Primera versión en Rebelión el 5 de abril de 2016
La difusión del pensamiento anarquista en España en las décadas finales del siglo XIX y los comienzos del XX estuvo caracterizada por el uso de la violencia, a la que solía denominarse “propaganda por el hecho”, considerada por algunos una estrategia legítima para alcanzar la revolución. El historiador y profesor de la UNED Ángel Herrerín López se propone en Anarquía, dinamita y revolución social. Violencia y represión en la España de entre siglos (1868-1909) (Los libros de la catarata, 2011) resolver varias cuestiones en relación con estos métodos de lucha. La primera es si el recurso a ellos actuó como un freno para la propagación de la idea libertaria o contribuyó, por el contrario, a ella. Por otra parte, cabe plantearse también si la salvaje e indiscriminada represión de esta violencia por los gobiernos de la Restauración resultó ser un obstáculo o un detonante para esta difusión o pudo influir en la perduración mayor de los atentados en España que en otros países próximos. Son aspectos interesantes a las que el análisis que se realiza permite aproximar una solución.
El libro comienza repasando los orígenes del movimiento obrero en España. Tras una inicial colaboración con los republicanos federales, la efervescencia social tras la Gloriosa y el viaje de Fanelli a España terminan llevando a las masas obreras a una lucha autónoma en la que un hito importante es la constitución en junio de 1870 en el teatro Circo de Barcelona de la Federación Regional Española (FRE) inscrita a la AIT (la I Internacional), que inmediatamente (noviembre de 1871) es ilegalizada. En 1872, tras tensiones entre marxistas y bakuninistas, las tesis de estos últimos se imponen en la FRE, que extiende su influencia sobre todo entre obreros y campesinos de Cataluña, Levante y Andalucía. La I República trajo consigo una convergencia con los federalistas más radicales, pero la dura represión en Alcoy, donde los obreros tomaron el control de la localidad de julio a septiembre de 1873, aviva la lección de la Comuna de París y el convencimiento de que es imposible colaborar con la burguesía.
La Restauración de 1874 trae también la de la ilegalidad de la FRE, que ha de continuar su labor organizativa en la clandestinidad, aunque valiéndose a veces de asociaciones culturales o de recreo. En estas condiciones difíciles, el recurso a la violencia prende en seguida entre los que sienten la inminencia del derrumbe del orden burgués y de este modo la lucha obrera, llevada a un callejón sin salida por la represión, se transforma en insurreccionalismo en unos años de franco declive de la FRE. En 1881, el acceso de Sagasta al gobierno con una actitud más tolerante propicia un cierto retorno al obrerismo y la constitución de una renovada Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE), aunque la influencia internacional sigue promoviendo la sublevación y el atentado individual como señales que mostrarán a las masas el camino de la liberación. La FTRE tiene una rápida expansión, y pronto se utilizan los delitos comunes implicados en el oscuro asunto de la Mano Negra para someterla a una feroz represión. A partir de 1884 se desata además la violencia laboral en Cataluña con atentados contra patronos e instalaciones como forma de intimidación. Desborda todo esto los planteamientos noviolentos de la FTRE que se disuelve en 1888.
En la década de 1890 y los primeros años del siglo XX son frecuentes por todo el mundo los atentados anarquistas contra reyes, jefes de gobierno y responsables policiales, mientras Barcelona, conocida como “la Rosa de fuego”, se convierte en centro destacado de estas acciones, con ataques también a instituciones burguesas y religiosas. Herrerín nos acerca en detalle a lo ocurrido en España en esta época: las protestas del 1 de mayo en 1890 y 1891, ahogadas por la represión; los sucesos de Jerez en enero de 1892, en los que varios centenares de campesinos ocuparon brevemente la ciudad y fueron fácilmente reducidos, pero que se saldaron con torturas, ejecuciones y condenas durísimas; el atentado de Paulino Pallás contra el general Martínez Campos y los del Liceu de Barcelona (20 muertos) en 1893 y la procesión del Corpus de Santa María del Mar en 1896 (12 muertos). Este último dio lugar a los célebres procesos de Montjuich, marcados por salvajes tormentos y arbitrariedades de todo tipo. La protesta internacional contra estas brutalidades se unió a las que ya existían contra las guerras coloniales de Cuba y Filipinas y supuso el descrédito absoluto del régimen de la Restauración. La muerte de Cánovas, jefe de gobierno a la sazón, en el balneario de Santa Águeda a manos de Michelle Angiolillo en agosto de 1897 fue acogida en los medios obreros como una justa reparación por lo ocurrido en Montjuich.
