Primera versión en Rebelión el 9 de julio de 2021
Proyecto conjunto de Queimada Ediciones y la Fundación Anselmo Lorenzo, este volumen vio la luz en 2018 como un intento de rastrear opiniones en el mundo libertario sobre el conflicto territorial en Cataluña, que había alcanzado su clímax con el referéndum secesionista organizado por el gobierno autonómico el 1 de octubre anterior.
Doce conspicuos militantes anarquista aceptaron el reto y aportaron textos con sus respuestas a cuestiones centradas en torno a un eje fundamental: ¿Se justifica desde una perspectiva ácrata la adhesión al proyecto de la independencia catalana, y más concretamente a la estrategia desarrollada por los directores políticos del procés?, y en caso de respuesta negativa, ¿cuál habría de ser la postura de los libertarios ante una situación como ésta?
Las opiniones expresadas ponen de manifiesto cómo, en este espinoso asunto, los que se reclaman libertarios no comparten una única visión. Se constata además una cierta tendencia a que la percepción de los hechos considerados sea diferente en función de la distancia física desde la que son contemplados.
Doce miradas al procés
Manel Aisa rememora los hitos del conflicto secesionista y ve en él una pugna entre dos sectores de las clases rectoras del capitalismo, en la que los explotados no tienen mucho que ganar. Sin embargo, sí se muestra partidario del derecho de autodeterminación, que debería entenderse en un sentido extremo para construir una democracia directa que permitiera controlar la economía y poner fin a la explotación entre los seres humanos.
Miquel Amoros ve también surgir el conflicto del desencanto de la burguesía catalana en sus aspiraciones económicas. En su opinión, el pulso se perdió al no saber dotarse el movimiento de una base asamblearia ni lograr recabar apoyo internacional para la secesión, aunque las masas enfervorizadas siguen adelante ajenas al desaliento. Lo preocupante, según él, es que algunas minorías con voluntad de transformación social han picado el anzuelo y confunden una lucha entre facciones capitalistas con otra de liberación popular. Le deprime ver un anarquismo convertido “en lugar de tránsito hacia actividades mejor remuneradas e integradas en el sistema dominante, como la economía social, la política ciudadana o el nacionalismo populista.” En su opinión: “Hay conflictos en los que se ha de estar y otros en los que no. (…) No hay que caer en una guerra de banderas.”
Octavio Alberola, con criterio libertario, impugna los conceptos de identidad nacional, estado nación y nacionalismo, instrumentos de la burguesía en su dominio económico. Del mismo modo, en el “derecho de autodeterminación” que se reclama en Cataluña ve sólo una trampa semántica, pues de ninguna forma implica el derecho de los ciudadanos a ser verdaderamente libres e independientes, es decir a no ser explotados. Las alternativas emancipadoras deben concentrarse en la lucha contra el capitalismo y en asumir las lecciones de la historia que “han dejado bien probado el valor de la autonomía y la acción directa para combatir el poder instituido, y de la autogestión para organizar la convivencia humana.”
Juan Pablo Calero no entiende que un anarquista participe en una revolución política. Ve ajenos a los principios libertarios los objetivos del procés, y reivindica centrarse en la dinámica de las clases sociales y en la lucha por la libertad individual, “eso que antes se llamaba emancipación social”. Con esta perspectiva, no tiene sentido escuchar los cantos de sirena de una burguesía que nunca va a renunciar a sus privilegios. De esta forma concluye: “Todo proyecto de cambio que no tenga por eje el individuo y cuyo primer objetivo no sea la mejora inmediata de su vida cotidiana, no debería contar con nuestro apoyo como anarquistas.”
Pep Castells enfatiza la dimensión cuasi-religiosa de todos los nacionalismos y no entiende ni imagina derechos cuyo sujeto no sea el individuo, aunque reconoce que estamos atrapados en un discurso que prima los “derechos de los pueblos”. Son éstas circunstancias difíciles para un anarquista, pero culmina su análisis defendiendo “un posicionamiento crítico al lado de aquellos que hoy, y bajo la bandera del independentismo, se enfrentan al Estado español”. Esgrime para ello dos razones: el carácter hasta cierto punto “popular”, del movimiento, que desborda a la burguesía, y la aparición dentro de éste de formas de acción autogestionaria y directa. Estos rasgos abren, según él, una “ventana de oportunidad”, que cree conveniente explorar.
Rafael Cid Estarellas reflexiona sobre los conceptos de nación y estado, y concluye viendo en el procés rasgos positivos, como su amplia base popular o su retórica anti centralista y rupturista. Comprende las dudas de los libertarios para darle su apoyo, pero se pregunta si no sería razonable arriesgarse “a cabalgar el tigre del nacionalismo popular cuando incorpora propuestas de transformación social y se vehicula desde la legitimidad de la sociedad civil libremente expresada.” En definitiva, frente a lo que supone el Estado español, no deja de ver ventajas en otro “más débil, pequeño y dividido debido a una secesión democrática en forma de república a escala más reducida.”
Miguel G. Gómez está entre los que participaron en el referéndum del 1 de octubre y en las movilizaciones que siguieron. Justifica su apoyo al no apreciar que el procés sea un proyecto exclusivo de la burguesía catalana, sino interclasista, y percibir en él una oportunidad para lograr un “desbordamiento democrático”. Éste podría conducir a un proceso constituyente en el que los libertarios aportaran sus propuestas.
