Primera versión en Rebelión el 12 de enero de 2009
La biografía de Juan García Oliver es rica en paradojas que muestran su evolución personal en el tiempo incierto que le tocó vivir. Él es el militante del anarcosindicalismo catalán más combativo que en un momento acepta ser (a regañadientes) ministro de la Segunda República. Él es también el protagonista de la Revolución española, partidario en julio de 1936 de “ir a por el todo” tras la derrota del fascismo en Cataluña, que en mayo de 1937 llama a la concordia a sus compañeros de la CNT para no romper el frente común contra Franco. Su trayectoria vital refleja de este modo los compromisos que la terca realidad impuso a un hombre de extraordinaria cultura e inteligencia, pero que nunca dejó de considerarse un hombre de acción. Superviviente del legendario grupo “Los solidarios”, del que formaba parte con Francisco Ascaso y Buenaventura Durruti entre otros, García Oliver fallece en 1980 en el exilio mejicano y deja testimonio de su vida entregada a la lucha revolucionaria en un extenso libro de memorias, El eco de los pasos, que fue publicado por Ruedo Ibérico en 1978 y ahora aparece reeditado por la CNT de Cataluña, un texto apasionante de lectura imprescindible para cualquiera interesado en la historia española del siglo XX.
Juan García Oliver nace en Reus en 1901. El libro nos acerca a su infancia de niño pobre en su ciudad natal: “A falta de merienda, a jugar, a correr hasta cansarse” y a sus tempranos trabajos que lo acaban llevando a un oficio de camarero con el que se gana el pan. No obstante, la lucha sindical lo atrae desde muy joven y con diecisiete años da con sus huesos en la cárcel. Trabajo, activismo y detenciones son toda su vida en esta época, tiempos de “acción directa” en que a la violencia de la patronal se respondía con la misma moneda. En 1925 decide ir a Francia para unirse a los que conspiran contra la dictadura, y allí toma contacto con Macià y los separatistas catalanes que tratan de reclutarlo para su causa con escaso éxito. Frecuenta a Durruti y Francisco Ascaso, recién llegados de América, y con ellos emprende un disparatado intento de asesinar a Alfonso XIII durante su visita a París, que es descubierto por la policía. Tras una breve estancia en Bélgica vuelve a España en octubre de 1926, pero surgen contratiempos en Pamplona y se ve obligado a regresar a Francia andando. En el Pirineo navarro es detenido por la Guardia Civil. Juzgado y enviado a cumplir condena a la prisión central de Burgos, recobrará la libertad en 1931 tras la proclamación de la Segunda República y el indulto consiguiente, no sin organizar antes un plante en el penal que aceleró su liberación.
En las memorias resume su actitud ante el nuevo régimen: “Considerar a la república recién instaurada como una entidad burguesa que debía ser superada por el comunismo libertario, y para cuyo logro se imponía hacer imposible su estabilización y consolidación, mediante una acción insurreccional pendular, a cargo de la clase obrera por la izquierda, que indefectiblemente sería contrarestada por los embates derechistas de los burgueses, hasta que se produjera el desplome de la república burguesa.” Es una estrategia arriesgada que se lleva a cabo escrupulosamente. Mientras realiza trabajos de camarero y barnizador, participa en las luchas con el sector más combativo de la CNT. No obstante, los sectores del sindicato que no ven la viabilidad de una revolución inmediata se distancian de ellos; son los “treintistas”, firmantes del manifiesto de los treinta (1931), con Ángel Pestaña, Joan Peiró y otros militantes destacados a la cabeza. En 1933, desde la cárcel, García Oliver con Ascaso, Durruti y otros compañeros constituye el grupo “Nosotros” e ingresa en la FAI.
Ante las elecciones de febrero del 36, no hay dudas para ellos sobre lo que va a ocurrir. En una reunión con Ascaso y Durruti, este último dice: “García Oliver nos ha conducido a un callejón, no diré que sin salida, pero sí con una sola salida: triunfo electoral de las izquierdas por abstenerse la CNT de hacer propaganda antielectoral, formación de gobiernos de izquierdas revanchistas y, por consiguiente, sublevación de las derechas por mano militar.” Ante el panorama perfectamente trazado deciden estar preparados, y ciertamente lo consiguen. Ante la sublevación de julio, la situación es dominada en Cataluña. La descripción de la lucha en las calles tiene episodios memorables: “Mientras Ascaso se encargaba de batir desde allí el flanco de los soldados, hice abrir la puerta de la cárcel de mujeres de la esquina de la calle de las tapias con la Ronda de San Antonio para asegurarme de que en su interior no había soldados de guardia. No los había. Sólo dos guardias de seguridad montaban la guardia y no opusieron resistencia. Casi por la fuerza hicimos salir en libertad a las mujeres presas. Algunas de ellas no querían salir en libertad, y estaban acurrucadas por los rincones. “‘¡Si salimos, nos castigarán!’, decían, aterrorizadas. Yo les gritaba: ‘¡Ya nadie os castigará, ahora mandamos los anarquistas! ¡Afuera todas!’” Poco después, recuerda episodios pasados de represión y comenta: “‘¡No se puede con el ejército!’ Dos veces fui testigo de este grito. De niño en Reus, cuando la revolución de 1909. Y en 1917. Grito heroico y desesperado. Levanté en alto mi fusil ametrallador, blandiéndolo, y grité estentóreamente, causando la admiración de Jover y Ascaso: ‘-¡Sí se puede con el ejército!’”
