Primera versión en Rebelión el 5 de abril de 2021
Habida cuenta de la relevancia de la obra poética de César Vallejo, resulta difícil entender el olvido en que se encuentran en España sus ensayos, textos en gran parte periodísticos que son imprescindibles para comprender la evolución de su lírica. La falla ha comenzado a subsanarla Libros corrientes, al sacar a la luz el primero de los cinco tomos en los que se propone recopilar la producción ensayística del gran poeta peruano. Del modernismo al impulso de las vanguardias y la reflexión y el compromiso sociales, asistiremos a través de este proyecto a un viaje prodigioso por el pensamiento y la historia de las primeras décadas del siglo XX.
Esbozo biográfico y literario
César Abraham Vallejo Mendoza nació en 1892 en Santiago de Chuco, pequeña ciudad del noroeste del Perú, mestizo de abuelas indias y abuelos gallegos, e inició sus estudios universitarios de Letras en Trujillo, al tiempo que trabajaba para ganarse la vida. Así, de maestro en el Colegio Nacional de San Juan, tuvo como alumno a un jovencísimo Ciro Alegría, que lo recuerda en sus memorias magro, cetrino, de piel oscura y profundamente triste (“nunca he visto un hombre que pareciera más triste”), pero tolerante y cariñoso con los rapazuelos. Escribía poemas que daban lugar por entonces a animadas discusiones sobre su talento, y en septiembre de 1915 se graduó de bachiller en Letras.
En 1917, tras un grave desengaño amoroso, Vallejo se establece en Lima. Allí participa en la vida literaria de la capital, completa sus estudios y continúa con las labores docentes. En 1919 publica Los heraldos negros, un canto de angustia existencial revestido de formas modernistas. El año siguiente, de regreso en su ciudad natal, sufre una detención, con cargos que investigaciones posteriores han mostrado falaces y pueden entenderse como un intento de silenciar a la juventud inclinada al cambio social. Liberado provisionalmente, vuelve a sus trabajos en Lima y en 1923 ven la luz Trilce, el poemario que marca su incorporación a las vanguardias, y Escalas, una colección de relatos breves. Éste es el año también en que harto de la mediocridad de la vida intelectual de su tierra, decide viajar a Europa.
En París Vallejo vive, entre estrecheces, de traducciones y colaboraciones periodísticas que apenas le dejan tiempo para los poemarios, ensayos y narraciones que acomete. Esta época es además la de su adhesión al marxismo, con viajes a Rusia en 1928, 1929 y 1931. Expulsado de Francia en 1930 por su militancia política, se instala en España, donde publica obras importantes, como la novela de denuncia social El tungsteno (1931), o las crónicas de Rusia en 1931 (1931). Durante la guerra civil, Vallejo defiende con pasión la causa republicana hasta su fallecimiento en París en la semana santa de 1938. Los tres libros que para muchos son la cima de su lírica, con su derroche de música verbal y magia onírica: Poemas en prosa, Poemas humanos y España, aparta de mí este cáliz, aparecieron póstumamente.
Los primeros ensayos
El volumen viene con textos introductorios de Gladys Flores y Antonio Merino, que nos acercan al itinerario vital de Vallejo en la época de los escritos recogidos. El primero de éstos es su Tesis de bachiller en Letras, de 1915, titulada El romanticismo en la poesía castellana. En ella, nuestro poeta rastrea el origen de este movimiento literario en España, síntesis para él de cualidades vernáculas (sensibilidad, pasión, fantasía, etc.) y el acicate de grandes autores ingleses y franceses. Repasa después sus figuras más destacadas: Quintana, Espronceda (su cumbre, en su opinión), Zorrilla y Gómez de Avellaneda, y concluye con las aportaciones peruanas a esta escuela, y haciendo votos por una recuperación de la sinceridad que la caracterizó, que ha de ir unida a “la difusión de la cultura en la masa popular y el desarrollo económico, como medio de formar una literatura brillante, digna de nuestra amada patria.”
Una sección con artículos de 1918 a 1923 nos trae primero conversaciones con miembros de la intelectualidad de Lima y Trujillo, escritores de nervio que tratan de regenerar la “obesidad ambiente”. Entre ellos está su amigo Abraham Valdelomar, muerto en 1919 con treinta y un años de una caída, mientras bajaba de noche una empinada escalera de piedra. Siguen después las dos primeras crónicas que Vallejo envía desde París: un recorrido por la ruidosa decadencia de Montmartre y estampas callejeras de los mutilados de guerra: “Y yo no he visto nunca una sombra más densa e insegura, que la que ellos arrojan sobre el suelo.”
Los textos de 1924 desgranan la vida cultural de Lutecia, con estrenos teatrales y una sesión dedicada a la literatura y la música del Perú, inspiradora de amargas reflexiones sobre el olvido y desdén generalizados a lo latinoamericano. Las visitas al salón de Otoño y al de las Tullerías descubren novedades de escultura y pintura en un momento de ebullición creativa, y hay tiempo también para auscultar desde la distancia la literatura de la América hispana, con una juventud abierta al mundo y orgullosa de sus raíces. Enrique Gómez Carrillo, Ventura García Calderón o Hugo Barbagelata son quienes fungen de puentes entre los escritores americanos y el París donde se cuecen todas las glorias del intelecto. Asistimos además a patrióticas celebraciones de la ocupación del Ruhr en las calles, y respiramos el ambiente de los cafés literarios alborotados por dadá y los surrealistas.
Algunos de los artículos de 1925 fueron publicados en francés, y se incluyen su versión original y otra castellana con traducción de Aioa Sáez Domínguez. Respecto a los temas abordados, este año Vallejo continúa tratando asuntos de su país natal, como la emigración asiática que a él llegó, la nómina de los escritores jóvenes o la historia de sus periódicos. De lo que ocurre en París, se detiene sobre todo en los salones y exposiciones, en fallecimientos de notables como Camille Flammarion o Pierre Louÿs, y en las novedades sociales, científicas y literarias. Da su opinión acerca del vanguardista retrato que le hizo el escultor José de Creeft, y comenta de pasada la incomprensión de algunos ante las audacias de Trilce, con una frase que muestra su carácter: “Siempre gusté de no discutirme ni explicarme, pues creo que hay cosas o momentos en la vida de las cosas, que únicamente el tiempo revela y define.” El libro viene con Anexo documental, cronología, índice onomástico y una breve historia de los medios que publicaron los artículos.
En este primer volumen de ensayos hemos visto cómo César Vallejo, formado en la escuela modernista de Rubén y Herrera y Reissig, sigue su estela hasta que es seducido por el toque de clarín de las vanguardias. En sucesivas entregas de la serie, lo veremos lidiar con otras turbulencias de un siglo pródigo en ellas, aunque sin olvidar nunca el terruño ni su estirpe incaica.