Tomás Ibáñez no ve coherente que los libertarios se involucren en la construcción de un estado, y cree que su objetivo ha de estar siempre en el conflicto de clases que se da dentro de los ya existentes. Los procesos de autodeterminación que reproducen la sociedad de clases no merecen a su juicio el apoyo de los anarquistas, que deben denunciar por igual los nacionalismos dominantes y los emergentes. De acuerdo con esto, considera incongruente la votación en el referéndum del 1 de octubre. Participar en las movilizaciones con el fin de desbordar su carácter estrictamente independentista le parece una meta ilusoria. Concluyendo: no ve razón para que los que se reclaman libertarios intervengan en el conflicto catalán.
José Ramón Palacios García ve claro que el objetivo de los anarquistas no puede ser construir ninguna nación o estado, sino la lucha de los asalariados contra los explotadores, del pueblo trabajador contra el poder que lo oprime. No ve sentido por ello a un apoyo al procés, conflicto entre un estado español y otro catalán que pugna por nacer. En su opinión la misión de los libertarios en estas circunstancias es tratar, en la medida de lo posible, de desarrollar la praxis anarquista “y actuar como fermento y catalizador revolucionario en las luchas y movilizaciones populares –no institucionales-”.
Fernando Ventura Calderón subraya el “conflicto entre nacionalismos” que se vive en Cataluña, y la presencia de elementos de izquierdas y derechas tanto en el bloque independentista como en el unionista. Por otra parte, ve en el empeño separatista algo quimérico e inviable, “procés kafkiá” lo denomina, al carecer de apoyos fuera de Cataluña y enfrentarse a enemigos poderosos dispuestos a todo. De vivir en el país, reconoce que se hubiera implicado en el movimiento, al lado de los grupos que iban al margen de la Generalitat en pos de una ruptura con el estado español. Sin embargo, no hubiera votado en el referéndum, y manifiesta sentir desasosiego cada vez que ve a alguien plantándose al cuello una bandera como si fuera Supermán.
Laia Vidal repasa la relación histórica de los anarquistas con el nacionalismo catalán y encuentra que éste nunca fue un proyecto político con el que ellos se identificaran. Recorre después la gran variedad de perspectivas que se dan entre los libertarios respecto al procés. Su opinión personal es que estamos ante una movilización plegada a formas institucionales y estatistas y que sólo toma fuerza al ser promocionada desde arriba, aunque no parece que sus propios líderes se crean mucho lo que hacen, y aprecia en ellos oportunismo e ingenuidad. Para el futuro propone desarrollar un programa libertario que tenga en cuenta el hecho nacional sin caer en el nacionalismo, una red de comunas libres y auto gobernadas, sin fronteras ni estados, en la estela de lo que han logrado ya kurdos y zapatistas.
Julio Reyero ve muy problemático compatibilizar la colaboración entre clases que exige un proyecto nacional con cualquier ideal anticapitalista. Señala también el distanciamiento entre anarquistas y catalanistas que registra la historia, y respecto a los hechos más recientes no considera razonable la participación de los libertarios en el procés, pues la idea de un “desbordamiento revolucionario” de éste le resulta quimérica, habida cuenta de la matriz burguesa de sus dirigentes y la minoría de elementos concienciados en sus filas. En su opinión, sería más provechoso concentrarse en lo urgente: el conflicto de clases y la explotación cada vez más férrea del capital, aspectos bochornosamente ausentes en el programa separatista.
Pasión y razón
Encontramos dos posturas diferentes entre los encuestados. La primera y mayoritaria es la de los que optan por mantenerse al margen de un movimiento controlado por la burguesía y con una agenda política estatista que nada aporta a la lucha anticapitalista. Los que apuestan por la segunda, sin embargo, tienden a solidarizarse, más o menos “críticamente”, con el procés, aunque señalando, en algunos casos, que para que éste fuera defendible desde una perspectiva libertaria, habría que dotarlo, no se sabe bien cómo, de una dimensión emancipadora que no posee. Esta última postura, más comprensiva con los ideales independentistas, se observa sobre todo entre aquellos que han vivido los hechos desde Cataluña. Resulta claro, según esto, que en el asunto debatido en el libro, el movimiento libertario carece de una visión unitaria.
En opinión de este reseñista, el alineamiento de los anarquistas en un conflicto entre burguesías nacionales como el procés, puede servir para alimentar el espíritu de revuelta, pero más allá de la sensación momentánea de “enfrentarse al sistema”, no parece tener mucho vuelo emancipador ni deja de encerrar peligros. Uno importante es la pérdida de coherencia que implica, al renunciar a los ideales internacionalistas y a la lucha de clases. Por otra parte, la historia nos demuestra que los elementos no burgueses de los movimientos nacionales en pugna resultan candidatos idóneos para sufrir la peor represión cuando el proceso concluye en derrota, o para ser marginados y reducidos a la inoperancia si triunfa. Pelear como carne de cañón, olvidando los principios, y con oscuras perspectivas en cualquier caso, no parece desde luego una opción muy razonable.