Primera versión en Rebelión el 31 de julio de 2014
El pensador y activista norteamericano Murray Bookchin (1921-2006) evolucionó a lo largo de su vida desde el marxismo hacia el socialismo libertario y en los años 50 y 60 desarrolló una síntesis de ideas anarquistas y descentralizadoras con otras ambientalistas y sobre energías alternativas que acabaron convirtiéndolo en uno de los pioneros del movimiento ecologista. El libro que nos ocupa fue publicado en 1995 con el título Social Anarchism or Lifestyle Anarchism: An Unbridgeable Chasm y de él existe una versión española (Virus editorial, 2012, trad. de Roser Bosch) con introducción de Joantxo Estebaranz.
El texto pone de manifiesto las dotes de Bookchin como polemista. Una nota a los lectores presenta con claridad el asunto del libro. En estos tiempos que corren (1995) cuando la explotación y la pobreza que genera el capitalismo aumentan drásticamente, no se encuentra respondiendo a ello un discurso anarquista bien trabado que ataque certeramente lo que constituye la base y fundamento de estas condiciones. ¿Qué ha ocurrido? El diagnóstico de Bookchin es que, tristemente, miles de anarquistas han abandonado “la esencia social de las ideas anarquistas, por el personalismo omnipresente yuppie y new age de esta época decadente y aburguesada.” El fervor por una “revolución social”, que caracterizaba el anarquismo, en gran parte se ha perdido. El libro tratará de analizar las distintas facetas de este arduo problema.
La tensión entre individualismo y colectivismo o comunismo marca la evolución del pensamiento anarquista desde sus orígenes, pero las décadas revolucionarias de los comienzos del siglo XX apagaron la polémica cuando las organizaciones de la clase obrera se sintieron llamadas a liderar una transformación revolucionaria de la sociedad. El individualismo hiberna en esa época y regresa con fuerza en la segunda mitad del siglo XX para hacer su agosto cuando consigue enlazar, a su peculiar manera, con el feroz individualismo que impone la ideología del mercado neoliberal.
La primera obra comentada es The Politics of Individualism, de L.S. Brown (Black Rose Books, 1993), un canto a la “autonomía” individual ajeno a la trabajosa gestación social de la auténtica libertad, según Bookchin. Este se esfuerza en poner al descubierto las falacias de esta autora al criticar un colectivismo prefabricado y muestra cómo su rechazo de la democracia en aras de un consenso que ha de prevalecer siempre sienta las bases de una dictadura de las minorías sobre las mayorías, tal y como se deja claro con algunos ejemplos.
Pero el caso de Brown es para Bookchin sólo uno de los muchos que señalan el predominio en el anarquismo euro-americano de tendencias individualistas en estos momentos. Estas, con perspectivas muy diferentes, se hayan sin embargo sólidamente unidas en la renuncia al desarrollo de organizaciones y movimientos sociales radicales y comprometidos, sustentados en teorías sólidas y trabajando con programas coherentes y viables.
Se cita como uno de los ejemplos más extremos de esto a Hakim Bey y su Zona temporalmente autónoma, libro en el que Bookchin no ve más que artificios literarios para regocijo de niños bien en busca de nuevas experiencias. En este texto, la lucha por la utopía de una sociedad sin explotación se resuelve en un colocón incoherente en cuyo triste despertar todas las estructuras de dominación han de seguir ahí inmutables. Otros casos que se describen muestran como, curiosamente, el anarquismo personal puede tener gancho para convertirse en una opción de consumo selecto con la que hacer buenos negocios. En eso están algunos. Ponga unas pizcas de “anarquía” en su aburrida existencia burguesa.
