Primera versión en Rebelión el 18 de abril de 2023
Martin Luther King, luchador heroico por los derechos civiles y una sociedad más justa, perdió en el mito forjado tras su asesinato muchos de los elementos contundentes y radicales de su perfil humano y sus ideas. La constatación de este hecho por el filósofo y activista Cornel West (1953), lo llevó a reunir en un volumen en 2015 una selección de los textos que a su juicio mejor ponían en evidencia la dimensión revolucionaria del pensamiento de King. El libro ha sido editado en castellano en 2022 por la bonaerense Tinta Limón con traducción de Amadeo Gandolfo.
La introducción de la obra sirve a Cornel West para reivindicar la figura de un hombre que se resistía a soportar la pesadilla de segregación, injusticia y guerra en que veía materializarse el sueño americano. Enfrentado a estas lacras con su espiritualidad cristiana y una poderosa impronta de la no violencia de Mohandas Gandhi, King defendió siempre el uso de medios pacíficos, pero derrochó coraje en pos de un futuro de armonía y equidad. Él era consciente de la lucha de clases que fundamenta todas las injusticias y del rol de su país como promotor mundial de la violencia, y se decanta en sus textos por un socialismo democrático que debería complementar la abolición de la discriminación racial. Estos últimos aspectos son poco conocidos hoy y lamentablemente se ha impuesto una imagen “papanoelizada” del personaje que ignora aristas esenciales de su pensamiento.
Nacido en Atlanta (Georgia) en 1929 y ministro de la iglesia baptista desde 1954, Martin Luther King Jr. dejó su nombre unido a momentos decisivos del activismo norteamericano por los derechos civiles, como el boicot a los autobuses de Montgomery (Alabama) en 1955 o la Marcha sobre Washington de 1963, que lideró y al final de la cual pronunció su famoso discurso “I have a dream”. Ese mismo año participó en Birmingham (Alabama) en las protestas contra la segregación racial que se estaban produciendo en la ciudad. La amplia proyección internacional de su labor lo llevó a recibir el premio Nobel de la paz en 1964. En marzo de 1968 King acudió a Memphis (Tennessee) para apoyar a los basureros negros en huelga contra la discriminación que sufrían, y en esta ciudad fue asesinado el 4 de abril de un disparo en la garganta mientras se encontraba en el balcón del hotel en que se alojaba. Su trágica muerte dio lugar a impresionantes muestras de dolor y rabia por parte de la comunidad negra en todo el país.
La autopsia de King reveló que, aunque sólo tenía 39 años, su corazón parecía el de un hombre mucho mayor, lo que puede achacarse al estrés de largos años de lucha, a los miles de kilómetros recorridos y a las decenas de detenciones, además de cuatro agresiones físicas previas a su asesinato. Su vida es un testimonio impactante cuyo mensaje se hace explícito en la elocuencia de sus escritos y discursos.
El fundamento profundo de la no violencia
Los primeros textos recogidos en el libro están dedicados al concepto de “amor radical”, que constituye el auténtico motor del pensamiento y la acción de King. El significado de este sentimiento se hace transparente en un fragmento de su diario cuando acababa de asumir el liderazgo de los negros que luchaban por sus derechos en Montgomery y afrontaba vejaciones y amenazas continuas. En ese momento, el joven pastor, abrumado y ya dispuesto a buscar una salida digna para dimitir, eleva a Dios una oración que misteriosamente obtiene un resultado instantáneo: “Experimenté la presencia de lo divino como nunca antes. Una voz interior se dirigía a mí con serenidad y firmeza: ‘Defiende la justicia, defiende la verdad y Dios estará a tu lado para siempre.’ Casi en ese momento, mis miedos comenzaron a disiparse. La incertidumbre desapareció. Estaba listo para enfrentarme a cualquier cosa.” Aunque tres días después hacen explotar una bomba en su casa, mientras estaban allí su esposa y su hijita pequeña, que afortunadamente salen ilesas, King consigue que no haya un estallido de violencia en la ciudad. El boicot a los autobuses continuó hasta que a finales de 1956 una decisión de la Corte Suprema de los Estados Unidos declaró ilegal la segregación en el transporte público, restaurantes y escuelas.
En otro fragmento de su diario, King sintetiza la evolución de sus ideas. Lecturas juveniles de Marx lo llevaron a rechazar su materialismo, aunque apreciando su conciencia social y su crítica del capitalismo. No obstante, reconoce que el mayor impulso lo recibió de la obra de Gandhi, en quien advierte una gran similitud con el espíritu del evangelio. A partir de él y con influencia de otros autores comienza a perfilar su propia estrategia de no violencia. En un sermón recogido en el libro, King repasa la biografía y el pensamiento de Gandhi y en otro que titula “Amar a nuestros enemigos”, defiende que contestar al odio con odio sólo sirve para ahondar en el desastre, mientras que hacerlo con amor, aunque requiere una profunda revolución interior, ofrece una oportunidad de transformar moralmente al adversario. El amor es costoso, pero es el mayor poder del mundo.
