Primera versión en Rebelión el 29 de agosto de 2024
Escritor, músico, investigador de culturas exóticas y caminante apasionado, Hans Jürgen von der Wense dejó a su muerte en 1966, cuidadosamente archivada en carpetas, una obra exuberante casi completamente inédita por voluntad propia. Estaba a punto entonces de cumplir setenta y dos años y aunque contaba con antepasados en la nobleza de Prusia y Sajonia, la temprana muerte de su padre y la enfermedad mental de su madre hicieron de él enseguida un hombre sin familia y sin hogar, eterno vagabundo. Estos rasgos eran reflejo de una convicción profunda sobre la que escribió: “El individuo creador tiene un camino y un trazado distinto, su riqueza interior excede todo, la tierra entera es su hogar y toda la creación su familia más próxima.”
Un espíritu tan peculiar, sin embargo, captó la impronta de su época en el expresionismo y en un atonalismo de estirpe bartokiana en música. No fue ajeno tampoco a los conflictos sociales, y compartió en su juventud las zozobras de la Revolución alemana que puso fin a la Gran Guerra. Las entradas de su diario en estas fechas han sido elegidas por Guillermo Escolar para el volumen que acaba de publicar y que supone el primero de Wense en castellano. Carmen Gómez García ha introducido, anotado y traducido los textos presentados, que incluyen además Epidota, recopilación de fragmentos sobre gran variedad de asuntos.
Una crónica de la Revolución alemana de 1919
El Diario de 1919 que aquí se presenta en castellano corresponde a una versión preparada en 1946 que aún se encuentra inédita en alemán. Sobre estas páginas, el propio Wense escribió: “Corresponden al primero de aquellos años en que me abría de lleno a participar de la vida de las personas; luego me fui al interior, a la soledad, al camino oculto.” Las primeras anotaciones son de enero. Mientras un Wense veinteañero se debate en busca de su lugar en el mundo, estalla en Berlín la revuelta espartaquista. “Cientos de miles en las calles. Imposible quedarse con hechos aislados. Todo es masa. Remolino.” Hay combates en la ciudad, pero nuestro joven se siente incapaz en un principio de tomar partido; rebelde contra los burgueses no se identifica con el proletariado, aunque acierta a ver en él una promesa, la posibilidad de un mundo distinto. El día 10 al fin se une a los insurrectos: “Tengo que irme, a la tormenta, a mi patria, a la sublevación, con los miserables, con mis abandonados, que con tan endebles manos quieren arrollar una cordillera, con cuya hambre se practica la usura.” Alterna esos días “música burguesa” entre lágrimas y correrías desesperadas por la capital que confirman la derrota.
El día 14 todo ha terminado y Berlín es ocupado por las tropas, “Rabia contenida”, “Veo sentado a un mendigo en una escalera, sin ojos, sin piernas y sin brazos. Entonaba una canción. Le he dado todo lo que tenía porque pensé que era Dios.” Se fusila a mansalva en patios traseros y el día 16 llega la noticia de que Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg han sido asesinados. Wense se refugia en quehaceres de músico y lecturas, porque la vida social lo asquea: “Cuando salgo al mundo, lo pierdo.” Interpretar sus obras para otros es un lenitivo, aunque su lirismo, etiquetado Sturm und Drang, provoca rechazo: “—No acabo de entenderlo. —De todos modos, si algún día usted llega a entender mi música, dejo de componer.” Se siente lejos del “arte por el arte”: “Mi indignación es un hecho, por ella vivo y muero; ¡Estoy al servicio del firmamento crucificado!”
En febrero Wense viaja a Múnich y luego recorre Alemania. Lo frustran las visitas turísticas y reflexiona con aliento budista: “El arte y la naturaleza, ¿qué son? Lo único que yo conozco es el sufrimiento de los seres humanos.” En marzo regresa a Berlín, donde de nuevo el proletariado se agita y es reprimido con asesinatos masivos; él halla consuelo en la genialidad que asoma a las composiciones de amigos músicos. De vuelta en Múnich en abril, la situación es más tensa aún, pero el que hace poco vibraba con las masas se declara apolítico y aspira sólo a vivir para su música. El día 13 suena en la ciudad la sinfonía de la batalla y él encuentra en los estruendos de las armas ecos de instrumentos musicales. El 16 en la calle sólo hay muertos, con todo cerrado, sin víveres. Wense compone febrilmente y visita a Paul Klee, “Un oso fuerte, perdido en esta frágil locura.” El 22 desfila el Ejército Rojo, “Derrotadas almas rotas. No han cantado porque no tenían canciones.” El 30 truenan los cañones de la reacción cada vez más cerca y el 1 de mayo es la capitulación. Siguen días de fusilamientos. El comprometido y lúcido Gustav Landauer es muerto a patadas por paramilitares (Freikorps) del gobierno socialdemócrata.
