Primera versión en Rebelión el 4 de mayo de 2021
El objetivo al que Carl Einstein dedicó su vida lo expresa certeramente el título de una colección de escritos suyos vertidos recientemente al castellano: El arte como revuelta. Ésa es la visión que le permitió, como influyente crítico, dotar de una base teórica a las vanguardias de comienzos del siglo XX, dinamizar expresionismo y dadaísmo, vindicar los primeros pasos del cubismo e introducir en Europa el interés por la imaginería africana, en la que veía los cimientos de la estética moderna. Su genio se prodigó en numerosos libros, entre los que destacan la novela Bebuquin o los diletantes del milagro (1912), y los ensayos Escultura negra (1915) y El arte del siglo XX (1926), un recorrido por mundos en metamorfosis, del impresionismo al surrealismo.
Nacido en Neuwied, a orillas del Rin en 1885, en una familia judía de clase media, Carl Einstein, sin parentesco con otros ilustres personajes del mismo apellido, como el físico Albert o el musicólogo Alfred, luchó como voluntario en la Gran Guerra y al final de ella participó en el proceso revolucionario de noviembre de 1918 en Bruselas, y después en los de 1919 en Berlín. Durante los primeros años de la República de Weimar, ejerció la crítica de arte y publicó diversas obras, entre ellas La mala nueva (1921), un drama sobre la crucifixión de Cristo, galardonado con una causa penal y una multa por blasfemia. En 1928 se instaló en París, donde compuso sus monografías sobre De Chirico y Braque, el poemario Esbozo de un paisaje (1930) y el guión de Toni, película de Jean Renoir estrenada en 1935.
Anarquista de razón y corazón, tras la sublevación de julio de 1936, Einstein, ya cincuentón y reputado crítico de arte, siente sin embargo el deber imperioso de arrimar el hombro en esa lucha, y viaja enseguida a España. Aquí se incorpora a la CNT-FAI y combate con la columna Durruti, convirtiéndose, por su experiencia militar, en responsable de un amplio sector del frente. Acabará distanciándose de los que ve demasiado resignados a renunciar a la revolución, aunque hay que decir que en 1938 apoyó los trece puntos de Negrín, intento imposible de una paz honrosa con Franco.
Tras la derrota republicana, Einstein trató de ayudar en Francia a los refugiados españoles, pero desanimado tras la invasión alemana, y triplemente perseguido, como izquierdista, como abanderado del que los nazis consideraban “arte degenerado” y como judío, decidió poner fin a sus días en julio de 1940 cerca de Pau, saltando desde un puente.
Carl Einstein en España
La editorial Orsini & Co. ha tenido la gran idea de recolectar los escritos de Einstein que reflejan sus impresiones durante la guerra civil. El pequeño volumen resultante trae un epílogo de Koldo Artieda y viene ilustrado con fotografías de la época.
El primer texto presentado transcribe una alocución a través de la emisora de la CNT-FAI de Barcelona tras la muerte de Durruti, en noviembre de 1936. En su discurso, el teórico de las vanguardias expresa su entusiasmo por la labor colectiva en la que está embarcado, empeño de obreros y campesinos por construir una sociedad solidaria. La columna Durruti es un ariete contra el fascismo, pero también una escuela para los huérfanos analfabetos que llegan del territorio enemigo, y el germen del mundo nuevo que alumbrará la victoria. La de Einstein es la pasión de quien percibe un momento decisivo para la humanidad: “Todos odiamos la guerra, pero la entendemos como un medio revolucionario, como un instrumento para la revolución social.” Y consigue contagiarnos su emoción por la desaparición de un gran hombre que no era un “general”, sino uno más en la lucha, alguien que “había suprimido de su vocabulario la palabra prehistórica ‘yo’” y “no ordenaba sino que convencía.”
Se recoge también un artículo del 1 de mayo de 1937 en el que Einstein defiende que lo que ha comenzado en España es una guerra contra las mentiras y los ejércitos del capital a escala internacional: “En la actualidad, cualquier revolución se convertirá necesariamente en una guerra.” Luego repasa sus experiencias en Aragón, con un frente estático en el que las columnas, escasas de material, aguardan la ocasión de iniciar una ofensiva, e intuye que ningún poder va a permitir que estos auténticos revolucionarios demuestren su coraje. Su conclusión es que ni el fascismo ni la burguesía de las democracias occidentales darán una oportunidad a los que han mostrado que existe otro mundo más allá de todas las formas de explotación capitalista.
