Primera versión el Literaturas.com el 17 de octubre de 2013
Con la voz de una mujer, el libro nos narra la historia de un hombre, que es también y sobre todo la historia de un poema. El hombre es Ósip Mandelstam, nacido en Varsovia en 1891, poeta en la Rusia revolucionaria, defensor de un clasicismo transparente y sonoro al que se llamaba entonces acmeísmo. El poema, en versión castellana muy libre, es este:
No existe suelo bajo nuestros pies,
nuestras voces a diez pasos no se oyen,
pero cuando a medias a hablar nos atrevemos
al montañés del Kremlin siempre mencionamos.
Sus dedos gordos son grasientos gusanos,
como pesas certeras va arrojando palabras.
Aletea la risa bajo un bigote de insecto
y relucen brillantes las cañas de sus botas.
En torno a él: una chusma, cuellos flacos,
infrahombres con los que él se divierte.
Uno silba, otro maúlla, otro gime,
sólo él parlotea y dictamina.
Forja ukase tras ukase como herraduras
que golpean una ingle, un ojo, una frente.
Y cada ejecución es un bendito regalo
que alboroza el ancho pecho del Osseta.
El poema es compuesto en noviembre de 1933 y como el perspicaz lector habrá colegido, está dedicado a Stalin. El poeta tiene cuarenta y dos años y sabe que está escribiendo su sentencia de muerte. Lo lee a alguna gente, teóricamente amigos de confianza, y en 1934 es detenido por primera vez. Hay que señalar que unos días antes de que la policía se lo llevara, Ósip había abofeteado en público en Leningrado al influyente escritor Alekséi Tolstói y este lo había amenazado: “¡Te expulsaremos de Moscú! ¡Nunca más publicarás un verso!” Aquel mismo día parece ser que Tolstói salió para la capital con el fin de quejarse al jefe de la literatura rusa, Gorki. Se rumoreaba que este había dicho: “Le enseñaremos lo que es pegar a los escritores rusos”». Según las memorias de E. Taguer, la causa de la bofetada fue que otro escritor, Serguéi Borodín había “molestado” a Nadiezhda en una reunión, y un “tribunal de honor” presidido por Tolstói culpabilizó a los Mandelstam del incidente.
El libro arranca con esta primera detención en mayo de 1934. La pena impuesta en ese momento es de tres años de deportación en Cherdyn, en los Urales, hacia donde parten en tren escoltados por tres soldados. Durante el viaje, Ósip manifiesta su sorpresa. Estaba convencido de que el poema le costaría la vida, aunque por otra parte teme que el auténtico castigo haya sido simplemente pospuesto. En el tren sufre una crisis psicótica y ya en Cherdyn se tira por la ventana del hospital, rompiéndose el húmero. Después, fantasea con la idea obsesiva de que su ejecución es inminente, pero ya no pretende huir. Espera a sus asesinos temeroso e inquieto, y oye voces que lo amenazan y desmenuzan su crimen-poema.
Sorprendentemente, la condena es revisada a -12. Podrán vivir en cualquier lugar de la URSS, menos las doce ciudades mayores y su periferia. Tienen que elegir el sitio y sin demasiado criterio, sobre la marcha, optan por Vorónezh. En el camino, Ósip se recupera mucho de su enfermedad, y aunque luego Nadiezhda encadena varias (tifus y disentería), logra curarse completamente. Los tres años en Vorónezh resultan un periodo muy grato, “la tregua de Vorónezh” los llama Nadiezhda. Por el libro van desfilando personajes de la época, como Larisa Reisner, de extracción burguesa pero pro-bolchevique, que se unió muy joven a la revolución y llegó a ser una de sus heroínas. Es retratada como una mujer bella y enérgica, enamorada de la violencia creativa de aquellos años y que los vivió como una aventura excitante de privilegios y poder. Hija de un tiempo cruel, amaba la poesía y protegió a los poetas cuanto pudo. El tifus se la llevó con treinta años y podía haber sido la salvación de Mandelstam. Su otro apoyo desde 1922 en las altas esferas es Nikolái Bujarin, pero por esta época ya empezaba a caer en desgracia. Su último “regalo” fue el traslado a Vorónezh.