La tormenta ha pasado y nuestro protagonista emerge de la experiencia con graves cargos contra la humanidad. Su anhelo es hallar una expresión musical que resuelva la visión del mundo nacida en su interior y a ello piensa dedicar su vida. Acompañado de amigos a los que no comprende, una noche de junio reflexiona: “Tengo tres fallos: sigo sin entender nada del amor sexual, no entiendo nada del valor del dinero y no tengo ningún tipo de ambición.”
Epidota
Amante de la geología, Wense tituló su selección de aforismos y fragmentos sobre temas diversos con el nombre de este silicato de calcio, aluminio y hierro, notable por sus cristales verdes estriados, de tonos variados y destellantes. Al igual que esta materia inerte refleja generosa la luz, él quería que las prosas de sus momentos más críticos aportaran a sus semejantes el resplandor de una idea fértil. La versión recogida fue preparada en 1946 para la revista Die Sammlung.
Wense encadena textos breves que buscan explicar el mundo al tiempo que ordenan su pensamiento. Reflexiona poéticamente sobre el significado de la vida y el lugar del hombre en el cosmos, y enseguida descubrimos en él un instinto budista de aniquilación del yo y sus desvaríos: “Sólo podremos encontrarnos cuando nos hallamos perdido por completo. Hay que fallecerse siempre, tan cierto como que el fuego es el destino de la leña.” La existencia encuentra sentido en el amor: “Creamos una estrella cuando nos amamos. El amor es un crecimiento monstruoso de la creación.” “El amor arma de valor el corazón.” Podemos intensificar la vida por medio de la amistad y darnos así claridad unos a otros. En esta búsqueda, a veces hallamos intuiciones profundas: “Hay transitoriedad, pero no muerte.” “Nuestra vida pertenece al mundo.” “Orar significa pensar correctamente”.
La filosofía que más seduce al autor reivindica no atarse a nada y dejar que la ficción fluya en torno a nosotros: “¡Más desconfianza en los placeres y más plan en el olvido!” “Cuanto más lastre se tira, más alto se asciende.” A partir de ahí, su propuesta social es clara. La codicia hace las guerras cada vez más salvajes y “el paraíso sólo está donde los hombres no quieran poseer más, sólo ser.” “La vida es un servicio a los seres humanos.”
No podían faltar tampoco reflexiones sobre el arte, que Wense ve surgir como el estremecimiento de un dolor profundo que revela la proximidad de Dios, “un puente entre el cielo y la tierra” capaz de mejorar a la humanidad, templándola por el fuego. La música es “la reproducción sonora de la estructura de la vida, beatificación del tiempo (…) es terror, es revelación, reina sobre el caos: Imago Dei”
El culto a la naturaleza es otro asunto recurrente: “¿Por qué no hay costumbre de inclinarse ante las nubes hermosas? ¿Por qué sólo se erigen monumentos a las desgracias y a los generales?” “La naturaleza es mi amante”. El ciclo de los elementos fascina a Wense y ve en cada fuente un manantial de vida y una nube futura, “el viento es el alma de los mundos” y el mar es símbolo de la unidad escondida detrás de todo. En un contrapunto humorístico, deliciosas greguerías nos descubren las desdichas de la materia: “Las explosiones son las sublevaciones de las máquinas esclavizadas”.
Epidota revela a su autor en cuerpo y alma. El que conscientemente vivió apartado de los seres humanos y sus rituales, y anduvo incansable los caminos, abismado en sus reflexiones, nos deja aquí los frutos más granados de su pensamiento. Con él aprendemos que sólo abandonando a la vieja criatura que fuimos y abriendo los sentidos y el alma a la belleza trascendente que enlaza todo, alcanzaremos a ser útiles a nuestros semejantes. Hans Jürgen von der Wense nos deja en estos textos una lección de vida y nos contagia su espíritu, místico y sabio, puesto a prueba en las mayores conmociones de su tiempo.