Primera versión en Rebelión el 31 de marzo de 2022
Las aportaciones del antropólogo norteamericano David Graeber vienen marcadas por un intento de iluminar la teoría social con las intuiciones colaborativas del anarquismo, mostrando cómo éstas son corroboradas por los datos de la etnografía y la historia. Su fallecimiento en 2020 malogró una prometedora carrera de académico y activista y privó al movimiento altermundista de uno de sus ideólogos más lúcidos.
Nacido en Nueva York en febrero de 1961 en el seno de una familia de obreros izquierdistas de origen judío, Graeber se doctoró en Chicago en 1996 y fue profesor después en Yale hasta 2005. En mayo de ese año, la no renovación de su contrato generó amplias protestas ante un claro caso de represión ideológica contra quien destacaba como líder en los movimientos sociales opuestos a la globalización neoliberal. En los años siguientes, Graeber continuó con su activismo y desarrolló por ejemplo un importante papel en las luchas de Occupy Wall Street en 2011. Vetado por entonces en las universidades norteamericanas, desempeñó su labor investigadora y docente en instituciones británicas hasta su fallecimiento en septiembre de 2020, ocurrido a causa de la pandemia de covid-19 mientras estaba de vacaciones en Venecia.
La tesis doctoral de David Graeber se basó en estudios de campo y cristalizó en obras como El pueblo perdido: magia y el legado de la esclavitud en Madagascar (2007), en la que se analiza a fondo la desastrosa escisión que caracteriza algunas sociedades de la isla. En otros de sus libros sin embargo, amplía la perspectiva a un análisis exhaustivo de fuentes previas sobre historia y antropología a nivel global. Así en Hacia una teoría antropológica del valor (2002) y Deuda: los primeros 5000 años (2011) repasa y reinterpreta la evolución de la humanidad señalando la irrupción de los mecanismos económicos e ideológicos que generan desigualdad y potencian la violencia en nuestra especie.
Estos libros tuvieron continuación en El alba de todo, en colaboración con el arqueólogo David Wengrow y publicado póstumamente en 2021, donde se echa la vista aún más atrás para analizar las sociedades de cazadores-recolectores del paleolítico. Se concluye en la obra que en estas edades mal conocidas existen evidencias de complejas estructuras políticas mucho más abiertas y descentralizadas de lo que pensamos y que ofrecían sin duda vías más allá del autoritarismo que terminó imponiéndose. Discutido y aclamado a partes iguales, este trabajo resulta valioso especialmente como reivindicación de una “historia alternativa” que podemos oponer al determinismo dominante en la historiografía.
Otras obras de Graeber que tuvieron amplia repercusión son La utopía de las reglas: sobre la tecnología, la estupidez y los placeres secretos de la burocracia (2015) y Trabajos de mierda: una teoría (2018), un agudo análisis de la irrupción en nuestras sociedades de categorías laborales perfectamente inútiles, asociadas comúnmente a marcadores de estatus y que generan alienación y frustración en los que las realizan.
Bases antropológicas del anarquismo
En este recorrido por las principales aportaciones de David Graeber, me gustaría detenerme en Fragmentos de antropología anarquista (2004). Esta obra utiliza los datos de la etnografía para mostrar la posibilidad real de alternativas a la dictadura enloquecida del capital, al tiempo que discute estrategias para abolirla. La versión castellana es de Virus en 2011 (trad. de Ambar Sewell), con una segunda edición en 2019.
El libro comienza exponiendo una paradoja. En un momento como el actual en que se está produciendo un auge de los movimientos de autoorganización y democracia directa, característicos del anarquismo, es llamativa la ausencia de un tratamiento adecuado de la “teoría anarquista” en las universidades. Para Graeber, esto se relaciona con el énfasis del anarquismo desde sus orígenes por la praxis. Sin embargo, es claro que una cierta teoría es imprescindible, y en su opinión la antropología tiene mucho que aportar para formularla. Esto se hace evidente cuando pensamos que esta disciplina describe numerosas sociedades humanas igualitarias y autogestionadas por todo el planeta, reliquias de un “anarquismo eterno” y a la vez pruebas irrebatibles de “otro mundo posible”.
Se recuerda después a algunos de los pioneros de estas ideas. Con su Ensayo sobre el don (1924), Marcel Mauss, padre de la antropología francesa, mostró que la búsqueda de beneficios que rige el mercado resulta ofensiva y moralmente inaceptable para muchos grupos de seres humanos. De esta forma, puso de manifiesto lo plausible de una economía alternativa, no capitalista, de cooperativas e intercambios libres. Otro antropólogo francés, Pierre Clastres, encontró en los pueblos amazónicos que estudió una repulsa moral a las sofisticaciones del estado que incide en esto mismo.
Partiendo de la plétora de datos de éstos y otros autores, se demuestra la viabilidad de formas sociales autoorganizadas, solidarias y con propiedad comunitaria, al tiempo que queda justificada la organización de la acción revolucionaria en el momento presente con criterios de democracia directa ajenos al “vanguardismo”. Respecto a las vías de actuación, se reconoce que la impermeabilidad de las dinámicas estatales puede obligar a desarrollar estructuras al margen del sistema.
Y qué objetivos concretos pueden guiar la lucha. Lo cierto es que, sin recurrir a teorizaciones excesivas, consignas bastante simples perfilan perfectamente el mundo que es necesario construir. Por ejemplo, la rescisión de la deuda odiosa de los países víctimas de expolio secular es una meta bien fácil de enunciar y cargada de sentido y potencial. En la misma línea, la abolición de las patentes tecnológicas en un lapso breve, o de las restricciones a la libre circulación de personas por todo el planeta, serían también pasos decisivos en la dirección correcta. Las experiencias de autoorganización en lugares tan diversos como Chiapas, Argentina, Rojava o Madagascar han mostrado en los últimos tiempos la pujanza de modelos sociales alternativos.
La obra concluye buscando una respuesta a por qué los antropólogos han ignorado mayoritariamente hasta el momento las intuiciones emancipadoras de su disciplina. Es sin duda el pensamiento único dominante el culpable de que estructuras sociales armoniosas y sugestivas sean percibidas sólo como reliquias sin valor en el presente. No hay que olvidar tampoco el peligro de que los datos cosechados en los estudios sean utilizados sin perspectiva global, simplemente para fortalecer la máquina identitaria. Si esto ocurre, la dinámica puede ser no de progreso, sino de avivar los conflictos entre comunidades.
Fragmentos de antropología anarquista es un sólido intento por reivindicar el potencial de una disciplina que nos muestra experiencias de organización social enormemente atractivas. El ser humano es libre y su problema esencial hoy es el camino desastroso que ha ido escogiendo en los últimos siglos. En esta tesitura, la antropología tiene la virtud de iluminar las variadas opciones que tenemos para relacionarnos con el mundo y nuestros semejantes. Con esta obra, lúcida y primeriza, David Graeber puso de manifiesto las cuestiones que habrían de marcar toda su trayectoria posterior.