Tras el atentado contra Cánovas se abre un período de cierta calma. Tímidas reformas desde el poder y un replanteamiento de los métodos violentos por parte de los anarquistas, influido por las estrategias sindicalistas que se imponen por entonces en Francia, son decisivos para que esto ocurra. Sin embargo, dos acontecimientos desgraciados van a dar al traste con todo: la huelga general de 1902 en Barcelona, titánica lucha que se salda con obreros tiroteados y un estrepitoso fracaso, y los sucesos de Alcalá del Valle en 1903, en los que los trabajadores tomaron el pueblo en represalia por el asesinato de un miembro de un piquete. La desproporcionada y brutal represión que siguió sirvió de detonante para una nueva ola de atentados en Barcelona y un apuñalamiento fallido de Antonio Maura, presidente del Gobierno, en abril de 1904.
La espiral de violencia seguirá en 1905 y 1906 con sendas bombas en París y Madrid contra Alfonso XIII, recién coronado en 1902. Resultan estas de un nuevo entendimiento entre anarquistas y republicanos, que buscaban con ellas activar, respectivamente, revueltas populares y pronunciamientos militares, y provocar así la revolución. En Barcelona, esta primera década del siglo XX es también tiempo de explosiones, muchas veces indiscriminadas y duramente criticadas desde los medios libertarios, en alguna de las cuales pudo demostrarse la implicación de la policía o personajes oscuros a su servicio, como Joan Rull. En 1907 y 1908 la violencia pasa a ser un instrumento más de la confrontación entablada entre catalanistas y lerrouxistas. Por entonces, el anarquismo vive un proceso de reestructuración sindical que fructifica en 1907 con la constitución de Solidaridad Obrera, preludio del nacimiento en 1910 de la CNT.
El anarquismo español experimentó siempre la tensión entre los defensores de métodos noviolentos y los que predicaban la destrucción por la fuerza del orden existente. No obstante, en este segundo campo es necesario hacer una distinción importante. Por un lado, personajes como Paulino Pallás o Michelle Angiolillo ejemplifican la moral de algunos ejecutores anarquistas, que atacan decididos a los máximos responsables de la represión, aceptando con entereza las consecuencias de sus actos y haciendo apología de sus ideas hasta el último momento. Por otra parte estaban los atentados indiscriminados, que generaban un repudio mayoritario y dejaba mal sabor de boca en militantes y simpatizantes. Sin embargo, la represión de estos fue tan desproporcionada que logró despertar la solidaridad popular y originar una “propaganda por la represión” decisiva para la difusión del anarquismo.
Otro aspecto esencial que se destaca es que mientras en países como Alemania o Inglaterra los gobiernos se muestran algo sensibles a las reivindicaciones obreras y surgen plataformas para canalizarlas con políticas reformistas, no ocurre lo mismo en España, donde la dinámica mafiosa de la Restauración arrastra a las masas a la violencia. El análisis permite concluir también que la prolongación en España del período de atentados anarquistas es debida sobre todo a las medidas desproporcionadas con que fueron respondidos. Con Anarquía, dinamita y revolución social, Ángel Herrerín nos acerca en detalle a las estrategias de “propaganda por el hecho” que el anarquismo desarrolló en sus primeras décadas de implantación en España. La represión subsiguiente se descubre al fin como una de las razones de una pujanza del movimiento libertario que marcará la historia del siglo XX.