Primera versión en Rebelión el 25 de junio de 2021
Murray Bookchin ha quedado en la historia como el hombre que redefinió el anarquismo frente a la crisis ecológica que se suma exponencialmente en nuestros días a la crisis social del capitalismo. Quien fue caracterizado por David Harvey como “uno de los pensadores anticapitalistas más importantes del siglo XX” fue capaz, además, de desarrollar su teoría mientras se involucraba en las luchas emancipadoras de su tiempo, desplegando un fructuoso ajuste entre pensamiento y acción.
Janet Biehl, compañera de Bookchin desde finales de los 80, y su álter ego en la última etapa de su vida, nos explica en el prólogo de Ecología o catástrofe el compromiso que adquirió con él de escribir su biografía. Tras su fallecimiento en 2006, ella continuó recopilando información, y su empeño culminó en 2015 en un volumen que fue publicado por Oxford University Press y en versión castellana por Virus dos años después (trad. de Paula Martín Ponz).
Este extenso trabajo ofrece una lectura apasionante y sugestiva, y pone de manifiesto cómo la señera tradición del anarquismo, con sus métodos de autogestión y acción directa, sigue aportando herramientas insustituibles en una centuria marcada por el agotamiento, a nivel humano y planetario, de la forma de vida que forjó el mercado capitalista. Otro atractivo del libro es su aproximación, rigurosa y empática, a un pensador que conjugó lo más valioso de las tradiciones emancipadoras y nunca se rindió en su empeño de explicar y mejorar el mundo que lo rodeaba.
Comienzos bolcheviques y sindicalistas
Descendiente de judíos rusos emigrados a América a comienzos del siglo XX, Murray Bookchin nació en Nueva York el 14 de enero de 1921, y conoció ya de niño la conciencia crítica a través de su abuela materna, Zeitel Kalusky, a la que creció muy unido, una mujer que había combatido la autocracia en su tierra natal. Cuando ella fallece en 1929, él pronto se une a las juventudes del partido comunista, y en una situación familiar difícil, con un padre ausente y una madre inflexible, éstas se convierten en su hogar y su escuela. Son años de escasez y su primer trabajo será vendiendo el Dayly Worker.
En 1934, Murray, aún adolescente, es ya un orador y propagandista reconocido que defiende la ortodoxia estalinista en su Bronx natal. Sin embargo, cuando se instaura la consigna de que hay que unirse a socialistas, e incluso socialdemócratas, en amplios “frentes populares”, siente que la ansiada revolución se difumina y entra en contacto con los trotskistas. En 1936, tras el golpe de Franco, se presenta voluntario para luchar con la brigada Lincoln, pero con quince años no es aceptado. Para poder cooperar en la ayuda a España, regresa entonces con los comunistas, pero sus relaciones son difíciles, con los procesos de Moscú en marcha y la estrategia de colaboración con la burguesía en “frentes democráticos” que se impone en 1937. Ese mismo año, las noticias de los Hechos de mayo en Barcelona le hacen indagar y descubre la revolución social que los anarquistas han desencadenado en España. Éste fue un momento luminoso para él.
Los comunistas expulsan a Murray en 1939, cuando expresa su protesta por el pacto germano-soviético. Se une entonces a los trotskistas del Socialist Workers Party. En esta época deja los estudios por el trabajo agotador de una fundición en la que pronto es nombrado delegado sindical. En 1944 pasa a una factoría de automóviles, donde sigue con tareas gremiales.
Tras el fin de la guerra, mejoran las condiciones laborales y Bookchin se da cuenta de que el proletariado es fácilmente captado por la clase propietaria con migajas económicas. Esto resultó desolador para él y en 1947 abandonó su trabajo en la industria.
Repensando la revolución
En 1948, Murray Bookchin es un rebelde sin partido, desengañado del dogmatismo bolchevique y las vanas esperanzas de la lucha sindical. La guerra ha concluido sin la revolución universal que profetizaba su venerado Trotski y es necesario repensarlo todo. Es entonces cuando se incorpora a un nuevo proyecto, socialista y de democracia radical, nucleado en torno a un disidente trotskista que llegó a los Estados Unidos huyendo de la Alemania nazi, Josef Weber, y la revista que éste acaba de fundar: Contemporary Issues. En 1950 Murray Bookchin publica allí su primer artículo: State capitalism in Russia. En este tiempo comienza también a buscar una dimensión ética al socialismo, apoyado en algunas ideas de la escuela de Frankfurt, mientras trabaja de contable y termina sus estudios. Acude, además, a clases de ingeniería electrónica, lo que lo lleva a reflexiona sobre lo liberador que podría ser un adecuado uso de las máquinas.