En una entrevistas para Meridiá, ya en 1938, Einstein manifiesta su opinión sobre Joan Miró, un muchacho con talento, según él, pero que sin embargo yerra el tiro muchas veces con pinturas demasiado esquemáticas para un tiempo como el presente, y Salvador Dalí, al que ve pedante, fosilizado en una imitación de sí mismo, con una revuelta exclusivamente estética. A la pregunta sobre la misión del intelectual en un país en guerra, responde: “Ir a las trincheras. Nuestra existencia está tan amenazada que ni siquiera hay sitio para el arte.” Y luego afirma: “El trabajo intelectual ha servido demasiado a menudo para evitar el sacrificio y la misma colectividad.”
En cartas desde España a su amigo Daniel-Henry Kahnweiler, Einstein implora tabaco, y en el verano de 1938 se muestra todavía esperanzado sobre el resultado de la guerra. Subraya el mérito del pueblo que resiste, y hace planes para el futuro, de abandonar, por ejemplo, la crítica de arte y tratar sólo de escribir buena prosa, y de gozar lo más sencillo de la vida: “Cuando acabe la guerra viviré en el campo. Unos cuantos libros, tabaco, un perro o un gato y a trabajar. Quiero llevar una vida tranquila, unos cuantos amigos, pero nada de pandillas.” Y no pocas veces destella el genio: “Vivir sin miedo es la única forma de existir.” “Un cobarde jamás podrá escribir una buena página de prosa, por eso hay tan pocas.” “Yo no cambio, sino que maduro. Pero cuanto más envejezco, más inquieto me vuelvo.”
En otra carta, de enero de 1939, al mismo remitente, expresa cambios en su percepción del arte: “Cuando vuelva, haré libros más sólidos, alejados de los gustos modernos y biempensantes de todas las vanguardias. Usted entenderá ahora por qué me hacían tanta gracia esos ‘Sur Sous-Réalistes’, por qué nunca me he relacionado con los grupos, ni he visitado las capillas literarias.” Con la misma fecha, escribe a Pablo Picasso: “Alégrese, mi querido amigo. Pertenece usted al mejor pueblo del mundo, al mejor país. Puede sentirse orgulloso. Y se lo digo con conocimiento de causa y después de haber pasado por experiencias duras. (…) No puede usted imaginarse hasta qué punto me siento feliz de haber luchado junto a sus compatriotas. Se trata probablemente del mejor recuerdo de mi vida.”
Koldo Artieda recoge para su epílogo el texto “Las masas son el artista (elogio de Carl Einstein)”, que vio la luz como un capítulo del libro colectivo diseño SIN diseño en 2013. En estas páginas, el guionista y narrador navarro recorre la biografía y la obra del autor de Bebuquin e incide en algunos aspectos de su pensamiento, como su rechazo, siguiendo a Ernst Mach, de la distinción entre sujeto y objeto, y su adhesión al principio: “No se puede salvar el Yo”, o su visión revolucionaria para el arte europeo: “Si hacemos estallar en mil pedazos las ideologías, encontraremos debajo los únicos vestigios de valor de este continente reventado, (…) las masas que aún están sumidas en el sufrimiento. Las masas son el artista.” Resulta reveladora una carta de 1932 reproducida en parte, en la que Einstein exterioriza su dolorosa conciencia de estarse convirtiendo en un bluff, con sus rutilantes progresos en el mundo venenoso del arte oficializado, siempre al servicio del dólar, aunque se haga llamar vanguardia. Esto ayuda a entender su viaje a España, y los planes que tenía para el futuro.
El autor de una entrevista a Einstein en 1938 se maravilla en su texto introductorio de haber descubierto luchando en las trincheras de Aragón a un intelectual de tanto renombre, pero el que alentó los inicios del cubismo y desentrañó su parentesco con el arte africano, no albergaba ninguna duda sobre su misión. En una carta a Kahnweiler le dice: “En estos tiempos, el fusil es necesario para compensar la cobardía de la pluma.” Y en otra a Picasso lo aclara aún más: “Si, más tarde, podremos escribir y pintar libremente, será únicamente gracias a la resistencia española. Siempre supe que en España estaba defendiendo mi trabajo, la posibilidad de pensar y sentir libremente como individuo. Este pueblo merece la mayor de las gratitudes. Yo he sido sólo un soldado más, no me he quedado de brazos cruzados. (…) No he venido a España más que a servir a mis compañeros, a la libertad y a la dignidad humana.”