Primera versión en Rebelión el 12 de octubre de 2022
El filósofo alemán Ernst Bloch (1885-1977), con bases marxistas se empeñó enseguida en una exploración de territorios del ser humano que parecen vedados a la razón y sin embargo es urgente que sean iluminados por ella. En su concepción, música y arte aportan argumentos para entendernos y reivindicar la utopía, misión imprescindible pues el motor de la historia es la lucha de clases, pero también la ensoñación de mundos capaces de materializar nuestros anhelos.
Habida cuenta de esto, no es extraño que en su dilatada trayectoria de investigador, Bloch dedicara atención a personajes calificables como visionarios, pero que llevaron agua generosa a los molinos de la emancipación. En Thomas Müntzer, teólogo de la revolución, un trabajo de 1921, analiza la vida y las doctrinas del ideólogo y protagonista destacado de las revueltas campesinas en Alemania a comienzos del siglo XV.
Esta obra de juventud de Bloch tiene la virtud de poner ante nosotros en su dimensión histórica completa a un hombre que, partiendo del potencial liberador que atribuía a las sagradas escrituras, fue capaz de ver más allá de la servidumbre feudal. La suya es una lección de compromiso con los desposeídos y enfrentamiento con todos los poderes, incluido el de la Iglesia reformada de Martín Lutero.
Fe en la revolución
Thomas Müntzer nace hacia 1489 en Stolberg, una pequeña ciudad en las montañas del Harz en Alemania, en una familia acomodada, y se ordena sacerdote hacia 1513. En los años siguientes, en los que la Reforma comienza a gestarse en el país, se gana la vida como predicador y preceptor privado, labores en las que manifiesta ya su heterodoxia.
Cuando a finales de 1517 Martín Lutero hace públicas sus noventa y cinco tesis contra el abuso de las indulgencias, Müntzer se adhiere a las críticas. En 1521 es obligado a abandonar la próspera Zwickau tras disputas con otros teólogos, y con orgullo firma así su última paga: “Thomas Müntzer, qui pro veritate militat in mundo.” Después vive y predica en Praga y diversas ciudades alemanas. Los que lo conocieron lo describen de corta estatura, moreno de pelo y tez y de mirada fogosa, con el rostro ancho y huesudo. Era valiente, con algo de fanfarrón, y no codiciaba riquezas.
En 1523, Thomas fija su residencia en Allstedt (Sajonia), donde se casa con Ottilie von Gersen, una monja exclaustrada con la que tiene un hijo y que será su más eficaz y entusiasta colaboradora. En esta pequeña villa ultima su reforma litúrgica, traduciendo los textos de la misa al alemán e introduciendo partes cantadas en este idioma en los oficios, en todo lo cual es un pionero. Su mayor alegría es el amplio apoyo popular a estos proyectos, que convocan los domingos a miles de feligreses, incluso de ciudades próximas. Instala también una imprenta, que sirve de poderoso medio de propaganda. En sus homilías y escritos, Müntzer defiende que los hombres pueden encontrar el camino hacia Dios y salvarse sin necesidad de intermediarios, con lo que los privilegios de la curia romana quedan en entredicho. Fustiga además los males sociales y reúne a su alrededor, en una “Liga secreta”, a los que comparten su visión.
Durante este tiempo en Allstedt, el distanciamiento con Lutero se acentúa, pues la revuelta de éste contra el poder eclesial la hace extensiva Müntzer a todos los que provocan la miseria del pueblo con sus abusos. Contra el conservadurismo social del que fuera fraile agustino, nuestro exaltado pastor de almas llama a una revuelta que traiga el milenio de Cristo y se esfuerza en sumar a ella a los sectores que considera propicios: labradores, mineros, obreros de las ciudades e incluso pequeños burgueses. Con este fin envía emisarios a las regiones próximas que tanteen adhesiones para una “gran sublevación alemana” con un programa netamente comunista: “Omnia sunt communia, y cada uno debe recibir según sus necesidades y de acuerdo con los circunstancias.” Los enfrentamientos con la aristocracia local originados por estas prédicas y actividades hacen que en agosto de 1524 se vea obligado a huir de Allstedt.