En 1952, Bookchin escribe The problem of chemicals in food, tras una rigurosa labor de documentación que lo sumerge en los problemas ligados a la deriva tecnológica del capitalismo. En 1954 aparece Stop the bomb, una crítica a las pruebas americanas con la bomba de hidrógeno. Estos dos trabajos van a marcar la orientación posterior de su pensamiento.
Ecología y anarquismo
Lecturas de Marx y su antítesis entre campo y ciudad, y Mumford, con su visión de la deshumanización de las urbes con el capitalismo, permiten a Bookchin elaborar una propuesta de enclaves pequeños integrados en el medio rural. Para alcanzar esto, en Los límites de la ciudad (1960) sugiere la división de las metrópolis en unidades menores en equilibrio con su entorno. Una sociedad así podría gobernarse sin grandes problemas en una auténtica democracia asamblearia, del mismo modo que se hacía en la antigua Atenas, aunque ahora con voto para todos.
Nuestro protagonista está desarrollando sus propias ideas brillantemente, pero esto lo lleva a dolorosas fricciones con su mentor, Josef Weber, que sólo van a concluir con el fallecimiento de éste en 1959. Buscando referencias para su pensamiento, Murray empieza a darse cuenta por entonces de que la descentralización y el equilibrio ecológico por los que aboga resultan muy afines al ideario de aquel movimiento que creció poderoso en el siglo XIX y dio su do de pecho en Ucrania y España, ya en el XX, con derrotas luminosas. Muchos lo daban por muerto, pero tal vez sólo aguardaba ser adaptado a los nuevos tiempos. Es así como, en esta época, Bookchin comienza a definirse como anarquista.
Entre las obras de estos años destacan Our Synthetic Environment, de 1962, con una crítica radical de la forma de vida venenosa que ha creado el capitalismo, y Ecología y pensamiento revolucionario, de 1964, donde se plantea que sólo el anarquismo ofrece una posibilidad real de transformar la sociedad para que pueda encarar la crisis ecológica en curso. La disyuntiva resulta ser entonces: anarquismo o extinción.
También en 1964, Murray se une al movimiento por los derechos civiles y acude a las primeras manifestaciones contra la guerra de Vietnam. Estos asuntos van a reclamar poderosamente su atención en los años siguientes, mientras se convierte en una figura bien conocida en los medios alternativos y es reclamado continuamente para debates y conferencias. En 1965 nace bajo sus auspicios la New York Federation of Anarquists, que defiende un mundo auto organizado abierto a una tecnología liberadora del ser humano.
Fiebres del sesenta y ocho
A finales de los sesenta, Murray Bookchin no comparte los afanes psicodélicos y pansexuales que proliferan entre muchos de sus amigos y colaboradores, pero ve un enorme potencial en la conciencia transformadora, pacifista e igualitaria que invade campus y ciudades y en la revolución ética y anticonsumista de la contracultura. Por otro lado, no deja de considerar erróneas y contraproducentes las protestas violentas que se extienden frecuentemente por el país. En junio de 1968 viaja a París. Tras entrevistar a los líderes del movimiento estudiantil, concluye que una rebelión espontánea contra la vida agobiante del capitalismo fue ahogada por los partidos sedicentemente revolucionarios que desconfiaban de lo que no controlaban. El resto de ese año lo dedica a Los anarquistas españoles, libro en el que trata de demostrar cómo el anarquismo no está reñido con dotarse de una poderosa organización y asumir retos de gran calado. La obra, de todas formas, no aparecerá hasta 1978.
Los trabajos de la madurez
En los años 70, Murray Bookchin es reconocido como el profeta del movimiento ecologista que surge frente al cada vez más evidente colapso ambiental. Sin embargo, él nunca deja de señalar la necesidad de ir a la raíz del problema, el desenfrenado capitalismo que nos rige. En esta época, dos mil comunas rurales proliferan por los Estados Unidos, como un elemento más del cooperativismo que se extiende pujante, al tiempo que organizaciones vecinales se revelan capaces de frenar debacles urbanísticas. El anarquismo en la sociedad de consumo,de 1971, demuestra que, más allá de teorizaciones, embelecos y sopas de letras de grupos ultra revolucionarios, el ideal libertario está lleno de propuestas aquí y ahora para construir alternativas al capitalismo.