Reflexiones sobre la situación internacional
Otros textos se posicionan en el difícil contexto global de la época. Se incluye el capítulo final de un libro de 1967: Where do we go from here: Chaos or Community?, en el que King reflexiona sobre la necesidad de un compromiso contra el racismo y la pobreza. Las naciones ricas tienen, en su opinión, la obligación moral de proporcionar capital y asistencia técnica a los más desfavorecidos, sin paternalismo y lejos de cualquier forma de neocolonialismo. Es preciso también tomar partido contra la guerra y aprovechar los avances científicos para el alivio de los males sociales y no para la destrucción. No ve solución en el capitalismo ni en el comunismo que se estilan en ese momento y aboga por “Una democracia socialmente consciente que concilie las verdades del individualismo y el colectivismo”.
King defiende que las grandes religiones deberían recobrar sus prístinas esencias y jugar un papel importante para promover la paz y la justicia en el mundo. Se declara contra el antisemitismo y analiza la lamentable situación en Sudáfrica, que lo lleva a pedir una alianza internacional contra el apartheid. En un ensayo publicado póstumamente, nuestro pastor baptista reivindica a un ilustre librepensador, activista por los derechos civiles y pionero del panafricanismo, el historiador y sociólogo estadounidense W. E. B. Du Bois.
La lucha contra la supremacía blanca
Un aspecto crucial de King es la opción por la no violencia como forma de romper la dialéctica infinita de acción-respuesta que ensangrienta la historia humana. Esta opción es posible si el amor radical domina nuestro pensamiento. La fortaleza necesaria para “no devolver los golpes” es enorme y busca apoyo en un fundamento religioso, materializado en el ejemplo de Jesús. El libro incorpora documentos extraordinarios en este sentido, como la carta escrita en la cárcel de Birmingham en 1963 en la que King defiende y justifica sus actuaciones en la ciudad. Comprobada la existencia de injusticias flagrantes y tras cosechar sólo fracasos y humillaciones en los intentos de negociación, su opinión es que se impone la acción directa, con sentadas y marchas, para forzar ésta. Se declara decepcionado por los “blancos moderados” que critican la movilización no violenta contra un atropello que insulta la dignidad humana.
Se recoge también la crónica de una charla mantenida por King en 1962 con Ahmed Ben Bella, jefe del gobierno argelino. Ambos coinciden en apreciar una relación estrecha entre colonialismo y segregación, sistemas inmorales que merecen ser erradicados, y King observa además que la última deteriora gravemente la imagen de la democracia norteamericana en el mundo. En un discurso el año antes de su asesinato, nuestro animoso activista rememora los logros alcanzados, en forma de leyes que salvaguardaban los derechos de la comunidad negra, pero constata también la relegación de la gente de color en muchos aspectos. Como solución propone la creación de un ingreso universal garantizado para combatir las escalofriantes cifras de pobreza.
King es partidario de la agenda esencial de los impulsores del “poder negro”, pero halla posibles implicaciones negativas a esta consigna y no acepta el recurso a la violencia ni el separatismo implícito en el concepto de “nación negra”. Su postura frontalmente opuesta a la guerra de Vietnam queda de manifiesto en llamamientos pacifistas en ocasiones no exentos de ironía: “Vemos a jóvenes negros y blancos matar y morir juntos por una nación que ha sido incapaz de sentarlos juntos en una misma aula. Y los vemos unidos en una solidaridad brutal, quemando las chozas de una aldea pobre, pero nos damos cuenta de que jamás podrían vivir en la misma manzana de Detroit.”
Un mensaje desde la cima de la montaña
La última sección del libro trae textos que explicitan las afinidades socialistas y sindicalistas de nuestro reverendo. Es revelador en este sentido un artículo dedicado a Norman Thomas, pastor presbiteriano y reconocido pacifista y socialista, por cuyas ideas se declara intensamente atraído y al que califica como “el hombre más valiente que he conocido”. King expresa admiración por sindicatos que luchaban por los derechos de personas de minorías raciales y en condiciones de pobreza extrema. Aquí también, como estrategia propone la acción directa no violenta.
Los textos finales evidencian la febril actividad de King en sus últimos meses. Convertido en líder carismático de los que sufrían discriminación y explotación, él supo devolverles su orgullo y dotarles de una herramienta de lucha plena de coraje e inteligencia. Estaba claro que había surgido uno de esos héroes tan raros, capaces de remover los goznes anquilosados de la historia, y el mundo entero prestaba oídos al joven profeta galardonado con el premio Nobel de la paz. Su sueño era ciertamente inmortal, pero era demasiado fácil para un sistema violento acabar con el hombre que lo materializaba.
La víspera de su asesinato, King llega a Memphis, una ciudad convulsa en esos momentos, con el fin de conjurar el peligro de que la situación degenere en un estallido de violencia, y esa misma noche se dirige a la multitud en el que va a ser el último y uno de los más emotivos de sus sermones. Las palabras con las que cierra su alocución tienen un profundo tono profético que sintetiza el mensaje de toda una vida de lucha: “No sé qué pasará ahora. Tenemos días difíciles por delante. Pero en realidad no me importa lo que suceda conmigo ahora, porque he estado en la cima de una montaña. Y no me importa. Como a cualquiera, me gustaría vivir una larga vida… Pero eso no me preocupa ahora: sólo quiero hacer la voluntad de Dios. Él es quien me ha permitido llegar a la cima de la montaña y mirar desde ahí. He visto la Tierra Prometida. Quizá no llegue hasta allá con ustedes. Pero quiero que sepan esta noche, que nosotros, como pueblo, llegaremos a la Tierra Prometida. Y por eso estoy muy feliz esta noche y no estoy preocupado por nada. No temo a ningún hombre”.