Primera versión en Rebelión el 10 de enero de 2023
La superioridad de Occidente es casi un axioma y ese rincón del orbe es considerado por ello el destino natural para cualquier objeto valioso que pueda encontrarse. Los sabios de las universidades europeas solían seguir el rastro de las milicias que hacían crecer los imperios, y cuando hallaban algo de interés confeccionado por “pueblos inferiores y marginales”, no dudaban en acercarlo a la metrópoli para hacer crecer también los maravillosos museos que la ornaban.
Así funcionó todo durante mucho tiempo, y algunos argumentarán que el expolio puede haber tenido sus ventajas, pues a la larga ha podido facilitar la conservación de lo sustraído. ¿Es así realmente? Mostraré en primer lugar un caso en que ha sido justo al revés, el de los admirables y hoy lamentablemente casi desaparecidos budas de Bezeklik. A continuación trataré de extraer alguna lección de unos documentales recientes que repasan la situación de numerosos objetos robados por todo el mundo en la era colonial y que se conservan en museos europeos.
Un valle en el Turquestán chino
En el borde norte del desierto de Taklamakán (provincia autónoma de Sinkiang) y no lejos del oasis de Turpán, en el que se concentra la mayor producción de uvas de toda China, un valle en las Montañas Flameantes (estribaciones del Tian Shan), alberga setenta y siete cuevas excavadas, que fueron decoradas con pinturas budistas entre los siglos V y XIV. El pueblo cuyo genio produjo las que se suelen conocer como cuevas de los Mil Budas de Bezeklik mezclaba elementos indoeuropeos (tocarios y sogdianos) y turcos (uigures), y las técnicas que utilizó en ellas revelan influencias chinas, persas y en menos medida indias. Se trata de unos trabajos en los que se alcanza en ocasiones un nivel técnico y estético que caracteriza obras maestras del arte religioso.
El ciclo de perforación y decoración de las cuevas quedó interrumpido por la conversión de la población local al islam en el siglo XIV y a partir de ese momento el declive fue imparable. Durante los primeros tiempos, los lugareños desgarraron o mancharon con barro las figuras humanas representadas, pero los murales sobrevivieron. A finales del siglo XIX, los exploradores europeos y japoneses comenzaron a desmontar las pinturas para trasladarlas a museos de sus metrópolis y tan activamente se aplicaron a ello que transformaron el espléndido escenario en una irritante sucesión de paredes desnudas. Una gran parte de lo expoliado fue a parar a museos berlineses.
Hay que decir, sin embargo, que el frustrado visitante de las cuevas de los Mil Budas de Bezeklik que acuda a Berlín en busca de éstos para presentarles sus respetos va a acabar doblemente frustrado, pues muy poco va a encontrar allí que haya sobrevivido a las incurias del tiempo. La triste realidad es que casi todo lo retirado de Bezeklik por los alemanes resultó destruido durante los bombardeos de la II Guerra Mundial.
El expolio del arte
La controversia del arte (Hazazah Pictures, 2021) es una serie de documentales holandeses, ofrecidos recientemente por La 2 de TVE, que analizan la situación actual de obras de arte emblemáticas producidas en diversos países y que han ido a parar a museos europeos. Hay programas dedicados a los mármoles del Partenón, el busto de Nefertiti, el cañón de Kandy o la máscara Luba, entre otros. En cada caso se ponen de manifiesto las gestiones que se están realizando para tratar de que estos tesoros sean reintegrados a sus lugares de origen. Viendo los documentales, resulta penoso el contraste entre la contundencia de los argumentos de los que denuncian los expolios y demandan la restitución de lo robado, y la desfachatez dominante entre los responsables de los museos, que defienden a capa y espada y con las disculpas más peregrinas su intención de no renunciar al botín. Solamente pudo mencionarse un caso de bienes sustraídos que fueron reintegrados a sus legítimos propietarios, y es el de unos antiquísimos y trascendentales manuscritos islandeses restituidos por los daneses. Tomemos nota de que el único ejemplo de devolución registrado tuvo como beneficiario a un país europeo.
Hay un aspecto que apuntaba antes y merece ser retomado. Se tiende a pensar que en la resistencia a devolver lo saqueado en el proceso colonial hay una oposición justificada a entregar algo muy valioso a quienes tal vez no puedan cuidarlo de la manera más apropiada. Sin embargo, como demuestran los budas de Bezeklik, los expoliadores no están libres de sufrir ellos mismos destrucciones terribles. Además, resulta enormemente cínico que los culpables de la sustracción de un objeto utilicen este argumento contra sus legítimos propietarios. Está claro que en esta controversia el criterio esencial sólo puede ser la justicia de las reclamaciones. Hay que decir, por otra parte, que para avanzar en la resolución del problema la clave es la concienciación de los ciudadanos, pues sólo ellos podrían ser capaces de presionar a los políticos responsables.
El robo de valiosos y emblemáticos bienes culturales es una más de las infinitas violencias que permanecen vivas en este mundo nuestro y manifiestan la triste herencia del colonialismo y el neocolonialismo que tomó el relevo. Lo que resultó destruido ya no puede recuperarse, pero para lo que subsiste en situación de expolio tenemos que ser conscientes de que la reparación de la injusticia es un deber que a todos nos interpela.