Primera versión en Rebelión el 13 de diciembre de 2023
Cornelius Castoriadis (1922-1997), tras su juventud en Atenas, desarrolló su vida y su pensamiento en Francia, donde llegó recién concluida la II Guerra Mundial. En su país de adopción, su marxismo y su militancia trotskista dejaron paso progresivamente a una visión original, consejista y libertaria, que iluminada por intuiciones del psicoanálisis, reivindica la imaginación como proyecto del mundo futuro, al tiempo que defiende una política basada en la autoorganización de seres libres, más allá de cualquier reflejo determinista.
Este cambio de coordenadas se produjo en una época marcada por profundas conmociones, y ello invita a estudiar la influencia que éstas pudieron tener en él. En Castoriadis en su tiempo, recién publicado por La linterna sorda, el economista Juan Manuel Vera realiza un recorrido minucioso por los procesos históricos de los que Castoriadis fue testigo y analiza cómo marcaron su ideario. La exposición permite concluir que en una época en la que la revolución social ha devenido en algo impensable, este autor nos ofrece herramientas originales para abordar la labor imposible. La suya es una apuesta radical y lúcida para comprender la crisis del pensamiento emancipador en su confrontación con el capital a lo largo del calamitoso siglo XX.
Contra el estalinismo
Cornelius Castoriadis realizó en Atenas estudios de derecho y ciencias políticas y económicas y comenzó muy pronto su militancia, lo que tenía sus riesgos bajo la dictadura de Metaxás, primero con los comunistas prosoviéticos y después con los trotskistas. Sobrelleva luego la ocupación alemana del país, y concluida ésta, ante la inminencia de una guerra civil en la que los trotskistas serán perseguidos tanto por los gubernamentales como por los comunistas, decide aprovechar la beca que se le ofrece para ampliar estudios en Francia y abandona Grecia. En estos meses cruciales, el joven militante siente cómo la desazón que le producían comportamientos que observaba en los partidos comunistas cristaliza en una convicción política de que éstos deben ser considerados simplemente máquinas de poder en lucha por establecer nuevas sociedades de dominación.
En París, Castoriadis continúa su militancia trotskista y en 1948 ingresa como funcionario internacional en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), un empleo bien remunerado que le dará estabilidad. Desde entonces su vida está dedicada a su actividad profesional y a las aportaciones teóricas que, con seudónimos diversos, va realizando en revistas; sólo utilizará su nombre a partir de 1970, cuando consiga la nacionalidad francesa. Emprende además dos proyectos de tesis doctoral, pero ninguno de ellos llegará a ser defendido.
Vera analiza la situación del trotskismo francés en la posguerra, aislado tras su penosa equiparación de los dos bandos del conflicto. En esta época, nuestro filósofo participa en los debates que surgen dentro del movimiento, rechazando la concepción de la URSS como un estado obrero y definiéndola como la dictadura de una nueva clase burocrática. Él y otros que defienden esto terminarán en el verano de 1948 por distanciarse definitivamente para constituir el grupo Socialismo o Barbarie (SoB), nacido con la intención de oponerse al “campismo”, esto es, a la opción de tomar partido, en la coyuntura internacional que se vivía y aunque fuera críticamente, por uno de los campos enfrentados, ya fuera el del socialismo real o el democrático-burgués.
En sus artículos de estos años, Castoriadis impugna el sistema impuesto en la URSS, al que no considera socialista, y defiende como alternativa la gestión obrera de la producción y la sustitución del poder del partido por un control democrático por parte de los órganos autónomos de los trabajadores. Vera recuerda las aportaciones diversas que encuentran acomodo en la revista que, con el mismo nombre de SoB, se empieza a publicar en 1949, y en la que confluyen trotskistas heterodoxos, libertarios, consejistas y bordiguistas.
Hungría y mayo del 68
Tras la muerte de Stalin, las expectativas abiertas por el liderazgo de Nikita Jruschov y el XX congreso del PCUS en febrero de 1956, se vieron frustradas a finales de ese mismo año por la ocupación soviética de Hungría, con la que expresaron su disconformidad incluso intelectuales como Jean Paul Sartre, fuertemente comprometido con las políticas del Kremlin en ese momento. El grupo de SoB vio en aquellos hechos una confirmación de sus tesis y sus pronósticos, y alabó el tono ampliamente consejista y democrático de la insurrección, que señalaba un camino plausible contra la dictadura burocrática. El entusiasmo de Castoriadis es evidente en sus escritos de esta época, pero agudamente previene contra el retorno de una dominación de los partidos a través del señuelo de unas “elecciones libres”. La única democracia posible, según él, es la directa de los consejos obreros, complementada con la autogestión en todas las esferas de la sociedad.
Otro tema de reflexión para Castoriadis en este tiempo es la evolución del capitalismo. Su análisis cuestiona principios esenciales del marxismo, pues defiende que el proletariado se ha difuminado en la sociedad contemporánea como sujeto emancipador. Como alternativa, él propone a los revolucionarios transformarse en un movimiento global que impugne muy diversos aspectos de la vida bajo el capitalismo. Estas ideas son criticadas dentro del propio grupo de SoB y en 1963 se produce una importante escisión que preludia su disolución en 1967.
Las conmociones de mayo de 1968 en Francia son vividas con satisfacción por Castoriadis. En un texto escrito en aquellas semanas, reconoce la energía revolucionaria de la insurrección, aunque ve difícil encauzarla en un proyecto con posibilidades de éxito. Insiste en la necesidad de una organización basada en principios anti-jerárquicos y de autogestión.
