Primera versión en Rebelión el 7 de febrero de 2024
Gaspar García Laviana fue un joven sacerdote asturiano que acudió a Nicaragua en 1970 dispuesto a dedicar su vida a mejorar la de los más pobres del país. En esta labor se volcó varios años, compartiendo penurias, predicando el evangelio y tratando de auxiliar, concienciar y organizar por vías pacíficas a los campesinos. Tuvo que padecer a cambio persecuciones y amenazas por parte del régimen de Somoza, y en un momento el buen pastor, incapaz de ayudar a su grey, no vio otra salida que tomar las armas junto al movimiento sandinista, lo que le costó la vida al poco tiempo.
La breve existencia de este cura guerrillero nos sumerge de lleno en el problema crucial de la violencia revolucionaria. ¿Cuándo, cómo y contra quién se justificada ésta en la lucha por el cambio social? La cuestión es ardua y conocer mejor quién fue Gaspar García Laviana ha de servirnos para aquilatar en un caso notable los argumentos enfrentados. Al cumplirse el 45º aniversario de su muerte en combate, la asociación que vela por su memoria, apoyada por el ayuntamiento de Langreo, ha contribuido a la conmemoración con un volumen biográfico cuyo autor es José María Álvarez Rodríguez. Pródigo en datos, fotografías y noticias sobre el cura guerrillero, el libro reivindica su figura y propicia una reflexión sobre las grandes decisiones que marcaron su vida y a todos nos interpelan.
Un sacerdote comprometido con los pobres hasta las últimas consecuencias
Gaspar García Laviana nació en 1941 en una aldea asturiana de la cuenca minera del Nalón y realizó estudios eclesiásticos con los Misioneros del Sagrado Corazón, que lo llevaron a ser ordenado sacerdote en 1966. Párroco en el extrarradio madrileño, su empatía con la clase obrera le hizo compatibilizar estudios de sociología con el trabajo en una carpintería del barrio. Un compañero de seminario, Pedro Regalado Díez Olmedo, que era su amigo inseparable desde 1955, compartía muchas de estas labores. Él le va a dedicar en 2019 una extensa y emotiva biografía titulada Mi vida junto a Gaspar García Laviana, cura y comandante sandinista.
Corre el año 1970 y Gaspar y Pedro toman la gran decisión de sus vidas al ofrecerse para regentar parroquias en un distrito rural del sur de Nicaragua. Hasta 1975, los dos ofician misas, bodas y bautizos, pero se esfuerzan también en mejorar la existencia material de sus feligreses, fortalecer los vínculos sociales y desarrollar la asistencia sanitaria. Con estos fines crean Juntas Parroquiales, y después cooperativas de consumo; se niegan además a cobrar por sus servicios. Gaspar pone empeño especial en cerrar el prostíbulo de la ciudad y lo logra. Desde la radio denuncia el absentismo de los maestros pagados por el gobierno.
La pobreza es insoportable y Gaspar reflexiona enseguida que más que buscar almas caritativas que ayuden a mitigarla, la solución pasa por una profunda transformación de la estructura social. Para ello, el adiestramiento de líderes campesinos es una vía importante, y en ella trabaja a través del Centro de Educación y Promoción Agraria, en el que colaboran varios sacerdotes. Harto de la penosa impotencia de todos sus esfuerzos, a partir de 1975, nuestro asturiano entra en contacto con el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), partido y movimiento armado que trata de derrocar al dictador Somoza. Entiende que unirse a ellos es la única forma de contribuir al cambio imprescindible.