No obstante, la estrategia triangular de García Oliver, basada en el triunfo en Cataluña, Andalucía y Asturias-Galicia que permitiera a partir de esa base triple controlar toda España está lejos de conseguirse y se precipita una guerra civil de incierto futuro. El Pleno regional de la CNT y la FAI celebrado a los pocos días rechaza la propuesta de García Oliver de tomar el poder, a pesar de que en ese momento hubiera sido relativamente fácil lograrlo, y éste es el punto de inflexión del libro. Hasta entonces todo es dominado por la esperanza de una revolución posible. Desde ahí, una atmósfera pesimista hace aflorar cada poco la lamentación por la oportunidad perdida. Empieza una época de gestión de los logros sociales conquistados y columnas de milicianos parten hacia el frente de Aragón. El poder está en manos de un Comité de Milicias con amplia representación de partidos y sindicatos, pero desde la Generalitat, Companys continuamente echa pulsos para recobrar lo que se le ha ido de las manos por la fuerza de los hechos. Los avances conseguidos en este tiempo son notables, empresas y servicios colectivizados funcionan razonablemente bien y se crea una industria de guerra que resulta imprescindible. Es la sociedad esperanzada e igualitaria de la que George Orwell comenta en su Homenaje a Cataluña: “Era la primera vez en mi vida que estaba en una ciudad en la que la clase trabajadora tenía el mando.”
El 1 de octubre las presiones de Madrid y la Generalitat dan resultado y es disuelto el Comité de Milicias, aunque de momento la CNT conserva cuotas importantes de poder. La sensación de García Oliver es la de hallarse en una irremisible cuesta abajo. Los buenos chicos son dominados por el viejo tigre al que no es posible quitar las garras una a una: “El Comité de Milicias se constituyó para soslayar el ir a por el todo. El Comité de Milicias se disolvía por haber ido demasiado lejos. Se disolvía para dar paso a un Consejo de la Generalitat de Cataluña. La Generalitat acabaría por ser absorbida en sus funciones por el gobierno de Madrid, que no tenía ni apariencia de gobierno revolucionario. Un pequeño salto atrás y la CNT llegaría al final de su cuesta abajo. Esta caída la retardaría yo tanto como me fuera posible.” En septiembre del 36, en Madrid, Francisco Largo Caballero había sustituido a José Giral como Jefe de Gobierno y en noviembre son ofrecidas cuatro carteras a la CNT. García Oliver acepta tras mucha discusión ser ministro de Justicia. En el primer Consejo de ministros se pone sobre la mesa la evacuación del Gobierno a Valencia, lo que produce en él la impresión de que la entrada de la CNT en el gobierno ha sido simplemente una estrategia para impedir la previsible reacción que seguiría en Cataluña a la vergonzosa retirada. No obstante, presionados por la secretaría general de la CNT, deciden suscribir la propuesta.
En el gobierno, García Oliver se concentra en la creación de una legislación progresista que a veces choca con la ideología más derechista de otros ministros, y esboza su idea revolucionaria de una “ciudad penitenciaria” para la corrección de los delincuentes. Hace un esfuerzo también para acabar con las ejecuciones extrajudiciales, y con la complicidad de Largo Caballero emprende medidas, como la creación del Consejo Superior de Guerra y las Escuelas Populares de Guerra, destinadas a frenar el imparable ascenso de los comunistas. En un viaje a Madrid se encuentra con Durruti que ha acudido para colaborar en la defensa de la ciudad sitiada. Éste le comenta que la recepción por los compañeros del Comité de Defensa Confederal no fue todo lo cordial que se podía esperar, “sino con reservas irónicas, muy madrileñas: ¿Cómo has encontrado esto, eh, Durruti? Si vas a los frentes, verás que esto no es como vuestro Aragón, pues aquí no se come ni se duerme. Aquí solamente se muere. Y si no, que lo digan vuestros ministros catalanes, que llegaron, vieron y se fueron.” El 20 de noviembre Durruti cae muerto en las proximidades de Hospital Clínico, ocupado por los sublevados. El origen del disparo que lo mata sigue siendo un enigma hoy día.
