Primera versión en Rebelión el 17 de agosto de 2016
El periodista Luis Bonafoux y Quintero, apodado “la víbora de Asnières” por su afilada pluma, vio la luz cerca de Burdeos en 1855 de padre francés, comerciante en vinos en las Antillas, y madre venezolana. Su infancia transcurrió en Puerto Rico, y allí estudió el bachillerato con los jesuitas, pero pronto viene a Madrid a cursar la carrera de Derecho. Tras completar esta en Salamanca, se instala en la bohemia de la capital y cultiva el periodismo en las cabeceras más radicales. En perpetuo conflicto con el clericalismo y los políticos reaccionarios y corruptos fustigados en sus escritos, en 1894 ha de partir al exilio y se establece en Asnières, al noroeste de París, desde donde continúa sus colaboraciones en la prensa. Con el estallido de la Gran Guerra, sus críticas al patriotismo francés dan con sus cansados huesos en Londres, y allí fallece en 1918.
Los artículos de Bonafoux son lamento que acusa y bisturí que explora un tumor, pero saben siempre vestir el dolor de ironía y trascienden el humor de quien contempla el engendro espantoso sin creer haber perdido del todo la oportunidad de enderezarlo. Su fino olfato percibe en cada cosa la injusticia hedionda y no hay para él mayor placer que ultrajar sus falsos oropeles. Todo género de reyes, reyezuelos y dictadores encontrarán en Aramis y Luis de Madrid, pseudónimos que solía usar, un enemigo temible. Buen ejemplo de este hacer es Bilis. Vómitos de tinta, que La linterna sorda resucitó en 2010, generosamente anotada e ilustrada y con una apertura de Ana Muiña. La primera y única edición anterior a esta (Ollendorf, París, 1908, con prólogo de Errico Malatesta, amigo del autor) es joya de bibliófilo.
Las crónicas reunidas en este volumen nos acercan a aspectos variados del quehacer periodístico de Bonafoux. Encontramos en ellas mordaces e incisivas defensas de los torturados en los procesos de Montjuich o de los independentistas cubanos y filipinos, sublevados frente a un despotismo refractario a cualquier reforma y esforzado sólo en su brutalidad represiva. Carga así contra Valeriano Weyler, que tiende “entre Cuba y España un mar de sangre más inmenso y colérico que el mismo Atlántico” o Cánovas, en cuya muerte a manos de Angiolillo ve la justa reparación de tanta infamia. “La juventud española combate y muere por el pillaje colonial de sus gobiernos” afirma en un momento. Sus descripciones de los que vuelven mutilados y enfermos son estremecedoras.
La crítica a los sucios manejos clericales es otro leitmotiv del libro, porque “el fraile es a la puerca política madrileña lo que el cuervo al cadáver”, y a la frailocracia filipina achaca el estallido de la insurrección por la independencia. El régimen de la Restauración, compendio de corrupción e ineficiencia motiva páginas rebosantes de indignación, al igual que la guerra con Estados Unidos tras la voladura del Maine, en la que critica a ambos contendientes. Entre tanto desastre de explotación desatada y política decrépita, la única esperanza se la arranca a Bonafoux un movimiento anarquista revolucionario en el que acierta a ver el anhelo de libertad de un pueblo oprimido y un análisis certero de las criminales convenciones del orden social, aunque también fustigue sus contradicciones o las tácticas de violencia casi indiscriminada vigentes en él por entonces.
Deja Bonafoux testimonio en Bilis de su admiración por Larra y Rubén Darío, buen amigo suyo, y hay recuerdos en sus páginas de Alejandro Lerroux, apoyo en momentos difíciles, Fernando Tarrida del Mármol, que en un encuentro en París le suplica por los torturados de Montjuich, o José Nakens, compañero en la propaganda anticlerical. No faltan tampoco tirones de orejas para otros camaradas, como cuando le reprocha a Joaquín Dicenta, molesto por las persecuciones a su Juan José, que callara cuando eran otros los acosados. Hay que decir, sin embargo, que en Bilis las demostraciones de complicidad son escasas frente a la vasta legión de los zaheridos por la pluma de Luis Bonafoux. El carácter y la obra de este sólo se entienden en un un mundo de miseria intelectual y moral, regido por mediocridades, y de un fiero arrebato de denuncia, cargada siempre de ironía, surgen sus escritos. En sus agrias y crueles polémicas, como la que amargó los últimos años de Clarín, maltratado por él como novelista y acusado de plagiar a Flaubert, debemos ver sobre todo la rebelión contra el crítico que tiranizaba el mundillo literario.
Ese era Luis Bonafoux, que confesaba encontrar en el apoyo “a todos los que sufren y reclaman justicia, el único consuelo de su vida”. El pago a tanto desprecio fue el olvido al que han querido condenarlo los que heredaron el sitial de los viejos mandones, y por ello la decisión de La linterna sorda resulta altamente encomiable. Bilis. Vómitos de tinta nos permite contemplar la crisis del 98 a través de los ojos y el ingenio de uno de sus espectadores más lúcidos, quien manifiesta en un momento del libro: “Desesperado de la realidad volví a vivir sin nombre -aquí donde los más grandes son tan desconocidos como los más humildes- la vida de obrero independiente que piensa lo que quiere y dice lo que siente, teniendo por toda pompa el legítimo orgullo de no sufrir ancas de una sociedad idiota, por todo compañerismo el mío, por todo regalo el pan diario y par todo placer un sitio al sol en e1 buen tiempo. Soy fuerte, muy fuerte, y desde la cumbre de mi pobreza me río del panorama de la verdadera miseria humana.”