojera. Clerical y represiva, la escuela lo es para él de insumisión hasta que lo matriculan en el Ateneo Obrero Racionalista de Sants, con lo que al ser clausurado éste tras la gran huelga de agosto de 1917, abandona los estudios y empieza a trabajar de ladrillero, labor dura que fomenta sus instintos rebeldes. Influido por las ideas libertarias que le dan a conocer algunos parientes, a finales de 1922 ingresa en la CNT y el año siguiente participa en una importante huelga de su sector, desbaratada en septiembre por el golpe de Primo de Rivera.
Durante la dictadura, el joven ladrillero va tomando conciencia y descubriendo el placer de comprender el mundo que lo rodea. La amistad y el ejemplo de Pere Massoni, anterior secretario del sindicato de Construcción de la CNT, superviviente con graves secuelas de un atentado en 1919, resulta decisiva para que se le empiece a ver más por las bibliotecas que por los bares. A finales de los años 20, José y su amigo Domingo Canela son contribuyentes esenciales a las páginas de El boletín del ladrillero, el periódico que consiguen hacer circular. La hostilidad hacia anarquistas individualistas que percibe aburguesados, como es el caso de Federico Urales, arranca también en esta época.
Con la proclamación de la república, nuestro protagonista se alinea con el sector más izquierdista de la CNT, que ve conveniente seguir la lucha sin tregua hasta la emancipación real y verdadera. Tras la penosa clandestinidad, éste es un tiempo de pujanza del sindicato y de los ateneos como el que Peirats promueve en La Torrassa, que expanden la cultura y la conciencia entre las masas y patentizan nuevas relaciones sociales. La división treintistas-faístas, sin embargo, resultó muy incómoda para quien criticaba tanto el reformismo claudicante, como el aventurerismo de los “anarquistas de testículos” y las desastrosas insurrecciones a las que arrastraban cada poco al proletariado. Es por entonces cuando, con el apoyo de compañeros y amigos con más experiencia en ese campo, como Felipe Alaiz, de quien heredará la ironía y el humor cáustico, nuestro joven obrero se convierte además en un auténtico intelectual y escritor proletario, director de publicaciones ácratas y autor de un sinfín de artículos y ensayos en los que argumenta sus posiciones, e incluso de obras de teatro.
El 19 de julio del 36, un Peirats que no acierta a saber que no fabricará ya más ladrillos, se une a la batalla por Barcelona, y al día siguiente participa en la toma del cuartel de Pedralbes, que pasará a llevar el nombre de Bakunin. Podemos imaginar sus vivencias en las jornadas febriles en que tocaba materializar el sueño y organizar un mundo nuevo. Sin embargo, a estas alturas todos sabemos ya en qué forma la revolución fue estrangulada. El de La Vall está entre los que más claro ven desde el principio lo letal que va a resultar la “colaboración con la burguesía”, y nunca dejó de lamentarse de que faltaran en ese momento intelectuales de talla capaces de hallar vías para una autogestión revolucionaria. Instalado en Lleida, coordina Acracia, el periódico libertario de la ciudad, que se convierte en azote de los “gubernamentalistas” y también de los “valientes de retaguardia” y sus ejecuciones. No obstante, no se alineó con la oposición más radical a la dirección de CNT-FAI, la de Los Amigos de Durruti, a los que veía “bolchevizantes” y tal vez por miedo a provocar una escisión en el movimiento.
Tras los Hechos de mayo, nuestro periodista se ve obligado a renunciar a Acracia y volver a Barcelona, y cuando los enfrentamientos con el aparato se hacen insoportables, parte voluntario al frente. Se une a la vieja columna Durruti, por entonces ya 26ª división, al mando de Ricardo Sanz, con la que va a vivir los violentos combates de la batalla del Segre. Renunciando a un trato de favor, Peirats pasa la frontera de Francia con los restos de su división, última en hacerlo en la Alta Cerdaña tras proteger la retirada de los civiles, en febrero de 1939.