La colaboración consiste en un principio en ayudar al paso de personas y armas desde la vecina Costa Rica, pero en unos meses, tras recibir en Cuba preparación militar, Gaspar se integra plenamente en el FSLN con el alias de comandante Martín. Éste es el nombre con el que se da la noticia de su fallecimiento cuando cae en combate en diciembre de 1978, a sólo siete meses del triunfo de la revolución. Las tropas de la Guardia Nacional, bien armadas y entrenadas, eran un enemigo correoso, y Gaspar era consciente de lo que se jugaba. Poco antes de morir, en una carta a todos los ciudadanos del país les comunica:
“Como nicaragüense adoptivo que soy, como sacerdote, he visto en carne viva las heridas de mi pueblo; he visto la explotación inicua del campesino, aplastado bajo la bota de los terratenientes protegidos por la Guardia Nacional, instrumento de injusticia y represión; he visto como unos pocos se enriquecen obscenamente a la sombra de la dictadura somocista; he sido testigo del inmundo tráfico carnal a que se somete a las jóvenes humildes, entregadas a la prostitución por los poderosos; y he tocado con mis manos la vileza, el escarnio, el engaño, el latrocinio representado por el dominio de la familia Somoza en el poder. La corrupción, la represión inmisericorde, han estado sordas a las palabras y seguirán estando sordas, mientras mi pueblo gime en la noche cerrada de las bayonetas y mis hermanos padecen tortura y cárcel por reclamar lo que es suyo: un país libre y justo, del que el robo y el asesinato desaparezcan para siempre. Y como nuestros jóvenes honestos, los mejores hijos de Nicaragua están en guerra contra la tiranía opresora, yo he resuelto sumarme como el más humilde de los soldados del Frente Sandinista a esa guerra. Porque es una guerra justa, una guerra que los sagrados evangelios dan como buena, y que en mi conciencia de cristiano es buena, porque representa la lucha contra un estado de cosas que es odioso al Señor, Nuestro Dios.”
Motivos morales convierten al sacerdote en guerrillero, pero un guerrillero particular que en un momento dado se niega a fusilar a agentes somocistas que se descubren infiltrados. Toda la trayectoria de Gaspar García Laviana refleja un mismo empeño solidario y humanista, en la paz y en la guerra.
Vidas que dejan huella
El volumen intercala poemas, un buen número de ellos de García Laviana, expresión de sus sentimientos ante el mundo que luchaba por cambiar y el final que presentía, a veces con títulos emblemáticos: “La niña del prostíbulo”, “Pregón al campesino”, “Cuando muera”… Se da noticia también de las dos ediciones existentes de su obra poética, una en Managua, de 1979 con 53 composiciones, y otra en Madrid, en 2007 con 115. Además de esto, en la web del foro que reivindica su memoria, puede descargarse libremente un texto con 189 fragmentos suyos.
También trae el libro versos dedicados a Gaspar, de Pedro Casaldáliga, José Ganivet y Luis Enrique Mejía Godoy, cantautor nicaragüense a quien nuestro guerrillero dijo en una ocasión: “Nunca soltés la guitarra, porque también dispara”. Se ofrecen impresiones de amigos como Sergio Ramírez, Ernesto Cardenal, Carlos Mejía Godoy, Gioconda Belli y varios sacerdotes españoles, así como una amplia información sobre documentales, presentaciones conmemoraciones y homenajes. En los apéndices el autor explica en clave cristiana el compromiso revolucionario de García Laviana, se recogen cartas que escribió sobre este asunto y otras dirigidas a él por Carlos Mejía Godoy y Mónica Baltodano, nicaragüenses activos en el proceso que triunfó en 1979 y críticos hoy de la penosa situación de su país. Los dos defienden la necesidad de recuperar en estos momentos el anhelo de libertad y justicia que movió a Gaspar.
Cuando se combate un régimen tiránico y criminal como el de Anastasio Somoza, que acapara la riqueza, reprime libertades y hace imposible cualquier intento de transformación social por medios pacíficos, tomar las armas para provocar ésta se convierte en la única vía. No es otra la opinión que se defiende desde la teología de la liberación, por ejemplo en las cartas pastorales de Monseñor Romero (1917-1980), escritas en sus tres últimos años antes de ser asesinado. Se insiste siempre, en esta rama socialmente comprometida del catolicismo, en que la violencia que se ejerza ha de ser la mínima necesaria.
García Laviana era un seguidor entusiasta de la teología de la liberación, y su adhesión a la guerrilla sandinista es coherente con estas ideas. Sin embargo, no debemos perder de vista otro aspecto importante, señalado también por pensadores de esta corriente: el triunfo de las armas rebeldes no garantiza un genuino progreso si no va acompañado del establecimiento de una auténtica democracia que acabe con la explotación del hombre por el hombre. De esfuerzos y sacrificios estériles hay demasiados ejemplos.