Primera versión en Rebelión el 25 de abril de 2023
Antonio Turiel (1970), físico y reconocido divulgador de temas energéticos, es sin duda una de las voces más lúcidas que claman en el desierto, con rigurosos y bien contrastados argumentos, tratando de hacernos ver la situación crítica a la que se enfrenta el mundo debido al derroche de todo tipo de recursos impuesto por el sistema económico vigente. Su blog The Oil Crash lleva más de diez años informando sobre el pico del petróleo y sus consecuencias para la economía mundial, y en un libro anterior, Petrocalipsis (Alfabeto, 2020), analizó las causas de la crisis energética y su posible evolución con una perspectiva a largo plazo.
Sin embargo, desde la publicación de aquella obra, la historia parece haber pisado el acelerador y empiezan a materializarse las previsiones que allí se hacían. Es por esto que Turiel se propuso la elaboración de Sin energía. Pequeña guía para el Gran Descenso (Alfabeto, 2022), con el objetivo de estudiar en detalle, tras la visión global de Petrocalipsis, aspectos esenciales de la situación actual que no suelen ser considerados en los diagnósticos que se prodigan en los medios.
Un brutal encadenamiento de crisis
En un sistema económico identificado con el crecimiento, resulta ominoso comprobar que diversas materias primas están alcanzando en los comienzos de este siglo cifras máximas de producción. Es el caso del petróleo, con yacimientos cada vez menos rentables, lo que ha provocado una desbandada financiera en el sector, y también el del uranio. La crisis del diésel es particularmente intensa, pues su destilación es más complicada, y ello ha originado cortes de suministro en algunos países, incluso en el norte de Europa, y graves problemas asociados, al ser un combustible esencial para la maquinaria pesada. El encarecimiento de la energía tensiona la producción industrial y hace que muchas empresas dejen de ser rentables y tengan que cerrar.
Hay crisis también en el suministro de otros materiales, y Turiel ve en ella la impronta de la energía, pues lo que más escasea suele ser lo que requiere mayor elaboración. Es el caso del aluminio, el silicio metálico, necesario para los chips, o el cobre, imprescindible en los planes de electrificación de la transición a las renovables. A esto hay que añadir que en muchos metales nos encontramos también cerca del pico de extracción.
Con respecto a los alimentos, la situación es grave, y más preocupante, pues su carencia compromete la supervivencia de millones de personas. La responsabilidad puede achacarse aquí otra vez a la energía, que influye de varias formas, principalmente por el encarecimiento del diésel, pero también a través del aumento de precio del gas natural, usado para fabricar fertilizantes nitrogenados. A todo esto ha de sumarse la sequía que sufre gran parte del mundo.
La respuesta del sistema económico
La tensión a la que se somete al medio natural repercute en el sistema económico, y la escasez de un lubricante esencial de éste, como es el petróleo, ha de provocar una carestía creciente hasta que muchas empresas no puedan acceder a él y empiecen a cerrar. En estas condiciones, al ir disminuyendo la demanda, los precios pueden bajar, pero volverán a subir si los recursos se van agotando. En resumen, el progreso de la escasez se caracteriza por fluctuaciones de precios y en sus fases terminales por una fragmentación de los mercados, que deja a algunos consumidores sin posibilidad de satisfacer sus necesidades.
Con esta situación en perspectiva, y teniendo en cuenta además que los efectos de la crisis ambiental son cada vez más evidentes, el sistema ha reaccionado con una apuesta por las energías renovables, a las que se encomienda satisfacer la demanda existente en estos momentos a través de una proliferación de megainstalaciones eólicas y fotovoltaicas. Turiel denomina a esto “fosilizar la energía renovable” y muestra que el plan hace agua por todas partes, pues se basa en progresos tecnológicos que es difícil que se desarrollen al ritmo previsto, faltan materiales y la rentabilidad de los proyectos resulta muy dudosa. Además, la inestabilidad del viento y el sol como fuentes de energía crea problemas adicionales.
Un buen ejemplo de los retos que afronta el nuevo modelo energético es el del hidrógeno verde, obtenido por electrolisis de agua usando energías renovables y que se publicita como el combustible del futuro. Sin embargo, Turiel enumera algunos inconvenientes de esta alternativa, como la baja eficiencia energética del proceso global o las dificultades para utilizar este carburante en motores pesados. También revela las complicaciones inherentes al proyecto de España como hub energético de Europa que se intenta vender, basado en numerosas incertidumbres.
Si a una situación tan inestable añadimos el rearme propiciado por la guerra de Ucrania, no tenemos más remedio que observar el futuro con preocupación, pues estamos a fin de cuentas ante circunstancias muy propicias para el aventurerismo militar.
Posibilidades de actuación
Tras comprobar que la crisis largo tiempo vaticinada se ha hecho real y se ha rebasado ya el pico de producción de las principales materias primas energéticas, es ineludible un esfuerzo para plantear soluciones. En el capítulo final del libro, Turiel enumera seis medidas concretas que se podrían adoptar inmediatamente y supondrían una mejora sustantiva de la situación, aportando además un plazo de prórroga para diseñar e implementar transformaciones de más calado. Se trata fundamentalmente de disminuir el consumo de combustibles fósiles y fertilizantes químicos, restringir el uso de vehículos particulares y el derroche de ropa o prohibir la obsolescencia programada. El objetivo sería favorecer en todos los campos el consumo de proximidad, la reutilización y el reciclaje frente al despilfarro que es norma hoy día.
El problema es que estas medidas van radicalmente en contra del rasgo esencial del sistema económico vigente, que es el crecimiento, con lo que la conclusión es que es en este sistema económico donde radica en realidad el quid de la cuestión. Establecido esto, Turiel considera que están puestas las bases para una discusión política que desborda los objetivos del libro. Lo que sí queda claro es que en cualquier modelo económico que se plantee como alternativa al actual, el decrecimiento es la única forma de esquivar el apocalipsis energético y ambiental en el que estamos empeñados.