Primera versión en Rebelión el 30 de diciembre de 2021
Juan García Oliver (Reus, 1902 – Guadalajara (México), 1980) fue uno de los ideólogos y activistas más destacados del anarcosindicalismo catalán en la época en que éste alcanzó su máximo vigor e influencia. Camarero de profesión y militante de la CNT y luego también de la FAI, su acceso al ministerio de Justicia del gobierno republicano supuso un trauma para el movimiento libertario que todavía incomoda. De todas sus vivencias nos informó ampliamente en su apasionante autobiografía, El eco de los pasos (Ruedo Ibérico, 1978), reeditada varias veces y convertida en un clásico, que sigue planteando incógnitas y provocando discusión.
Agustín Guillamón (Barcelona, 1950) ha analizado la historia del movimiento libertario catalán en libros como Los comités de defensa de la CNT (2011), Los Amigos de Durruti. Historia y antología de textos (2013), Nacionalistas contra anarquistas en la Cerdaña (2018, en colaboración con Antonio Gascón) o La matanza del cuartel Carlos Marx (2020), entre otros. En su último trabajo, que acaba de aparecer en el catálogo de Calumnia Edicions, Guillamón busca una explicación para la contradicción fundamental en la biografía de Juan García Oliver. Resulta difícil entender que un protagonista de la lucha en las calles de Barcelona en julio de 1936, llamara, sólo diez meses después, a la desmovilización de los que en esas mismas calles defendían las conquistas revolucionarias. Ecos y pasos perdidos de Juan García Oliver ahonda en un personaje esencial de la Revolución social española, reúne documentos inéditos junto a otros de difícil acceso y aporta al fin una respuesta para esta pregunta.
La Cataluña revolucionaria
El primer capítulo sintetiza la trayectoria de Juan García Oliver. Sindicalista y hombre de acción, él estuvo entre los más comprometidos en la época de lucha a muerte con los pistoleros del Libre, y fue luego el inventor de la “gimnasia revolucionaria”, que encandiló a los sectores más insurreccionalistas del movimiento libertario, tildados a veces de “anarco-bolcheviques”. En la batalla por Barcelona, el 19 de julio de 1936, mostró sus dotes de estratega al proponer dejar a la tropa salir de los cuarteles para derrotarla en las calles, como así se hizo. Poco después, en las asambleas y debates en los que los confederales eligieron el rumbo a seguir tras la victoria, defendió decididamente la opción de “ir a por el todo”, que sería democráticamente rechazada en aras de una colaboración entre las fuerzas antifascistas.
El nombramiento de García Oliver, transcurridos sólo unos meses, como ministro de Justicia del gobierno Largo Caballero cambió sin embargo completamente su forma de ver las cosas, y en 1937 el incendiario se convierte en bombero durante los Hechos de mayo, analizados en el capítulo segundo del libro. Fue éste un momento en que la sagrada unidad antifascista propugnada desde las alturas dio al traste con los últimos logros revolucionarios que habían podido preservarse.
Completando el retrato
Entre los documentos inéditos que se presentan se encuentran un extenso relato, elaborado por García Oliver en 1966 para el novelista Luis Romero, sobre la batalla por Barcelona, y una carta de ese año al mismo en la que nuestro faísta adjunta un esquema pergeñado por él del barrio de Pueblo Nuevo, con interesantes datos sobre el origen de la insurrección del 19 de julio. Inédito estaba también el cuestionario que le remitió el historiador Burnett Bolloten, incluido con las respuestas correspondientes, así como la carta de 1970 a César Martínez Lorenzo en la que el de Reus expresa la muy negativa opinión que le ha producido el libro recién publicado por éste: Les anarchistes espagnols et le pouvoir.
Se reúnen además diversos artículos, conferencias y discursos de García Oliver, entre ellos la arenga radiofónica que pasó a ser conocida como “del beso”, del 4 de mayo de 1937, en la que llama al cese de la lucha en las calles de Barcelona, o la conferencia en Valencia de finales de ese mes en la que reflexiona sobre su paso por el ministerio de Justicia. Las actas de reuniones de la CNT en agosto y septiembre de ese año permiten tomar el pulso a la ofensiva gubernamental que se saldó con el asalto al cuartel de los Escolapios, sede del sindicato de Transporte, un nuevo episodio represivo en el que García Oliver tuvo un papel crucial desde la cúpula de la CNT. Estos documentos evidencian la inquietud de las bases confederales ante la pérdida progresiva de todas las conquistas revolucionarias.
La razón del cambio de postura
Para Agustín Guillamón, la ruptura en 1937 de la trayectoria revolucionaria de Juan García Oliver se debe a que éste, al igual que la inmensa mayoría de la militancia cenetista, sustituyó entonces sus principios libertarios por la ideología de la unidad antifascista, centrada en el objetivo único de ganar la guerra. Guillamón es muy crítico con este cambio, que suponía de facto renunciar a la revolución, pero la cuestión esencial a la hora de enjuiciarlo es si había o no una alternativa revolucionaria viable en aquellas circunstancias.
García Oliver siempre alegó que el gran error de la CNT fue no seguir su propuesta de “ir a por el todo” en el pleno del 21 de julio de 1936, y contempló la historia posterior de sacrificio de la revolución, como inevitable. De esta forma, según su criterio, su aceptación de un ministerio o su colaboracionismo con el gobierno republicano quedaban libres de culpa. Sin embargo, esta pretensión suya de que en julio hubiera sido posible lo que no lo era poco después no la apoya con ningún argumento convincente.
Guillamón enfatiza la amargura y frustración de una revolución estrangulada por algunos de los que fueron en el pasado sus más fervientes defensores. El escenario es triste ciertamente, pero hoy parece claro que, a pesar de las conquistas que pudieron arrancarse en aquel corto verano del 36, el contexto español y europeo brindaba escasas opciones revolucionarias en aquel momento. Y no se puede dejar de reconocer que, en las condiciones que se vivían, una guerra civil en la retaguardia republicana, muy difícil de ganar para los libertarios, resultaba aún más amarga y frustrante que la renuncia al ideal, porque todos sabemos quiénes iban a ser los auténticos beneficiados de esos combates.
Más allá de las batallas historiográficas de la guerra civil que todavía se luchan, y de opiniones e interpretaciones siempre abiertas a discusión, lo cierto es que Agustín Guillamón nos ofrece en Ecos y pasos perdidos de Juan García Oliver datos novedosos e importantes para aquilatar la figura de uno de los protagonistas más notables de la Revolución española.