Desde 1923, Ósip Mandelstam era un proscrito de las letras soviéticas y su casa era visitada de forma continua por informadores y soplones del más variado pelaje. En esa época pasó de colaborar con sus poemas en todas las revistas literarias, a ser vetado y perder con ello una buena parte de sus ingresos. Se le permitía hacer traducciones, pero estas también acabaron por escasear. Un artículo de Stalin de 1930 en la revista Bolshevik marca una nueva etapa de lucha por la pureza ideológica. En el invierno de 1936-1937, al final del confinamiento en Vorónezh, se cierra toda posibilidad de ganar dinero. La pensión de que disfrutaba como escritor también había sido anulada tras su detención. Consiguen sin embargo por algún tiempo, con ruegos y esfuerzos, trabajar en el teatro y las emisoras locales. Además, amigos como Pasternak y Ajmátova les ayudaban económicamente.
El libro nos da datos sobre la famosa llamada telefónica de Stalin a Pasternak para tranquilizarle acerca del futuro de Mandelstam: “La causa se está revisando y todo irá bien.” Stalin parece sobre todo preocupado por el hecho de que Ósip Mandelstam sea “un gran poeta”. Sobre esto pregunta insistentemente a Pasternak, que se escabulle del asunto. Nadiezhda contrasta después la personalidad de los tres grandes líricos del momento: Borís Pasternak, Andréi Bely y Ósip Mandelstam, que para ella representan respectivamente el que habla para un auditorio, el que busca desesperadamente discípulos y el que sólo pretende una conversación entre iguales.
Mandelstam se lleva a sí mismo de la mano al patíbulo. ¿Por qué? Su poema-denuncia, poema-conciencia, poema-suicidio nace tras una estancia en Crimea y la insufrible experiencia de ver a los miles de campesinos hambrientos que deambulaban por allí. Surge de la imposibilidad ética y estética de callar ante aquello. Paralelamente, se describe el espanto de los primeros oyentes de estos versos, entre ellos Ehrenburg y Pasternak. La ideología de Ósip Mandelstam era un izquierdismo humanista influido por Herzen e imbuido del poder de la poesía. Era un obseso de Italia como patria del arte y del papel civilizador del cristianismo, con Dante como sumo sacerdote.
Enfermo de los nervios y con un corazón débil, Ósip Mandelstam parecía un anciano ya a los cuarenta años. En alguna ocasión se definió a sí mismo como un ave exótica condenada a la extinción. Algo sobre su carácter: tenía una peculiaridad que era extraña en aquel tiempo, simplemente no soportaba la crueldad, y en varias ocasiones intervino para tratar de salvar la vida de hombres y mujeres inocentes que habían sido condenados y le eran personalmente desconocidos. Hay que comprender la presión producida sobre estas “almas sensibles” por el experimento social que eran conscientes de vivir. Ósip, tan crítico con el poder, manifestaba a veces arrebatos de patriotismo, miedo a quedarse al margen de la revolución.
Se vuelve sobre la vida en Vorónezh: imposibilidad de trabajo, ningún ingreso. Viven de lo que les dan los amigos. Ósip sufre crisis de disnea, pero escribe incansable poemas, como siempre de memoria. Nadiezhda los copia y los manda a revistas que rara vez responden y en todo caso para expresar su negativa a publicarlos. En el verano de 1936 disfrutan de unas semanas de vacaciones en Zadonsk, a orillas del Don, pero sombras de represión se agitan en la radio con noticias de detenciones y regresan precipitadamente a Vorónezh, donde el ambiente es tenso. Es entonces cuando Ósip escribe su oda a Stalin en un intento desesperado de salvar la vida. En la primavera de 1937 concluye la pena de destierro y se les permite volver a Moscú.