Se analiza luego la oposición global a la tecnología de autores como George Bradford, que parten del error de considerar esta solamente tal y como es utilizada por el capitalismo, sin tener en cuenta las posibilidades liberadoras que podría tener en otros contextos sociales. Para Bookchin, despreciar la objetividad y el conocimiento de nuestro entorno que nos aporta el análisis científico y renunciar a las opciones que nos ofrece es hacer un flaco favor a los ideales de la emancipación de la humanidad. Son estos los mismos autores que malinterpretan el pensamiento de Lewis Mumford, quien se oponía por igual al primitivismo y a la megamáquina, y era partidario de una “sofisticación de la tecnología en unas líneas democráticas y de escala humana.”
Estas ideas enlazan con las de los que, como John Zerzan, plantean una mitificación de las culturas más primitivas que llega al extremo de considerar la ausencia de lenguaje y escritura como aspectos positivos. Para estos autores, de una forma asombrosamente simplista y en muchos casos absurda, la vida de cazadores y recolectores es vista como un edén del que la civilización y la tecnología no hacen más que alejarnos. Bookchin acumula datos que ponen abiertamente en cuestión estas tesis: escasa esperanza de vida en estas culturas, enfermedades, estructuras sociales opresivas, guerras, etc. No se encuentra en ellas exclusivamente la comunión mística con la naturaleza que se ha querido ver, sino también intentos instrumentales de controlarla y violencia más o menos ritual. Según Bookchin, estas ideas son peligrosas porque desprecian la capacidad de progreso que la humanidad ha mostrado en ocasiones y en la cual en estos momentos se cifra toda nuestra esperanza.
En el anarquismo personal es frecuente hallar un culto al ego que resulta irracional y ahistórico. Cómo no analizar el deseo si pretendemos entender esta máquina que somos. Mitificada la naturaleza y mitificado nuestro yo más elemental, no tiene lógica plantear escenarios de transformación y la revolución pierde su sentido al ser una simple absorción por lo que somos incapaces de criticar. Los “caprichos estéticos autocomplacientes” se convierten al fin en un opio adormecedor que trata de situar al individuo fuera de la historia, cuando sólo dentro de esta es posible la emancipación.
Para el autor del libro, todo lo que se ha apuntado en este conduce a definir el “abismo insuperable” señalado en el título entre el anarquismo social, centrado en un proyecto racional de organización y transformación, y el anarquismo individualista (lifestile anarchism), abismado en la contemplación y satisfacción acrítica de un “yo” cuya génesis social se renuncia a analizar, y esclavizado por ello por el mismísimo mercado contra el que dice rebelarse. Nos queda sólo la duda de si las versiones del anarquismo personal que se repasan en el texto son realmente las únicas posibles o podría buscarse una compatibilidad entre los dos enfoques, el social y el individual.
Porque poco puede objetarse a la crítica de los ejemplos de anarquismo personal que se consideran en el libro, pero a la luz de lo mismo que se ha expresado en él tan convincentemente, cabe hacerse una pregunta. Para emprender ese trabajo de análisis, organización y transformación, ¿nos sirve el ser humano tal como está, es decir, tal como lo han dejado siglos de explotación, miseria moral, desinformación y alienación? Muchos responderán negativamente a esto, persuadidos de que entre las labores urgentes está también una mutación radical de la máquina deseante que somos, una higiene rigurosa que ponga al descubierto las verdades más profundas y hermosas que es necesario conocer: que todo lo que vive define el contorno de nuestro cuerpo, por ejemplo, o que el deseo sólo se sacia en la felicidad del otro. Algunas tradiciones han sido capaces de desarrollar formas de conciencia en las que el sufrimiento producido por la explotación del hombre es percibido como un reto que puede dar sentido a la vida.
Sin renunciar al racionalismo cuya negación es la auténtica muerte del alma, nunca estará de más tantear los caminos de la más radical y abierta de sus versiones, la que está dispuesta, por ejemplo, a utilizar la introspección que nos ofrecen algunas técnicas de meditación, o la que usa música y poesía como herramientas para iluminar los laberintos del animal simbólico que somos. Se impone la certeza de que sólo un hombre nuevo podrá culminar la tarea que la revolución demanda.