En los primeros meses de 1937 comienzan a percibirse los intentos de rusos y comunistas, con sus aliados socialistas, para descabalgar a Largo Caballero. García Oliver comenta la oferta que le hace Rosenberg, embajador soviético, de sustituir a éste en la jefatura del gobierno, sometimiento a una voluntad ajena que rechaza abiertamente. El fracaso de Rosenberg le costará la vida a su regreso a la URSS ese mismo año. Paralelamente se producen gestiones por parte de los caballeristas para que ocupe la jefatura de gobierno y éste sea asumido por CNT y UGT. Es una solución que agrada a García Oliver, pero a la que se oponen los sectores más derechistas del PSOE y por supuesto los comunistas. Los sucesos de mayo del 37 en Barcelona, interpretados por él como una respuesta irresponsable a las provocaciones de los enemigos de la CNT, “catalanistas burgueses y falsos comunistas del PSUC”, van a acelerar las cosas cuando la maquinaria de difamación se ponga en marcha y los comunistas exijan en el Consejo de ministros la ilegalización y persecución del POUM. La negativa a hacerlo de Largo Caballero precipita su dimisión cuando varios ministros socialistas toman partido por los comunistas. Es la llegada de Negrín con su “Gobierno de la Victoria” al poder y el apogeo de la influencia de Moscú, el comienzo del fin.
La última fase de la guerra ocupa menos espacio en las memorias de Juan García Oliver. Es una época triste en que a la pérdida de las conquistas sociales sigue “un lento y persistente decaer del entusiasmo popular”. Se asocia esto a las imágenes de una Barcelona invadida por el éxodo republicano en la que se intuye la debacle final. El 27 de enero de 1939, en La Junquera se encuentra con Francisco largo Caballero y Luis Araquistáin que también salen de España. “La contrarrevolución interna en los partidos y en las organizaciones había andado mucho y aprisa. A Largo Caballero, líder que fuera de la UGT y del Partido Socialista, lo dejaron de soldado raso. Pudo la contrarrevolución hacer eso con él. Exactamente lo que la contrarrevolución hizo conmigo: también pasé a soldado raso. (…) Nos despedimos. -Agur!- es lo que solía decir Largo Caballero. -Agur!- le contesté. Nunca más volveríamos a encontrarnos.”
Francia, Suecia, la Unión Soviética y Estados Unidos son las estaciones de un viaje que le lleva finalmente a instalarse en México, donde vive la amarga división de los exiliados republicanos. Entre ellos, una vez comenzada la guerra mundial, trata de imponer su estrategia de constituir un gobierno en el exilio que declare la guerra a Alemania e Italia. Como aclara en cierta ocasión: “Soy de la opinión de que los refugiados españoles podemos disponer de más medios económicos que De Gaulle al aventurarse a constituir la Francia libre en Londres.” En los años siguientes se gana la vida como vendedor, gerente de ventas y representante comercial de diversas firmas. La última parte de sus memorias está integrada por capítulos temáticos que describen y reivindican momentos esenciales de la historia de la CNT, recuerdos del Noi del sucre y de su asesinato, de la formación del grupo “Los solidarios” en 1922 y sus inconfesadas actividades: una historia que engloba una parte importante de las luchas obreras en la España de comienzos del siglo XX.
La imagen de Juan García Oliver que emerge de estas memorias es la de un hombre inteligente que llegó a tener una sólida cultura, elegante, ágil conversador, buen orador,pero comprometido sobre todo en cuerpo y alma con la revolución, un líder sólido, noble y fiel a la amistad, pero también enemigo temible del que cerrara el camino trazado. Parece que le divertía forjar teorías para los acontecimientos más inescrutables y de ello da varios ejemplos en el libro, y se aprecia en él también una tendencia a presumir de dotes de adivino. El eco de los pasos es un texto fundamental de la historia de España, pero es también un apasionante relato de intriga política y acción revolucionaria, cuyos protagonistas aparecen en su real y contradictoria humanidad y lejanos del estereotipo con que suele presentarlos la historia. Juan García Oliver nos ofrece aquí una visión de los hechos que es necesario conocer y una contribución de peso al debate sobre los procesos revolucionarios del siglo XX, debate imprescindible porque como nos dice en un momento del libro: “No lo olvides. Tendrás que volver a empezar partiendo del punto inicial; el que, en una u otra dirección, conduce a la victoria o a la derrota. No vuelvas a equivocar el camino.”