Establecido en Mühlhausen (Turingia), Müntzer publica un opúsculo con abundantes citas en apoyo de sus ideas, sobre todo del Antiguo Testamento y el Apocalipsis, los territorios bíblicos más fértiles en ardor mesiánico. En la lucha que cree imprescindible para liberar al ser humano de sus cadenas, Müntzer no desdeña el recurso a la violencia contra los que obstaculicen el alumbramiento del nuevo mundo. Expulsado otra vez, reside en Núremberg y recorre luego la Selva Negra y áreas aledañas incitando a la insurrección. De regreso en Mühlhausen ya en 1925, funda una milicia armada para defender el Reino de Dios y elige para ella una bandera blanca con un arcoíris e inscrita: “La Palabra de Dios durará para siempre”. A finales de abril, toda Turingia arde.
La batalla decisiva tuvo lugar en Frankenhausen el 15 de mayo, y concluyó con la derrota total de las bandas amotinadas, carentes de estrategia y una dirección eficaz y engañadas por adversarios sin escrúpulos que violaron una tregua pactada. Müntzer fue capturado. Se dice que en su último discurso, ya en el patíbulo, amonestó a los príncipes y les exhortó “a leer con aplicación las Sagradas Escrituras, para conocer el horrible fin que Dios reserva a los tiranos”. Fue decapitado frente a las puertas de Mühlhausen el 27 de mayo, su cuerpo empalado y su cabeza puesta en una estaca. Se calcula que en torno cien mil participantes en el levantamiento fueron masacrados.
Ese mismo año de 1525, Martín Lutero publicó su opúsculo Contra los campesinos asaltantes y asesinos, en el que condenó duramente la revuelta y subrayó que el deber de un cristiano es sufrir la injusticia y en ningún caso recurrir a la violencia.
Un místico comprometido con la historia
Tras recordar su vida, en los capítulos finales de Thomas Müntzer, teólogo de la revolución, Bloch emprende un análisis de los aspectos teóricos de la predicación de su biografiado.
Dios es para Müntzer una vivencia interior y una presencia continua en el mundo, que fructifica en nuestros sentimientos más nobles. Él defiende que si eliminamos los obstáculos que la hacen inaudible, miserias y apegos, podremos escuchar la voz divina dentro de nosotros, pues la fe obra el milagro de propiciar la unión del alma con Dios. Estas concepciones se sitúan plenamente en la estela de la mística alemana de Meister Eckhart, Johannes Tauler o la anónima Theologia Germanica.
Sin embargo, otro rasgo esencial del pensamiento de Müntzer es que la fe halla su sentido sólo cuando se manifiesta en obras que dinamizan todo nuestro ser y son la marca de los justos. Esta visión desemboca en un anhelo milenarista y la misión de fundar el reino de Dios en la tierra, ideas ajenas a los místicos alemanes anteriores.
La de Müntzer resulta, según esto, un raro ejemplo de una espiritualidad que no huye del mundo, sino que cristaliza en acción para cambiarlo. Él combatió con las armas en la mano para construir su utopía, pero al mismo tiempo su concepto de Dios y su relación con el hombre se integra en la tradición de misticismo cristiano que va de Joaquín de Fiore y los cátaros hasta el humanismo pacifista de Lev Tolstói, con aportaciones intermedias por toda Europa.
La trayectoria de Thomas Müntzer revela una apuesta por la revolución social y la superación del feudalismo, pero en ningún momento deja de ser un teólogo comprometido en cuerpo y alma con la reforma de la Iglesia. Para él, sólo la fe ha de transformar nuestra carne mortal en la esencia de Cristo, y así “La vida terrena llegará a confundirse con el cielo”. Con esto él nos demuestra una vez más que, aunque la verdad es una, las formas de expresarla son infinitamente variadas.