Un objetivo realista podría ser crear asambleas populares y comités locales de acción para resolver problemas concretos. Resultaría necesario además, para dar amplitud a las luchas, aprender a comunicarse con los ciudadanos normales y corrientes, informarlos y concienciarlos. En esta línea, Bookchin pasa a defender la participación en elecciones municipales con proyectos bien definidos, aunque esto le acarrea críticas desde el campo libertario. La preocupación por la degradación ambiental genera debate e inspira a economistas, científicos e incluso autores de ciencia ficción. Hasta el antes reacio Herbert Marcuse reconoce la importancia del ecologismo en Contrarrevolución y revuelta (1972).
En el otoño de 1974, Bookchin es contratado como profesor en el Ramapo College (New Jersey), para impartir estudios urbanos y ambientales, actividad que va a hacer compatible con cursos de verano en el Instituto de Ecología Social que ha contribuido a crear ese mismo año en Vermont. Mientras tanto, el movimiento comunal es imparable en muchas grandes ciudades y la descentralización profetizada en Los límites de la ciudad es ya una demanda con amplia base social; la obra reaparece en una versión más extensa en 1974.
A partir de 1977, Bookchin se implica contra las plantas nucleares que se proyectan en Vermont, tratando de aplicar la dinámica de grupos de afinidad que aprendió de los anarquistas españoles. Hay que decir, sin embargo, que el método transformador que está promoviendo tropieza en esta época con sus límites, y así se ven propuestas ecológicas radicales desnaturalizadas en simple “ambientalismo” en los consistorios, al tiempo que aparecen casos de regresión en los movimientos vecinales, por disensiones internas y chantajes y captaciones del capital.
Bajo el signo de los tiempos
Lo que se vive en los 80 es una ofensiva reaccionaria a gran escala que impone la ideología neoliberal, con lo que las opciones revolucionarias quedan excluidas del horizonte de lo real. Murray Bookchin piensa entonces que el capitalismo tiene potencial sin duda para destruir a la humanidad, como hace un tumor maligno con el organismo que lo alberga. No lo van a callar sin embargo, y desde la impotencia clama por otro mundo que tal vez no es posible, pero sí necesario. Se resigna a ser la voz, simplemente la voz, de un pensamiento alternativo. En 1983 se jubila además anticipadamente y deja la docencia universitaria.
Y a pesar de todo, en estos años sombríos se abren ventanas de oportunidad. Por ejemplo, a través del pujante movimiento vecinal que se desarrolla en Burlington (Vermont), donde Murray se ha instalado y un joven Bernie Sanders acaba de ser elegido alcalde con propuestas renovadoras. Sin embargo, aquí también los desencuentros no tardan en llegar, cuando el consistorio se compromete en planes al viejo estilo. La democracia directa a escala municipal no resulta fácil, pero sí es una posibilidad, como Bookchin argumenta en El auge de la urbanización y el declive de la ciudadanía, de 1986, que contiene un repaso de la lucha de las ciudades por la independencia desde la Antigüedad y el Medievo.
Otra ventana de oportunidad se materializa con Die Grünen, herederos de la agitación antinuclear y pacifista de los años 70 en Alemania, que asumen la perspectiva ecológica, se constituyen como movimiento político y en 1983 consiguen veintisiete diputados en el Bundestag. Aquí también, sin embargo, la captación funciona y en sólo dos años el “movimiento transformador” está gobernando en coalición con el SPD. Durante sus estancias en Europa en esta época, Bookchin no logra convencer a los anarquistas con los que dialoga de la conveniencia de comprometerse en las instituciones. Tristemente, le dicen, la experiencia que se impone es que los movimientos asamblearios revolucionarios que penetran en la política terminan desactivados sin mayores dificultades.
