Primera versión en Rebelión el 20 de septiembre de 2011
La reedición reciente de la versión en español de El libro negro del comunismo (Ediciones B, traducción de César Vidal y otros), obra de un grupo de autores coordinados por el francés Stéphane Courtois, director de investigaciones del CNRS, ha reabierto la polémica sobre lo que se presenta como un recuento, que se quiere minucioso, de las víctimas de los regímenes sedicentemente comunistas. El libro acumula más de mil páginas en las que se nos describen las cristalizaciones históricas del comunismo, presentado siempre como un anhelo despiadadamente totalitario que se materializa por todo el ancho mundo en un salvaje amontonamiento de cadáveres. Hay que señalar, no obstante, que tras la publicación de la obra, tres de sus seis autores se desmarcaron del capítulo introductorio de Courtois “Los crímenes del comunismo” por medio de un artículo en Le Monde en el que juzgan que en él se infla injustificadamente el número de víctimas en un intento desesperado de alcanzar los 100 millones y se realiza además una comparación que no suscriben entre nazismo y estalinismo.
El libro es un ladrillo extraordinariamente útil. Puede ser lanzado contundentemente a la cabeza de cualquiera que se plantee una alternativa al pensamiento dominante. Aunque se argumente que los números están exagerados, no resulta fácil zafarse del golpe. El retrato que se dibuja al fin es tan monstruoso que tenderíamos a pensar que cualquier cosa debe ser mejor que eso. El problema es que no es así. El secreto del libro es la ocultación constante de las otras caras de la realidad. Cuando se atiende a ellas, se ve claramente que los “crímenes del comunismo” no son de ninguna manera episodios excepcionales en la “historia universal de la infamia”. Una muestra clara de esto pueden darla los datos reunidos por Gilles Perrault y otros en El libro negro del capitalismo, publicado en Francia en 1998 (hay versión en español, Txalaparta, 2002). Sin embargo esta obra no pretende ser con sus 495 páginas una recopilación tan exhaustiva como la del otro y no ha logrado tampoco una difusión tan grande. En El libro negro del comunismo, el camuflaje sistemático de acontecimientos históricos próximos a los narrados, y que son imprescindibles para explicarlos en una óptica racional, permiten enfocar con gran aumento “las atrocidades comunistas”, que al final resultan ser algo tan verdaderamente atroz que una interpretación maniquea de la historia del siglo XX está servida. De un lado queda el comunismo, es decir “el mal”, a cuyo lado puede colocarse el nazismo, y de otro, lo que no puede plantearse de otra forma que como “la lucha contra el mal”, en la que a veces pueden haberse cometido “algunos excesos”.
Uno de los innumerables ejemplos de la criminal ocultación del contexto en la que incurre el libro lo tenemos en la parte en la que se trata sobre la historia del jemer rojo camboyano. En ésta se describen pormenorizadamente las atrocidades cometidas en el país por los comunistas a lo largo de los años 70, durante la guerra civil primero y después durante el régimen de Pol Pot, establecido tras la toma de Phnom Penh en 1975 y que se mantuvo hasta la invasión vietnamita de 1979. Los títulos de los capítulos de esta parte son reveladores: “Camboya, el país del crimen desconcertante”, “La espiral del horror”, “Variaciones en torno a un martirologio”, “La muerte cotidiana en los tiempos de Pol Pot”, “Las razones de la locura”, “¿Un genocidio?”. Nada nos dice en ningún momento Jean-Louis Margolin, autor de esta parte, sobre unos hechos que muchos historiadores consideran cruciales a la hora de explicar la emergencia imparable y el comportamiento, ciertamente inusitado, de Pol Pot y sus seguidores. Nos referimos a la campaña de bombardeos sobre la parte oriental de Camboya realizados por los americanos entre 1965 y 1973, y que tuvieron su clímax durante la denominada “Operación Menú” en 1969 y 1970. El insólito nombre de esta operación procede de las distintas partes en que se fue estructurando, bautizadas: “Breakfast”, “Lunch”, “Dinner”, etc. No cabe duda de que los asesinatos masivos se realizaban sin perder el sentido del humor.
Estas operaciones se trataron de mantener en secreto, pero los documentos sobre ellas fueron desclasificados durante el mandato de Bill Clinton en 2000 y han sido estudiados por los historiadores Ben Kiernan y Taylor Owen. Según los datos que éstos aportan, durante ellas se realizaron 230 516 salidas sobre 113 716 objetivos, en las que se arrojaron 2 756 941 toneladas de bombas. Hay que decir que esta cantidad de bombas supone en realidad un “bombardeo en alfombra” (carpet bombing) con lo que la mención de “objetivos” resulta más bien grotesca. Pensemos que aunque la dividamos por la extensión total del país, son todavía 15 toneladas y 228 kg de bombas por kilómetro cuadrado. Tratemos de imaginar algo semejante en nuestro entorno próximo.
Resulta muy difícil calcular el número de víctimas producidas por estos ataques, pero William Showcross y otros autores han señalado la alta probabilidad de que su efecto final fuera en realidad desestabilizar una región ya en equilibrio precario y facilitar la toma de poder por de los comunistas. Por su parte, Ben Kiernan y Taylor Owen han usado una mezcla de imágenes de satélite, datos detallados de los bombardeos y testimonios recogidos sobre el terreno para argumentar contundentemente que existe una correlación entre las zonas masacradas y las áreas de reclutamiento del jemer rojo. A nadie se le escapan los efectos que más allá de la destrucción física, en el plano psicológico, puede tener sobre cualquier país una brutalidad como la que supusieron estos bombardeos. Ejemplos como éste podrían multiplicarse y la conclusión es siempre que más que una maldad intrínseca de nadie, la violencia de la historia del comunismo se explica por otros factores entre los que resulta esencial una continua y perversa dialéctica de acción y reacción
Aunque textos como El libro negro del capitalismo, citado antes, apuntan ya aspectos importantes, es cierto también que está pendiente un estudio pormenorizado y sistemático de la terrible capacidad del ser humano para la destrucción de sus semejantes que se manifiesta a cada paso en la Historia. Existen datos suficientes para asegurar que procesos históricos como el esclavismo en África o la explotación colonial de los distintos continentes, por citar sólo unos pocos ejemplos, darían para elaborar libros negros de muchas páginas con sobrecogedores catálogos de brutalidades y recuentos de muchos millones de víctimas inocentes. No obstante, el hecho es que hasta el momento el principal objeto de estudio historiográfico en este sentido han sido sólo “las atrocidades comunistas”. A la luz de esto, El libro negro del comunismo se nos aparece más que nada como un negro chorro de tinta de calamar destinada a transmitir una imagen parcial e interesada de la Historia.