Nuevos retos intelectuales: psicoanálisis y La institución imaginaria de la sociedad
En 1970, Castoriadis deja su puesto en la OCDE y tres años después comienza a trabajar como psicoanalista. Trata con esta labor de profundizar en el conocimiento de la dimensión social e histórica de la psique y enriquecer con ello la teoría revolucionaria que viene elaborando desde hace años y que va a ver la luz en 1975 con la publicación de la que muchos consideran su obra maestra, La institución imaginaria de la sociedad. En este trabajo, nuestro pensador, en un ajuste de cuentas con Levi-Strauss, Foucault, Lacan y Althusser, destaca el rol de los significados imaginarios en la construcción, mantenimiento y cambio de la organización de la sociedad. Frente al determinismo imperante, propone la imaginación como rasgo esencial que está en el origen de todo lo representado o pensado, de todo lo racional. De esta forma, el orden social interiorizado en cada uno de nosotros obedece a una institución cuyo fundamento es una componente imaginaria. Con las visiones de otros se montó el entramado que nos oprime, pero somos libres para encontrar mundos nuevos a través del pensamiento. El dinamismo de la psique puede romper los esquemas que tratan de imponernos.
La influencia intelectual de Castoriadis no va a dejar de crecer tras la publicación de esta obra, y así comienza a desplegar una intensa actividad en instituciones de gran prestigio académico, mientras en sus escritos amplía su visión con el concepto de “autonomía”, que plantea una alternativa tanto al totalitarismo como a la falsa democracia del capitalismo. Contra las sociedades “heterónomas”, basadas en una ley ajena a ellas, dictada por Dios, la naturaleza, los antepasados o un determinismo histórico, él propone una sociedad capaz de modificar por su libre decisión, en cualquier momento, sus instituciones. Sin embargo, reconoce que la alienación a que nos somete el capitalismo favorece en la actualidad tanto el conformismo como la resurrección de viejos monstruos, en forma de integrismos religiosos y populismos de todo tipo.
Estas ideas irán siendo presentadas en sucesivas recopilaciones de ensayos que con el título Las encrucijadas del laberinto irán apareciendo en 1978, 1986, 1990, 1996 y 1997. La última entrega, Figuras de lo impensable, se editó póstumamente en 1999. En palabras de Vera, estos textos constituyen “un intenso llamamiento a la responsabilidad individual y social frente a la trivialización capitalista del ser humano”.
Nuevos malos tiempos
Respecto a la cambiante situación internacional de esta época, Castoriadis se manifestó escéptico ante los intentos de Gorbachov de reformar el régimen soviético, y creía que el ejército no iba de ninguna forma a tolerar la implosión que terminó produciéndose. Al final saludó la desaparición de la construcción dictatorial que tanto había criticado, pero lamentándose al mismo tiempo de que en ese momento de ruptura no hubiera sido posible reconstruir la sociedad con otros criterios que los del capital.
En el mundo occidental, la ofensiva neoliberal de Thatcher y Reagan supuso una revolución individualista y antiestatista que no fue revertida cuando la izquierda volvió al poder con Blair y Clinton. En este tiempo, Castoriadis contempla con preocupación la deriva de la sociedad occidental “hacia el conformismo y la insignificancia”, patrones que revelan en realidad una atrofia de la libertad. Ya en los 90, al final de su vida, es consciente de asistir a un cambio de era, con un capitalismo triunfante que ha logrado desactivar en todos los ámbitos las resistencias contra él de décadas anteriores.
El fallecimiento de Cornelius Castoriadis interrumpió proyectos ambiciosos, en los que reivindicaba un cambio revolucionario en las instituciones de la sociedad. Convencido del potencial de la libertad humana, catalizado por la creatividad de su psique, se sentía capaz de proponer una reformulación de todas las estructuras sociales a través de una idea básica: “Lo que hay que cambiar son las actitudes del hombre contemporáneo y la sociedad contemporánea, cambiar la idea de sus fines en la vida, de lo que es importante, de lo que somos y debemos ser unos para otros.”
Un pensador imprescindible del siglo XX
Castoriadis desarrolló su pensamiento a través de experiencias y reflexiones sobre algunos de los acontecimientos decisivos del siglo XX. En sus primeros años, criticó con dureza la dinámica opresiva del capitalismo y el ciego y cruel solipsismo de la burocracia soviética, pero, constructivo también, halló una alternativa de organización social en la democracia obrera, lo que le hizo contemplar con entusiasmo la insurrección de Hungría en 1956. Su gran aportación teórica llegó, no obstante, años después con La institución imaginaria de la sociedad, un trabajo en el que sociología y psicoanálisis se hermanan para guiar un camino de creación libertaria contra la alienación capitalista.
Castoriadis en su tiempo de Juan Manuel Vera, generosamente anotado e ilustrado con fotografías y documentos, da cuenta de un periplo vital e ideológico, sin perder de vista las convulsiones de una época sombría, que condicionaron al hombre y al filósofo. En este tiempo de incertidumbre y fracaso de los proyectos emancipadores, cruel legado del siglo XX, resulta imprescindible regresar a un pensador que nos demuestra a cada paso que existe vida más allá de los desastre del imperio de la mercancía, del capital y sus estados, y que tenemos la llave para hallarla en el poder de nuestra imaginación.