Primera versión en Rebelión el 8 de mayo de 2024
Herbert Marcuse, filósofo alemán, admirador de Hegel y discípulo crítico de Heidegger, encontró su camino en la reevaluación del legado marxista para las nuevas fases del capitalismo, junto a sus compañeros de la escuela de Frankfurt, y nos dejó textos fundamentales sobre la psicología de los individuos de la sociedad industrial avanzada. En esta producción destaca El hombre unidimensional, obra de referencia de los movimientos de protesta de los 60 que ha terminado por convertirse en un clásico del análisis de la alienación de la mente humana bajo el imperio del capital. La última reedición en castellano acaba de aparecer en el catálogo de Irrecuperables (trad. de Pedro Bádenas de la Peña) e incluye la introducción de Douglas Kellner incorporada en 1991 a la segunda edición inglesa de la obra.
Nacido en 1898 en Berlín, en una familia judía acomodada, Herbert Marcuse estudió filosofía en Friburgo con Edmund Husserl y Martin Heidegger. Su tesis de habilitación dirigida por este último, finalmente no leída aunque sí publicada, se titulaba: La ontología de Hegel y la teoría de la historicidad. El hecho es que las ideas izquierdistas radicales de nuestro joven filósofo le enajenaron el apoyo del autor de Ser y tiempo, y lo llevaron a colaborar con el Instituto de Investigaciones Sociales de Frankfurt, a la sazón bajo la dirección de Max Horkheimer. Tras el acceso de Hitler al poder, Marcuse optó por la emigración y en unos meses se estableció en los Estados Unidos y se sumó a las tareas del instituto, recién instalado allí, hasta que las difíciles relaciones con Theodor W. Adorno, convertido en mano derecha de Horkheimer, provocaron un distanciamiento.
Entre 1942 y 1952, nuestro hegeliano de izquierdas fue reclutado por diversas agencias gubernamentales estadounidenses, para las que realizó trabajos sobre el régimen nazi y el diseño de una Alemania democrática y también sobre las organizaciones comunistas. En 1954, Marcuse pasó a ocupar una cátedra de filosofía y ciencias políticas en la Universidad Brandeis (Massachusetts), pero la no renovación de su contrato por su activismo radical propició su traslado a la Universidad de California en San Diego, desde donde participó en las luchas por los derechos civiles y contra la guerra de Vietnam y se convirtió en una referencia de los movimientos estudiantiles en todo el mundo. En 1968 su apoyo a las revueltas del mayo parisino suscitó las críticas de otros miembros del Instituto de Frankfurt. Herbert Marcuse falleció de un derrame cerebral durante una visita a Alemania en 1979.
En la amplia producción de nuestro filósofo, algunos textos esenciales están dedicados a los pensadores que más lo influyeron. Así, Razón y revolución (1941) interpreta a Hegel a través de Marx, y defiende la emancipación social como única vía para un auténtico progreso del pensamiento y la libertad. Eros y civilización (1955) reivindica a Sigmund Freud y ensaya una síntesis de marxismo y psicoanálisis en la que la alienación capitalista podría ser superada a través de una sublimación de la sexualidad en el arte y las relaciones sociales. Otro trabajo esencial es El marxismo soviético (1958), que analiza la degeneración burocrática del socialismo real.
Las bases psicológicas de la alienación capitalista
El hombre unidimensional, publicado en 1964, lleva como subtítulo Ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada y enfila su crítica hacia los dos universos en los que ésta cristalizaba en la época: el mundo occidental y la URSS. Respecto al primero, Marcuse observa que la ciencia, dominantemente tecnocrática, esquiva problemas y tareas sociales de gran relevancia, al tiempo que los individuos son manipulados hacia el consumo a través de la imposición de necesidades ficticias. Es éste el pensamiento “unidimensional” referido en el título. Se considera, sin embargo, que el socialismo real no ofrece una alternativa válida a esta situación, pues existe una “convergencia negativa” entre las sociedades industriales occidentales y orientales, con ambas marcadas por la dominación y la conformidad.
