Primera versión en Rebelión el 12 de septiembre de 2024
En mayo de 1871, recién concluida la guerra franco-prusiana y con la Comuna de París resistiendo los embates de la reacción, estaba claro que el mundo entraba en una fase acelerada de transformación en la que la opción revolucionaria debía ser explorada con sabia energía. En estas circunstancias, un Mijaíl Bakunin ya en la última etapa de su vida impartió tres conferencias en Saint-Imier, en el Jura suizo, una región donde había prendido con fuerza la semilla del anarquismo, y en ellas presentó sintéticamente su visión sobre la historia reciente de Europa y las estrategias que harían posible la emancipación social. Las tres charlas acaban de ser publicadas por Altamarea (trad. de Frank Mintz), en una edición a cargo del historiador Eduardo Montagut, quien aporta además un texto introductorio.
Nacido en Rusia en 1814 en una familia de propietarios rurales, Mijaíl Bakunin abandonó joven su patria para estudiar metafísica en Berlín, pero enseguida unió sus esfuerzos a los que por todo el continente luchaban por la revolución social, lo que lo llevó a ser protagonista en las tentativas de 1948 en Polonia, Berlín y Praga. El año siguiente, junto Richard Wagner, participó en la insurrección de Dresde y de resultas de ello fue detenido y extraditado a Rusia. Encarcelado en Pedro y Pablo y deportado luego a Siberia, Mijaíl no recobró la libertad hasta 1861, cuando tras una rocambolesca huida y escalas en Japón y Estados Unidos pudo establecerse en Inglaterra.
Quince años escasos le quedaban de vida a Bakunin cuando apareció exultante en la vivienda londinense de Aleksandr Herzen saludando con una frase memorable: “¡Así que tenemos ostras para cenar, eh…!” Este tiempo lo empleó en promover la revolución a través de sus escritos, la fundación de sociedades secretas y una colaboración con la Internacional que condujo a un penoso enfrentamiento entre el sector liderado por Karl Marx y el formado en torno a él, que reivindicaba una organización más federal y antiautoritaria. En estas luchas, el mayor apoyo lo encontró Bakunin entre los trabajadores del Jura que fueron destinatarios de las charlas recogidas en El fin de la revolución social. Una crónica más detallada de la apasionante biografía del autor de Dios y el Estado puede leerse en este enlace.
El ideario de Bakunin se nutre de la concepción federalista de su buen amigo Pierre Joseph Proudhon y de la crítica al capitalismo de Karl Marx, pero en cuanto a la forma de avanzar hacia la nueva sociedad, desprecia las sofisticaciones teóricas y los señuelos reformistas para centrarse en la necesidad de una auténtica revolución con las masas como protagonistas, aunque activada por “núcleos conspirativos”. Bakunin apoyó en ocasiones la violencia revolucionaria, pero tenía claro que para que el proceso tuviera éxito se precisaba una larga labor de preparación y concienciación, y rechazaba los excesos terroristas, reprobables éticamente y además contraproducentes. Él aspiraba a una destrucción del Estado y sus instituciones, pero a través de una reconciliación final de los individuos. En este empeño, veía la necesidad de una revolución mundial, federalista y profundamente democrática, que plantease una alternativa real al capitalismo.
Pláticas a los pies de los Alpes
Muchas de estas concepciones se reflejan en las tres conferencias jurasianas de Bakunin, de las que la inicial analiza el papel de la Reforma en la configuración del mundo moderno. Ésta es para él la primera gran revolución que se produjo en Europa y trajo consigo la abolición del feudalismo y del poder de la Iglesia y el nacimiento de los Estados modernos. A resultas de ello, la burguesía quedó sometida a unas cortes reales que la acribillaban a impuestos, mientras que las masas populares sufrían aún más en la base de la pirámide de la explotación, con lo que no faltaron revueltas que fueron ferozmente reprimidas. El Estado se imponía como fin supremo y no reconocía ley ajena a él, para lo que se apoyaba en la religión, y las guerras eran endémicas. Dios y el Estado, que es además el título de una de sus obras más emblemáticas, publicada póstumamente en 1882, son para Bakunin las grandes ficciones que hacen imposible la fraternidad humana.