Caminos y batallas del exilio
El primer destino en Francia de los exiliados es el campo de concentración de Vernet d’Ariège, donde son recluidos entre 12 000 y 15 000 “anarquistas peligrosos” de la columna Durruti. Las condiciones allí, con disentería y tifus galopantes, eran tales que, según Arthur Koestler que las sufrió, “estaban por debajo del nivel de un campo de concentración nazi”. Frente a esto, pronto los anarquistas se dotaron de una estructura, con representantes y comités, y fueron capaces de organizar actividades pedagógicas. Tras cinco meses muy duros, Peirats tuvo la suerte de ser trasladado a Lauberet, cerca de Cognac, donde la situación mejoró.
En el otoño de 1939 a los encerrados en Lauberet se les ofreció la posibilidad de viajar a América, y así es como nuestro protagonista decidió embarcarse en una aventura que resultó ser sólo un viacrucis de vida dura, pobreza e inevitable distanciamiento de las luchas sociales que eran el eje de su existencia. En diciembre de 1939 llega a la República Dominicana para trabajar como agricultor en un sector, cerca de la frontera con Haití, que el dictador Trujillo quería colonizar con población blanca. Un año después, viaja a Ecuador, y cuando la comuna agropecuaria que los exiliados españoles montan en plena selva no consigue prosperar, el antiguo ladrillero ejerce oficios diversos en Quito, Guayaquil y Durán. Tras ahorrar para el pasaje, el 1 de enero de 1943 parte para Panamá, donde recupera el contacto con la CNT, escribe e imparte conferencias, mientras se gana la vida como panadero. En 1946 su destino va a ser Venezuela, y desde allí en marzo de 1947 regresa a Francia para incorporarse a la lucha contra el régimen de Franco.
Instalado en Toulouse, Peirats va a convertirse en los próximos años en uno de los militantes e ideólogos más destacados del movimiento libertario y en el más notable de sus historiadores. Ante un aparato dominado por la pareja Montseny – Esgleas, fuertemente burocratizado y subvencionado por las donaciones del “empresario” Laureano Cerrada, su opción cuando es elegido secretario general en octubre de 1947 es acabar con el ilegalismo y lograr a toda costa revertir la penosa escisión de 1945 entre la CNT de España y la del exilio francés. El año siguiente deja el cargo, pues no es partidario de encadenar mandatos, y en 1949 es encargado por Martín Vilarrupla, secretario de Cultura y Propaganda del MLE – CNT de escribir una historia de la Revolución española. Tras meses de intenso trabajo en Burdeos, donde estaban las fuentes hemerográficas, en el congreso de 1950 es elegido de nuevo secretario general, con lo que retoma sus objetivos de 1947.
En un escenario internacional marcado por el comienzo de la Guerra Fría y con las relaciones normalizadas entre Francia y el régimen de Franco, los atracos ejecutados por miembros del movimiento eran utilizados para tratar de ilegalizarlo. En este contexto se entienden la detención y torturas que sufre Peirats en 1951. Intentan arrancarle una confesión de la vinculación de la CNT con los atracos, y al no conseguirla, lo van a retener cinco meses en prisión. En el congreso de ese año, renuncia de nuevo a un segundo mandato y se concentra en su libro: La CNT, cuyo primer volumen aparece en diciembre. Los dos siguientes lo hacen en 1952 y 1953. Esta obra, con la plétora de documentación que aporta y su análisis riguroso de los hechos, es una contribución esencial al conocimiento de la labor constructiva de la CNT durante la Revolución española. En el plano personal, 1954 es un año importante, pues es cuando se instala con José en Toulouse, Gracia Ventura, que será su compañera hasta el fin de sus días.
Entre 1953 y 1959, Peirats dirige CNT, el periódico confederal, desde el que hace campaña por una reunificación que logra materializarse en 1961. Publica además dos piezas teatrales y trabaja para poner en marcha el Ateneo Español de Toulouse. Sin embargo, crítico con decisiones congresuales a favor de la lucha armada, en el mismo año de la reunificación, rechaza asumir la secretaría por tercera vez. Esto sin duda perjudicó al movimiento, pues su dirección quedó en manos del dúo Esgleas– Montseny, cuyas tácticas de gestión poco ortodoxas abocaron al desastre de una nueva escisión en 1965 en el borrascoso congreso de Montpellier; de resultas de ello, Peirats pidió la baja en la CNT. En estos años, con su pierna enferma en mal estado e incapaz para otras labores, ayudaba a Gracia en sus trabajos de costurera.