De regreso en los USA, Murray trata de impulsar un ecologismo anticapitalista en Vermont, pero la dura realidad a finales de los 80 es el triunfo de la denominada “ecología profunda”, despiadadamente anti humanista y con rasgos xenófobos y de extrema derecha. Bookchin atraviesa desolado los años 90 en que la “ecología social” degenera en múltiples visiones, desprovistas del fermento democrático y anticapitalista con que él la definió. Al mismo tiempo, dentro del anarquismo dominan individualismo, primitivismo y postmodernismo, con lo que decide contraatacar con Anarquismo social o anarquismo personal: un abismo insuperable (1995), manifiesto por una opción racionalista y abierta a la tecnología al servicio del ser humano. Asqueado de cómo están las cosas, se refugia en el extenso trabajo que tiene comenzado sobre los grandes procesos revolucionarios, La tercera revolución, que va a aparecer entre 1996 y 2003, en cuatro volúmenes.
Tras tanto tratar de convencer a los libertarios de sus ideas, en 2002 Bookchin desiste y deja de considerarse anarquista; pasa a definirse como comunalista. No es ésta una época fácil; su artritis se agrava progresivamente y en 2005 surgen complicaciones cardiacas. Cuando el líder kurdo Abdullah Öcalan se pone en contacto con él en 2004 pidiéndole consejo para llevar a la práctica sus ideas sociales, está ya demasiado enfermo y cansado para atenderle. Murray Bookchin fallece en Burlington el 30 de julio de 2006. Poco después, en Rojava (Kurdistán sirio), el confederalismo democrático que él propugnaba sirve de fundamento para la nueva sociedad que se construye hoy mismo en aquellas tierras.
La senda de un luchador
La gran contribución de Murray Bookchin al debate ideológico del siglo XX fue la forma en que hermanó ecología y anarquismo, tras descubrir que éste aporta las herramientas necesarias para enfrentarse al colapso ambiental en que estamos inmersos. Sin embargo, tratar de tender puentes y enlazar ideas tiene sus peligros, y el profeta del anarco ecologismo fue rechazado por ecologistas que lo veían demasiado izquierdista, y también por anarquistas que no comprendían su proclividad a implicarse en las instituciones municipales para defender sus planteamientos. Bookchin fue atacado desde muchos frentes, pero hay que reconocer que desarrolló ideas novedosas y sugerentes, y debemos agradecerle su falta de dogmatismo y la enorme capacidad que tiene su pensamiento para hacernos reflexionar sobre lo que dábamos por inmutable.
La idea de involucrarse con una base asamblearia y transformadora en la política municipal merece ser tenida en cuenta, aunque sólo sea por los resultados que se han logrado ya con estas dinámicas desde Marinaleda hasta Rojava. En un momento de la obra se recuerda un texto de Mijaíl Bakunin en el que éste resalta las particularidades de los ayuntamientos que los hacen un campo propicio para la lucha emancipadora. Sin embargo, las limitaciones de esta estrategia son evidentes en este tiempo nuestro en que lo local está incardinado con lo estatal y el poder de los grandes actores económicos, como queda de manifiesto en los casos descritos en Ecología o catástrofe.
El libro nos acerca también a las contradicciones de su protagonista, un amante de la comida basura que iba en coche a todas partes, tal vez reivindicando con estos gestos su pasado proletario o su opción por dar respuestas colectivas a los problemas. Se nos cuenta, además, que la disputa dialéctica lo arrastraba a veces a un tono agrio y bronco, que resultaba contraproducente al alejar a la gente de él. Pero la mayor laguna de nuestro pensador probablemente fuera que, a pesar de llegar continuamente en sus escritos a la necesidad de una ética que fundamentara la dinámica revolucionaria, su rechazo visceral a cualquier cosa que oliera a religión le impedía dar con un método eficaz de higiene psicológica para las criaturas del capitalismo.
Janet Biehl nos conmueve con su retrato empático de un muchacho que crece en lo más yiddish de la Gran Manzana y supera todas las dificultades para convertirse en un intelectual revolucionario forjador de su propio camino. Lamentablemente, las propuestas que fue capaz de plantear en su madurez encontraron poco eco en la época oscura que le tocó vivir, aunque aportan herramientas valiosas para el futuro.
Ecología o catástrofe nos ofrece un estimulante recorrido por el pensamiento social del siglo XX y una aproximación entrañable a uno de los teóricos y activistas que más contribuyeron a dinamizar las luchas anticapitalistas de este tiempo.