La segunda conferencia está dedicada a la Revolución francesa. Lo que ocurrió en 1789 es que la burguesía y las clases populares que hasta entonces habían sufrido la opresión estatal, decidieron rebelarse con el lema: “Libertad, igualdad y fraternidad.” Sin embargo, la revolución fue sólo política y dejó intactas las bases económicas, con lo que la única clase beneficiada fue la burguesía. Para Bakunin, un hombre obligado a vender su fuerza de trabajo al capitalista, y al que brutalidad e ignorancia seculares ponen a su merced, no es otra cosa que un esclavo. La libertad es un proceso colectivo y se critica la doctrina de Rousseau del contrato social, que en ningún caso es libre, sino un pacto de hambre y servidumbre. La libertad individual sólo se alcanzará cuando todos los humanos sean libres y esto únicamente será posible a través de la igualdad. Por ello, frente a a la odiosa impotencia de la revoluciones políticas, se defiende la necesidad de una auténtica y radical revolución social.
En su última plática a los jurasianos, Bakunin profundiza en su análisis de la Revolución francesa, diferenciando dos grupos en la burguesía de entonces: los jacobinos, a los que elogia por su concepto revolucionario y sus ideales de justicia, libertad e igualdad, aunque reconoce que fueron incapaces de materializar los cambios que pretendían, y la gran masa burguesa, que logró imponerse en 1795 con el Directorio. La Conspiración de los Iguales, el intento revolucionario de François Babeuf el año siguiente para instaurar el comunismo, es criticado por Bakunin porque de igual manera que la libertad sin igualdad no soluciona los problemas de la sociedad, tampoco lo hace la igualdad sin libertad que se planteó en aquel momento. Un repaso de los proyectos frustrados de cambio social permite concluir que las causas del fracaso son la escasa conciencia de las masas y la imposición de una estructura desde arriba. Libertad sin socialismo y socialismo sin libertad degeneran necesariamente en tiranía. Hay que reconocer que estas ideas, expresadas en 1871, revelan una rara lucidez.
El siglo XIX evidenciaba para Bakunin el triunfo de una mentalidad burguesa individualista que se impuso en economía, política y también en literatura, pues es el espíritu por ejemplo de las novelas de Balzac, odiseas de jóvenes ambiciosos en pos del éxito social. Se trata en definitiva de un culto al dinero en una lucha de todos contra todos que desprecia la solidaridad como valor básico de la existencia y en la que todo queda sometido a las leyes de acumulación del capital. En esta situación, corresponde al proletariado protagonizar la lucha emancipadora, aunque puede buscar una alianza con la pequeña burguesía, que es víctima también de esta estructura perversa. La conferencia concluye con un recuerdo de los sucesos de París, “esa noble Comuna que salva el honor de Francia y, esperémoslo, la libertad del mundo al mismo tiempo”. Allí se demuestra según él que las masas son capaces de asumir decididamente la tarea de su redención.
Revolución para la libertad
Las tres conferencias de Mijaíl Bakunin recogidas en El fin de la revolución social nos permiten sentarnos entre sus discípulos suizos y casi escuchar su voz tratando de orientar las luchas del movimiento obrero naciente, enfrentado a sus primeras batallas. Sin embargo, más allá de esto, considerar siglo y medio después los argumentos expuestos obliga a reconocer algo lúcidamente profético en las advertencias que se hacen sobre lo terrible que puede llegar a ser un socialismo sin libertad.
Abundando en la cuestión, no está de más recordar las palabras del gigante ruso en su folleto de 1870 Tácticas revolucionarias: “Tomen al revolucionario más radical, y póngale en el trono de Rusia u otórguenle un poder dictatorial —la ilusión de tantos revolucionarios novatos— y dentro de un año, será peor que el propio zar.” Con la experiencia del siglo XX a nuestras espaldas, nunca se insistirá demasiado en la necesidad de preservar la libertad en cualquier intento de transformación emancipadora de la sociedad, y en ello la aportación y el ejemplo de Mijaíl Bakunin serán siempre imprescindibles.