Distanciado del sindicato al que había dedicado su vida, nuestro protagonista colabora en Presencia, la publicación que agrupa a los disidentes en busca de nuevos caminos, tendiendo puentes a todas las corrientes emancipadoras. A partir de su aparición en 1970, lo hace también en Frente Libertario, que tenía una orientación similar. En 1969 José Peirats es expulsado de la CNT tras ser acusado por los esgleístas de “inmoral” por retener documentos de la organización. La buena noticia en esta época es el traslado a Villa Canaima, casa de Germinal García en las afueras de Béziers, donde José y Gracia pudieron gozar de una vida más cómoda y tranquila, mientras él seguía investigando y escribiendo sobre la historia y estrategia del movimiento libertario. En 1974 emprende la redacción de sus memorias.
Regreso a España
Tras la muerte del dictador, el 1 de agosto de 1976, José Peirats regresa a España y es recibido por una multitud cantando himnos libertarios en la estación de Francia barcelonesa. Va a intervenir en los principales mítines que subrayan el renacimiento de la CNT en España – en alguno de ellos junto a Federica Montseny y “sin siquiera mirarnos a la cara” – , pero su rechazo de los estatutos de autonomía y del boom de la “liberación sexual” es objeto de polémicas y le crea nuevos enemigos. Se siente desencantado de una sociedad consumista y hedonista, sin atisbos de la efervescencia revolucionaria que conoció, y Barcelona es además para él una “ciudad muerta”, poblada por cadáveres de seres queridos. No se adapta al tiempo de componendas y olvido de lo esencial que acaba de amanecer, un tiempo en que por una suma de errores propios y trampas ajenas, la CNT va a quedar marginada. La escisión tras el congreso de Madrid de 1979 resultó especialmente penosa para quien tanto se había esforzado siempre por lograr acuerdos entre las facciones enfrentadas, y no dejó de ver en ella ecos de la de 1965.
En 1986 José Peirats sufre un grave ataque al corazón que, unido al Párkinson que le habían diagnosticado, inaugura una etapa de deterioro progresivo en la que sólo va a encontrar alivio en el trabajo. Así consigue concluir dos libros que aparecerán póstumamente, uno con una selección de sus memorias y artículos, y otro de relatos breves sobre la historia del movimiento obrero libertario. A medida que su situación empeora, la vida se le hace insoportable, y el 20 de agosto de 1989, en la playa de Burriana, opta por arrojarse de cabeza contra una ola con la esperanza de que su débil corazón se pare para siempre.
Uno de los imprescindibles
El trabajo biográfico de Chris Ealham en Vivir la anarquía, vivir la utopía nos acerca a un obrero que es capaz de convertirse, con tesón y esfuerzo, en uno de los más importantes historiadores del movimiento libertario. Es éste un reto formidable, que nos habla de las potencialidades ocultas en cada uno de nosotros, y viene además acompañado de dos características notables de José Peirats en las que coinciden todos los testimonios. La primera es la terca humildad de un hombre orgulloso siempre de sus orígenes modestos. La segunda es su proverbial honradez, y su empeño constante en priorizar los objetivos comunes sobre las tentaciones de medro personal. Como llegó a afirmar: “En el terreno de los principios, procuré ser rígido, empezando por mí mismo.”
La trayectoria de José Peirats es la prueba de que comprender el mundo e investigar su historia no son misiones reservadas a escribas o sacerdotes de algún estamento muy escogido, sino que constituyen una gran misión colectiva. Su talante y su eterno humor, a pesar de todo, nos demuestran que hasta en las épocas más difíciles es posible encontrar caminos de dignidad para superar los obstáculos. Contra lo que opinen escépticos y detractores de la naturaleza humana, no estamos condenados a ser turba ignorante ni rebaño dócil por ninguna ley inexorable.