Viven entonces la ilusión de penetrar en la vieja casa moscovita y pensar que tal vez todo ha sido un mal sueño. Retoman la amistad con Valentín Katáiev, que disfruta de una buena vida a la sombra del poder soviético. Cuando a Ósip se le niega la residencia en Moscú, Nadiezhda trata de probar ella sola, pero los “antecedentes penales” de él actúan también contra ella. A principios de junio se ven obligados a abandonar la ciudad y se instalan en Saviélovo, un pueblo a orillas del Volga y a poco más de 100 km de Moscú, habitado por muchos cienkilometristas, que tenían prohibido residir a menos de esa distancia de la capital. Periódicamente eran segados como la hierba.
En la etapa final, se han trasladado a Kalinin y viajan cada poco a la capital. Ese verano visitan a Pasternak, pero las relaciones son tensas. Es difícil hablar con alguien cuando sabes que eso te puede costar la vida… También visitan a Bábel, que les da dinero y consejos, y cambian impresiones con él. En esa época, Bábel frecuentaba a Yezhov y otros chequistas por los que sentía una pasión morbosa de escritor. Hay un recuerdo emocionado después para Víktor Shklovski y su familia, siempre animosos y desprendidos, oasis de humanidad en un mundo negro de terror y claudicación. Viajan a Leningrado y piden dinero a conocidos. Allí Ósip habla por última vez con Anna Ajmátova, su gran amiga y cómplice literaria.
La última baza de Mandelstam la juega Aleksandr Fadéiev, que en breve pasaría a ser presidente de la poderosa a influyente Unión de Escritores, en el otoño de 1937. Impresionado por una lectura que hace Ósip de sus versos más recientes en casa de Katáiev y en presencia de Shklovski, decide intervenir a su favor. Sin resultados… Consiguen sin embargo ser enviados al sanatorio de Samatija, lo que neciamente toman como un buen augurio, y más cuando ven que son tratados magníficamente. Allí se produce en la madrugada del 2 de mayo de 1938 la segunda y definitiva detención. En veinte minutos ocurre todo, y Ósip y Nadiezhda sólo tienen tiempo de intercambiar unas palabras entrecortadas. Vendiendo sus cosas, ella logra llegar a Moscú. Después, se esconde en Strúnino, cerca de Zagonsk, donde trabaja como obrera. Durante meses hace largas colas para enviarle paquetes a Ósip hasta que se entera de que ha sido deportado a un campo con una condena de cinco años. A finales de 1938 recibe una carta suya con su dirección, pero un paquete que trata de hacerle llegar es devuelto por “muerte del destinatario”.
Tras la muerte de Stalin en 1953, la rehabilitación de Mandelstam se obtiene fácilmente, pero la publicación de sus poemas en la URSS resulta una tarea imposible. Trabajosamente, Nadiezhda reúne datos sobre las últimas semanas de su esposo. Le hablan de escenas de enfermedad, nerviosismo, confusión, malos tratos y alguna mano amiga. Un día a pesar de los gritos e insultos, Ósip no baja de su catre. Poco después lo llevan al hospital y en breve llega la noticia de su muerte. En aquella época los cadáveres eran amontonados en fosas comunes desnudos y con una plaquita numerada en el pie. Nadiezhda oye todo tipo de rumores e historias inventadas, pero lo más probable es que el fallecimiento se produjera en el campo de tránsito de Vtoraya Rechka entre diciembre de 1938 y abril de 1939.
Nadiezhda consigue conservar en los tiempos oscuros el legado de su esposo y gracias a ella hoy podemos leer su obra. En 1956 se le permitió volver en Moscú, donde murió en 1980 con 81 años de edad. Digamos para terminar que aunque de la lectura de muchos reseñas y comentarios sobre las Memorias de Nadiezhda Mandelstam parece deducirse lo contrario, no es nada difícil encontrar regímenes políticos de todo pelaje, del pasado y del presente, en los que los poetas que escriben abiertamente contra el poder pueden ser tratados con crueldad similar a la que sufrió Ósip Mandelstam como recompensa por su epigrama sobre Stalin.