Primera versión en Rebelión el 27 de abril de 2020
Tiempo de dolor e incertidumbre. Los datos de las webs más fiables no lo son demasiado cuando recordamos a aquel mandatario que decía: “Mi país tendrá los contagios que yo quiera que tenga”. Pero esos datos, con toda su imprecisión, revelan la magnitud de un sufrimiento que se extiende por el planeta cebándose en los más vulnerables. A la miseria y la desnutrición crónicas se superponen hoy el calvario de la enfermedad, la maldición del confinamiento y la perspectiva del paro y el hambre. El sistema se tambalea y amenaza derrumbarse sobre aquellos a los que ni siquiera da ya la oportunidad de ser explotados.
Tiempo de maniobras de distracción. Los demoledores de los sistemas sanitarios pavimentaron el camino hasta esto. Atentos sólo al beneficio rápido, distrajeron recursos, ignoraron advertencias y vetaron controles y estrategias de prevención. Ahora nos envían a sus altos comisionados ideológicos con la salmodia de lo inevitable, para que nos prediquen las virtudes del rebaño. Mientras tanto, la industria del entretenimiento despliega su espectáculo y la artillería mediática atruena prepotente: “Suscríbete a los hechos”, pero nos vende sólo estupideces, divagaciones, falsedades y verdades a medias. Resulta trabajoso analizar lo que está ocurriendo y razonar sus causas y consecuencias, pero nos va la vida en ello.
Tiempo de fingimientos. Liturgias de la casta. Gestores del desastre, perfectamente intercambiables en lo esencial, se desloman a garrotazos verbales como si no fueran todos siervos dóciles de la única economía posible. Los que tendrían que callar gritan y escandalizan, y a veces surgen verdades como dagas en manos de canallas. Es un juego de espejos y una farsa sombría donde “libertad” y “socialismo” suenan falaces en el altar de Moloch. Nada es lo que parece y no hay más remedio que afilar la razón como nunca supimos hacer.
Tiempo de relatos tramposos: “Se han cometido errores, pero nadie estaba preparado para algo como esto. La próxima vez seguro que lo haremos mejor. Fijémonos en valores ‘positivos’: destellos de solidaridad para iluminar la hecatombe, historias ejemplares, sentimientos hermosos. No saquemos las cosas de quicio, volveremos a la normalidad.” No amigos, es sólo aquella normalidad lo que nos trajo aquí. Lo que sufrimos aquí fue gestado en la kermés del capitalismo neoliberal y el delirio financiero globalizado que ustedes gestionan. No vamos a olvidarlo. Jamás regresaremos a aquella normalidad y no consentiremos que nos armen una próxima vez.
Miro al cielo que apenas surcan aviones, radiante azul sin hilos blancos que arrebatan a la tierra su tesoro energético y arriman ascuas al infierno que se nos viene encima. Y no puedo dejar de pensar que en todo esto hay una oportunidad. La rutina que nos trajo aquí parecía inamovible y son muchos los que sólo quieren regresar a ella, pero a través de tanta desgracia emerge hoy como en semilla el proyecto de otro mundo. Hoy somos capaces de vislumbrar al fin un horizonte más allá de los rituales de la autodestrucción ecológica garantizada, otro universo que no sabíamos ver.
Lo que nace casi no tiene forma y ha de ser construido paso a paso, con la ilusión de un comienzo, con los mismos ideales que alumbraron las mejores luchas del pasado, por hombres y mujeres dispuestos fraternalmente a debatir, contrastar estrategias y despejar caminos. Lo que nace es un anhelo que exige razonar y organizarse contra el desastre, y elevar la voz, porque hemos estado callados demasiado tiempo y un día ya lejano renunciamos a llamar a las cosas por su nombre. El pensamiento sigue vivo donde menos se espera y hoy mismo teje una red de conciencia desde todas las latitudes que podría liberarnos.
A través del dolor, tras los delirios de una normalidad preñada de tragedia, se abre al fin una ventana para el pensamiento y la acción. Si no sabemos aprovecharla, esto será sólo un capítulo más en el eterno genocidio de los excluidos.