Con sujetos alienados en el imperio de la mercancía, resulta inquietante la ausencia de mecanismos operativos de transformación social, pues el tinglado productivo que controla todo es el propio sistema capitalista. Incluso la clase obrera, pieza esencial de la dinámica social en la teoría marxista clásica, sucumbe a la ideología consumista, con lo que cualquier posibilidad de cambio queda gravemente deteriorada.
La única alternativa viable resulta ser entonces la rebelión que se plantea en la parte final del libro con el nombre de “Gran Rechazo”. Se trataría con éste de desarrollar una mentalidad nueva a través de una evaluación crítica de nuestra vida que nos permitiera diferenciar las inquietudes legítimas, capaces de realizarnos como individuos, de aquellas otras impuestas por el mercado, que nos sumen en una espiral inagotable de acumulación autodestructiva. En esta tarea, según El hombre unidimensional se hace necesaria una convergencia de todos los que desde los márgenes del sistema mantienen una postura crítica contra él y perciben su perversidad.
El panorama descrito es ciertamente terrible, con unos mecanismos de dominación firmemente asentados en el interior de los individuos. En obras posteriores como Un ensayo sobre la liberación (1969), que tuvo como título provisional Más allá del hombre unidimensional, o Contrarrevolución y revuelta (1973), Marcuse desarrolló una posición más optimista, que se basa sobre todo en las vías abiertas por el psicoanálisis, capaz, como ya se había apuntado en Eros y civilización, de poner los instintos humanos más básicos a favor de la tarea emancipadora. Esto es posible porque la sublimación del erotismo, superadas las trabas del puritanismo judeocristiano, puede servir para fortalecer los vínculos sociales en armonía y solidaridad. De esta forma, una cultura que fue creada para la represión de la sexualidad (Freud dixit), puede ser convenientemente transformada para satisfacer nuestros impulsos esenciales y aportarnos una vida plena.
Marcuse vio con claridad que en esta misión tan trascendente, el papel corruptor del mercado, a través de todos sus poderes, económicos, ideológicos y mediáticos, es capaz de bloquear el potencial liberador del arte, recurso fundamental en la catarsis que se pretende provocar. Es por ello que en su opinión la clave resulta ser siempre una crítica visceral y profunda, que nunca baje la guardia y atruene con sus carcajadas contra los filisteísmos de la mercancía y sus órdenes establecidos.
Respecto a la recepción del libro, El hombre unidimensional fue aclamado por la Nueva Izquierda, que se estaba constituyendo en el momento de su publicación, como un análisis del capitalismo y la lucha contra él que superaba tanto la inoperancia de la socialdemocracia como los rasgos autoritarios del comunismo soviético. A los que buscaban en esta vía, volcados en el activismo contra la guerra de Vietnam y los derechos civiles, el libro les enseñó que más allá de estas tareas concretas era necesaria una reflexión sobre la naturaleza profunda del sistema represivo. De esta forma, en poco tiempo Marcuse pasó a ser considerado el gurú de una nueva concepción revolucionaria que trataba de conjugar marxismo y psicoanálisis.
No obstante, hay que decir que junto a estas opiniones favorables, no faltaron objeciones a la obra por parte tanto de pensadores de derechas que no podían aceptar una visión tan negativa del capitalismo, como de los marxistas más ortodoxos y prosoviéticos. De fuera de estos campos, también llegaron ataques, como el de Leszek Kołakowski, que definió a su autor como un “ideólogo del oscurantismo ” y le reprochó su falta de propuestas constructivas. Entre las críticas vertidas, Marcuse sólo concedió relevancia a la del politólogo consejista Paul Mattick, que en un trabajo de 1969 manifestó que el ocaso del proletariado como clase revolucionaria descrito en el libro puede no ser definitivo, si la inestabilidad y crisis recurrentes del capital propician un gran deterioro de sus condiciones de vida.
Más sugerente que programático, a los sesenta años de su publicación, El hombre unidimensional sigue siendo una lectura provechosa contra un capitalismo cada vez más senil, violento y desquiciado. La búsqueda de buenas armas psicológicas contra Moloch es sin duda una de las grandes tareas pendientes y en esto la aportación de Herbert Marcuse es ciertamente valiosa.