Primera versión en Rebelión el 29 de mayo de 2024

Hay una ley inmutable en la estructura de cualquier poder establecido en la sociedad humana que hubo que esperar hasta mediados del siglo XVI para que fuera brillantemente enunciada. El honor del hallazgo corresponde a un joven humanista francés, magistrado erudito, que asqueado de los crímenes del infame gobernador Enrique de Montmorency, compuso su Discurso de la servidumbre voluntaria con el fin de dejar claro, para vergüenza del género humano, que sólo la complacencia y cobardía de los que sufren el despotismo hace posible la anulación de su libertad.

Nuestro hombre se llamaba Étienne de La Boétie y había nacido en 1530 en Sarlat, una localidad del sudoeste de Francia, en una familia de magistrados. Sus estudios de Derecho lo llevaron pronto a asumir un cargo de consejero en el Parlamento de Burdeos y allí conoció a Michel de Montaigne, un par de años más joven que él, de quien se hizo íntimo amigo. A partir de 1560, la guerra civil entre católicos y hugonotes asuela Francia, y Étienne trata de promover una política de conciliación, misión en la que lo sorprende la muerte con 32 años. Aparte de sus textos jurídicos y políticos, de La Boétie nos legó un manojo de versos, algunas traducciones y el lúcido opúsculo al que antes me refería, conmovedor en su empeño por restituir al ser humano la libertad y la dignidad que tan fácilmente vemos humilladas en todos los estratos de la historia.

Este texto no fue publicado hasta 1576 en las Mémoires de l’État de la France, una colección de escritos de propaganda calvinista reunidos por Simon Goulard, y desde entonces ha sido reeditado en numerosas ocasiones y traducido a todas las lenguas.

Desentrañando la servidumbre voluntaria

“Por esto sólo quisiera entender cómo es posible que tantos hombres, tantos pueblos, tantas ciudades, tantas naciones soporten a veces a un solo tirano, que sólo tiene el poder que ellos le dan.” De La Boétie expresa su estupor ante el hecho de que una multitud sea sojuzgada por uno solo que físicamente jamás podría imponerse a ella. Se hace necesario entonces buscar la razón de que los hombres renuncien a su libertad para servir al tirano. ¿Dónde reside el misterio? Los ejemplos que el autor encuentra en la Antigüedad clásica ponen de manifiesto que la educación es capaz de moldear el alma humana, y junto a pueblos que idolatran la libertad, como Esparta, no faltan otros que hallan placer en el sometimiento, porque tal es nuestra naturaleza que “nunca lamentamos carecer de lo que nunca hemos tenido”.

“De tal modo, la primera razón de la servidumbre voluntaria es la costumbre”, concluye Étienne. Sin embargo, observa también que se dan espíritus “mejor nacidos, que sienten el peso del yugo y no pueden resistirse a sacudírselo. (…) Son aquellos que teniendo una cabeza propia bien formada, la han pulido aún más mediante el estudio y el conocimiento. Aquellos, aunque la libertad estuviera completamente perdida y fuera del mundo, son capaces de imaginarla y sentirla en su mente, y de esa forma la saborean, y la servidumbre no es de su gusto.”

El problema reside en que, lamentablemente, estos espíritus nobles son escasos, porque en general con el hábito de la sumisión los hombres pierden la lucidez, la dignidad y la valentía.  Se aportan luego ejemplos en el mundo antiguo de cómo para minar la libertad de sus súbditos, los tiranos cultivan en ellos todos los vicios,  y en otros casos “antes de cometer sus crímenes más graves, endilgan bonitos discursos sobre el bien público y el alivio de los desdichados.” Tampoco dudan en cubrirse estos miserables con el manto de la religión y pretender que obedecen dictados divinos. Y esto se encuentra desde el lejano Egipto faraónico hasta la Francia cuyas desgracias sufre el autor.

Se descubre también que el poderoso basa su dominio en una reducida camarilla de malvados egoístas a los que otorga privilegios, los cuales a su vez compran apoyos por todo el cuerpo social. La cadena se prolonga y al fin son muchos los que se creen favorecidos por el tirano y sostienen su tiranía. Es lo mismo que ocurre cuando un tumor atrae y activa en un organismo todos los malos humores que acabarán destruyéndolo. El destino de los que sirvieron a Nerón sirve como muestra del triste final que aguarda a los que venden su alma de este modo. “¡Qué dolor, qué martirio, por Dios! Estar noche y día pensando en agradar a uno, y sin embargo temerle más que a cualquier otro en el mundo; tener los ojos abiertos y los oídos alerta, para espiar de dónde vendrá el golpe.”

De La Boétie desprecia y compadece a los que dominados por el déspota esclavizan a sus semejantes para contentarlo, pues no conocen los placeres más nobles. “Los malvados que se juntan forman un contubernio, no una sociedad; no se aman, sino que se temen; no son amigos, sino cómplices.” El discurso concluye remarcando que nada puede haber más desdichado para el ser humano que renunciar a la propia libertad y a la pasión de hacer el bien, fundamentos auténticos de la vida.

Un precursor del anarquismo

Étienne de La Boétie, recto magistrado y erudito hombre de letras, quedó sobrecogido por las crueldades que contempló durante las guerras de religión que asolaban su país en el siglo XVI. La triste experiencia provocó en él una reflexión sobre el significado profundo de lo que veía y lo llevó a tratar de encontrar una respuesta para la gran pregunta: ¿Cuál es la fuerza que arrastra a las gentes que sirven al tirano y extienden su imperio por el mundo?

Las pesquisas sirvieron para alumbrar verdades de enorme trascendencia. La realidad es que “uno solo” es capaz de imponerse a través de una educación y unos usos sociales que fomentan el sometimiento, y domina a las masas estimulando la molicie y engañándolas con sutil verborrea y ceremonial religioso. Son imprescindibles también los paniaguados que obedecen sin rechistar y establecen una densa red de vasallaje. La conclusión resulta ser así que los seres humanos, debido a la influencia perniciosa del tirano, reniegan de su libertad y olvidan los impulsos más nobles de su naturaleza para convertirse en esclavos.

¿Qué hacer entonces? Hay un momento en el que de La Boétie plantea la “desobediencia civil” como una opción: “Ahora bien, a este solo tirano no hay necesidad de combatirlo ni abatirlo. Él mismo quedará derrotado desde el momento en que la gente no consienta en servirle. Se trata, no de quitarle nada, sino de no darle nada.” Estas palabras esbozan el programa de actuación de autores como Henry David Thoreau, Lev Tolstói, Mahatma Gandhi o Martin Luther King, que a partir del siglo XIX van a defender estrategias no violentas para enfrentarse a leyes y sistemas injustos.

El Discurso de la servidumbre voluntaria no ofrece otras alternativas políticas concretas para mejorar la sociedad, pero el cuestionamiento radical que realiza del poder y sus métodos de alienación de las masas lo ha llevado a ser considerado muchas veces un texto precursor del anarquismo. Ciertamente, desentrañados con tanta lucidez los mecanismos por los que “uno solo” es capaz de esclavizar a muchos, queda meridianamente claro que el orden social sólo puede fundamentarse en una educación para la libertad de los individuos y en una libre asociación de éstos, respetuosa con los derechos de todos.